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Un Tirador en la Guerra de Ifni Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
domingo, 12 de julio de 2009
Índice del Artículo
Un Tirador en la Guerra de Ifni
Reclutamiento, traslado y campamento
De cómo se establece una posición en la montaña
Bautismo de fuego del II Tabor
El II Tabor de Tiradores entra en combate
La columna de liberación de los puestos de Tiugsa
La toma del monte Buyarifen y el cañoneo del crucero Canarias
Epílogo
 

De cómo se establece una posición en la montaña

Un  pelotón de Tiradores, en una posición de montaña. Ifni, Julio de 1.957
Un pelotón de Tiradores, en una posición de montaña. Ifni, Julio de 1.957.

El día 10 de agosto, los mandos del II Tabor de Tiradores decidieron establecer una "posición de reconocimiento", hacia la zona norte del territorio, para lo que se dispuso que un pelotón de la Sección del teniente Vadillo, 8º compañía, integrada por un sargento, como jefe, dos cabos segundos, ocho soldados europeos de tiradores y otros cinco soldados indígenas, que debían actual como guías, salieran de marcha, lo que llevaron a cabo al amanecer de aquel caluroso día. Como es natural el desplazamiento era a pie, llevando cada europeo la dotación completa de 150 cartuchos para el mosquetón y 8 bombas de mano cada uno (4 PO1 y 4 PO), además de la manta y chilaba individual. Dos mulas en las que cargaron las provisiones para diez días (aceite, agua, alubias, garbanzos, tocino, chorizos y chuscos de pan), añadiendo un fusil ametrallador con la munición reglamentaria.

Tras una marcha de varias horas guiados por los soldados musulmanes llegaron al punto en que según los expertos exploradores era el designado por el mando para montar la posición, el sargento fue distribuyendo al personal según su leal saber y entender con lo que cayó la noche y el silencioso absoluto sobre aquellos desamparados soldados, ignorantes de donde estaban y cuál era su misión. Con la primera luz del día y sin herramientas adecuadas (el machete y poco mas) improvisaron unas rudimentarias trincheras donde guarnecerse y a ir pasando las horas (y los días). La comida que se preparaban no podía ser demasiado variada dadas las provisiones que llevaban, por lo que la olla con el tocino y el chorizo solo cambiaba en cuanto a las legumbres (judías o garbanzos). Como había buen apetito, era el momento de la fajina el más agradable para los europeos, pese a la dureza de los chuscos de pan, aunque no tanto para los moros que les acompañaban que, agotados los higos secos y algún mendrugo de pan, empezaron a dar síntomas de hambre (a exteriorizarla), pese a lo que no podían agregarse al rancho del resto del grupo por sus creencias religiosas (el maldito tocino y los chorizos, derivados del cerdo). Llegaron a un acuerdo tácito, casi por señas: al cuarto día de acampada les ponían en una caldereta ración para los cinco moros y la llevaban detrás de un montículo, en donde ellos engullían la comida prohibida, sin ser vistos, y todos disimulaban los hechos, con lo que nadie podía darse por ofendido.

 Paisaje de Ifni años 50
Paisaje de Ifni años 50

Estos cinco soldados musulmanes, íntimamente agradecidos de no mirarse de inanición por falta de alimentos, les propusieron hacer las centinelas nocturnas ya que los europeos durante el día trabajaban en el parapeto y de noche casi no dormían. Eran personas veteranas, procedentes de la Guerra Civil, en los que confiaron plenamente, por lo que en las noches siguientes pudieron dormir a "pierna suelta", en el duro suelo, de cara a las estrellas. Aquella misión desconocida hasta para el mismo sargento que la comandaba, no les dio otro sobresalto que el vuelo rasante de un avión, aparentemente francés, que les pasó varias veces por encima, dándoles un gran susto por el estruendo de sus motores y la ignorancia de si tenían intenciones agresivas. De lo que no había duda es de que su posición había sido detectado por un avión no español por lo que aquella noche nadie durmió temiendo alguna emboscada. Nada pasó por lo que continuaron con sus habichuelas y garbanzos hasta que al décimo día de su salida volvieron al cuartel para asearse un poco, comer rancho y esperar a la próxima misión, que no iba a tardar en producirse.

Joven musulmana
Joven musulmana

El día 24 de agosto, a primera hora de la tarde, el teniente Vadillo llama a Ángel (en su calidad de cabo 2º) y le ordena que con un compañero de su pelotón deben trasladarse a un monte próximo, frontero al Cuartel de Tiradores, en cuya cima existía una cábila para acompañar a un sargento moro, de la compañía del mar, para recoger a dos mujeres, la esposa y la suegra de dicho musulmán. El compañero de pareja al que llamaban  "El Catalán" porque vivía en Barcelona, aunque era oriundo de Murcia, era una "buena pieza", sacada del barrio chino de la Ciudad Condal, que conocía todo tipo de picardías clásicas de las calles de aquel famoso barrio.

Les dotaron de mosquetón, municiones y cuatro bombas de mano PO1, cada uno de ellos y allá se fueron en compañía del sargento moro y al llegar a la cábila se encontraron esperando a las mujeres, y cuando iniciaban al regreso se dieron cuenta que una tela blanca, tirada en el suelo, se hallaba manchada de lo que les pareció sangre, por lo que entraron en sospechas, deshaciéndose cuando el sargento les informó de que aquello era la prueba de la virginidad de su esposa, con la que había contraído matrimonio el día anterior, y que era la confirmación de la validez del matrimonio. Pero el sargento moro que parecía no tener intención de volver a la cábila de la que se llevaba mujer y suegra, inició una serie de maniobras raras mientras las mujeres cargaban un par de borriquillos de ropas y enseres, por lo que lo siguieron al interior de la chabola en la que, con las manos en la masa, lo sorprendieron sacando de un agujero que había excavado en el suelo, una vasija que unió a otra situada en un rincón, y en el interior de las mismas estaba llena de billetes de banco que "El Catalán" identificó como francos franceses (de 10.000 francos cada billete); y a tal individuo, procedente como se ha dicho del hampa barcelonesa, se le iluminaron los ojos de ambición y le pidió al cabo Ruiz la autorización necesaria para darle un culatazo (¿matarlo?) y robarle el dinero.

No poco esfuerzo le costó al pobre Ruiz hacer desistir a su compañero, a quien ni la posibilidad de que le pudieran fusilar por tal acción asustaba, ya que no tenía familia alguna ni otro ambiente que el de la delincuencia. Finalmente, debido tal vez al poco de disciplina que había asimilado desde su llegada al ejército, obedeció a su cabo y continuaron con la protección de los tres moros y su borrico, hasta que llegaron al Cuartel de la Marina y ellos pudieron regresar al de Tiradores y dar el "sin novedad" al teniente, callando por prudencia las aviesas intenciones de "El Catalán" en las que, por cierto, se mantuvo durante toda la mili por aquello de que "la cabra tira al monte", y a quien Ruiz tuvo que soportar (y frenar) ya que estaba a sus órdenes directas, como cabo de pelotón que era.



 
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