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La heroicidad de Alcántara, otra de las páginas memorables de España Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Alfonso José Jiménez Maroto
Escrito por Alfonso José Jiménez Maroto   
sábado, 01 de agosto de 2020

Fuente: El Faro de Ceuta

Enmarcado en la grave derrota que los rebeldes rifeños dirigidos por Abd el-Krim ocasionaron al Ejército Colonial Español en la Guerra del Rif (1920-1926) y que ha pasado a los anales como el ‘Desastre de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921), las denodadas cargas del Regimiento de Cazadores de Alcántara 14 de Caballería, permitieron contener la retirada de las tropas castigadas hasta la extenuación.

En otras palabras: la épica heroicidad de estos soldados, preservaría indemne el honor de las armas españolas de la desdicha más infernal. Si había algo que identificaba a esta Gloriosa Unidad colmada de titanes, era que entre el mando y sus subordinados existía un trato de iguales, allende a un adiestramiento primoroso. La respetabilidad de los oficiales a la tropa o recíprocamente, acariciaba la comunión. Luego, no obraba el aspaviento reverencial al superior, sino la mística del espíritu de cuerpo.

La heroicidad de Alcántara, otra de las páginas memorables de España.
La heroicidad de Alcántara, otra de las páginas memorables de España.

Obviamente, las campañas materializadas en el continente africano están fusionadas de manera inexorable a una localidad situada en el Noroeste de Marruecos: Annual, una fatalidad imprevisible e incalculable. Insospechada, porque súbitamente, la Comandancia General de Melilla se desplomó con el abandono desenfrenado de un campamento tornado en una dispersión que, por doquier, se contagió. Evidentemente, Annual, no implicó meramente a este territorio, igualmente, turbaría Dar Quebdani, Midar o Candussi, por mencionar algunas guarniciones, cuyas milicias hubieron de ausentarse o eran literalmente aniquiladas. Del mismo modo, Annual, extendió sus garras en Batel, Dar Drius y Tistutin, como sectores del itinerario del repliegue.

Pero, sobre todo, Annual se estigmatizó en el Monte Arruit, también conocido como Al Aaroui, en la provincia de Nador, con tres mil hombres desamparados y acorralados a su suerte por los mandos militares que se encontraban en Melilla, a unos 30 kilómetros con sesenta mil hombres a su disposición.

Tal vez, un despliegue excesivamente avanzado y precipitado fraguado por el General Manuel Fernández Silvestre (1871-1921), con unas valoraciones sobradamente confiadas en la cuantificación de las fuerzas contrarias a las que debía hacer frente, podría erigirse en la raíz principal del cataclismo. Y, la hecatombe no podía se otra: según revelan las mismas fuentes, doce mil hombres, contabilizando la totalidad de los cuerpos y, al menos, casi ocho mil soldados peninsulares.

“Nos atinamos en los momentos superlativos de la contienda, en que la valentía, arrojo y coraje se propagan y domina en los corazones henchidos de amor patrio, como si el Regimiento Alcántara se transpusiese al lustre del soldado de todos los tiempos”

De lo expuesto inicialmente, el único Regimiento ordenado era el Alcántara, quién concurrió en ayuda lo más resueltamente que pudo, teniendo en cuenta las muchas adversidades geomorfológicas, ofreciendo lo mejor de sí y atacando a los rifeños con una carga que superó la línea enemiga, dando la vuelta y acometiendo por la retaguardia. Con esta acción, logró que la columna permaneciese en orden hasta Dar Drius, aunque en un estado de descomposición.

Una vez más, las repetidas cargas pusieron en jaque a los combatientes de Abd el-Krim (1882-1963), cuyo nombre completo es Muhammad Ibn ‘Abd el-Karim El-Jattabi y proteger a los 5.000 españoles en retorno. En la última carga, los caballos estaban tan fatigados y rendidos, que algunos soldados irrumpieron a pie. Tanto hombres como animales, sucumbieron honradamente en formación cerrada, tal y como, cinco meses más tarde se hallarían su cadáveres, tras recuperarse el terreno malogrado.

Con estos mimbres, a escasos meses de rememorarse el centenario de la proeza de Alcántara, sería complejo detallar al milímetro lo acontecido y con precisión los errores sucedidos el 22 de julio de 1921, pero, es preciso recapitular que el 12 de febrero de 1920, Silvestre, ocupó el cargo de Comandante General de Melilla.

Así, la primera autoridad de la plaza española ubicada en el Norte de África, con la finalidad de poner paz en la región, entre enero y julio ejecutó un avance hasta Annual, prolongando en exceso la tangente de abastecimiento y apuntalando al Ejército en una cadena de reductos con puntos considerablemente estratégicos, pero, en los que escaseaban el agua por atinarse distantes de las rutas de suministro y de los acuíferos naturales de la demarcación.

