Nota: Esta es la versión en línea y revisada del libro "Ángel Ruiz: recuerdos de un combatiente de Ifni" de Antolín Hernández, publicado en 2019.
NOVIEMBRE 57 (CONTINUACIÓN)
Ya estaban todos los
puestos liberados. El Ejército de Liberación había tomado el control de gran
parte del territorio. Les hicieron el trabajo sucio a Mohamed V, que pronto
envió a su ejército a ocupar el terreno que abandonamos. A nosotros nos
encajonaron en la ciudad y lo único que nos quedaba era defenderla.
Mientras nosotros
liberábamos Tiugsa y Tenim, se produjo un acontecimiento, al menos, curioso: varios
buques de guerra españoles se pasearon por la bahía de Agadir con los cañones
apuntando hacia la ciudad. Por lo que parece, fue una amenaza explícita a
Marruecos para evitar que metiera más baza en el asunto. El motivo era que, en
los días anteriores, se había detectado un gran tráfico militar entre Agadir y
Mirleft, lo que hacía sospechar al Estado Mayor de Madrid que quizás el
ejército marroquí iba a intervenir en Ifni. Para unos, fue una demostración de
fuerza que le enseñó al rey de Marruecos que era mejor no jugar con fuego. Para
otros, fue un error que podía haber tenido graves consecuencias diplomáticas a
nivel internacional: se estaba amenazando con bombardear a la población civil
de un país soberano con el que no se estaba en guerra. Incluso, las embajadas
de naciones extranjeras con sede en la ciudad se apresuraron a izar las
banderas sobre sus edificios para evitar que los bombardeasen. Además, era la
manera más directa de consolidar el sentimiento antiespañol entre la población
marroquí. Con el consiguiente peligro para otras plazas españolas en el norte
de África. Y, por lo que parece, fue de poco que no se liase una gorda, pues
uno de los comandantes de un buque recibió la orden de: «...se abrirá
fuego sin previa orden». Menos mal que el comandante fue prudente, pues la mala
calidad de las comunicaciones había suprimido el «No…» inicial.
Diario ABC del 8 de diciembre de 1957 (Hemeroteca ABC)
En una página web
dedicada a la historia naval española, he leído que, antes de la acción de
Agadir, por parte de la Armada se efectuaron varios bombardeos sobre
posiciones y poblaciones ocupadas por el Ejército de Liberación: Erkunt, Yebel
Buganin, Tabelcut, Buyarifen, Biugta (?). Incluso, el crucero Méndez Núñez «efectuó
fuego sobre T'Zelata de Esbuia y el zoco de Arbaa de Mesti» (??). También
dice que, «Después de todas estas intervenciones, (...) sólo se conseguía
avances muy pequeños, por lo que el Estado Mayor de la Armada resolvió el
realizar una arriesgada operación completa naval». Concluye diciendo que
gracias a lo de Agadir «...la presión ejercida sobre Sidi Ifni disminuyó
considerablemente a los pocos días, lo que afirmó a las nuestras, pues el
peligro se alejaba».
Para cualquiera
medianamente informado, lo escrito en esa web no es del todo correcto. ¿De
verdad bombardearon Biugta, Telata y Arbaa el Mesti? (en ningún otro sitio he
leído nada al respecto). ¿De verdad no sabe el autor que los bombardeos a los
que hace referencia se efectuaron en las misiones posteriores a la demostración
de Agadir? Además, deja caer sutilmente (o así lo interpreto) que la guerra de
Ifni se resolvió en gran medida gracias a la intervención de la Armada, pues la
infantería sólo conseguía «avances muy pequeños». Hay que fastidiarse.
