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Ángel Ruiz: recuerdos de un combatiente de Ifni (2) Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Antolín Hernández Salguero
Escrito por F. Antolín Hernández Salguero   
martes, 05 de febrero de 2019

Nota: Esta es la versión en línea y revisada del libro "Ángel Ruiz: recuerdos de un combatiente de Ifni" de Antolín Hernández, publicado en 2019.


La Trab el Bidan

Pero seguíamos sin tomar posesión del territorio. Por unas razones u otras, la ocupación se fue alargando. Entre ellas, el reconocimiento del sultán de que en las tierras entre el río Sus y el Draa no podía garantizar la seguridad debido a que las tribus en ellas asentadas no estaban bajo su dominio.

Como decía, Francia, Inglaterra y Alemania, les echaron el ojo a África y empezaron a mover ficha. Convocaron una conferencia en Berlín, entre finales de 1884 y principios de 1885. Todos fueron armados de cuchillo y tenedor para repartirse el pastel y de regla y escuadra para trazar fronteras políticas donde nunca las hubo (El 30% de las fronteras africanas son líneas rectas sin ninguna consideración hacia los factores demográficos o políticos)

Zona que comprendía la Trab el Bidán (mapa elaborado por el autor)
Zona que comprendía la Trab el Bidán (mapa elaborado por el autor) 

Con el tiempo y conforme me iba instruyendo, me he dado cuenta de que no se puede hablar de Ifni sin vincularlo con la colonización del Sáhara occidental. Todo formó parte del mismo paquete.

¿Y qué era el Sáhara antes de que Europa le metiera mano y lo troceara?

Imaginemos un espacio geográfico donde sus habitantes son nómadas que viven del pastoreo o de las caravanas, por lo tanto, muy difícil de formar una entidad política. Se mueven de un lugar a otro y no hay asentamientos fijos. Son grupos tribales unidos por el parentesco. Cada tribu tiene un ancestro común. Están unidos por lazos familiares, pero también culturales, lingüísticos y étnicos. Su sistema social es común para todos y sus asuntos se dirimen en la asamblea de la tribu. Viven en una zona desértica, con pocos oasis. Cada tribu se mueve por un territorio. Sus límites, que no fronteras, son geográficos: un río, el mar, las montañas, o simplemente su tierra acaba donde se habla otra lengua. A ese espacio geográficos sus habitantes lo llaman la Trab el Bidán, la «Tierra de los Blancos».

Lo que hoy conocemos como Sáhara Occidental formaba parte de la Trab el Bidán, igual que toda Mauritania, el norte de Mali, el extremo sur de Marruecos y parte del oeste de Argelia. El límite por el norte era el río Draa. Al sur el río Senegal, a partir del cual comenzaba la Trab el Sudán «la Tierra de Negros». Por el oeste estaba el océano atlántico y en el este el desierto más ardiente e inhabitable.

Según los estudiosos, los bidanis jamás le pagaron tributos a nadie y jamás reconocieron estar bajo el dominio de nadie, ni siquiera del sultán de Marruecos. Se le respetaba como descendiente del Profeta, pero decían que «en el desierto, al sultán ni se le paga tributo ni se le reza».

Pues bien, a esta tierra llegaron españoles y franceses con el fin de sacar tajada y hacerse dueños de un territorio que ya tenía dueño. España era una potencia que pasaba hambre y poco podía hacer, se conformaba con levantar asentamientos fabriles y defensivos a lo largo de la costa más cercana a Canarias. Su objetivo estaba muy claro y nunca lo escondió: explotar el caladero sahariano, disponer de refugio para los pescadores y tener una cabeza de puente en caso de que las Canarias fueran atacadas. El interior del desierto no le interesaba en absoluto, como así se demostró después a lo largo de los años en los que apenas asomamos la cabeza de los puestos costeros. Tampoco teníamos fuerzas ni medios para mucho más. Además de que era una zona escasa en recursos naturales y humanos; y no olvidemos que el fin principal de cualquier colonialismo es la explotación comercial del territorio colonizado o abrir nuevos mercados para sus productos.

