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El soldado-médico Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
miércoles, 06 de enero de 2010
Índice del Artículo
El soldado-médico
La llegada
La Jura de Bandera
Las posiciones defensivas
Agudizando el ingenio
De oposiciones en Madrid
De regreso en Ifni
Motín en el monte Buyarifen
Un "regalo" de última hora
Por fin "La Licencia"

La Jura de Bandera

Haber pasado el tiempo de Campamento en el Botiquín fue un “chollo” porque me evité las fatigas que sufrieron los compañeros durante la instrucción aunque condicionó luego una serie de situaciones –reflexiona Victoriano-: No hice instrucción en orden cerrado y por lo tanto no aprendí a desfilar o a marchar; no había pegado un tiro; no había hecho vida militar lo que en aquel inmenso cuartel que era Ifni, donde el espíritu militar constituía la salsa donde se movían los oficiales, con el prurito de que compañía de reclutas desfilaba mejor al acabar el periodo de instrucción, y todas esas “cosas” a las que tanta importancia daban aquellos mandos. La reválida había que pasarla el “Día de la Jura” y para esa ocasión no podían esconderse a aquellos que, por una u otra circunstancia, no sabían desfilar.

Jurando la Bandera de España.
Jurando la Bandera de España.

Se formó una Compañía que denominaron “El Pelotón de los Torpes” en la que fui incluido, cuyo mando recayó en un teniente de la 13ª Compañía, del III Tabor, apellidado Recio, que no sé porque causa había sido relevado de mandar la de reclutas que había estado formando durante todo el Campamento.

Recordarás –me dice- que juramos la Bandera el domingo 14 de Mayo de 1.961, en la gran explanada asfaltada del campo de aviación, y el “Pelotón de los Torpes” hizo lo que pudo dada la nula instrucción que sus componentes teníamos. Aquel día que tenía haber sido de gozosa alegría al convertirnos en soldados de España me condujo a vivir uno de los más desagradables sucesos de mi vida de soldado, si es que la forma de vida y de ser tratados que soportábamos, no era un continuo atentado a la dignidad de cualquier persona.

Cuando al acabar la jura individualmente, regresábamos a la formación, los dos soldados que iban delante de mi, ni conseguían llevar el paso, ni llevar el mosquetón en “suspendan”, por lo que el teniente Recio -¡qué debía estar de una “lechecica de hazte pa ya y no te menees”!- comenzó a golpearles en la espalda con la empuñadura del sable hasta que uno de ellos, dando un grito, se desplomó; y aunque no podía moverse le intentó –el teniente- seguir golpeandolo en el suelo por lo que dejé el mosquetón, me interpuse y le insistí en que llamara a una ambulancia porque, como médico, creía necesario evacuarlo al Hospital.

Victoriano Gracia, de uniforme.
Victoriano Gracia, de uniforme.

Al día siguiente –lunes, 15 de Mayo- fui a visitar al herido. Un soldado-médico llamado José Miguel García, a quien todos conocíamos por “El Maraceno”, destinado en el Hospital, me dijo que en las radiografías que le habían hecho se confirmó la fractura de una vértebra dorsal, lo que le supuso, al recluta, varios meses de inmovilización.

Cuando leí tu libro de Memorias –me dice- vi enseguida que este es el suceso al que haces referencia en la página 85 y no era un “macutazo” sino un hecho real que, como he dicho, tuve la suerte de presenciar porque sin mi rol de médico posiblemente hubiera sido peor todavía.

El Capitán Médico de Tiradores, Don Arturo Molina, me preguntó que había ocurrido porque estaba dispuesto a dar parte del teniente según me dijo, aunque no tengo noticias de que aquel propósito prosperara.


 
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