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Una política de disuasión nunca implementada: el plan Madrid
Pardo de
Santayana cesó en su cargo de Gobernador General del A.O.E. el 23 de
mayo de 1957, por razones de edad. Su sucesor iba a ser el laureado
general Mariano Gómez Zamalloa, destacado militar del bando nacional
en la Guerra Civil, que obtuvo la máxima distinción militar española
durante la batalla del Jarama por su defensa de la posición del
Pingarrón.
Sin
embargo, apenas unos días antes de dejar el cargo, Pardo de Santayana
envió sendos telegramas dando cuenta de la situación actual en los
territorios del A.O.E. En el primero de ellos, dirigido a la embajada
española en Rabat, informaba que:
«Tengo
informes y datos suficientes para suponer casi segura una acción del
Ejército de Liberación contra nosotros en el Sáhara en plazo de mes o
mes y medio. Ruégole que en lo posible y con conocimiento ambiente
medios Rabat me advierta posibilidades este supuesto, interviniendo en
lo posible para evitar tal contingencia. Agradeceré informes estado
actual pretensiones Marruecos sobre Ifni tanto diplomáticas como acción
directa. Ruego asimismo contestación lo más urgente para prevenirme
acontecimientos». (“Órdenes y comunicaciones cursadas”, SHM, legajo 5,
carpeta 18).
El segundo telegrama iba dirigido a la Dirección General de Plazas y Provincias africanas, a la que advertía que:
«En
relación con su cifrado fecha 21 mayo sobre conversaciones carácter
política africana de Ministerio Asuntos Exteriores creo que después
entrevista emisario con el enviado por General Bourgund debo someter
consideración Gobierno respuesta colaboración francesa aun atendiendo
últimos informes recibidos acerca Ejército Liberación que pueden suponer
grave amenaza para nuestro Territorio en plazo no inmediato que puede
cifrarse en mes o mes y medio». (“Órdenes y comunicaciones cursadas”,
SHM, legajo 5, carpeta 18).
Así pues,
antes de abandonar su puesto, Pardo de Santayana denunciaba por última
vez la amenaza que se cernía sobre los territorios del A.O.E.,
esperando, infructuosamente, hacer cambiar de punto de vista al
gobierno.
El
gobernador saliente no esperó la llegada de su relevo, sino que abandonó
el A.O.E. antes de la llegada de Gómez Zamalloa, consciente de la
situación que dejaba, y comentando a sus colaboradores más cercanos que
«en mi vida he tenido ocasión de rebelarme tres veces: una en el 32 con
el general Sanjurjo, otra en el 36 con el general Franco y otra en el
57, con motivo de la crítica situación a que se había llegado en los
territorios bajo mi mando», (Fernández-Aceytuno, 2001: 460) situación
que achacaba a las órdenes que había recibido de Madrid.
El nuevo
Gobernador General no tuvo más remedio que seguir las órdenes recibidas
desde Madrid y que tanto malestar le habían causado a Pardo de
Santayana. Sin embargo, logró obtener autorización para intensificar la
colaboración ya establecida inicialmente por Pardo de Santayana con los
franceses, dándole, ahora sí, mayor amplitud al contar con la sanción
oficial del Pardo.
Sin
embargo la situación general, lejos de apaciguarse, fue incrementando
paulatinamente su nivel de violencia. Los incidentes entre tropas
españolas y el Ejército de Liberación continuaban siendo la tónica
general, incluyendo el asesinato selectivo de nativos al servicio de las
autoridades del A.O.E. (Bosque, 1998: 100). El objetivo estaba claro:
minar la moral de las fuerzas reclutadas localmente y provocar su
deserción para disminuir la fuerza militar española en la zona; como
objetivo secundario, mostraría a la población civil la incapacidad de
las autoridades españolas de protegerla, ya que ni siquiera eran capaces
de defender a sus propios soldados.