España, previsora, y temiendo que otros países le «quitasen» el derecho a faenar en el banco sahariano, se adelantó y levantó varios asentamientos en la costa africana en lo que entonces se conocía como Río de Oro (ni había río ni oro), y más tarde se conoció como Sáhara español. El primero fue Villa Cisneros (hoy Dajla). No pasaban de ser una caseta de madera con una bandera y una pequeña guarnición, o ninguna. Con eso y algunos acuerdos con algunas tribus locales que pasaban por allí, nuestros representantes se presentaron en Berlín.

Establecimiento provisional en el Río de Oro (www.elretohistorico.com)
Establecimiento provisional en el Río de Oro (www.elretohistorico.com)

A los demás países les interesaba muy poco o nada esa franja de terreno en la costa africana, por lo que no nos quitaron el capricho. Entre otras migajas, nos «tocó» Río de Oro e Ifni (donde aún no se había puesto un pie). ¿Quién iba a querer Ifni? Un territorio de costa abrupta y ningún recurso natural. Vale, los pescadores canarios necesitaban una base en la costa africana para usar como refugio o establecimiento pesquero, se acepta; pero resulta que en Ifni, durante la presencia española, jamás hubo un puerto propiamente dicho, un teleférico sí, pero puerto, no. Y de la factoría pesquera ni rastro.

Y a todo esto, ocurrió lo del 98. España perdió de una tacada su pequeño «imperio colonial» de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Los Estados Unidos nos zurraron de lo lindo y, de paso, se convirtió en una nueva potencia mundial. Nos dejaron baldados. El poco prestigio que le quedaba a España se fue al garete. No nos quedaron ganas ni fuerzas para nada. No podíamos meternos en nuevas aventuras coloniales porque a la gente, después de lo de Cuba, no le hacía mucha gracia, y algunos decían que primero mejor arreglar lo de dentro. Por si fuera poco, en nuestras posesiones del norte de África, lo que se conoce como el Rif, los nativos se sublevaron. España estaba exhausta y no podía permitirse muchos alardes. África empezó a convertirse en sinónimo de matanzas de soldados españoles, además de consumir recursos. Nombrar África era nombrar a la bicha, por lo que las posesiones del África Occidental, Río de Oro e Ifni, casi se mantuvieron en secreto y nuestra presencia allí era mínima: un par de fuertes militares y algunas instalaciones para sazonar el pescado en Villa Cisneros y La Güera, fundada en 1920 (en Ifni ni eso). No podíamos extendernos por el interior de la Trab el Bidán sin correr el riesgo de que algún iluminado nos declarase una yihad, como les pasaba a los franceses, y sólo nos faltaba eso. O sea, que durante años nos dedicamos a sazonar pescado para los barcos que iban de paso y a mercadear con las tribus que se acercaban a las casetas de la playa con la bandera y poco más. Bueno sí, a algo más: a decirle oui monsieur a todo lo que pedían los franceses por su boquita.

Para los nativos sólo éramos aquellos europeos que les pagábamos impuestos y colmábamos de regalos para que nos dejasen montar el chiringuito en sus playas. Jamás hicimos una demostración de fuerza (no la teníamos). Nos veían más como comerciantes que como ocupantes. Los nativos odiaban a los franceses, a nosotros ni eso. Les importábamos un carajo. En su escala de valores sociales estábamos por debajo de ellos y siempre nos usaron para sacar beneficio. Y esto no es una afirmación gratuita, pues incluso se creó la Junta de Reparto de Regalos a los Indígenas, lo que se conocía como la política del «pilón de azúcar»; es decir: agasajar con regalos y atenciones a los nativos influyentes para que dejaran de desconfiar de los «infieles». También hay que decir que, gracias a esta manera de actuar, los nativos no nos veían como una fuerza de ocupación, por lo tanto, no nos consideraban sus enemigos.

Acuerdos, desacuerdos, ofertas, contraofertas, cambios, intercambios. Durante años, Francia e Inglaterra disponían y España asentía. En el sur y este del Sáhara se delimitaron las fronteras de las posesiones españolas y francesas, pero por el norte era imposible al no estar claro cuál era realmente el límite del sultanato marroquí. Después de muchas idas y venidas, de muchas reuniones a dos o varias bandas, se fijaron fronteras usando conceptos tan abstractos como las líneas imaginarias de los meridianos y paralelos terrestres; como para explicárselo a un nómada. Usando estas líneas, las posesiones españolas pasaron a ser Río de Oro y Saguia el Hamra; o lo que es lo mismo: el Sáhara español; que, por capricho francés y bajada de pantalón española, acababa en el paralelo 27º 40’, a unos cien kilómetros al sur del río Draa (límite natural de Marruecos). Como dicen los expertos, nadie intuyó las consecuencias que esto iba a acarrear en el futuro.