La verdad es que, a
pesar de ser un conflicto relativamente reciente y de que aún hay muchos
protagonistas vivos, hasta hace poco no había mucha información sobre él. Se
dice que aquella fue una guerra silenciada, pero en realidad no fue así, al
menos, no del todo. Hay quien defiende que el gobierno de Franco no ocultó
nada, simplemente trató el asunto como lo que era: un conflicto bélico regional
a pequeña escala, no una guerra entre países o estados. También defienden que,
tanto la prensa como el NODO, informaron puntualmente sobre lo que estaba
ocurriendo y, en cierto modo, es verdad. Pero, claro, a su manera. No olvidemos
que el país estaba gobernado por una dictadura militar en el que la libertad de
expresión y prensa brillaban por su ausencia. Todo pasaba por su filtro. Se
contaba lo que ellos querían y cómo querían. Lo extraño hubiera sido lo
contrario, que dieran todo lujo de detalles. Yo tampoco creo que fuera una
guerra silenciada (sí pasada por el tamiz, o sea, censurada), más bien creo que
fue una guerra olvidada. Franco se comportó como lo que era: un dictador. Lo
malo de verdad fue, y es, el olvido de todos los gobiernos democráticos que se
han ido sucediendo.
Yo entonces no sabía de
lo que se estaba informando, bastante tenía con evitar que me matasen, pero,
muchos años después, he investigado. Como ejemplo de lo que digo, voy a
trascribir lo que se publicó sobre las operaciones de liberación de los puestos
asediados (una de ellas la que acabo de relatar y viví en primera línea). Es,
cómo no, una nota del Ministerio del Ejército publicada en el ABC del día 8 de
diciembre de 1957 (página 63). Como se puede comprobar, el ministerio la
redactó incluso antes de que llegáramos a la ciudad con los liberados:
«Han sido liberadas las últimas posiciones españolas
cercadas por las fuerzas agresoras en Ifni.
Las columnas de
nuestras fuerzas que operan en el territorio español de Ifni, limpiando de
bandoleros su suelo y liberando las posiciones que fueron agredidas por las
bandas armadas del llamado Ejército de Liberación, han alcanzado en el día de
ayer posiciones que dominan la depresión de Tiugsa. Su progresión continúa
siendo normal, venciendo las resistencias adversarias.
La mejoría del tiempo
ha permitido la eficaz acción de la Aviación de cooperación, que castiga
duramente a las bandas agresoras dentro de nuestro territorio.
Las bajas enemigas han sido muy numerosas, sin que se hayan podido
contar todavía. Por nuestra parte, hemos de lamentar la muerte del teniente
Polanco, caído gloriosamente al frente de sus tropas de Cazadores Legionarios
Paracaidistas y la de seis soldados.
Las columnas que
liberaron a las guarniciones de Tiliuin y de T’Zelata de Abuia, ya han
regresado a sus bases sin novedad digna de mención, retirando todo el material».
En esa misma edición, se daba cuenta de las siguientes noticias:
«Fallece un capitán legionario».
«En Telata murió el brigada Gutiérrez Nalda»
También, en el ABC, esta vez del día 14 de diciembre, se podía leer
los siguientes titulares o entradillas:
«En Las Palmas se desmiente que las bandas rebeldes hayan
efectuado ataques en el Sáhara».
«Se han capturado grandes cantidades de armas de procedencia checoslovaca».
«Normalidad en Sidi Ifni».
«Los agresores reclutados en los bajos fondos».
«El capitán Pérez Guerra, siempre en primera línea»
«El Víctor de Oro del S.E.U., al alférez Rojas».
Creo que sirve como
ejemplo de lo que digo: no se silenció, la contaron a su manera y casi
obligados. Como ya se dijo anteriormente, la primera nota de prensa del
Ministerio del Ejército se publicó el día 27 de noviembre, cuatro días después
del ataque. Y quizás no por voluntad propia, sino porque los medios de
comunicación extranjeros, en especial la radio, estaban dando cuenta de la
noticia desde el primer momento y, claro, algo llegaba a la población. Para
contrarrestar esta información y evitar el alarmismo, no tuvieron más remedio
que publicar una nota casi a diario. Eso sí, contándolo a su manera.
También se puede
comprobar que se informaba puntualmente de todos los oficiales o suboficiales
caídos, ensalzando, como no, su valor y abnegado servicio a la Patria, lo que
yo ni voy a negar ni discutir. También se publicaba sus biografías con todo
lujo de detalle, dejando en todo momento constancia de que era auténticos
soldados españoles. En cambio, los soldados rasos caídos no tenían ni nombres
ni apellidos. Nunca, que yo sepa, se publicó en un periódico una lista de
bajas, lo mínimo que se merecían nuestros compañeros. Tan sólo éramos carne de
cañón. Nada nuevo, por otra parte.
