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Ángel Ruiz: recuerdos de un combatiente de Ifni (12) Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Antolín Hernández Salguero
Escrito por F. Antolín Hernández Salguero   
domingo, 10 de marzo de 2019

Nota: Esta es la versión en línea y revisada del libro "Ángel Ruiz: recuerdos de un combatiente de Ifni" de Antolín Hernández, publicado en 2019.


DICIEMBRE 58

No teníamos descanso. El 9 de diciembre, el Estado Mayor Central transmitió al general Zamalloa la orden 357/15 por la que ordenaba el establecimiento de un perímetro defensivo para garantizar la seguridad de Sidi Ifni. Esta línea defensiva tenía que ser establecida con la «máxima urgencia» y defendida a «ultranza». Aparte de evitar perder la ciudad, lo que hubiera sido una derrota en toda regla (una cosa era cederla; otra, perderla), querían evitar que los guerrilleros la pudiesen bombardear desde los montes cercanos. En esa orden se especificaba con todo detalle el trazado exacto del perímetro y dónde debían establecerse las posiciones defensivas. Por lo que parece, el general Zamalloa, que era el que de verdad conocía el teatro de operaciones, se quejó de que desde Madrid, por lo tanto, sin tener conocimiento exacto del terreno, le indicaran con tanto detalle el despliegue defensivo. Incluso, parece que comentó: «Pues se han olvidado decirme dónde pongo los centinelas esta noche». Hasta he leído por ahí que el mismo Franco tuvo un empeño personal en establecer ese perímetro. Vamos, lo que veía a confirmar definitivamente que se daba por perdido todo el territorio y lo principal era mantenerse en la ciudad y garantizar su defensa. Según lo justificó el propio Franco, era «difícil mantener nuestro control en todo el territorio de Ifni, debido a su extensión». ¿Debido a su extensión? Quizás, ni él sabía dónde estaba y cómo era Ifni. También puede ser que no estaba dispuesto a seguir recibiendo partes de bajas, cada vez más difíciles de ocultar, por un trozo de terreno del que no se podía sacar ningún provecho. Un terreno que sólo era un gran almacén de chatarra. Además, sabía que sólo era cuestión de tiempo: tarde o temprano tendría que cederlo a Marruecos.

Archivo Ángel Ruiz.
Archivo Ángel Ruiz.