Mapa elaborado por el autor
Mapa elaborado por el autor

Teníamos de todo y nada: una colonia (Río de Oro), un territorio de soberanía (Ifni), una «zona de influencia» o protectorado (Cabo Juby) y una zona de libre ocupación intermedia entre colonia y zona de influencia (Saguia el Hamra).

(El problema estaba en que no se sabía con exactitud dónde acababa Marruecos por el sur, por lo que franceses y españoles eligieron ese paralelo porque «hasta ahí, seguro que no llega», tal y como se reconoció en el tratado de 1904. Por lo tanto, se estableció la frontera norte del Sáhara español en ese punto).

A esa franja entre el paralelo 27º 40’ y el Draa (en realidad el País Tekna), conocida como Cabo Juby por los españoles, la llamaron «zona de influencia española» y luego Protectorado Sur Español. Es decir, años más tarde, ese territorio se les arrebató a los saharauis y se entregó a Marruecos a pesar de que nunca había ejercido su autoridad territorial en él. El Sáhara fue troceado y repartido entre países que poco antes no existían (Mauritania) o vieron ampliadas sus fronteras por el ansia colonialista (Marruecos, Argelia).  

Como dice Pablo-Ignacio de Dalmases: «Aquellos polvos trajeron estos lodos».

Abrimos un paréntesis:

(Casi todos los expertos aseguran que el río Draa marcaba el límite del sultanato de Marruecos. A partir de ahí comenzaba otra realidad: la del desierto. Las tribus tekna habitaban esa zona y eran saharauis nómadas que no aceptaban la autoridad política del sultán. Otros aseguran que no llegaba tan lejos, pues hay mapas y documentos antiguos que lo sitúan unos trescientos kilómetros más al norte, en el río Sus, a la altura de Agadir. Las tierras comprendidas entre estos dos ríos, incluido Ifni, apenas reconocían el poder del sultán, incluso durante un tiempo formaban territorios independientes que no acataban su autoridad (En 1882 y 1886 Hassan I encabezó sendas expediciones con la idea de ampliar sus fronteras. Lo que consiguió por medio de la diplomacia y la promesa de construcción de un puerto). Otros estudiosos dicen que el límite era el Uad Nun, intermedio entre el Draa y el Sus.

Las tierras del Sus y el Nun (mapa elaborado por el autor a partir imagen Google Earth)
Las tierras del Sus y el Nun (mapa elaborado por el autor a partir imagen Google Earth)

Siempre ha sido algo complicado delimitar la frontera sur de Marruecos, pero hay documentos en los que incluso los sultanes reconocen no tener poder político más allá del Sus. Recordemos que la ocupación de Ifni se demoró, entre otras cosas, porque el sultán no podía garantizar la seguridad a los españoles en aquella zona por no estar bajo su dominio, como así lo reconocieron varias veces. Como por ejemplo en 1767, cuando el sultán de Marruecos firmó un tratado de paz y comercio con Carlos III reconociendo que Marruecos no controlaba a las tribus que habitaban el territorio más allá de Agadir. El sultán le comunicó a Carlos III que aquellos lugares los habitaba «una gente silvestre que jamás ha podido sujetar» y que no se hacía responsable de la seguridad de los españoles a causa de «no llegar allá sus dominios» (dos siglos más tarde, antes el Tribunal de La Haya, los marroquís alegaron que se trataba de una mala traducción, pues donde decía «dominios» en realidad tenía que decir «autoridad»­. Es decir, eran sus dominios pero las tribus se negaban a reconocerlo).

También hay que tener en cuenta que cuando Emilio Bonelli recorrió la costa de Río de Oro y levantó las casetas en la playa, negoció con las tribus locales, nunca con el sultán de Marruecos, señal de que allí no llegaban sus dominios. Lo propio hizo el explorador inglés Donald Mackenzie, cuando en 1875 pidió al gobierno inglés que realizara las gestiones pertinentes ante el sultán para levantar un asentamiento comercial en Tarfaya (Cabo Juby); y el sultán le contestó que los límites del imperio marroquí acababan en el Draa.