También se dice que en
España se recibían noticias a través de las cartas que los soldados mandábamos
a nuestras familias o madrinas de guerra y a través de ellas se informaba de
cómo estaba la situación. Lo que no se dice es que esas cartas pasaban primero
por la censura militar y teníamos prohibido utilizar las palabras «guerra» y
«muertos» (o sus seudónimos), entre otras muchas.
Como muestra, voy a transcribir lo que
dice Diego Sánchez Cordero, un soldado de 16 años que, huyendo del hambre,
falsificó su edad para alistarse voluntario en el Regimiento Soria 9. Diego fue
herido por una granada de mortero y quedó inválido para el resto de su vida.
Estando en el hospital de Las Palmas le ocurrió esto: «En una ocasión
hablamos por teléfono para la radio bajo la vigilancia de algunos oficiales,
que nos indicaban lo que podíamos decir. Fue muy divertido, todos contamos lo
mismo, todo era bueno, bonito y los jefes nos querían mucho. En ningún sitio
hubo guerra, sólo fue una bronca, y los soldados morían de risa, por lo
divertido que era todo aquello. La censura no existía, si las cartas se
perdían, la culpa era de Correos». También dice: «escribíamos cartas de
felicitación Navideña a la familia y que en muchos caso, te devolvían porque
decías algo que la censura considera secreto militar. La felicitación a mi
familia se quedó encima del montón de bombas, la censura me la había devuelto».
Diego Sánchez
Cordero, soldado del Soria 9 (www.veteranosdeifni.blogspot.com)
Una vez más, que cada cual saque sus conclusiones.
En cuanto al NODO,
gracias a la maravilla que suponen las nuevas tecnologías, he podido visionar
varios documentales de la época. Y sí, se hablaba de Ifni, pero no de guerra,
sino de acciones aisladas a las que los valientes soldados españoles hacíamos
frente con nuestra mejor disposición al servicio de la Patria. En las imágenes
de los diferentes documentales, sólo pude distinguir a un soldado herido con el
pie vendado al que evacuaban en avión al hospital de Las Palmas. También
mostraban a guerrilleros prisioneros, haciendo hincapié en que todos eran
extranjeros, ninguno baamarani. Además, todos eran ancianos o niños
desarrapados, nada que ver con verdaderos guerrilleros. El resto del metraje se
dedicaba a ensalzar nuestra labor benéfica hacia los baamaranis, a denigrar a
los perversos «elementos incontrolados de bandas armadas» alentadas y
mantenidas, como no, por el comunismo; y, sobre todo, a narrar con todo lujo de
detalle la visita de diversos artistas en la navidad de aquel año. Lo que la
gente veía en los cines antes de empezar la película, era a Carmen Sevilla o Gila
alegrando las navidades de los valientes y bien vestidos soldados españoles.
Tal y como Marilyn Monroe y Bob Hope hicieron con los soldados americanos en
Corea. Éramos tan modernos como ellos.
Sin apenas tiempo para
descansar, al poco de regresar de Tiugsa, destinaron a mi compañía a las
montañas, a la cota 220. O sea, a las trincheras y cuevas.
Un día se me acercó el
teniente para decirme que en el Cine Avenida estaban echando El último cuplé,
una película muy bonita de Sara Montiel. Me dijo que había pensado en mí para
ir a verla. Vamos, que me daba permiso. Eso sí, iba a ir yo solo y tenía que
estar de regreso a las cinco de la tarde. Eran las diez de la mañana, o sea,
que tenía siete horas, Como es natural, casi salí corriendo.
La posición estaba a
unos cinco kilómetros de la ciudad, y por allí no había caminos ni nada
parecido. Andaba yo solo por aquellas montañas y, la verdad, iba un poco
cohibido a pesar de llevar mi pistola de 9mm largo. Mira por donde vi a alguien
vestido con el uniforme de mi cuerpo. Empezó a llamarme y me preguntó a qué
unidad pertenecía. También que me acercara a él, que no era muy aconsejable
andar solos por aquellas montañas. Iba armado con el mosquetón. Nos acercamos y
nos saludamos dando a conocer nuestros nombres y compañía. Él era de Madrid y
gitano. Hicimos el camino hasta la ciudad juntos.