Pero, claro, eso que se lo contase a los mandos españoles en Ifni, a los que no les hizo mucha gracia que se les indicara que había que proporcionar un espacio que facilitara «llegar a una situación de espera de las decisiones militares a que dé lugar la evolución política de los acontecimientos». El subrayado de «política» es mío. Eso a los mandos que se estaban batiendo el cobre en las montañas les fastidiaba un montón. Hay que decir que en Ifni hubo un número de bajas muy elevado entre los oficiales y suboficiales en proporción al de soldados rasos. Algunos lo achacan a que la tropa no estaba lo suficientemente preparada y entrenada para afrontar situaciones de combate, por lo que tenían que arriesgar más de la cuenta para poner orden entre sus filas. A ellos que no le hablasen de «evoluciones políticas». A ellos, como ya he dicho, lo que les pedía el cuerpo era darle caña al moro. Salir a por ellos y no parar hasta verlos correr por territorio marroquí. Pero, claro, para eso se necesitaban más refuerzos y medios adecuados. Con unos cuantos vehículos acorazados, artillería en condiciones y, sobre todo, con mejores medios aéreos, aquello hubiera sido una agradable excursión por las montañas. Pero al decir «medios adecuados», no me refiero a los tanques alemanes y rusos de la Segunda Guerra Mundial que componían la única División Acorazada que tenía el ejército español, totalmente inoperantes e imposible de transportar por falta de medios navales adecuados. Quizás los M47 que nos dieron los americanos sí podrían haber servido, pero, como ya dije, este material no podía ser usado en guerras coloniales. En lo que se refiera a la artillería, ahí sí que hubo una falta total de imprevisión política. El caso era que no teníamos nada de eso, éramos los que éramos y contábamos con los medios que contábamos. Mucha gente decidía, daban órdenes y diseñaba operaciones militares o establecían perímetros defensivos con todo lujo de detalles dibujados sobre un mapa. Pero los que teníamos que subir montañas con alpargatas, los que teníamos una lata de sardina y un chusco de pan como rancho diario, los que disponíamos de un litro de agua por día para todo, los que teníamos que disparar cuatro veces el mortero para que estallara una, los que teníamos que tomar esas montañas y cavar esas trincheras, éramos los soldados. Esos de los que luego no se acuerda nadie. Es cierto que murieron muchos oficiales, algunos de forma heroica, pero con ellos también murieron muchos soldados anónimos. El alférez de la IPS, Rojas Navarrete (que fue voluntario), se portó como un valiente y lo enterraron con honores. Su cuerpo fue trasladado a su pueblo y le hicieron homenajes, se los merecía, sin duda. Pero con él murieron diecisiete soldados más. De ninguno de ellos se acuerda nadie. Muchos murieron combatiendo cuerpo a cuerpo, degollados o ensartados por las bayonetas. Lucharon por su vida y perdieron. Los que morían por un disparo lejano, no veían venir a la muerte, pero en un combate cuerpo a cuerpo eres consciente de que si no ganas mueres. Ellos perdieron y de ellos no se acuerda nadie. Eran soldados de reemplazo de un cuerpo expedicionario que fue enviado a Ifni a pelear. Algunos de ellos críos de dieciocho años. Antes de llegar no tenían ni idea de que aquel lugar existía y, por lo tanto, no sabían nada de lo que ocurría. Llegaron y sin tiempo a deshacer el petate murieron sin entender nada. Cada uno de ellos es una historia particular, una joven vida truncada en la mejor etapa. Con madres, novias y familia que nunca pudieron poner un ramo de flores en una tumba. A los oficiales los trasladaban a sus pueblos o ciudades; a los soldados los enterraban en el cementerio de Sidi Ifni. Poco antes de la descolonización, el gobierno envió una carta a los familiares de los fallecidos en la que se les decía que si querían trasladar los cuerpos a su lugar de origen, debían contratar a una funeraria y correr con los gastos. Hubo un padre que se quejó de que cuando se llevaron a su hijo a Ifni no tuvo que pagar nada, y que ahora, para recuperar sus restos mortales, le hacían pagar el traslado. Pero allí enterraron a los que se pudieron recoger sus cuerpos, porque muchos se quedaron en aquellas montañas para siempre. Son los que en las listas de baja constan como «desaparecido» (entre ellos hubo algunos desertores). Ni ese consuelo tuvieron sus madres. Algunos familiares, a día de hoy, aún no saben cómo murieron sus hijos o hermanos, y aún no han recibido una comunicación oficial de cómo ocurrió. Con el agravante de que, al no considerárseles como caídos en combate, sus pagas eran retenidas. Esto ocasionaba problemas económicos a muchas familias. Como muestra de ejemplo, voy a trascribir dos cartas publicadas en la tesis doctoral de Juan Pastrana Piñero La guerra de Ifni-Sáhara y la lucha por el poder en Marruecos. La primera es de un padre que quiere saber algo de su hijo:

«Sr. Coronel: Ésta es para decirle que he recibido su carta, en ella me dio la ocasión de saludarle y pedirle, pero yo lo único que quiero es que digan dónde está mi niño que parece mentira que ninguno me dé noticias de dónde se encuentra MANUEL ARJONA JARANA sabiendo dónde está si lleva un papel dando detalles. Yo lo que deseo de Ud. es que me dé explicación de mi muchacho MANUEL ARJONA JARANA así que cuando Ud. me conteste me da alguna explicación. Y sin más que contarle se despide de Ud su amigo Manuel Arjona Velasco.

Contésteme pronto para tener buenas noticias de Ud. ya que tengo cinco muchachos y la mujer mala».

Esta carta está fechada el 26 de junio de 1958. El 23 de noviembre de 1957, el día del ataque, el hijo de este hombre estaba destinado en Tamucha, por lo que, como once más de sus compañeros, desapareció en combate. A día de hoy, sigue sin saberse su paradero.

