Fuente: ABC.es
La visita a una escuela rural en El Kiala terminó en baile entre los expedicionarios y los alumnos.
Justo cuarenta años después de que el Ejército español abandonara la
colonia de Sidi Ifni en Marruecos, una tropa de jóvenes madrileños
uniformados acamparon en su playa. Ranchos militares, desfiladeros,
dunas, marchas bajo el sol con pies encallecidos, pastillas
potabilizadoras, temperaturas extremas, disciplina castrense. Una
auténtica «mili» civil para cien estudiantes de 16 y 17 años.
La IV expedición Madrid Rumbo al Sur recorrió 7.000
kilómetros por todo Marruecos entre el 20 de agosto y el 10 de
septiembre. La labor de defensa en territorio marroquí de
mediados del siglo XX cambió en esta ocasión por la labor
de cooperación. La expedición, organizada por la
Consejería de Inmigración, pretende mostrar a los
jóvenes las duras condiciones de vida al sur de la frontera, las
causas de la inmigración y los proyectos de ayuda solidaria.
La Comunidad invierte 5,2 millones en proyectos de cooperación en Marruecos
La Consejería de Inmigración ha destinado 5,2 millones de euros en proyectos de cooperación en Marruecos durante los últimos dos años. El norte de Marruecos es el principal foco de inmigración de África hacia España. En la Comunidad de Madrid, hay cerca de 80.000 marroquíes censados. La frontera entre Marruecos y España es la más descompensada económicamente de todo el mundo. En concreto, la diferencia es de 103 puestos entre una y otra en el PIB per capita. Los jóvenes de Madrid Rumbo al Sur visitaron proyectos de cooperación para la alfabetización de mujeres, ayuda contra la violencia de género, orfanatos y construcción de escuelas. La expedición costó 150.000 euros a la Consejería de Inmigración, además de la financiación de los patrocinadores.
Las horas de sueño, siempre al raso, eran escasas. La
comida, en pleno mes del Ramadán, era limitada. El ayuno se convertía
en algo involuntario e inevitable. En Marruecos todo es difícil para un
niño español acomodado. Las marchas con el petate cortaban la
circulación de los brazos. Los caminos no existen. El desierto del
Sahara es doloroso. Dormir a dos mil metros en la cordillera del Atlas
es asfixiante. La pobreza en los suburbios de las ciudades es
desgarradora.
Los cien chavales de la expedición, salidos de
institutos de la región, fueron seleccionados de entre los 600 que
presentaron un texto sobre el desarrollo en África. La expedición contó
con un camión de bomberos, otro de abastecimiento, tres autocares y
seis todoterrenos.
Marchaban con la ropa de ayer, de antes de ayer y del
día anterior. Las caras, curtidas sin ser siquiera jóvenes, eran las
mismas cada día. El saco de dormir era el único escondite hasta que una
tormenta de arena desvelaba el cielo, o hasta que un grillo se alojaba
en el tímpano de un monitor y lo volvió medio loco antes de que el
médico lo atrapara vertiendo aceite en su oído. Hasta que la hora de la
oración retronaba en los altavoces a las cuatro de la mañana, o hasta
que la gastroenteritis amenazaba con manchar un cuerpo ya roñoso.
Los jóvenes jugaban a hacerse los duros. No se quejaban,
no padecían. Eran inmunes al calor, al dolor y al olor. Después de la
travesía, poco les sorprende. Ni siquiera ver pender de un gancho la
cabeza entera y peluda de un camello en un zoco de la medina de Fez. La
expedición les demostró en sus propias carnes las dificultades para
sobrevivir en un país en vías de desarrollo. Los jóvenes descubrieron
que la normalidad para ellos es lo excepcional en la mayor parte del
mundo.
Los expedicionarios comprendieron la desesperación de
los marroquíes más pobres y excluidos cuando descubrieron a dos niños
tratando de montar en los bajos de su autocar junto al puerto de Tánger
para emigrar a España. La escena se volvió a repetir en una visita a
Ben Dibane, un barrio deprimido y conflictivo en el sureste de la
ciudad. Entonces, la policía destapó a otros cinco niños escondido bajo
los autocares. Una decena más estaban revoloteando en torno a ellos con
la idea de emigrar lejos.
La ruta es una inversión en cooperantes. La idea es
inocular el espíritu de solidaridad y conocimientos a jóvenes con
inquietudes para que, en un futuro, puedan participar y promover
proyectos de ayuda. Los marroquíes les pedían que se convirtieran en
sus embajadores en España. La experiencia no pretende ser una semilla
enterrada para siempre en el desierto.
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