Al llegar, lo primero
que hicimos fue ir al zoco a tomarnos un té y unos pinchitos de carne de
camello. Luego nos fuimos al cine. Como es natural no era la primera vez que
entraba en uno, pero aquello me sentó como si estuviera en el Paraíso. El rato
que estuve viendo aquella película me sentó de maravilla. El placer de esas
cosas que hasta que no nos faltan no sabemos lo que valen.
Al salir, mi compañero
me preguntó si había estado alguna vez en el barrio moro. Le contesté que ni
sabía dónde estaba. Él tampoco había estado nunca y, como jóvenes y atrevidos
que éramos, para allá que nos fuimos.
¿Y qué buscábamos en el
barrio moro? Pues aquello que nuestros mandos nos «aconsejaban» que no hiciéramos:
un burdel. La juventud es la juventud, y la inconsciencia forma parte de ella.
Tengo que decir que nuestros oficiales, la mayoría casados, tenían sus
necesidades cubiertas, pero la tropa nos teníamos que apañar como pudiéramos.
Nuestros mandos, de hondas convicciones religiosas y, como es natural,
mentalidad muy conservadora, prohibieron a las prostitutas europeas y las
nativas eran las únicas que podían aliviarnos.
Al llegar, empezamos a
callejear sin rumbo fijo. Todo allí era muy mísero. Las calles eran de tierra y
estaban llenas de socavones. Al gira una equina, vimos a dos moras sentadas
delante de una puerta. Estaban totalmente cubiertas, no se les veían ni los
ojos. Empezaron a hablarnos en árabe y a decirnos que entráramos dentro. Nosotros,
como dos tortolitos y sin pensarlo dos veces, adentro que entramos. Ahora lo
pienso y fue una temeridad. Estábamos en territorio moro, armados, luchando
contra ellos y no se nos ocurrió otra cosa que entrar en una casa mora en la
que no sabíamos qué había dentro.
Nada más entrar, dimos
a un patio. No era muy grande, pero tenía mucha luz y estaba muy limpio.
Entramos en una habitación toda pintada de blanco, hasta el suelo. En medio
había un hornillo con carbón ardiendo. Las moras, que entraron con nosotros, no
paraban de hablarnos en árabe. Como es natural, no entendíamos una palabra. Nos
entendíamos por señas. Una de ellas le echó un poco de incienso al hornillo y
la otra abrió la puerta de otra habitación y le hizo señas al madrileño para
que entrara. Mi compañero me dio el mosquetón y entró con la mora. No pasó
mucho rato y volvió a salir. Por cierto, la habitación estaba totalmente a
oscuras. Luego yo le di el chaquetón y las armas a él y entré con la misma
mora. Era una mujer agradable y simpática, pero todo fue muy rápido. Los dos
tardamos menos que el que tardó el incienso en arder y despedir aquel aroma
agradable.
Enseguida cogimos nuestras cosas y salimos de allí lo más rápido
que pudimos. Como ya he dicho, no era bueno pasear por el barrio moro armados.
Ángel Ruiz (Archivo Ángel Ruiz)
Como aún nos quedaba
algo de tiempo, volvimos al zoco a comernos unas sardinas asadas al carbón.
Antes de llegar, pasamos por delante de un estudio fotográfico que estaba
considerado el mejor de la ciudad. Entré y me hice una foto que aún conservo
como recuerdo de aquel día. Ahí estoy yo con mi chaquetón, mi pistola y mi
tarbush.
Regresamos a nuestras
posiciones y los dos llegamos a la hora prevista. En cuanto llegué, mis
compañeros empezaron a preguntarme por la película. Yo no paré de narrarles el
día tan maravilloso que pasé.
Pero claro está, no
todo iba a acabar bien. A los pocos días, mis compañeros me preguntaron si yo
no notaba nada raro desde que estuve con la mora, pues al madrileño se lo
habían llevado al hospital. Por lo visto, le había contagiado algo y se le
habían formado tres agujeros en el pene donde le metían gasas a montón para
limpiarle el pus. Como es natural, me preocupé mucho y no hacía más que mirarme
por si me salía algo raro. Allí, en medio de aquellas montañas sin ni siquiera
agua para lavarme. Pasé unos días fatal, hasta que pasó el tiempo y, gracias a
dios, no me salió nada. Por desgracia, a mi compañero de aventura no le fue tan
bien: falleció a los pocos días. Supongo que su forma de vida también influyó
algo. No parecía gozar de buena salud y no hacía más que beber y fumar kifi.