Pero no queda aquí la cosa: tres años más tarde, es decir, en 1961, fue la madre la que escribió otra carta:

«Muy Señor mío, le escribo estas cuatro letras para decirle que ya hace tres años y pico que se perdió mi querido hijo, y todavía no me han podido mandarme la paga; así es que yo pongo toda mi confianza en Ud., yo quisiera que Ud. hiciera favor de que arreglara algo; porque ya hace un año que está todo arreglado y la paga está aprobada, nada más que mandarme el dinero y todos los papeles firmados a ver si me los manda y me cobra. Así es que haga Ud. el favor, o si no mi hijo perdido y yo me moriré con él también, porque mi marido no gana para medicinas y mi hijo es tan chico, ya que me quedo sin mi hijo que no sé dónde está, que tengo su madre porque me voy a morir de pena, que parece mentira que no se sepa nada de él, parece que se lo ha tragado la tierra porque yo de ver aquí la familia que cambiaron mi hijo pues resulta [ilegible] Bueno que no lo eche Ud. en olvido que yo tengo toda mi confianza en Ud. Bueno se despide de Ud. ésta que lo saluda y lo es JUANA JARANA CASTRO. Que me conteste Ud. a vuelta de correo diciéndome lo que sea».

Se me ponen los pelos de punta. Ninguna de las dos cartas fue contestada.

Cementerio de Sidi Ifni.
Cementerio de Sidi Ifni.

En cuanto a los fallecidos, a los que enterraron en Sidi Ifni, cuando se descolonizó el territorio, los trasladaron al cementerio de San Lázaro de Las Palmas. Allí los volvieron a enterrar, a mucho aún sin identificar. Y allí siguen.

Pero lo que aún resulta más inconcebible es que, a día de hoy, no se tenga una lista definitiva y real de bajas. Los diferentes autores y estudiosos no se ponen de acuerdo, cada cual da una cifra distinta. Tampoco se ponen de acuerdo entre qué fechas hay que contabilizar esas bajas. La mayoría las contabilizan desde el 23 de noviembre de 1957 hasta el 30 de junio de 1958, dejando de lado las que se produjeron antes o después de esas fechas, que fueron unas cuantas. Digo que es inconcebible porque cada soldado estaba encuadrado en una unidad, y todas disponían de una lista de revista diaria. Sólo con eso, se tenía que saber el número real de efectivos, las bajas producidas y el motivo. En algún archivo perdido tienen que estar esas listas.

No se pueden dar cifras exactas, pero las estimaciones de los diferentes autores (contabilizando Ifni y el Sáhara), oscilan alrededor de 200 muertos, 550 heridos y 150 desaparecidos.

Pero me estoy desviando de lo que quería contar.

Como decía, desde Madrid ordenaron al Estado Mayor de Ifni el establecimiento de un perímetro defensivo alrededor de la ciudad. Consistía de dos líneas de defensa: la Zona de Defensa Inmediata y la Zona de Defensa Exterior. Ambas líneas la constituirían una serie de Centros de Resistencia cuyo fin era bloquear el acceso a la ciudad a las fuerzas del Ejército de Liberación y garantizar la salvaguarda de la población ante un hipotético bombardeo artillero. La primera, la más cercana a la ciudad, se empezó a construir nada más producirse el ataque.

Un Centro de Resistencia era una organización defensiva ocupada y defendida por un batallón (o tabor) de infantería, organizado de forma que pudieran protegerse del enemigo en todas las direcciones, para lo que se dividía en una serie de organizaciones defensivas de rango inferior, todas ellas aisladas entre sí y defendibles en todas las direcciones. Se podría definirlo como un «erizo» compuesto por una serie de «erizos» en su interior. El elemento básico humano era el pelotón (unos 15 hombres al mando de un sargento o cabo 1º) que guarnecía cada uno de los diversos «erizos» llamados subelementos de resistencia. Como es lógico, ocupaban una serie de alturas y observatorios pertinentes. La línea más cercana a la ciudad, casi tocando con ella y en la que estábamos instalados, era eso que en las películas suena tan rimbombante: «la última línea de defensa» (Gurram, Bulaalam y Ait Ifni). Si caía, la ciudad estaba perdida. Ahora se trataba de construir una segunda línea más alejada. Este perímetro iba a constituir la primera línea de defensa.

Pero el Estado Mayor de Zamalloa detectó que las instrucciones de Madrid pasaron por alto una posible ruta de infiltración por el norte, por la ruta costera, por la que se podía sortear las defensas españolas y atacar la ciudad. Para cerrar este acceso, el general Zamalloa ordenó la toma del monte Buyarifen, desde el que se podía controlar la carretera que venía de Mirlef, en Marruecos, y pasaba por Tabelcut hasta llegar a Sidi Ifni.