Vicisitud, que justificaría ser trascendente en los acontecimientos que, a posteriori, se desencadenaron y, para más inri, ante un enemigo inconfundible y diferenciado, al que habrían de enfrentarse las fuerzas expedicionarias españolas.

Los rifeños eran individuos muy duchos y ejercitados a una subsistencia parca, únicamente contemplaban una autoridad religiosa y no esencialmente política en el sultán.

Con anterioridad a que Abd el-Krim constituyera la República del Rif, la urbe se organizaba en cabilas. O séase, valga la redundancia, en pequeñas repúblicas reducidas, moldeadas por abundantes grupos o familias establecidas en aduares, a modo de tiendas o chozas y que se identificaban por atesorar un antepasado común.

Mismamente, éstas se administraban por una institución llamada Yemáa o Asamblea General, que gobernaba la comunidad y era el órgano en que estribaba la autoridad. Uno de los numerosos desempeños residía en coordinar las harkas, un concepto que combinaba los criterios de expedición militar y movilidad, cuya hechura y envergadura podían contribuir una o varias tribus.

Para establecer una harka se mandaban representantes a recintos concretos en los que se aglomeraba la población, como los zocos, donde se proponían los botines y un adversario fácil de vencer. Pronto, en el consejo se deliberaban los detalles de la inminente partida. Desde ese instante, aquellos dispuestos a luchar se concentraban en un paraje de reunión organizados en idalas.

En estas circunstancias, no resultaba chocante que los secuaces rifeños, a penas, perseveraran. Sobre lo que realmente representaba la guerra para ellos, subrayaría al pie de la letra Berenguer que “no es un trance decisivo, es un acto de la vida en el que sólo arriesga lo preciso para cumplir con su compromiso de solidaridad […], lo que explicaba la poca consistencia de su ofensiva que […] suele evaporarse al contacto de la primera dificultad y que su capacidad ofensiva sólo se manifiesta en emboscadas”.

Ya inmerso en la recapitulación de los hechos, alrededor del 20 de julio, ante la incertidumbre del mando, empezaba un desmoronamiento de gran alcance en la espaciosa línea de avance y provisión española, convertida en toda su extensión en frente, donde a más no poder hostigaban los partidarios de Abd el-Krim.

Lo cierto es, que los destacamentos quedaron a merced del contrincante, algunos en la custodia firme de sus cotas y, otros, en los prolegómenos del repliegue; según sintetizan textualmente los informes oficiales que especifica: “con prisas, sin conocer plan ni dirección, revueltas las fuerzas, confundidas, sin jefes”.

Dada la severidad y trascendencia del entorno que se cernía, el Regimiento de Cazadores de Alcántara 14 de Caballería parte de Melilla, estando hasta entonces acuartelado bajo las órdenes del Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera y Sobremonte (1831-1921); toda vez, que su Coronel Francisco Manella Corrales (1870-1921), seguía en Annual para salvaguardar y disponer la retirada de las posiciones, donde perecería.

Posteriormente, Manella, recibe el mandato de moderar y favorecer el retroceso del grueso de las tropas hasta la Ciudad de Melilla, a lugares más resguardados en la costa. La primera avalancha con la que se topa, pretende reprimirla; e inclusive, se despliega una alambrada y se sitúan las ametralladoras que el Regimiento disponía. Como confirman precedentes de la época, todo es infructuoso y se realizan “cargas de Caballería con sable en mano y a galope”.

La heroicidad de Alcántara, otra de las páginas memorables de España.
La heroicidad de Alcántara, otra de las páginas memorables de España.

Sin quebrantar su minucioso orden en medio del desconcierto, varias subunidades del Regimiento, emprenden incansablemente los días 21, 22 y 23, respectivamente, el socorro y apoyo de las distintas posiciones y alientan con sus fuegos e incesantes cargas al sable, no dejando escapar a las tropas que intentan huir. Sin soslayarse, la evacuación sobre sus cabalgaduras de heridos desahuciados.

Ya, el 23 de julio, el Regimiento marcha en auxilio de una escolta de camiones y ambulancias asaltada en la carretera de El Batel, con heridos de consideración. Cabría matizar, que los motores de la etapa descrita, no alcanzaban ni a la sombra, la velocidad de los actuales. Con lo cual, eran asequibles para las monturas ligeras de las fuerzas de Abd el-Krim, que no hacían distinciones ni escatimaban en la purga del personal civil o militar, o los maltrechos o moribundos.

Fuera como fuere, los rifeños se reconstituían como si saliesen debajo de las piedras, hallando nuevos seguidores de refresco que comparecían de las cabilas colindantes, vislumbrándose la proclama de nuestro descalabro.