Yo, que nunca me gustó mucho la bebida ni otras cosas, desde que regresé me
dije que nada de vino, drogas o mujeres de la calle.
Las infecciones por
tener contacto con prostitutas moras eran habituales y, a pesar de la vigilancia,
aquello se convirtió en un problema, por lo que Zamalloa casi se vio obligado a
traer a ocho profesionales de Canarias que él mismo recibió en el aeropuerto de
la ciudad. Ya tenía bastante con las bajas causadas por el enemigo.
En las trincheras no
teníamos mucho con lo que entretenernos o evadirnos, por lo que, cada cierto
tiempo, todos los del pelotón reuníamos unas pesetas y encargábamos un par de
cantimploras y un poco de kifi. Buscábamos un lugar tranquilo, hacíamos un
corro y empezábamos a beber y fumar. Primero un trago de vino y después la pipa
de kifi. Yo bebía un trago, pero no fumaba. Le vi las orejas al lobo demasiado
cerca y desde entonces decidí llevar una vida sana, y aquí estoy al cabo de los
años, bien de salud.
Una de las cosas que
recuerdo de nuestra estancia en aquella posición, fue la vez que salimos a
hacer una exploración del terreno. Enfrente de nosotros se levantaba una
montaña completamente lisa, sin nada de vegetación. Todos los días, al
amanecer, desde lo alto de la montaña alguien nos vigilaba. Vestía una chilaba
blanca y todos sus movimientos eran perfectamente visibles. Así estuvo doce
días, hasta que al fin nuestros mandos se decidieron hacer algo. Como decía, le
tocó a mi sección. Entre nuestros mandos había un sargento recién llegado de la
Península con los refuerzos. Era alto y muy elegante, siempre vestía como su
fuera de gala. Como el resto de la tropa, iba cargado de todo el equipo de
combate. Iba armado con un naranjero y las cuatro bombas de mano. Aquella fue
su primera salida. Empezamos a subir la montaña, empinada y llena de piedras
rodantes. Nosotros, los soldados, ya estábamos acostumbrados y sabíamos cómo
hacerlo para no caer rodando ladera abajo. Pero este sargento no hacía más que
resbalarse y caer con todo su equipo. Cada vez que caías descendía varios
metros y tenía que volver a subir. Cuando no se caía él, se le resbalaba el
naranjero, la manta… Nosotros, viendo que estaba en apuros, nos dio un poco de
cosa y cada uno le cogimos algo del equipo. Era un recién llegado de la
Academia nada acostumbrado a aquello. Pero nosotros pensamos que también nos
hubiera ido muy bien que alguien nos ayudase cuando éramos nosotros los que
rodábamos ladera abajo.
Cuando por fin
conseguimos llegar a lo alto, lo hicimos por la parte contraria a la que estaba
el moro apostado y no nos vio llegar hasta que estuvimos a un centenar de
metros de él. En cuanto nos vio, echó a correr ladera abajo como si fuera un
galgo. Cuando tomamos posiciones para dispararle, ya estaba a una distancia
considerable. El que llevaba el fusil ametrallador abrió fuego contra él, y
veíamos el polvo que levantaban los proyectiles al chocar contra el suelo.
Hasta que el moro se perdió de nuestra vista. El tirador del fusil ametrallador
gastó cuatro peines disparando a discreción y puso de los nervios al teniente,
que no hacía más que decir: «mierda, mierda. Inútil». Puso bonito al tirador,
gallego, por cierto.
Pero aquella sí fue una
salida de provecho, pues descubrimos que a unos trescientos metros de nuestra
posición, había un pequeño poblado donde se concentraban unos cincuenta
guerrilleros que quizás preparaban algún ataque. Al verse sorprendidos huyeron
y abandonaron allí mucho material. Fuimos felicitados por aquella acción.
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