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Disuasión mal aplicada: el episodio Agadir
El 9 de
diciembre de 1957, y con España inmersa en una guerra que había tratado
de evitar, se produjo uno de los acontecimientos más extraños de todo el
conflicto. Ese día, el almirante Pedro Nieto Antúnez, siguiendo órdenes
de Madrid, condujo a una agrupación naval formada por los cruceros Canarias y Méndez Núñez y los destructores, José Luís Díez, Gravina, Escaño y Almirante Miranda
frente a la ciudad marroquí de Agadir, efectuando un simulacro de
bombardeo naval contra la población costera (Casas, 2008: 284). En
realidad, nunca hubo la menor intención de ejecutar dicho bombardeo,
sino que tan sólo se trataba de un ejemplo desfasado de política de las
cañoneras, más propio del siglo XVIII o XIX que del año 1957. O si se
prefiere, se intentó establecer una política de disuasión para con la
monarquía alauita, con el implícito mensaje de que el Pardo no iba a
permitir una mayor involucración de Marruecos en el A.O.E.
Sin
embargo, esta trasnochada demostración de fuerza a punto estuvo de
provocar justo la reacción contraria a la que pretendía tener, puesto
que el príncipe heredero, el futuro Hassan II, amenazó con derribar a
cualquier avión español que se internase en espacio aéreo marroquí y con
llevar a cabo acciones de represalia contra las fuerzas españolas en el
caso de producirse un ataque (Ouardighi, 1979: 94).
Como
política disuasoria frente a Marruecos, la acción naval de Agadir
llegaba tarde y adoptando una forma completamente errónea. Una
demostración de fuerza militar debe conllevar la amenaza creíble de su
uso, pero nadie dudó que España no bombardearía jamás una indefensa
ciudad marroquí provocando numerosas muertes civiles y comportando una
debacle política a nivel internacional. Según reconocía años después el
propio dictador, la acción: «No tuvo otro objetivo que hacer ver a los
marroquíes que podíamos destruir los centros de aprovisionamiento del
Ejército de Liberación, y que también estábamos dispuestos a garantizar
la vida y hacienda de nuestros compatriotas» (Franco, 1976: 221)
Agadir no
fue más que la constatación de la confusión reinante en la esfera
política española sobre el uso de políticas de disuasión, una ignorancia
casi total de como plantearla y ejecutarla, que había dado como
resultado el estallido de unas hostilidades que la timorata política del
A.O.E. había espoleado en lugar de evitar.
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