Fuente: Qué.es
Los cien jóvenes pertenecientes a la expedición Madrid Rumbo al Sur,
que durante tres semanas ha visitado Marruecos, descansan ya felices en
sus casas tras un viaje que a muchos cambiará la vida y que, aseguran,
mayoritariamente que "volverían a repetir".
La ruta comenzó el pasado 20 de agosto en la plaza de toros de las Ventas.
Muchos recuerdan ese momento como algo "muy lejano" en el tiempo y
afirman que padecen una especie de 'dejá vú', aunque apenas hayan
pasado cuatro semanas desde el inicio de la aventura, debido a la
intensidad de las experiencias viviendas.
"El primer día
fue una explosión de emociones. Quieres llorar y estás eufórico. Nadie
sabía qué hacer o qué decirse, aunque muchos ya nos conocíamos de Los
Batanes, que fue el campamento donde nos seleccionaron", señaló Clara,
una expedicionaria de 17 años, estudiante del Instituto José Luis
Sampedro de Tres Cantos.
ESCALOFRÍOS EN LA FRONTERA
Después de atravesar la Península, Rumbo al Sur llegó a Melilla. Fueron
recibidos por muchos vecinos y autoridades militares. "Allí no te crees
que estás ya en África", indicó María,
otra expedicionaria, que agregó que la sensación general de la visita a
los destacamentos militares fue "negativa" porque "a nadie le gustaron
las armas". Eso sí, casi todos se sorprendieron al ver el Peñón
de Vélez y su "maravilloso atardecer" y al conocer que si entras "no
puedes salir, porque los marroquíes no te dejan".
Pero la conciencia de estar en el continente africano les sorprendió de repente en las vallas que separan Melilla de Marruecos.
"Al ver la frontera, muchos tuvimos un escalofrío. Vimos los muros y
las verjas y a un hombre pasar unas maletas de un lado a otro", señaló
a Europa Press Clara.
Ya en territorio alauí, y tras decenas de kilómetros recorridos, los expedicionarios llegaron a Tatouine y el Atlas.
Una experiencia nueva fue dormir en las jaimas y ver a los burros con
las alforjas de colores, los mosquitos y escorpiones. El calor
comenzaba ya a apretar y las buenas carreteras del principio se
tornaron en irregulares sendas. "Había muchas rocas en el camino y el
autobús iba dando tumbos", indicó otro expedicionario, que junto a sus
compañeros, pudieron descansar de la travesía, con un baño, al día
siguiente, en un lago.
"EL DESIERTO ES COMO EL INFINITO Y NO HAY NADA"
A finales de agosto, Madrid Rumbo al Sur llegó al desierto. "Es el infinito y no hay nadie", describió Clara. Las temperaturas llegaban a los 50 grados entre las dunas.
Tras una 'cena militar', compuesta por bolas de alubias y sardinas en
conserva, los expedicionarios, cansados, durmieron a pierna suelta. "Al
despertar fue horrible. Había miles de saltamontes, grillos y
escarabajos por todos los sitios, hasta dentro de nuestros sacos",
indicó Clara.
Tras una jornada en el desierto, con
tormenta de arena incluida, llegaron a un cauce seco, donde observaron
dibujos del neolítico y debatieron en una charla sobre los motivos que
llevaron a los hombres prehistóricos a pintar en las paredes. Después, más horas de autobús y en 'picks ups' para llegar a la antigua región de Sidi-Ifni.
Los muchachos y la dureza del viaje se relajaron. Así, cenaron arroz
con verduras, se ducharon, comieron cuscús, hicieron surf y cenaron
tocando la guitarra.
VISITA A PROYECTOS SOLIDARIOS
Quedaba una semana de viaje y ya era hora de que Madrid Rumbo al Sur
conociera los proyectos que la Comunidad de Madrid lleva a cabo en
varias localidades de Marruecos. Así, en el municipio de El Jadida escucharon los testimonios de varias mujeres maltratadas
y de la ayuda proporcionada por la asociación que financia el Gobierno
regional. Pero no todo fueron desgracias y dolor. Ya por la noche, la
asociación ofreció a los chavales música y bailes típicos de la zona y
un sitio para dormir.
Al alba, como de costumbre, deporte y desayuno. Pero en esta ocasión una
chica no acudió a la carrera y su grupo fue castigado con limpiar las
letrinas. "El calentamiento es bueno. Te despiertas", comentó Álvaro.
Su amiga Clara agregó: "Yo no me olvidaré de Pablo, el monitor, nos
levantaba todos las mañanas con una voz y característica".
En los siguientes días se sucedieron más visitas a proyectos de
cooperación regional de alfabetización de mujeres, ayuda a los niños de
la calle y la puesta en marcha de equipaciones y servicios sanitarios y
educativos. Pero también hubo tiempo libre para conocer las Medinas y los zocos de Fez y Tetuán. "Mola un cacho la mezcla de olores, colores y sabores. Es como en las películas, una orden en el desorden", apuntó Álvaro.
Tras una parada en Rabat para conocer la Embajada Española en Marruecos --donde muchos soñaban que les ofrecerían un manjar que acabó en bocadillos--, la expedición partió hacia el norte del país.
En las últimas paradas en Tánger, los adolescentes comprobaron 'in situ' los problemas de la emigración clandestina. Así, vieron cómo varios niños de unos 10 años de edad intentaron colarse en los bajos de su autobús para pasar a España.
"Ellos se sienten incómodos aquí. Si su vida no tiene sentido, entiendo
que quieran irse", afirmó Álvaro. "A mí, lo que más me sorprendió de
Marruecos fue la cantidad de niños en las calles. Su mirada te rompe el
corazón", relató Clara.
Después de tres semanas de viaje,
los cien jóvenes hicieron el camino de regreso a España, con paradas
obligadas a Ceuta y Cádiz. Deseaban apurar todas las experiencias
vividas. Pero, cuando se quisieron dar cuenta, ya estaban en Madrid.
Sus padres le recibieron con los brazos abiertos, entre lágrimas y
alegrías, "sin saber que el chico que se fue es distinto al que ha venido", confesaba una de las organizadoras de Madrid Rumbo al Sur.
"Ha sido el viaje de nuestras vidas. Volveríamos a repetir", fueren las
frases pronunciadas por muchos de los jóvenes a su regreso. "Nos vemos
en las fiestas de Majadahonda", lugar donde han quedado este fin de
semana para reencontrarse con el resto de la expedición, sin saber que
jóvenes de su misma edad han sido protagonistas durante un semana por
participar en una 'fiesta' muy distinta: los incidentes de Pozuelo.
La alegría general de la vuelta se mezclaba con reflexiones más
profundas. "Me he dado cuenta que el motor del mundo no tiene sentido.
Gastamos más de lo que debemos y esto no puede seguir siendo así.
Tenemos que dar más importancia a lo que tenemos", concluyó Álvaro.
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