Significativamente,
Gómez Zamalloa, tras analizar la situación en el territorio, dirigió un
informe al Director General de Marruecos y Colonias (“Carta a José Díaz
de Villegas”, SHM, legajo 3, carpeta 6) en el que detallaba sus
impresiones, señalando que: […] estimo es necesaria la eliminación de
las bandas del Ejército de Liberación, una vez agotados cuantos
procedimientos pacíficos pudiera haber, llegando, paulatinamente, a un
cierre o corte de abastecimientos bien en el Draa o en la Saguia el
Hamra, o a una acción de fuerza siempre que se disponga de los medios
necesarios y para ello creo conveniente la colaboración francesa.
- Las
partidas existentes van engrosando continuamente con filiación de
nativos y existe la posibilidad de una sorpresa en algún punto e incluso
producirse en el plazo de dos o tres meses un ataque general.
- Quedó
claro el deseo francés de plasmar el cambio de impresiones verificado en
un protocolo o tratado en el que se especificase dicha colaboración
- Se
precisó su preocupación ante un posible ataque o pérdida de puntos
neurálgicos (Smara, Bir Huaren, Auserd) y el deseo de apoyar con sus
medios su mantenimiento.
- Parece
deducirse, buscan la colaboración por todos los medios y que incluso
procuran forzarla de una manera más o menos encubierta, sirviendo de
pretexto el estado de ánimo de sus administrados por los incidentes que
dicen provocados por desaparición de nativos al cruzar la frontera que
suponen y achacan al Ejército de Liberación.
- Finalmente,
creo necesaria una colaboración parcial mientras se agotan los medios y
procedimientos pacíficos o se procura el cierre de la frontera y una
colaboración total siempre que dispongamos de los medios necesarios, y
en el caso de agresiones que incluso pueden ser más o menos provocadas.
Es
decir, que Gómez Zamalloa advertía que la situación estaba escapando al
control español, y que, aunque insistiría en los medios pacíficos para
contener las pretensiones de los guerrilleros, no podía descartarse un
ataque contra las fuerzas españolas, de manera que reclamaba,
solapadamente, un incremento de tropas. Y como punto principal, sostenía
la necesidad de colaborar con las fuerzas francesas para garantizar la
más rápida y completa victoria posible sobre los guerrilleros.
La espiral
de violencia continuó aumentando con el transcurso de los meses hasta
llegar a la denominada guerra de agosto, cuando las fuerzas españolas
tuvieron los primeros choques armados de relativa importancia con el
Ejército de Liberación, cuyas fuerzas se estimaban, a finales de julio
de 1957, en unos mil ochocientos efectivos en y alrededor de Ifni
(Alonso, 2010: 149).
Por su
parte, las fuerzas españolas se situaban, tras la llegada de algunos
refuerzos y traslados de tropas entre los diversos territorios del
A.O.E. en unos tres mil seiscientos efectivos, distribuidos entre el
Sáhara e Ifni (Casas, 2008: 143-144). En concreto, en Ifni se desplegaba
el Grupo de Tiradores de Ifni nº1 (salvo su III Tabor) con unos mil
cien efectivos, el Grupo de Artillería a Pie nº1 (trescientos cincuenta
efectivos) y la II Bandera Paracaidista (cuatrocientos efectivos). En el
Sáhara se situaban las XIII y IV Banderas de la Legión (setecientos y
seiscientos sesenta efectivos respectivamente) y el III Tabor del GTI
(cuatrocientos efectivos).
