Fuente: La Opinión de Zamora.es (Opinión)
No se sabe -o no se dice- cómo empezó el nuevo conflicto con Marruecos, que pone sordina a la cacareada política de buena vecindad de la diplomacia moratiniana.
Rufo Gamazo Rico.
Nunca son fáciles ni cómodas las relaciones entre países fronterizos,
especialmente cuando se dan contenciosos, justificados o inventados y
mantenidos con ilógica tenacidad, como es el caso. Tan viejo es el
empeño apropiador del imperio marroquí como viejas son sus mañas y
conocidas sus tretas. Los mercados de Me-lilla se han visto
desabastecidos porque unos grupos de activistas, contando con la
pasividad de la Policía marroquí, impidieron la entrada de camiones por
el principal paso fronterizo. Se trata indudablemente de tácticas
probatorias; estos llamados activistas de la Liberación de Ceuta y
Melilla responden, hasta en el nombre, a las un día famosas bandas del
Ejército de Liberación de Ifni, que invadieron el territorio mientras el
rey de Marruecos se lavaba las manos. Aquella guerrita se libró sin que
el pueblo supiera que estábamos en guerra (¿como Afganistán?; «nihil
novum»). Y se entregó la multisecular posesión española a Marruecos que
oficialmente no había combatido por ella.
Actualmente nuestras costas del Sur están padeciendo una inesperada y
extraña invasión de pateras. No constituye la situación económica de
España una abierta invitación a emigrantes en busca de prosperidad;
muchos de los que llegaron en tiempos mejores, se aprestan a marcharse.
Las pateras no vienen hoy como «efecto llamada», sino, presuntamente,
como enviadas en virtud de un plan poco limpio, no es lógico creer que
esperen conseguir trabajo en un país de parados. Entonces, es lícito
suponer que vienen a poner en mayores dificultades a nuestras
autoridades.
Por de pronto, ha de emplear más elementos
policiales y marítimos al servicio de la protección de las pateras,
salvamento de los náufragos y recuperación de cadáveres. Es el triste
sino de no pocos de estos pobres emigrantes, que no parecen tener en
cuenta los que los embarcan en condiciones tan peligrosas; en todo caso
alguien -y perdonen la mandra de señalar- debiera mirar por sus
súbditos.
El lanzamiento de pateras, tal como se cuenta en la
prensa, nos trae el recuerdo de la famosa «Marcha verde». Entonces
numerosos paisanos marroquíes fueron utilizados en una tramposa
operación de conquista.
La peripecia era molesta, fastidiosa
pero no presentaba los peligros de las pateras; el transporte y el
abastecimiento estaban asegurados por quien podía hacerlo, y la faena,
aunque injusta, contaba con decisivos valimientos internacionales. El
Régimen que agonizaba con su sostén poco podía hacer. El Gobierno ensayó
ocurrencias que curiosamente ahora se han experimentado de nuevo.
Entonces, se confió en la amistad de don Juan de Borbón con el rey
alahuita; en las presuntas excelentes relaciones de Solís con un
influyente ministro marroquí, en total, para nada. Parece ser que no se
envió la carta que, «puesto ya el pie en el estribo...» Franco escribió
al rey de Marruecos, recordándole los impagables servicios que había
prestado a su padre, quizá salvándole el trono y mereciendo su
perdurable amistad; creo que la carta que transcribió el excelente
pendolista Moreno, del Ayuntamiento madrileño, no se envió a su destino.
Tal como estaban las cosas, era de temer que los históricos y cordiales
argumentos no ablandarían al destinatario. El Gobierno ha recurrido al
Rey en solicitud de intervención cerca de su amigo y primo y don Juan
Carlos ha respondido solícito, como siempre. Habrá que esperar. La cosa
es que aunque el caso presente tuviera la justa solución que se espera,
las relaciones no quedarían garantizadas de ulteriores desencuentros.
¿Qué se puede esperar de una vecindad donde un vecino exige siempre
esperando contra todo derecho que el otro transija en todo? Pues, en
esas estamos.
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