Y, como es natural, nos tocó al II Tabor de Tiradores su ocupación. El 20 de diciembre, a la una de la madrugada, partimos del Centro de Resistencia A (Gurram), apoyados por una compañía expedicionaria del Batallón Fuerteventura, una sección de cañones sin retroceso y un pelotón de ametralladoras del Batallón Expedicionario del Regimiento Pavía nº 19, todos bajo el mando del comandante D. Juan Chica Bernal.

La operación, en principio, parecía sencilla. Nosotros teníamos que avanzar desde el borde norte del Centro de Resistencia A, hasta alcanzar la carretera a Tiugsa, y siguiendo la línea Sidi Ali el Hach-Buyarifen ocupar el vértice y ponerlo en condiciones de defensa. Se supone que íbamos a contar con apoyo aéreo y naval, así como cobertura artillera terrestre. La 6ª y 7ª compañías formaron el primer escalón de ataque, mientras que la 8ª, la mía, y la compañía expedicionaria constituían la reserva, y desde ese punto pude ser testigo del apoyo de la artillería naval. El crucero Canarias era el encargado de la misión, pero fue un puro desastre, ya que la mayor parte de sus proyectiles cayeron dentro de las líneas de avance propio. Menos mal que la mayoría no explotó, pues de haber sido así, nos hubieran destrozado. Además, el barco, una pieza de museo, resultó seriamente dañado por las vibraciones de los cañonazos y tuvo que ser llevado a Las Palmas para su reparación.

El general de división Fernández Aceytuno, en el número 798 de la Revista del Ejército, escribe que «En todas las operaciones terrestres en el territorio de Ifni próximo a la costa, como la ocupación del Buyarifen y el salto de Ercunt, los infantes contaron con el apoyo moral y material de las bocas de fuego de los buques de nuestra Armada, resultándoles reconfortante oír silbar por encima de sus cabezas los proyectiles procedentes de los cruceros y destructores con destino al campo enemigo.» Más que reconfortarnos, oír silbar esos proyectiles nos acojonaba por si nos caían encima y, además, les daba por estallar.

Pocos historiadores se ajustan a la verdad de unos hechos vergonzosos, de los que todavía existimos testigos vivos que podemos contar la verdad. En cuanto a la aviación, dos Heinkel de dos motores, dieron alguna pasada de ametrallamiento tan ineficaces como el bombardeo naval. O sea, que el monte Buyarifen se tomó como en los viejos tiempos: con la infantería escalando la montaña al asalto bajo el fuego del enemigo que apenas había sufrido bajas por el apoyo naval y aéreo. La resistencia fue tenaz, hasta que a las dos de la tarde la 6ª y 7ª compañía cubrieron los objetivos previstos y los de la 8ª pudimos establecer su franqueo fijo. Tuvimos muertos y heridos. Soldados españoles que cayeron por culpa de la improvisación y la nula capacidad de nuestras fuerzas armadas. Sangre española que ningún gobierno ha reconocido.

Estado actual del Buyarifen (Foto del autor)
Estado actual del Buyarifen (Foto del autor)

Una vez ocupado el Buyarifen, a mi compañía se le asignó la misión de fortificarlo y mantener la posición, es decir, tuvimos que cavar trincheras, nidos de ametralladoras y puestos de tirador. Me voy a ahorrar explicar lo duro que fue aquello. Era un terreno duro y rocoso. Teníamos que cavar día y noche bajo el peligro de las balas enemigas. Apenas teníamos descanso. Se tenían que cavar las trincheras, minar el terreno y extender las alambradas. Para su defensa contábamos con el apoyo de una sección de máquinas de la 10ª compañía. El abastecimiento se realizaba con mulos cargados de víveres y municiones, siempre hostigados por los guerrilleros. Todos los días a la misma hora, llegaba el convoy y, claro, los moros, que de tontos no tenían un pelo, esperaban su llegada para atacarlo. Los paracaidistas escoltaban el convoy desde la ciudad desplegándose por las montañas cercanas para evitar sorpresas. Pero nosotros también hacíamos parte del trabajo y cada día pelotones de Tiradores recorrían los aduares cercanos para despejarlos de guerrilleros.

En el Buyarifen pasé las navidades del 57. En la Península, se organizó una campaña para enviar aguinaldos a los soldados del África Occidental. La Falange cedió sus oficinas y se organizó una recogida bastante eficiente. Muchos particulares se sumaron a ella y también empresarios. La Codorniu mandó miles de botellas de champán, aunque pocas llegaron a las trincheras. La mayoría se quedó por el camino. Ocurrió lo mismo con los productos comestibles: turrón, mazapán, mantecados. En Las Palmas se amontonaron cajas de donativos suficientes para hacernos pasar las navidades con cierto desahogo, pero en aquellos momentos lo urgente era el envío de material militar. Hasta la leña y ladrillos se tenían que transportar en los aviones, por lo que los aguinaldos tenían que esperar mejor ocasión. Nos llegaron a cuentagotas durante los meses posteriores. Algunos nos comimos el turrón con bastante retraso.