Los episodios sobrehumanos no concluyeron esta jornada, porque existían unidades apartadas del Regimiento Alcántara que escudaban los sitios del Monte Arruit y el zoco de T´Zelata, que no dieron por perdidas hasta el 9 de agosto, cuando murieron casi en su conjunto, exhaustos, sin agua y municiones, la amplia mayoría blindados en compañía de los cadáveres de sus caballos.

Adelantándome a lo que sobrevendría, la incursión estaba llamada a ser infernal, haciendo ostensible una de las efemérides más memorables: “Había que cargar otra vez y faltaban caballos que caían agotados”.

A falta de los animales, redundaba el brío de aquellos soldados espoleados por su jefe que los avivaba con el mejor de los ejemplos. Los caballos postrados y hasta los topes de espumarajos con sangre, no podían trotar, aquellos escuadrones de Alcántara no renunciaban en su ahínco, siendo la admiración y el espanto del contendiente.

Primo de Rivera que había regresado de Melilla con el Regimiento, no tardó en recibir las directrices del General Felipe Navarro y Ceballos-Escalera (1862-936) que tenía que arropar a los flancos y la retaguardia de la retirada.

Reestableciendo lo que le quedaba, previno una última carga constituida por los soldados que permanecían en pie, como herreros, subalternos, médicos, etc., todos comparecieron inquebrantables y expeditivos a obedecer la misión requerida.

Éste, antes de encauzar la carga, se dirigió a sus hombres en estos términos: “La situación, como ustedes verán, es crítica. Ha llegado el momento de sacrificarse por la patria, cumpliendo la sagradísima misión de nuestra Arma. Que cada uno ocupe su puesto y cumpla con su deber”. Horas después, el destino le haría perder el brazo tras ser amputado y más adelante, moriría en Melilla.

El fuego que hacen los rifeños es abrumador y los primeros caballos caen con sus jinetes. Algunos animales alcanzados por las balas, bajan rodando por la falda de la montaña, dificultando la subida a los demás. Los primeros jinetes asoman a la pequeña meseta y pasan entre los rifeños descargando los sables sobre ellos.

Directo a los sucesos, el espectro de lo que se está produciendo es terrorífico: la planicie y prominencias más elevadas están repletas de rifeños que disparan impetuosamente. Tras agruparse en unas ruinas próximas a unas casas conocidas como Buharraid y resguardarse en unos muros improvisados, el Regimiento Alcántara cruza al galope y abaten los sables una y otra vez. Algunos de los contendientes huyen despavoridos presos del atrevimiento, hasta que son atrapados por los españoles que les sablean.

Inmediatamente, los soldados se amplían en un radio de unos diez caballos y nuevamente se encaminan a la amalgama de rifeños. Es perceptible que los caballos están jadeantes y sus galopadas son más pausadas que las preliminares. En menos de un suspiro, las tropas rifeñas les brinda con un fuego atronador.

“Si había algo que identificaba a esta Gloriosa Unidad colmada de titanes, era que entre el mando y sus subordinados existía un trato de iguales, allende a un adiestramiento primoroso. La respetabilidad de los oficiales a la tropa o recíprocamente, acariciaba la comunión. Luego, no obraba el aspaviento reverencial al superior, sino la mística del espíritu de cuerpo”

Los jinetes de la primera línea van cayendo uno a uno, pero la unidad persiste en su movimiento inalterable: se vuelcan sobre el contrario que se aúpa de sus escondrijos y se desplaza a los lados para no verse sorprendido por la letalidad de los sables. Al ganar los aledaños del rival, la alineación de los jinetes se divide hasta volcarse sobre los mismos, acarreando una enorme brecha de sangre. Algunos españoles sin monturas asaltan al grupo de moros, fulminando sus fusiles o enfilándolos.

Entretanto, cuerpo a cuerpo, se desenvuelve un torbellino de refriegas.

Los guerreros de Abd el-Krim han consumido sus cartuchos y ahora están en manos de ser asestados por los sables. Posiblemente, nos atinamos en los momentos superlativos de la contienda, en que la valentía, arrojo y coraje se propagan y domina en los corazones henchidos de amor patrio, como si el Regimiento Alcántara se transpusiese al lustre del soldado de todos los tiempos.

Las declaraciones de los que padecieron la embestida dan fe y, al mismo tiempo, lo desenmascara: en unos segundos, los insurrectos atónitos y puestos en pie, in situ observan el parsimonioso progreso del Regimiento. Estupefactos, se niegan a creer que ese puñado de hombres honrados que tantísimas bajas les había ocasionado en las cargas anteriores, todavía se sostuviese con aliento suficiente y, una vez más, les volviesen a acometer.

