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El 5 de Mayo de 1.959, después de dieciocho meses de cautiverio, fueron entregados a representantes del gobierno español cuarenta prisioneros de guerra, entre los que se encontraban tres mujeres y dos niños de corta edad. El acto tuvo lugar en Casablanca, ante el Sultán Mohammed V, que había recibido a los cautivos de manos del cabecilla de nuestros enemigos, un individuo llamado Hammú, antiguo sargento de la Legión Extranjera Francesa, sin duda manejado por el propio Sultán y su hijo, futuro Hassan II.
Este vergonzoso y público escarnio a la nación española le fue narrado por el entonces teniente de la Policía D. Felipe Sotos Fernández, al prestigioso historiador militar, General D. Rafael Casas de la Vega (“La última Guerra de África”, Colección Adalid), y este autor ha conseguido recuperar los testimonio de alguno de aquellos soldados de reemplazo que, junto a sus compañeros, fueron llevados casi a escondidas en autobús a Ceuta y desde ese punto a sus diversos pueblos de su procedencia, con el propósito (conseguido plenamente) de que no se aireara la cobarde conducta de nuestro Gobierno.
Alfonso Carlos Alsua con el autor
Unas breves conversaciones telefónicas, la identidad de pensamiento sobre lo que había sido el colonialismo en Ifni, la pertenencia al mismo Cuerpo (Policía Indígena), la existencia de varios y entrañables amigos comunes y, el encuentro personal en la ciudad de Valencia, han sido suficientes para que uno de ellos (Alfonso) me autorice a narrar su breve “mili” y largo cautiverio, aunque, me dice, que quiere omitir nombres propios (pese a que algunos no se lo merecen), para no echar leña al fuego de la vergüenza nacional aún no reparada ni reconocida oficialmente. Le dejo que sea él mismo quien narre sus recuerdos:
A ALFONSO CARLOS ALSUA IRURZUN le avisaron en Noviembre de 1956 que hacia Febrero del siguiente año (1957) se tenía que alistar en el cuartel de Pamplona (Navarra) para su reclutamiento (reemplazo del año 1956). Alfonso, en el momento de su reclutamiento, no sabía el “viaje” que la vida le iba a deparar durante aproximadamente dos años, viaje lleno de infortunios y vivencias difíciles de digerir y que, a través de estas líneas, tiene la amabilidad de contarnos y nosotros leer un relato verídico. Dicho escrito está redactado fielmente, contado de sus propios labios, tal y como él lo vivió.
Un año antes de su alistamiento a la Caja de Reclutas número 50 de
Pamplona, le habían hecho lo que se llama “la medida” para su posterior
reclutamiento. Ingresó en Caja el día 1 de Agosto de 1956, con la
clasificación de Soldado. Él estaba trabajando en San Sebastián
(Guipúzcoa) en la construcción. Recibió una carta en su casa paterna en
Garisoain (Navarra) y su madre le avisó.
El día que llegó al cuartel de Pamplona, le subieron
con otros compañeros a un tren para trasladarles a Cádiz. Pasaron la
noche en el trayecto hasta destino. Unas buenas vacaciones, a la vista
de lo que le iba a pasar. Estuvieron en dicho cuartel de transeúntes
durante 15 días: “Nos dejaban pasear por Cádiz y pasar el tiempo como queríamos”, comenta Alfonso sonriendo sabiendo ahora la dureza de los días posteriores.
Tras esta experiencia, 1.000 reclutas subieron a un barco y estuvieron navegando hasta Fuerteventura (Islas Canarias): “Durante
la travesía que duró tres días con sus dos noches, hubo una tormenta y
todos estábamos mareados, agarrados a los palos o a la barandilla del
barco y vomitando. También recuerdo que todos dormíamos en cubierta. El
barco disponía de camarotes, pero estaban destinados a los oficiales”.
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