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Los restos de un imperio
En 1956
España apenas poseía los restos del que fuera uno de los mayores
imperios mundiales. La presencia en tierras africanas se había visto
reducida a los dos protectorados de Marruecos, en el Rif y al norte del
Sáhara, Guinea Ecuatorial, el Sáhara e Ifni, siendo esta última posesión
la más recientemente incorporada, en fecha tan tardía como 1934
(García-Figueras, 1941: 289-302).
Los
territorios que conformaban el A.O.E. siempre estuvieron detrás, a nivel
de asignaciones de recursos, de la pequeña joya de la corona que era el
denominado Protectorado Norte, auténtica escuela para varias
generaciones de militares españoles que debían sus carreras, empezando
por el propio dictador, a las constantes guerras libradas en ese
territorio. Los vínculos emocionales de gran parte del régimen con el
Rif quedarían claramente de manifiesto en diversos momentos de la
convulsa historia de dicho territorio.
A nivel
administrativo, el A.O.E. estaba en su conjunto sometido a la autoridad
del denominado Gobernador General, posición que en 1956 recaía en el
general Ramón Pardo de Santayana (Fernández-Aceytuno, 2001: 339-342).
Había tomado posesión de su cargo dos años antes, en sustitución del
general Venancio Tutor y esperaba poder pasar sus últimos años de
servicio tranquilamente como administrador de los territorios, sin
sospechar que pronto debería hacer frente a una de las mayores crisis
políticas del franquismo.
La
independencia de Marruecos en marzo de 1956 redujo aún más las ya
exiguas posesiones españolas. Tras la abolición por parte de Francia de
la existencia de su Protectorado, España se vio obligada, según rezaba
el Tratado conjunto, a extinguir también su presencia en el norte de
Marruecos, aunque se resistió, inicialmente, a finiquitar su autoridad
en el denominado Protectorado Sur. Esta resistencia se escudaba en el
poco creíble argumento de que la situación política en la zona era de
gran inestabilidad y no era conveniente, por el momento, el traspaso de
soberanía a Rabat.
La
independencia de Marruecos no sólo supuso la extinción del Protectorado,
sino también una amenaza para cualquier otra presencia española en
tierras magrebíes. A pesar de que el sultán Mohammed V parecía no estar
demasiado dispuesto a emprender aventuras expansionistas, la situación
política interna marroquí atravesaba un momento especialmente complicado
(Vermeren, 2006: 19-31). Los deseos del monarca alauita chocaban
frontalmente con los del ala más radical del partido Istiqlal,
verdadero artífice de la independencia marroquí, y, en concreto, con las
aspiraciones políticas de Allal el-Fassi, uno de sus principales
líderes. Para este dirigente irredentista, Marruecos debía recuperar los
que él denominó como “límites históricos del Gran Marruecos”, y que, grosso modo,
incluían toda la Mauritania francesa, parte de Argelia, el Sáhara
español e Ifni, llegando por su extremo sur hasta San Luis de Senegal
(Ashford, 1962: 643). Huelga decir que dichos deseos suponían,
inevitablemente, entrar en conflicto armado con las antiguas potencias
protectoras, algo que Mohammed V, deseoso de establecer una monarquía
todopoderosa en el recién independizado país, veía con preocupación
(Pastrana, 2017: 75-83).
En
realidad, todo el sueño del Gran Marruecos no era más que el reflejo de
la lucha interna por el poder en el recién independizado país africano.
Mientras la monarquía alauita soñaba con arrogarse unos poderes cuasi
absolutistas, el ala más radical del Istiqlal pretendía una
monarquía con poderes limitados, subordinada a un gobierno civil del
que, inevitablemente, el Fassi quería ser la figura protagonista. Sin
embargo, el propio Istiqlal se encontraba dividido, con un ala
más moderada, encabezada por Ahmed Balafrej, que aceptaba el papel
preponderante de la Mohammed V y había conseguido marginar a el Fassi de
los principales órganos de dirección del partido (M’Barek, 1987:
108-110). La lucha entre las diversas facciones por la preeminencia
política y la configuración del renacido Marruecos, sería la razón de
fondo para la guerra de Ifni-Sáhara.
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