Ante la
situación creada, Madrid se avino, finalmente, a mantener una reunión
para establecer líneas de actuación destinadas a expulsar al Ejército de
Liberación del Sáhara, pero la tan largamente esperada cumbre resultó
ser una gran decepción para Gómez Zamalloa. Celebrada el 27 de julio de
1957 en Madrid, asistieron, aparte del gobernador del A.O.E., el propio
Franco, el almirante Carrero Blanco, los tres ministros militares
(almirante Felipe José Abárzuza, ministro de Marina, teniente general
Antonio Barroso, ministro del Ejército, y teniente general José
Rodríguez y Díaz, ministro del Ejército del Aire) y sus respectivos
jefes de Estado Mayor (Alonso, 2010:155). Gómez Zamalloa insistió en la
necesidad de refuerzos, estimados en una unidad tipo batallón para Ifni y
otros dos para el Sáhara, a lo que Franco se negó repetidamente
(Segura, 2006: 188). Tras las continuas insistencias del gobernador, a
las que el dictador español se negó a prestar oídos, Franco pasó de
tutearle a tratarle de usted, señal inequívoca de su enfado, al mismo
tiempo que uno de los asistentes le espetaba a Gómez Zamalloa un
lacónico “Mariano, no insistas más” (Alonso, 2010: 145-146).
Por tanto, la reunión, de la que salió un plan de actuación denominado “Plan Madrid”, (“Síntesis del Plan Madrid”,
27de julio de 1957, SHM, legajo 6, carpeta 1) descartó el incremento
de presencia militar en el A.O.E., algo que hubiera constituido una
clara muestra de determinación política frente al Ejército de
Liberación. En concreto, este plan abogaba por incrementar la presión
política sobre Rabat para lidiase con el Ejército de Liberación, a pesar
del hecho de que los guerrilleros escapaban al control de la monarquía
alauita, para, seguidamente, pasar a una fase de ataque a cargo de la
aviación. Tras esta actuación aérea, se entraría en la tercera fase, a
cargo de fuerzas motorizadas que acabarían de expulsar a las partidas
guerrilleras para, posteriormente, desplegarse para garantizar la
soberanía española del territorio y evitar nuevas infiltraciones. Además
se autorizaba a Gómez Zamalloa a establecer contacto con las fuerzas
francesas para colaborar en la expulsión de los guerrilleros del Sáhara.
Por tanto, solamente se estimaba necesario el envío de refuerzos una
vez hubiesen fracasado por completo todos los esfuerzos diplomáticos,
una línea de actuación que se continuaba priorizando, a pesar de que el
acompañamiento de dichas acciones con un despliegue militar adecuado en
el A.O.E. hubiese sido una medida de mucho mayor alcance.
El
documento resultaba de escasa credibilidad por varios motivos. En primer
lugar la actuación española se circunscribiría exclusivamente al
Sáhara, pero no se decía nada de Ifni, con lo que solamente se atacaba
la mitad del problema. Además, se confiaba demasiado en la actuación de
unos medios aéreos escasos en número y en capacidad ofensiva, poco
adecuados para la tarea que se les pretendía encomendar. Tal vez se
pensase en incrementarlos cuando se pasase a la segunda fase, pero dada
la resistencia del dictador a enviar cualquier tipo de refuerzo, parece
probable que se pensase en que nunca se llegaría a dar este paso.
Porque
estaba claro que Madrid pretendía priorizar, por encima de todo, la vía
diplomática. Pero si, como reconocían los propios servicios de
información militar españoles, el Ejército de Liberación no era un
instrumento de Rabat y escapaba al control del Sultán, ¿qué podía hacer
éste para controlarlos? Estaba claro que la única medida que podía
adoptar Mohammed V era implicar a las recientemente creadas Fuerzas
Armadas Reales (F.A.R.) para que redujesen a las partidas manu militari,
algo imposible de hacer sin entrar en una guerra civil y sin violar la
soberanía territorial española, ya que los santuarios del Ejército de
Liberación estaban en el interior del Sáhara. Tal vez se pensase que
Mohammed V podía actuar sobre las fuentes de suministro que avituallaban
a los guerrilleros desde el interior de Marruecos, pero esta era una
pauta de actuación que iba a necesitar tiempo para que surtiese efecto.
Tal vez lo
más provechoso surgido de la reunión celebrada en Madrid fuese la
autorización a una mayor colaboración con las autoridades francesas del
A.O.F. Con la nueva libertad otorgada, Gómez Zamalloa concertó una
entrevista con el general Bourgund, la denominada Conferencia de Dakar y
que debería celebrarse en la ciudad senegalesa el 20 de septiembre.
