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Escrito por Javier Martín-Domínguez
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martes, 15 de diciembre de 2009 |
Fuente: eldiariomontanes.es
Sabemos que la memoria puede jugar malas pasadas. Tanto por lo que no
se recuerda cuando se necesita, como por el asalto imprevisto de algún
momento aciago del pasado. Estábamos en el trance de la recuperación de
la 'memoria histórica', cuando se ha venido a sumar el desierto a las
cuentas todavía sin saldar. Ahora sólo vemos el desierto en las
películas, pero hubo un tiempo que era parte de nuestra geografía.
Primero se dejó el protectorado sobre Marruecos, después se cedió Ifni
y finalmente se salió por pies del Sáhara, que acabaría dividido entre
marroquíes y mauritanos.
La televisión nos pasea ahora, gracias a la activista
Haidar y al caso de los cooperantes secuestrados, por un territorio en
nebulosa. No en vano fue materia reservada, asunto prohibido para la
prensa durante el franquismo, y ha sido poco frecuentado por los medios
desde entonces. Como si nadie recordase a los representantes saharauis
que se sentaban en las Cortes. Como si no supiésemos que allí ha
seguido hablándose español. Hay una leve excepción. Los comediantes se
suben a la caravana una vez al año y se van con sus películas españolas
a dar ilusión y noticia del ahora a los niños, mujeres y hombres que
deambulan entre arenas y polvo en los confines del Sáhara. Los mismos
que estos días han viajado a la vecina Canarias para ofrecer su apoyo y
solidaridad. Pero ni siquiera el cine o la televisión han sido pródigos
en tratar el caso de estos desheredados de la tierra, ni en utilizar
para guión la tragicomedia en que devino el rápido abandono franquista
de la colonia de los fosfatos.
Decía Paul Bowles que en «el desierto no hay memoria».
Será por eso que sólo obligadamente volvemos allí nuestra mirada. Sin
duda es el momento de ir más allá de la noticia puntual y dedicarle un
buen guión o una miniserie. Sin estas revisiones quedará otro hueco en
nuestra memoria histórica, difícil de saldar. Sirvan de hoja de ruta
las 500 paginas de los 'Estudios saharianos' de Julio Caro Baroja en
las que ya apuntaba premonitoriamente que «en la vida diplomática
resulta con frecuencia que el que parece que va a hacer una cosa hace
otra, y que el que acierta se equivoca».
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