En un abrir y cerrar de ojos, el enemigo cautivo del arrebato le envió lo que le quedaba de balas. Indudablemente, muchos se desmoronan malheridos o muertos, pero la caballería no cesaba en el ardor y se perpetuaba en su paso agónico. Algunos jinetes caminaban escoltados por sus caballos que sujeto a las riendas, parecía como si juntos admitiesen la común consagración. A unos 200 metros para afrontar el repecho, Primo de Rivera manda hacer fuego, lo que compromete a los moros a cobijarse. Los 180 hombres que aún quedan con vida, acceden a la superficie y se entabla una terrible lucha.

Finalmente, los rifeños dejan las casas Buharraid y barricadas para recular a la determinación y bravura de los soldados de Caballería. La llanura ha quedado atestada de cuerpos enemigos; los sables han imputado sus reglas de juego con un destrozo aterrador.

Los trechos transcurridos desvelarían que el Regimiento Alcántara ocasionó más de mil bajas, principalmente, en los integrantes vinculados a la harka de Beniurriagel de Abd el-Krim, Beni Ulichec y Beni Tuzin.

Los sables de la Caballería trajeron consigo gran cantidad de decesos y cuantiosas lesiones y mutilaciones, que, análogamente, dadas las realidades sanitarias de la obstinación rifeña, causarían en los meses sucesivos importantes muertes por la insalvable gangrena. Pero, también, este aspecto irremediablemente hay que referirlo al bando español, hasta el punto, que de los 32 jefes y oficiales participantes valerosamente, fenecieron 28 y 523 de la clase de tropa de los 685 en filas, estimándose en datos proporcionales, superior al 80% de la Unidad.

El lastre de la guerra se eternizó cuatro años más. Con el arranque del año 1925, Abd el-Krim hostigó a los franceses y desafió a unas fuerzas terciadas por más de 20.000 efectivos, desbaratándoles y dando origen a más de 3.000 caídos en la Batalla de Uarga (13-IV-1925/20-VII-1925), lo que se denominó el Annual francés.

Ese mismo lapso, el Desembarco de Alhucemas (8-IX-1925) materializado por el Ejército y la Armada de España y la ofensiva combinada franco-española, hizo capitular al jefe rifeño. Nuestro país, reconquistó poco más o menos, el territorio extraviado en unos meses y alcanzó el éxito irrevocable. Ni mucho menos, habría que considerar este triunfo embarnizado en el resentimiento y desagravio, porque el porte que siempre nos ha caracterizado es el del temperamento de un pueblo generoso y galante en la victoria, e insigne y digno en la derrota. Que no se omita, que durante más de treinta años al otro lado del Estrecho, aportamos la paz y prosperidad.

Sucintamente, antes de los lances relatados, al acceder al trono Su Majestad el Rey Don Alfonso XII (1857-1885), se reestructura el Ejército, quedando como Regimiento de Cazadores de Alcántara 14 de Caballería; permutando en las ciudades en Reus, Lérida y Barcelona, desde donde navegó a Cuba en 1895 y contribuyó en diversas acciones de guerra (1895-1898).

Con la llegada de la nueva centuria, el Alcántara es destinado a Valencia, continuando hasta el 8 de septiembre de 1911, fecha en que se determinó su cambio a Melilla. Distarían diez años, para que se viese envuelto esforzadamente en lo que aquí se ha retratado.

Consecuentemente, en medio de la calamidad del campo de batalla, se asentarían una de las más extraordinarias hojas de bizarría y abnegación personal. Por ello, en 2012, el Consejo de Ministros acordó otorgar al Regimiento la Gran Cruz Laureada de San Fernando, por su papel conjugado en el Desastre de Annual, donde sus escuadrones ostensiblemente se cubrieron de gloria.

Siendo el 1 de octubre de ese mismo año, cuando S.M. el Rey Don Juan Carlos I de Borbón (1938-82 años) le impuso dicha recompensa en el Palacio Real de Madrid, con la salvedad, que es el único Regimiento del Ejército Español que a nivel colectivo lo ostenta.

Quiénes mejor pueden cerrar las líneas de este pasaje son SS.MM. los Reyes Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia, que en la Sala de Estandarte del Regimiento de Caballería Alcántara 10 de Melilla, se conservan dos fotografías dedicadas con las siguientes dedicatorias:

De Don Alfonso XIII: “A vosotros heroicos cazadores de Alcántara, que supisteis enseñar como se muere por la patria y cuál es el deber de todo español”. Y de Doña Victoria Eugenia: “Al Regimiento de Alcántara N.º 14 que tan bonita página de gloria ha escrito en la historia de la Caballería Española”.

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