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Un Tirador en la Guerra de Ifni Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
domingo, 12 de julio de 2009
Índice del Artículo
Un Tirador en la Guerra de Ifni
Reclutamiento, traslado y campamento
De cómo se establece una posición en la montaña
Bautismo de fuego del II Tabor
El II Tabor de Tiradores entra en combate
La columna de liberación de los puestos de Tiugsa
La toma del monte Buyarifen y el cañoneo del crucero Canarias
Epílogo

Reclutamiento, traslado y campamento

En el suprimido servicio militar obligatorio, los jóvenes varones de la localidad en la que se hallaban censados en el padrón municipal, entraban en "caja", mediante la relación de todos aquellos que cumplían los 20 años en una anualidad concreta, relación que los Ayuntamientos (negociados de quintas) enviaban a las Cajas de Reclutas, generalmente ubicadas en las capitales de provincia. De esta forma, Ángel, nacido en 1.935, debió figurar en la lista que a primeros del año 1.956 se remitió a la Caja de Reclutas de Albacete, en donde se confeccionaban las famosas "cartillas verdes", figurando todas las circunstancias personales del mozo, su talla, peso, etcétera, y en Enero del año siguiente (en este caso 1.957) se efectuaba el "sorteo de los quintos": se le daba el número 1 al primer nombre que salía, y a continuación se relacionaban y numeraban los demás; a número más bajo destino más lejano. Aquel 1.957 la Caja de Albacete tenía un cupo de 17 jóvenes para Ifni-Sahara y a Ángel le dieron el 18, pero por aquellas cosas de la vida uno de los que tenía que ir a África era hijo del Delegado de Hacienda, debieron hacerse presiones por parte del padre y el enchufe funcionó; el chaval recomendado fue a una unidad de guarnición en Madrid, y nuestro amigo Ángel fue a Tiradores, en donde por cierto, durante el conflicto bélico, pudo ver al paisano que le había "endosado" el puesto, ya que su unidad había sido movilizada y enviada a Ifni.

Callejuela del barrio musulmán de Sidi Ifni en los años 50
Callejuela del barrio musulmán de Sidi Ifni en los 50.

Tras el sorteo le llegaba al recluta una carta en la que se le citaba para un día determinado, para incorporarse al Ejército, y de tal forma, en el mes de Marzo, a los tres muchachos de Alcaraz que se iban a Ifni, los trasladaron del ayuntamiento del pueblo en un camión hasta la capital, Albacete, en donde los metieron, junto con los demás reclutas de la provincia y de otras limítrofes, en un vetusto tren cuya primera parada fue en Alcázar de San Juan, importante nudo ferroviario, en el que pudieron tomar su primera comida caliente y utilizar el plato de aluminio y los cubiertos que se les facilitaron en tal momento (todo oxidado, que dejaron relucientes y bruñidos tras fregarlos con tierra). Y desde allí, Despeñaperros abajo, hasta Cádiz, quedando hospedados en el consabido cuartel de "transeúntes" durante varios días, que se invirtieron en los preceptivos reconocimientos médicos y en merodear por la entonces pequeña y acogedora "tacita de plata". En un barco mercante hasta Fuerteventura y de allí en otro de la marina de guerra a Ifni, con un desembarco bajando por la red tendida en el costado y metiéndose como se podía en aquellas piraguas a remo que los nativos llamaban cárabos. Excelente lección náutica para los manchegos que, en su mayoría, no habían visto el mar en su vida. Y, claro, sin entrenamiento previo. Aquel océano se tiene tragados muchos reclutas del servicio militar obligatorio desde que en 1.943 llegaron los primeros.

La hora del racho: Se comía en el suelo
La hora del racho: se comía en el suelo.

El Grupo de Tiradores tenía el Cuartel principal, situado en un alto promontorio, frente al mar, al que se podía bajar por un camino pedregoso, con aduares y casas de soldados tiradores indígenas en las que vivían con sus familias. Muchos oficiales y suboficiales europeos residían dentro del acuartelamiento en viviendas adecuadas que formaban como un pequeño pueblo. El año anterior (1.956) de los cuatro tabores de que constaba el Grupo, habían sido europeizados tres (II, III y IV), reuniendo a los soldados nativos en el I Tabor (que se denominaba indígena), al que se adscribieron otros musulmanes, no aptos para el servicio, que no habían podido ser licenciados o jubilados. Se les había desarmado y eran dedicados a los servicios que eufemísticamente se denominan "mecánicos" (barrer, fregar, limpiar letrinas...)

Hablar de aquel Campamento es contar las innumerables fatigas de aquellos jóvenes, la falta de comida sana y abundante, escasez de agua hasta el límite de que solo la había para beber y poco; vestuario exiguo y deficiente, sin posibilidad de lavarlo; las comidas en el suelo, compartiendo plato con otros dos compañeros; moscas en las letrinas a millones, de tal forma que en horas de sol era imposible acercarse a aquella zanja mal oliente, pues "te comían" literalmente. Encima el capitán de su compañía de reclutas, del que no recuerda su nombre, aunque si que tenía cuatro hijas, una de las cuales era novia del teniente Moreno, les increpaba y daba patadas sin ton ni son; los soldados le apodaban "Siroco", pues creían que estaba loco debido a ese viento del desierto. Una vez, hallándose de posición en la cota 220 (ya veteranos), a ese capitán se le escapó el caballo y daba tales gritos y amenazas a los soldados a sus órdenes que tuvieron que salir todo un pelotón corriendo tras el jaco con riesgo para sus vidas ya que rebasaron las propias líneas y llegan por terreno de nadie hasta las marroquíes.

Los dos escudos oficiales de Ifni e imagen de la Virgen del Pilar
Los dos escudos oficiales de Ifni (ciudad y provincia) e imagen de la Virgen del Pilar

Un día, antes de la jura de bandera, la sección de la 8ª compañía, que mandaba el teniente Vadillo, y en la que estaba encuadrado Ángel, nada más tocar diana, fue montada en un camión, en dirección al norte, por aquellas impresionantes montañas, sin caminos, con un traqueteo que destrozaba los riñones. Después de una hora de marcha hicieron bajar a todos los soldados y el oficial los fue desperdigando por aquellos eriales erizados de chumberas y plantas espinosas, a una distancia considerable unos de otros. Conforme pasaban las horas, y el calor africano iba apretando insoportablemente, a la vez que el silencio y el misterio de aquel paraje semidesértico hacían crecer la angustia y el miedo en aquellos jóvenes corazones, su ansiedad y angustia iba aumentando paulatinamente ante la ignorancia de los peligros que les podía acechar. Así estuvieron durante todas las horas de sol, resguardados a duras penas con las chilabas hasta que a la caída de la tarde pudieron divisar una gran polvareda proveniente del camión que venía a recogerles. Parece ser que la misión a realizar (no muy bien explicada) consistía en controlar un terreno desconocido para anotar cualquier movimiento de hombres por aquellas montañas. Y de regreso al campamento, como premio, una incomestible cena y a dormir (si las chinches le dejaban a uno).



 
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