Como es natural, esta indefinición retrasó y lastró los acuerdos hispanos-franceses para lo límites fronterizos (el teniente coronel José Carlos López-Pozas, en su tesis doctoral África Occidental Española: La cuestión de soberanía y la retirada del Sáhara, explica muy bien y con mapas antiguos los supuestos límites geográficos de Marruecos en diferentes épocas).

Pero no todo es tan sencillo como parece. Estamos hablando de otra cultura, otra mentalidad y forma de ver y entender las cosas. Estamos acostumbrados a interpretarlo todo a través de nuestra percepción europea; y eso distorsiona otras realidades: El sultán, además de ostentar el poder político, era un jerife, es decir, un descendiente directo del Profeta, por lo tanto, la máxima autoridad religiosa de todo el noroeste de África. En el sur de Marruecos, más allá del Sus, no se aceptaba su poder político, aunque sí religioso. Más allá del Draa, en la Trab el Bidán, se le respetaba, pero no se le aceptaba ni el uno ni el otro; salvo algunas tribus que si aceptaban el segundo (como los tekna, quizás por proximidad geográfica). Si a esto añadimos que el concepto de «territorialidad» musulmán es diferente al nuestro (basado en las personas, no en el territorio), la cosa se complica. Para entenderlo, voy a transcribir lo que apunta López-Pozas en su tesis: «El territorio soberano comprende el que ocupan sus súbditos, por lo que una población errante, como es este caso, al efectuar grandes desplazamientos en busca de lluvia, abarcaba un gran territorio. Siendo musulmanes los pobladores de Blad es Siba (territorio donde se reconoce la autoridad religiosa del sultán, pero no política), formaban parte de la Umma o Comunidad de Creyentes, por lo que el sultán, como «Comendador de los Creyentes», ejercía su poder sobre ellos –y sobre el terreno que ocupaban-, en el aspecto religioso, o por lo menos lo intentaba».

Ma El Ainin (www.science-et-magie.com)
Ma El Ainin (www.science-et-magie.com)

Y luego está Ma El Ainin, un morabito (especie de hombre santo) del desierto. Era venerado por su santidad y sabiduría y tenía muchos adeptos. También se decía que la rama de su padre descendía del Profeta. Tenía buena relación con los sultanes que iban sucediéndose. Éstos sabían que era una buena manera de que las tribus del desierto aceptaran su autoridad religiosa. Hassan I le nombró su representante en el desierto y le ayudó a construir Smara (en la Saguia el Hamra, supuestamente territorio español), el primer intento de asentamiento fijo del desierto, y le colmó de prebendas (el intento se quedó en eso, pues los nómadas no estaban por la labor de asentarse). Ma El Ainin se oponía radicalmente a la presencia europea en la Trab el Bidán y solicitó la ayuda del sultán para así, a través de su poder religioso, unir a las tribus del desierto en una yihad contra los infieles (contra los franceses. Nosotros estábamos tomando el sol en la playa y no molestábamos mucho a pesar de que el territorio supuestamente era nuestro. Incluso dejábamos a los franceses campar a sus anchas). Pero la historia no acabó bien para Ma El Ainin: en 1910 fue derrotado por los franceses y traicionado por el sultán (vio pasar a varios). Ya era un anciano de ochenta años. Se retiró a Tinduz y murió poco después (algunos de sus hijos continuaron la lucha).

Ma El Ainin es un mito para los saharauis, pues es un ejemplo de «resistencia al invasor», pero también el que, según muchos, le abrió las puertas del Sáhara a Marruecos al solicitar su ayuda y reconocer su autoridad. De hecho, su figura es esgrimida por los defensores de los derechos de Marruecos sobre ese territorio.

Pero, como digo, todas estas interpretaciones son europeas. Por el lado marroquí el punto de vista es diferente, como es lógico. Mohamed Larbi Messari, periodista y escritor, afirma que en el «viejo sistema de Gobierno marroquí», las diferentes cabilas, incluso las del desierto, gozaban de una especie de «estatuto de autonomía» que les dotaba de poder para autogestionarse. Incluso, que las cabilas de las fronteras del imperio se consideraban responsables de la defensa de las mismas. Es decir, estaban bajo el poder del sultán, pero gozaban de una «descentralización muy flexible».

