Fuente: CTXT
Huérfana de madre e hija de un combatiente republicano
desaparecido durante la guerra civil española, Matilde se traslada a
casa de su tío, teniente coronel del ejército franquista destinado en
Ifni. Una colonia española, fundada en la costa atlántica de Marruecos
en 1934, que mantuvo cierto espejismo imperial hasta que el régimen de
Franco fue obligado a devolverlo a Marruecos en 1969.
Aunque existe abundante bibliografía histórica sobre la guerra de
Sidi Ifni, se trata de la primera vez que una mujer describe en Todo quedará en la sombra
cómo vivieron ellas y los niños la época del asedio y posterior
masacre. Una voz narrativa, con la que Ana María Alonso
Fernández-Aceytuno (Las Palmas de Gran Canaria, 1949), ha obtenido el
Premio Internacional de Novela Benito Pérez Galdós 2019, que convoca el
Cabildo de Gran Canaria.
Faro de Sidi Ifni.
La novela se desarrolla entre 1955 y 1958, a través de la voz de
Matilde, una joven que cuenta su encrucijada en un lugar de extraña
belleza y aparente calma ambiental, donde la tierra roja tiene trazado
ortogonal como un campamento romano, donde descubre el orgullo del
bereber (de la tribu Ait Baamarán), las costumbres de sus habitantes y
sus conflictos personales.
Ficción e historias reales se mezclan para rescatar un mundo
olvidado, una memoria mutilada en la vorágine de la historia española
contemporánea, de la mano de una mujer muy joven.
Matilde va construyendo, según avanza la novela, el complejo
microcosmos humano que existía entre militares y nativos en aquel remoto
enclave africano situado sobre una meseta, al borde del océano. Un
lugar donde los grupos “eran impermeables los unos con los otros, pero
convivían plácidamente hasta que empezaron los conflictos”, describe la
autora. En Ifni “no habían existido ni tiros, ni sangre y, por tanto, el
lastre de odios y venganzas que las guerras arrastran, no existía”.
Todo quedará en la sombra recorre una página de la historia
reciente de España, sueño colonial del franquismo, insuficientemente
reflejada en la narrativa contemporánea. La primera presencia española
en Ifni arranca a finales del siglo XV, cuando un noble canario
construye Santa Cruz de la Mar Pequeña, una fortificación en la costa
africana que usa como protección para las expediciones militares en la
captura de esclavos.
Los españoles serían desalojados en 1524 por los bereberes de la
zona, y tres siglos después el territorio se convertiría en un regalo
del sultán Mohamed IV a España, tras unos acuerdos de paz que pusieron
fin a la Guerra de África, aunque su anexión práctica no tiene lugar
hasta la II República.
La llegada de Matilde a Ifni en 1955 coincide con la pérdida de la
tranquila convivencia entre colonizadores y colonizados, como
consecuencia del abandono por parte de Francia de su protectorado en
Marruecos. Mohamed V decide unificar todo su territorio incorporando
Ifni al reino alauí, y en apenas seis meses de lucha armada entre 1956 y
1957, las tropas españolas se encuentran batallando con el Ejército de
Liberación Marroquí por su control.
En la guerra de Sidi Ifni los combatientes españoles, la mayoría
soldados de reemplazo obligatorio que fueron llevados al territorio del
África Occidental a cumplir con su servicio militar, sufrieron
penalidades sin límite en las trincheras y puestos de vigilancia
montañosos, luchando con medios prácticamente obsoletos, sin apenas
munición, y donde los legionarios españoles llegaron a calzar alpargatas
para combatir en un terreno de arena y piedra.
“El generalísimo conocía muy bien las colonias africanas”, describe
Alonso Fernández-Aceytuno. “En Canarias y el norte de África se había
iniciado el alzamiento; en Sidi Ifni se formaron, con los indígenas, las
fuerzas de Tiradores que fueron a luchar a la península; cientos de
amranis habían muerto a las órdenes del ejército”. La parte histórica,
la sensación de traición y abandono, se funde con una trama amorosa, la
complejidad del amor enfrentada a la lealtad, pero también la
irracionalidad de la guerra que costó mucho sufrimiento inútil.
Un conflicto bélico que en apenas ocho meses segó la vida de unos 400
soldados del bando español, 574 heridos y mutilados, y 80
desaparecidos. El número de bajas entre los partisanos marroquíes que
trataban de desalojarlos es indeterminado, algunos historiadores hablan
de miles.
La escritora conocía bien Ifni porque ya sus primeros seis años de
vida transcurrieron allí, en un puesto del interior llamado Tiugsá (en
Tagragra), donde estuvo destinado su padre militar, y el séptimo año en
El Aaiún, hasta que en 1956 su familia se traslada definitivamente a Las
Palmas de Gran Canaria.
La novela refleja la vida cotidiana no militar, la asistencia de
profesoras procedentes de la isla para examinarlas, describe el
avistamiento de los barcos, la espera y la inquietud. El intento de
Matilde por detener una boda entre Aisha y un hombre mayor al que no
quería, la cólera del coronel al enterarse. Las costumbres de los
nativos, los arquetipos de la época, el fuerte militar, el casino.
La mirada crítica de Matilde provoca la hostilidad de su tía, apodada
la “coronela”, al tiempo que sus nuevas vivencias la conducen a un
estado de confusión sobre su propia identidad, que es la de la autora,
Ana María Alonso Fernández-Aceytuno, que a los 18 años se trasladaría a
Salamanca para estudiar Medicina y hacer la especialidad de Anatomía
Patológica en Barcelona. Hasta 2014, cuando se jubiló, trabajó en la
sanidad. Es entonces cuando se decidió a escribir esta novela, una
historia que acampó en su corazón desde muy niña.
Durante cuatro años se documentó mediante otras novelas, artículos,
revistas y textos escritos por militares en el Archivo General Militar
de Madrid, viajó dos veces a la región norteafricana buscando
testimonios de quienes vivieron en la ciudad colonial española, escuchó
los de su mejor amiga en Ifni, además de la historia oral que le
transmitieron su madre y su abuela. Así nació su novela.
El panteón 18
Durante el proceso de descolonización del antiguo Sáhara Español, el
Gobierno tomó la decisión de trasladar a tierras isleñas los restos
mortales de los militares enterrados en el cementerio español de El
Aaiún, muchos de ellos muertos durante la guerra de Sidi Ifni y en los
enfrentamientos con grupos armados en el Sáhara en los años 50 y 60. En
1976 llegaron los cuerpos a los cementerios de Vegueta y San Lázaro, en
Las Palmas de Gran Canaria.
En la actualidad hay 81 nichos en el cementerio de Vegueta
perfectamente identificados, mientras que en San Lázaro hay 126 de los
cuales 21 permanecen sin nombre. En el panteón 18 yace un número
indeterminado de hombres “que regaron con su sangre y sudor las tierras
del Sáhara y Sidi Ifni”, reza la placa, en la llamada “guerra oculta” de
España, la silenciada a la opinión pública por Franco.
En enero del 2004, el Ministerio de Defensa inició actuaciones para
averiguar la identidad de los militares enterrados sin identificar.
Según el Mando de Canarias, dependiente del Ejército de Tierra, “se está
completando la relación de los fallecidos cuyos restos reposan en
nuestro panteón”.
Sesenta años después de aquella guerra, Todo quedará en la sombra, los
restos mortales de estos jóvenes soldados de reemplazo, cuyo sacrificio
fue infructuoso, aún no han sido devueltos a sus familias con un mínimo
de reconocimiento moral.
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