Fotografía expuesta en la exposición «Ifni: la mili de los catalanes en África»
Fotografía expuesta en la exposición «Ifni: la mili de los catalanes en África»

Lo que sí nos llegó fue mucho tabaco enviado de las Canarias y muchas botellas de licor que amontonábamos en las trincheras. Otra cosa no, pero alcohol todo el que quisiéramos: vino, coñac, anís. Muchos jóvenes sanos se fueron de allí siendo alcohólicos, aunque aún no lo sabían.

Además, para demostrar que el gobierno se acordaba de sus soldados del África Occidental, nos mandaron a Gila, a la actriz Elder Barber y la cantante Carmen Sevilla, entre otros, para que nos alegraran las navidades. Pero, claro, sólo a la tropa guapa y bien vestida, a la que, según Diego Sánchez Cordero, «quedaba bien en el NODO». De hecho, con los artistas mandaron a todo un ejército de reporteros, periodistas gráficos y cámaras del noticiero. Se trataba de transmitir una sensación de normalidad. Actuaron para los paracaidistas, para los legionarios, para los compañeros de Tiradores que estaban en los cuarteles. Todos sonrientes, vestidos de bonito, lavados y afeitados. De nosotros, de los harapientos que estábamos en las montañas vigilando por la seguridad de todos ellos, no se acordó nadie. No existíamos. La imagen que se transmitía era que en Sidi Ifni todo era normal. La guerra no existía, por lo tanto, tampoco los muertos. Lo que se emitía en los cines o salía en los periódicos, era la sonrisa de Carmen Sevilla rodeada de soldados sonrientes, no los desarrapados muertos de hambre y sed, sucios y malolientes, que estábamos en los agujeros de las montañas.

Por eso me enerva que en el NODO se dijera que «actuaron para los soldados de primera línea». También que Antonio Herrero Andreu escribiera en el Faro de Ceuta que actuaron «hasta en las mismas trincheras ante legionarios, paracaidistas y tiradores. Para llevar esta alegría a los soldados en las trincheras hubo que trasladar en un camión del Ejército un grupo electrógeno, micrófonos, altavoces y toda la infraestructura propia para un evento de estas características, con el fin de quienes en plena línea de combate pudiesen recibir el cariño y alegría que estos soldados se merecían». Esas actuaciones en «primera línea» en realidad se realizaron para los soldados de la segunda línea de defensa, la más cercana a la ciudad y, por lo tanto, segura. Incluso, en el NODO se ven imágenes de Gila tomadas con toda seguridad en el Bulaalam, con el mar de fondo a tiro de piedra. Me alegro por mis compañeros que pudieron disfrutar del arte de Carmen Sevilla y el humor de Gila, pero que no distorsionen la verdad.

En realidad, y como dice Diego Sánchez Cordero: «Para la memoria, parece que lo más importante que ocurrió en Sidi Ifni durante las navidades del 57, fue la actuación de conocidos artistas de la farándula española». Y es cierto, la imagen más recurrente sobre el conflicto de Ifni, es la de Carmen Sevilla rodeada de paracaidistas bien vestidos y limpios. Nadie sabía nada de los que estábamos en las montañas y en qué condiciones estábamos. Como también dice Sánchez Cordero: «Una tropa tan fea y mal vestida no podía transmitir una imagen de normalidad en el territorio del África Occidental Española». Nosotros tan sólo éramos «Soldados pobres con caras de hambre, surgidos de la tierra que abre el pico y la pala. Sacados de aquellos cerros de peligros, penalidades y miseria, con andrajosos uniformes de trabajo y de combate».

De nuevo: En fin…

Esta era la realidad en la montaña:

Archivo de Ángel Ruiz.
Archivo de Ángel Ruiz.

Y esto lo que salia en el NODO:

Carmen Sevilla visita a las tropas españolas en 1957 durante la Guerra de Ifni.
Carmen Sevilla visita a las tropas españolas en 1957 durante la Guerra de Ifni.

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