Fuente: Catalunya Press
El 30 de junio de 1969 el general José Vega, último gobernador español
de la «provincia» de Ifni, entregó la soberanía del enclave a Marruecos
en la persona general Ufkir, a la sazón ministro del Interior de este
último país y que tendría, pocos años después, un trágico final cuando
fue ejecutado por orden de Hassan II al fracasar en su intento de dar un
golpe de Estado. Ifni ha sido, sin duda, el más incomprensible e inútil de los
territorios coloniales de España y a su manera uno de los más
conflictivos.
Los generales Vega y Ufkir firman la entrega de Ifni el 30 de junio de 1969.
Su justificación se fundamentó en una torre construida en
torno a 1476 por Diego García de Herrera en la costa africana con el fin
de comerciar y capturar esclavos para el cultivo de la caña de azúcar
en Canarias. Destruida por los nativos entre 1524 y 1526, cayó en el
olvido hasta que España impuso a Marruecos, en el tratado de paz de
1860, reconocer su derecho a recuperar el lugar donde había existido “un
establecimiento de pesquería”, algo que nunca fue la torre. Se atribuye
la ocurrencia a O’Donell, a la sazón general victorioso y presidente
del Consejo, con el propósito de beneficiar a sus paisanos canarios que
venían faenando desde siglos pretéritos por las costas aledañas.
El asunto planteó desde el principio varios problemas: el primero,
determinar dónde pudo estar emplazada la torre de Santa Cruz,
interrogante que suscitó enconados debates y dos expediciones marítimas,
las del barco Blasco de Garay y de la goleta Ligera, y se resolvió en
favor de la desembocadura del río Ifni, el lugar más improbable de
todos; el segundo, conseguir la ocupación efectiva de dicho lugar, tarea
que costó innumerables negociaciones, inicialmente con el sultán y
luego con Francia, y no se logró culminar hasta 1934, ¡74 años después!;
el tercero, la inaccesibilidad por mar, habida cuenta de las
desfavorables corrientes del Atlántico, así como la dificultad de llegar
por tierra e incluso por aire; y el cuarto, la reivindicación de
Marruecos tras su accesión a la independencia, que dio lugar a un
conflicto armado en 1957-1958, la llamada “guerra de Ifni”, pese a que
tuvo un escenario más prolongado y sangriento en el Sáhara.
La decisión del régimen franquista de distanciarse del
numantinismo colonial salazarista y la pragmática aceptación la doctrina
descolonizadora de la ONU --la «doctrina Castiella»--, dio lugar la
descolonización de Guinea en 1968, la retrocesión de Ifni a Marruecos en
1969 y más tarde a la vergonzosa evacuación e inconclusa
descolonización del Sáhara.
Pese a la inevitabilidad
de la renuncia a Ifni que, por lo demás, fue una colonia sin riquezas
naturales, ni pesca, que sólo ocasionaba gastos y problemas, la decisión
adoptada al respecto por el gobierno suscitó reticencias en el propio
régimen. Pesaba sin duda una «provincialización» de dudosa legalidad
adoptada en 1958 --descalificada sin ambages como “medida puramente
funcional” en el informe que emitió el Consejo de Estado el 7 de
noviembre de 1968--, por lo que el Consejo de Ministros, pese a no estar
obligado a ello, sometió a las Cortes españolas el tratado de
retrocesión negociado con Marruecos. La sorpresa fue mayúscula puesto
que en una asamblea en la que los proyectos se aprobaban con harta
frecuencia con escasos votos en contra, cuando por unanimidad e incluso
por aclamación, la votación, que se exigió nominal, obtuvo 70 votos
desfavorables.
El antiguo gobierno general español de Ifni.
Como suele ocurrir con la nefasta praxis poscolonial practicada por los
diferentes regímenes españoles, nuestro país se desentendió del
territorio desde el día siguiente a su entrega. Retiró pronto en favor
de Agadir el consulado que se había establecido en Sidi Ifni y cesó toda
presencia cultural y económica en una ciudad hermosa y bien planificada
que se construyó sobre un antiguo y desastrado aduar llamado Amezdog.
Los baamaranis, la mayor parte de los cuales hablaban correctamente
español, pasaron de disfrutar de una nacionalidad europea a otra que
requiere visado para ir a cualquier país, de disponer de vuelos diarios
desde su ciudad a Madrid y Las Palmas a tener que desplazarse por
incómodas carreteras y de beneficiarse de trabajo y de una intensa
actividad comercial y económica a convertirse en un apéndice olvidado de
Marruecos.
Sólo tras las manifestaciones habidas hace pocos años, en las que, como
protesta al olvido a que les había condenado el majzén, ¡llevaron
banderas españolas! Rabat accedió a convertir el territorio en una nueva
provincia y en nuestro último viaje --abril de 2019-- constatamos que
se estaba construyendo una autovía con Gulimín. No es extraño que
aquella breve presencia española se recuerde, incluso por quienes no
habían nacido entonces, como una verdadera edad de oro al punto de que
paseando yo en cierta ocasión por la «barandilla» --el hermoso mirador
de la ciudad sobre el Atlántico-- en uno de mis últimos viajes, cuando
unos adolescentes oyeron que habla español, me espetaron a voz en grito:
“¡Bienvenido a Santa Cruz de Mar Pequeña! ¡Esto no es Marruecos!”.
¡Cáspita!
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