Fuente: Amapolas y Gasolineras (Blog) (28/11/2016)
El 19 de
septiembre de 1960 fue un día como otro cualquiera en Sidi Ifni. No se
conservan las estadísticas meteorológicas de la época, pero es fácil deducir
que el sol de finales de verano protagonizaría aquella jornada, obligando a los
militares españoles y al resto de ciudadanos a circular por la sombra y
resguardarse del calor. La pomposamente llamada “Plaza de Soberanía”, tan lejos
de todo y de todos, se estiraba con languidez a lo largo de la costa, mirando
al mar sin interés, como esos gatos que se enroscan a una prudencial distancia
de la chimenea, sabedores de su mordisco de fuego. Seguramente alguien nacería
ese día en Sidi Ifni, o moriría, o se casaría (en estos pueblos pequeños siempre
está naciendo alguien, o muriéndose, o casándose), pero por muy importantes que
puedan parecer tales acontecimientos (y que no se me enfaden aquellos que
nacieron o se casaron en aquella fecha, los que se murieron me dan un poco igual),
no fue eso lo más trascendente que pasó para Ifni aquel día. Lo más trascendente
que pasó para Sidi Ifni aquel día tuvo lugar a diez mil kilómetros de distancia,
al otro lado del Atlántico.
El 'Twist Club' de Sidi Ifni.
Ese día 19 de
septiembre de 1960 se encaramaba a lo más alto de la lista Billboard una
canción de título retorcido: “The Twist”, interpretada por Chubby (“gordito”)
Checker, un vocalista completamente desconocido que revolucionó el mundo con un
baile que aún hoy causa furor en los guateques más camp (“con el pie hágase
como si apagara un cigarrillo contra el suelo, mientras con las manos simula
secarse los riñones con una toalla imaginaria”, recomendaba un locutor
enrollado). El bueno de Chubby repetiría un par de años después con “Let’s
twist again”, para a continuación desaparecer de las listas y pasar a engrosar
el memorial de los artistas que rozaron la gloria y después adiós muy buenas.
Pero aunque no lo sepa, Mr. Checker dejó plantada una semillita que germinaría
unos años después en aquella improbable Plaza de Soberanía de la que hablábamos
al principio, y que llevó a algún empresario medio ye-yé (quizás enriquecido
con el comercio de pescado, la fuente de riqueza local más apreciada) a liarse
la manta a la cabeza y abrir el “Twist Club”, el establecimiento en el que
menearon el esqueleto (por emplear la terminología de la época) los escasos
habitantes de Ifni así como modernos, y que cerraría apresuradamente sus
puertas el 30 de junio de 1969, el día en el que España cedió la soberanía de
Ifni (¡incluyendo, que no se nos olvide, la del “Twist Club”!) a Marruecos.
Sifi Ifni, años 60.
Portada del álbum 'The Twist' de Chubby Checker.
Supongamos que
allí actuaron los dos o tres conjuntos de melenudos locales (a falta de
registros fiables, inventémonos sus nombres: Los Pinkie’s, o Los Easy Guitar’s,
incluso Los Moritos del Ritmo) que había en todas las ciudades de su tamaño en
España, y que suplían con entusiasmo sus carencias musicales. Supongamos que
las chicas minifalderas (esas primas un poco locuelas cuya mera mención provoca
murmullos reprobatorios entre las abuelas y las tías abuelas) acudirían
encantadas a bailar y olvidar las angustias derivadas de la guerra en sordina
que cercaba la cada vez más aislada Ifni. Supongamos que, en la oscuridad de
sus esquinas y recovecos, se trabaron discretos adulterios, también romances que
acabarían (o no) en boda. Supongamos que los camareros sirvieron con
generosidad esas copas de anís y de orujo que tan eficaces fueron para hacer
olvidar a la soldadesca los horrores de las trincheras, a apenas unos
kilómetros de allí. Supongamos que algunos espíritus libres se atrevieron a fumar
esas hierbas que, según juraban, expandían la mente y te hacían ver las cosas
que se esconden en la cara B de la realidad. Supongamos que algún artista de la
península (por ejemplo Los Bravos) accedieron a tocar sus hits en aquel rincón
perdido (¿Sidi qué?, preguntaría un confundido Mike Kennedy cuando le montaron
en el avión), logrando que los chavales más modernos y las chicas más vacilonas
les acosaran por la noche, intentando convencerles para ir a bañarse a la
playa, ¡podemos asar sardinas, Mike!, no, gracias, estamos muy cansados y
mañana tenemos que madrugar para volver a Madrid. Supongamos que. Supongamos
que. Supongamos que.
Pero lo que
sigue no es una suposición, hay documentos que lo prueban, fotos, ahí
tenemos una. Muchos años después, en febrero de 2011, Muñoz
se pone su camisa de colores y llega a Sidi Ifni haciendo uno de esos
viajes
que hace él (así como medio melancólicos y medio disparatados). Sale a
conocer
la ciudad, ve palmeras y mezquitas, se come un cuscús morrocotudo, pasea
un
poco para bajarlo, y, al torcer por la Plaza Hassan II, se encuentra de
repente
con la sorpresa de contemplar el cartel del “Twist Club” (¡El “Twist
Club”!
¡Qué bueno!). Ya lo que le faltaba, no tarda ni un minuto en ponerse a
fantasear: esto no es casualidad, qué sitio más ideal para poner un club
de
música, si lograra contactar con el actual propietario podría indagar si
tiene
interés por reabrirlo, podría intentar alquilarlo (no creo que me pidan
una
renta excesiva) y montar ese club de pop y rock con el que llevo tantos
años
especulando y al que siempre he querido llamar “Mogambo” (aunque
reconozco que
“Twist Club” es mejor aún como nombre, es insuperable), me vestiría como
un
supervillano de James Bond y me haría llamar Dr. Achilipú, solo se
escucharía
la música que a mí me gusta, nada de tecnomierdas ni de chorradas
pseudolatinas,
dedicaríamos un día (los jueves, por ejemplo) al pop español de la
época, y solo
dejaría entrar a aquellos que pertenecemos al Club de Corazones
Solitarios, con
un par de camareros tendríamos suficiente, ah, y pondría jazz los
domingos por
la noche, porque el jazz es una música muy de domingos por la noche,
etc, etc, etc,
todo ese arsenal de ensoñaciones que lleva años y años amasando y que no
termina de edificar (pero qué buen rato pasa con ello, y además no hace
mal a nadie)
En la puerta del 'Twist Club'.
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