Pero antes
de que llegase a celebrarse dicha reunión, el Ejército de Liberación
decidió sondear la determinación y capacidades de las fuerzas españolas:
el 11 de agosto una patrulla española fue atacada en las cercanías de
Id Aisa, y aunque no se registraron bajas entre los europeos, un
bombardero B2I se perdió en el mar al regresar a la base tras intentar
proporcionar apoyo aéreo (Canales y Del Rey, 2010: 66). A bordo se
encontraba el comandante de infantería Álvarez Chas, uno de los
oficiales más respetados del territorio. Por su parte, el Ejército de
Liberación dejó un muerto en el terreno.
La
escaramuza se repitió apenas tres días después, cuando una patrulla de
la II Bandera Paracaidista fue atacada a la altura de Tamucha. Tras
responder al ataque, los paracaidistas se replegaron sufriendo tan sólo
un herido leve, mientras los guerrilleros sufrían tres bajas (“Informe
sobre el combate del 11 de agosto”, SHM, legajo 5, carpeta 18).
Mientras
tanto, el Ejército de Liberación seguía incrementando sus efectivos, que
los servicios de inteligencia españoles estimaban en unos cinco mil
efectivos en y alrededor de Ifni, mientras en el Sáhara se habían
identificado doce concentraciones guerrilleras cuyo número oscilaba
entre los dos mil y tres mil efectivos, a los que había que añadir otra
partida localizada en Tarfaya, compuesta por algo menos de doscientos
hombres. (“Situación político-militar. 1ª quincena de agosto”, SHM,
legajo 5, carpeta 19).
Dada la
creciente tensión, se enviaron algunos refuerzos, pero de muy escasa
entidad, tan sólo dos compañías de infantería provenientes de Canarias y
que se desplegaron en Villa Bens. Asimismo, se decidió hacer una
demostración de fuerza mediante el envío de un tabor del GTI a recorrer
el territorio del Sáhara (nombre en clave: operación Asaca),
pero más que una muestra de fuerza era un signo de debilidad, tanto por
la escasa entidad de la fuerza comprometida como por el carácter
temporal de la presencia militar en determinadas zonas. (“Instrucciones
para operación Asaca”, SHM, legajo 8, carpeta 12). El
reconocimiento puso de manifiesto tanto el amplio despliegue de los
guerrilleros como los medios a su disposición, que configuraban una
imagen muy cercana a un auténtico ejército, con centros de instrucción y
razonablemente bien equipado con armas ligeras y medios de transporte.
Cuando
finalmente se produjo la reunión de Dakar, los franceses continuaron
insistiendo en sus propuestas de hacía ya varios meses, reclamando una
total colaboración entre ambos países, mientras la delegación española
tan sólo pretendía el establecimiento de planes tácticos que se
aplicarían en el caso de un ataque general por parte del Ejército de
Liberación contra el A.O.E. Las conclusiones de la reunión fueron un
compromiso a medias, (“Informe de la conferencia de Dakar”, SHM, legajo
6, carpetas 1 y 2) ya que se elaboraron dichos planes, que servirían
como base para la posterior ejecución de la ofensiva Teide/Écouvillon en
1958, pero Gómez Zamalloa no pudo comprometerse a erradicar los
santuarios del Ejército de Liberación en el Sáhara inmediatamente, ya
que dicho compromiso excedía lo autorizado por su gobierno. Su argumento
fue que aún se encontraban en la fase política del Plan Madrid (Segura,
2006: 202-206).
