Fuente: El País
(Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 26 de junio de 1994)
Cuando el 30 de junio de 1969, hace 25 años, las tropas españolas
abandonaron definitivamente el enclave africano de Sidi Ifni, después de
más de tres décadas de colonización, tuvieron especial cuidado en
llevárselo todo. Incluso se llevaron el repetidor de teléfono, el de la
televisión y los cadáveres de los soldados españoles, pertenecientes a
la Primera y la Segunda Bandera de Paracaidistas, muertos 10 años antes
en los combates contra el Ejército de Liberación Nacional Marroquí. Sin
embargo, en esta huida precipitada, España se dejó olvidadas muchas
cosas, entre otras su propia historia.En Sidi Ifni este olvido es más
perceptible al atardecer, cuando entre las sombras de la antigua plaza
de España, hoy Hassan II, se oye en ocasiones susurrar en español. Son
los ancianos y también los jóvenes, que deambulan sin rumbo fijo, pero
que inevitablemente acaban. encontrándose en la Barandilla, para
contemplar desde allí el espectáculo de un océano embravecido.Algunos
metros más allá, el ex soldado indígena Mohamed Ben Madani, sigue
imperturbable, como si estuviera en su garita de guardia, custodiando la
puerta de lo que fue un día el club de suboficiales, muy cerca del
antiguo Centro Profesional Carrero Blanco. Vigila de cerca la entrada
del club siempre vacío, pero. también su. carro, bautizado con la
matrícula karro Ben Madani, convertido en un escaparate ambulante de golosinas y cigarrillos.
Vista de Sidi Ifni.
Mohamed
Ben Madani es un capítulo de la historia. Ingresó en el Ejército
español en 1938. Luchó en la guerra civil y asegura con orgullo que
estuvo presente en los frentes de Salagusa, Lérida, Tortusa, Taraguna y Jeruna y que
recibió por su valentía la Cruz Roja del Mérito Militar y la Medalla de
la Campaña. Recuerda incluso vagamente que fue herido dos o tres veces,
pero que nunca llegó al hospital y que se curó de servicio, en la
cocina. Fue licenciado sin muchos honores en junio de 1957, con una
carta de recomendación y una pensión 1.000 dirhams al mes, equivalente a
unas 15.000 pesetas. Las recibe puntualmente, cuando los oficiales de
la Pagaduría de Las Palmas llegan a la ciudad, se instalan en el antiguo
Consulado de España y recuentan una y otra vez, detrás de una mesa,
cubierta con un mantel de fieltro verde, a los olvidados de España. Son
los supervivientes de los Tiradores de Iffli.
"¿Cuántos años tienes, Mohamed?".
"¿Años de vida?", se pregunta este veterano del Ejército español,
mientras apura y reflexiona en torno a una colilla, sin llegar a
encontrar una respuesta exacta. Trata de calcular su edad, a partir de
su llegada a Sidi Ifni, cuando procedente de su ciudad natal, Tarudant,
en el Atlas, llamó a las puertas del cuartel y solicitó ingresar en
filas. Apenas tenía 15 años y los oficiales españoles trataron de
rechazarlo, diciéndole que era "demasiado pequeño y bajo como para poder
llevar un fusil al hombro". Lloró desconsoladamente y les explicó que
si volvía a su ciudad le cortarían la cabeza. Le acabaron dando una
ametralladora ligera y formó así parte de una división de choque, temida
en el frente y bautizada con el sobrenombre de La Mano Negra."Salimos de aquí en barco. Primero Canarias. Después Cádiz. Con tren por Algeciras y Salagusa.
Allí dos o tres días. Pasamos un río por la noche. No hablar. Ni una
cerilla. Ni nada. Pero cuando salió el sol; ta-ta-taa.... Mucha gente
muerta. Tú no sabes cuánta gente matas. Quién sabe. Tú sólo tiras. Yo no
mato a nadie. Sólo es Dios quien mata. Muchos muertos. Muchos. Luego
Tortusa, Taraguna, Gandesa y Barcelona. Plaza Cataluña y las Ramblas. El
día del desfile. Volvimos a Las Palmas y en 1948 al Sáhara".