También, existe la idea institucionalizada de que, durante las diferentes etapas históricas, han existido fuertes vínculos entre Marruecos y sus «provincias del Sur». Parece ser que esta afirmación está basada en documentos y correspondencia auténtica disponible en archivos y bibliotecas nacionales y europeas.

Según Lahcen Mahraoui, embajador en la República de Irlanda, miembro del Consejo Real Consultivo para los Asuntos del Sahara y miembro fundador y portavoz de la Asociación de Tribus Saharauis de Marruecos en Europa: «El Sahara formó siempre parte integrante del Reino, como lo demuestra especialmente la pleitesía (Bay’a) de la población saharaui a los sultanes marroquíes a través de la historia de Marruecos, país constituido en Estado desde el siglo nueve». Esta soberanía se demuestra en el hecho que el Sultán nombraba a caídes, jueces y jefes militares, y está sustentada en documentos auténticos que «demuestran el ejercicio efectivo, continuo y permanente de la soberanía de los sultanes sobre el territorio del Sahara». Según parece, existen decretos reales, de la década de los años 80 del siglo XIX, según los cuales «los sultanes marroquíes nombran a responsables locales, le dan consignas o les encargan misiones». También, cartas de jefes de tribus saharauis dirigidas a «sus sultanes marroquíes». Según Mahraoui, la soberanía marroquí sobre el Sáhara, está afianzada por convenios y tratados firmados entre Marruecos y potencias europeas que recurrieron a los sultanes para proteger las actividades de sus ciudadanos en ese territorio; además de que existen testimonios de «grandes personalidades políticas», especialmente francesas, inglesas y alemanas (es curioso, pero de españolas no dice nada), desde el siglo XVII hasta el protectorado, que demuestran la marroquinidad del Sáhara.

Como se puede observar, hay puntos de vista para todos los gustos. Tal como unos dicen que hay documentos que demuestran una cosa; hay otros que dicen que también existen documentos que demuestran lo contrario.

Que cada cual saque las conclusiones que crea conveniente).

Cerramos el paréntesis.

Ifni quedó incrustado en lo que oficialmente era el sultanato marroquí. Los diversos gobiernos españoles fueron incapaces de arrancar un simple corredor que uniera ese territorio con el Sáhara. Ifni, donde seguíamos sin poner pie, era un minúsculo territorio de posesión española aislado e inaccesible por tierra. Para colmo, parece ser que nadie se dio cuenta de que los grandes barcos no podían acercarse a la costa sin riesgo a embarrancar y que durante la mayor parte del año el mar impedía el desembarco. Este impedimento invalidaba totalmente los deseos de los pescadores canarios de tener un lugar de refugio y la construcción de la factoría pesquera.

Año de fundación de los principales asentamientos españoles (Mapa elaborado por el autor)
Año de fundación de los principales asentamientos españoles (Mapa elaborado por el autor)

Seguro que la Historia hubiera sido muy diferente si se hubiera elegido Puerto Cansado, el verdadero asentamiento original de Santa Cruz de la Mar Pequeña. Como he dicho, Ifni formaba parte del reino marroquí (aunque con algunas reservas), por lo que se podía prever que tarde o temprano iba a causar problemas. Puerto Cansado, en cambio, estaba situado más allá del río Draa, donde no se reconocía la autoridad política del Sultán: en los límites de la Trab el Bidán. Todos esos fallos, errores, falta de previsión, incompetencia, desidia o cómo se quiera llamar, al final, lo pagaron los soldados que dejaron su vida allí… por nada. Absolutamente por nada. Nosotros, los soldados, que entonces no teníamos ni idea de qué era Santa Cruz de la Mar Pequeña, Puerto Cansado, Ifni, ni mucho menos la Trab el Bidán. Que no sabíamos nada de conferencias, tratados, pactos, rencillas entre países y sus ansias de acaparar territorio. Ni de situaciones internacionales, tensiones, colonialismo o fronteras imaginarias. Nosotros, que sólo éramos unos jóvenes con muchas ganas de vivir, inmersos en nuestra realidad cotidiana, con nuestras pequeñas historias particulares, acabamos pagando el pato de la Historia. Tan antiguo como el hombre.

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