El
establecer una verdadera política de disuasión hubiese podido tener un
efecto mucho más inmediato sobre los guerrilleros que las medidas
tomadas hasta la fecha. Si Madrid hubiese autorizado el envío de
importantes contingentes militares como señal de que el territorio se
iba a defender a toda costa, y, al mismo tiempo, hubiese difundido entre
la población la noticia de que se iba a alcanzar una alianza operativa
con los franceses, el efecto disuasorio hubiese sido mucho más efectivo
que el reconocimiento del Asaka o la presión diplomática sobre Rabat.
Pero dar dicho paso significaba arriesgarse a un estallido de las
hostilidades que se pretendía evitar a cualquier precio; de lo que no se
dio cuenta el Pardo era que la situación estaba a punto de estallar y
que había que actuar lo más rápidamente posible.
A pesar de
todo, el régimen franquista no estaba preparado para dar el paso
decisivo de movilizar y desplazar a miles de quintos hasta el A.O.E.,
así que se continuó insistiendo en la vía diplomática, de forma
preferente ante el ministerio de asuntos exteriores marroquí. Se
sostuvieron toda una serie de conversaciones entre representantes
españoles y marroquíes cuyos resultados Madrid trasladó al A.O.E. para
intentar apaciguar los ánimos de los militares destacados en las
colonias:
«Ministro
Asuntos Exteriores me comunica resultados conversaciones Tánger en las
que han prevalecido nuestros argumentos y puntos de vista» (“Radiograma
cifrado de DIRPROA a GAOE”, SHM, legajo 6, carpeta 1). Sobre el
documento, alguien garabateó un lacónico “ja, ja”. La distancia entre la
visión percibida por Madrid de toda la situación y la realidad sobre el
terreno continuaba agrandándose por momentos.
Finalmente,
y tras una nueva serie de asesinatos selectivos, sabotajes y pequeños
choques armados durante los meses de septiembre y octubre, el Pardo
reconoció que las medidas adoptadas hasta la fecha no eran suficientes
para evitar una guerra. Así pues, el 5 de noviembre dio comienzo la
denominada Operación Águila, (Canales, 2008: 25) el envío de
refuerzos al A.O.E. para evitar una posible agresión por parte de los
guerrilleros. Era el tipo de política de disuasión que había reclamado
Pardo de Santayana un año y medio antes, e incluía el traslado de la II
Bandera de la Legión por vía aérea desde el norte de Marruecos a Villa
Bens, la VI Bandera por vía marítima a el Aaiún, el batallón
disciplinario Cabrerizas a Villa Cisneros, envío de unidades
navales, incremento de efectivos aéreos, etc. (“Despliegue de fuerzas en
el A.O.E.”, SHM, legajo 6, carpeta 3).
Desgraciadamente,
el Ejército de Liberación no pensaba esperar a que Madrid determinase
libremente su actuación, ni tampoco iba a concederle tiempo para
reconducir la situación, por lo que el 23 de noviembre de 1957, las
posesiones españolas del A.O.E. se vieron sorprendidas por una ofensiva
del Ejército de Liberación sobre la práctica totalidad de enclaves
militares en el Sáhara e Ifni. A pesar de todos los intentos de negar la
realidad, la guerra había llegado por fin al A.O.E.
A partir
de aquí el flujo de unidades de refuerzo en dirección al A.O.E. fue una
constante: Escuadrón Paracaidista del Ejército del Aire, I Bandera
Paracaidista, IV y IX Banderas de la Legión, Grupos Expedicionarios de
los Regimientos Santiago-1, Artillería-19, Extremadura-15,
Guadalajara-20, Pavía-19, San Fernando-11, Castilla-16, Soria-9,
Cádiz-41, Belchite-57, Fuerteventura-53, Wad Ras-55, Ultonia-59, además
de unidades de apoyo, aéreas y navales. La negativa a realizar el mismo
despliegue militar a finales de 1956, tal y cómo reclamaba Pardo de
Santayana, no había podido evitar el estallido de las hostilidades que
tan largamente había esperado soslayar el gobierno franquista. Ahora,
docenas de jóvenes iban a pagar con sus vidas la inexistencia de una
política disuasoria en los restos del imperio colonial español.
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