Después de la guerra civil lograron regresar a Africa sólo la mitad
de los 9.700 Tiradores de Ifni, todos ellos soldados indígenas,
encuadrados por oficiales y mandos españoles. La unidad, que tenía su
cuartel central en la entrada de la ciudad, en lo que hoy es la sede de
las Fuerzas Armadas Reales marroquíes, se disolvió poco antes de que
España abandonara el enclave. Hoy sus tropas han quedado diezmadas por
la miseria, la vejez y el olvido. En Sidi Iffli sólo 500 de ellos cobran
una ínfima pensión, una décima parte de la cobrada por sus compañeros
de nacionalidad española. Las viudas de estos soldados indígenas no
tienen derecho a indemnización alguna. Las reclamaciones se acumulan
desde hace años en el Ministerio de la Defensa. Es la indiferencia, que
desemboca en la indigencia.
"Nos gustaría un día poder pasear por las Ramblas", afirman con los
últimos Tiradores de Ifni, mientras tratan de recuperar su orgullo y de
explicar de manera tumultuosa su propia historia. Todo ello sucede en
una esquina del barrio de Muley, Rachid, en las primeras cuestas que
conducen hacia la montaña del Bulalam, hoy cubierta por la niebla o la dbaba.
Pero estos veteranos no sólo lucharon en la guerra civil española.
Tratan de esconder su última batalla. La que dieron sobre este mismo
territorio, en 1957, cuando tuvieron que enfrentarse al
Ejército marroquí. Se les colocó otra vez en primera línea. Carecían de
armas apropiadas y volvió a repetirse la masacre. Algunos de ellos
reconocen que fue una verdadera carnicería. Pero sobre todo fue el
principio de un exilio y de una larga agonía. Ellos lo perdieron todo,
incluidas la dignidad y las medallas ganadas en España. Desde entonces
aseguran que Sidi Ifni ha sido castigada, por el Gobierno de Rabat.
"El Gobierno ahora es otro", sentencian con resignación los viejos
tiradores, mientras juran que no guardan, aparte de su documentación
personal, ni un solo cuerdo de su paso por el Ejército español.
Cuando en 1969, tras 12 años de cerco, Sidi Ifni
acabó volviendo a Marruecos y se originió la estampida, el Gobierno
español retuvo sólo la propiedad del edificio de la Pagaduría Militar,
convertida después en Consulado de España, así como otras 21 viviendas.
Todo este patrimonio ha venido siendo controlado y tutelado por el
sargento Aixa Mulud Benaid, de 64 años de edad, veterano primero en
Tiradores de Ifni y después en la policía indígena. Ha sido el guía y el
testigo mudo de la venta de los últimos edificios de España, incluido
la del viejo y destartalado consulado, que puede acabar, en los próximos
días, en manos de un empresario de Agadir.
Pero la última superviviente en Sidi Ifini será siempre María. Tiene
una edad indefinida. Vive en un pequeño chalé, en estado ruinoso,
situado cerca de la plaza de España, rodeado de jazmines salvajes.
Hermana de un ingeniero del Ejército, originaria de León, llegó a la
ciudad hace 20 años para vender sus últimas propiedades familiares.
Entre éstas se encuentran el Club Twist, hoy clausurado, pero que en la
época dorada de la colonización española, constituyó el centro de
reunión más selecto de la soldadesca. En esa larga espera María parece
haber enloquecido.
Es una conversación imposible, llena de paréntesis y monólogos.
Cuando doy por acabada la visita, María se levanta, me acompaña hasta la
puerta del jardín, mientras alarga sus brazos y empieza a gimotear: "No
te olvides de mí, no te olvides de Ifni".
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