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Los prisioneros españoles de la ocultada Guerra de Ifni Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
martes, 06 de octubre de 2009
Índice del Artículo
Los prisioneros españoles de la ocultada Guerra de Ifni
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Alfonso sigue con su historia: “A los cinco días (hacia el 14 o el 15 de Agosto de 1957) vinieron dos compañías de Paracaidistas, dos o tres compañías de tiradores de Ifni y aviación, y fueron a por los que nos habían tiroteado. Hubo prisioneros y algún muerto por parte mora. Por nuestra parte no hubo ninguna baja. A partir de ahí, nuestro trabajo consistió en buscar a los moros, no como antes, sino bélicamente, con tiroteos por cualquier motivo. Abastecíamos (de munición y de comida) también los puestos de Tamucha, Habidur,... Los moros nos odiaban”. 

El primer reemplazo europeo en la Policía Indígena.
El primer reemplazo europeo en la Policía Indígena.

En una de esas “peleas”, Alfonso fue herido junto a un compañero suyo y cuenta que, mientras les curaban, desde el cuartel veían los combates que se producían cerca. A su compañero y a él les trasladaron finalmente al hospital de Las Palmas, aunque primero de Tagragra les llevaron al Hospital de Sidi-Ifni, pero al no haber sitio para ellos, les llevaron a las Islas Canarias. Alfonso tenía metralla en el cuello y en las piernas. Su compañero tenía más metralla en las piernas que él. Continua explicando: “Estuvimos 15 días en el Hospital pensando e ilusionándonos, cada día que pasábamos allí, en que nos iban a llevar de vuelta a España, pero todo se truncó al facturarnos otra vez a Ifni, esta vez al puesto fronterizo de Tabelcut. Yo creo personalmente que nos llevaron al Hospital para que descansáramos y así volver con más fuerzas al combate”. Alfonso también cuenta que “durante su trayecto en avión al hospital canario (un Junker), andaban con mil ojos ya que viajaban con los moros presos. Dicha situación hacía que tuviera la metralleta bien agarrada cerca suyo “por si las moscas”. 

A su compañero de Jaén y a Alfonso les llevaron, tal y como lo relata, a Tabelcut y ahí estuvieron tres semanas como de vacaciones, porque no pasaba nada importante.

En aquel lugar se hallaba la frontera de Ifni con el Reino de Marruecos y la aduana correspondiente estaba a cargo de un cabo 1º de la Guardia Civil que vivía con su familia en el puesto. La guarnición era de la policía (europeos y musulmanes) y el mando lo ostentaba el teniente D. Felipe Sotos Fernández, y pese a estar a poca distancia de Mirleft, en donde después se supo había un gran contingente de individuos armados del llamado Ejército de Liberación, nuestros servicios de información no funcionaron debidamente.

Las “vacaciones” duraron unos escasos veinte días tras los que se desencadenaron los sucesos que nos pasa a relatar:

“La noche antes de cogernos, hubo una alerta general. Pasamos TODA la noche en vela, no sólo el teniente y el cabo, sino TODOS. A las seis de la mañana, la mitad se fue a dormir, vestidos y con el armamento cerca nuestro por si atacaban. En la casa estábamos nueve policías, la mujer del cabo primero de la Guardia Civil y sus dos hijos y varios policías autóctonos. A mí me tocó velar y fue ahí cuando empezaron los ataques. Estuvimos defendiendo el puesto hasta las cuatro de la tarde, de habitación en habitación y, finalmente, nos arrinconaron en la terraza de nuestro puesto. Era una terraza de dieciséis metros cuadrados aproximadamente".

Pese a los peligros, había alegría juvenil.
Pese a los peligros, había alegría juvenil.

"Estando allí, vimos pasar dos aviones de combate franceses, a gran altura. Dieron varias vueltas alrededor nuestro y se fueron. Otro día pasó a baja elevación un Junker español. Nosotros tiramos bombas de mano y nos hizo 'un guiño de alas'. Con esto, nosotros pensábamos que nos había visto, pero no pasó nada. Teníamos poca comida, estábamos casi sin munición y lo peor de todo, no teníamos radio con la que comunicarnos. Así estuvimos aproximadamente tres días, del 23 al 26 de Noviembre aproximadamente, ellos atacando y nosotros defendiéndonos en la terraza de la casa".

"Los moros que pertenecían al ejército español se pasaron casi todos a nuestros enemigos durante ese ataque. El 26 nos apoderamos de nuestro puesto. Tiramos hacia abajo porque el hambre apremiaba. Me acuerdo que al bajar, un compañero madrileño y yo nos encontramos una botella de whisky marca "Caballo Blanco". El pegó un trago y me dio la botella a mí que yo no había bebido nunca whisky, y le pegue otro trago y me supo a agua. Al no haber mucho ruido de tiroteos, pensamos que los moros se habían acobardado y nos habían cedido nuestro terreno. Nos dejaron toda la noche “respirar” tranquilos. A la mañana siguiente, el 27 de Noviembre, empezaron a bombardearnos con morteros. A media mañana apareció un moro rebelde perteneciente al llamado Ejército de Liberación con una camioneta y una bandera blanca del puesto marroquí. Nunca supe lo que pasó, solo que el teniente nos dijo que nos entregaba al ejército marroquí, él incluido".

"Nos dejaron salir del puesto de combate con nuestro armamento y la bandera española y nos llevaron hasta Mirleb, debidamente custodiados. Íbamos: El teniente Sotos, el cabo 1º de la G. Civil Juan Rubio Martos, con su esposa y dos niños pequeños, el cabo 1º de policía Ángel Heras Martín, el cabo 2º Manuel Castillo y los policías de 2ª (además del narrador) José González Nicolás, Gerardo León Vicario y José González Sedano, así como el soldado de Transmisiones Jesús Muñoz Muñoz. Los policías nativos, como ha dicho, habían desertado o incluso unido a los atacantes. Al llegar a Mirleb, el ejército marroquí nos desarmó. Pudimos comprobar que el armamento de los moros era casi todo español, mejor que el nuestro. A mi parecer no había bandas rebeldes marroquíes, sino el ejército de Mohamed V disfrazado de guerrilleros. A continuación nos dieron de cenar y a media noche nos sacaron de uno en uno, atándonos seguidamente las manos detrás del cuerpo y llevándonos a un autobús. En el autobús nos ataron al asiento con una cuerda por el cuello, otra por la cintura y otra en los pies, todo esto con las manos atadas atrás, claro. Así nos tuvieron una noche entera en el autobús, yendo por las montañas. Nos llevaron a un puesto y estuvimos seis meses. Metieron al cabo primero y a su mujer en una habitación, al teniente aparte y nosotros en un agujero dónde no nos dejaron ver la luz del sol en durante seis meses. Diariamente los golpeaban brutalmente, sobre todo a los procedentes de la policía”.



 
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