Fuente: lne.es
La pérdida del Sáhara y los últimos incidentes en la frontera de Melilla.
En el último siglo y medio las relaciones con nuestros vecinos
marroquíes han sido como mínimo difíciles y ocasionalmente traumáticas,
de gran repercusión en nuestra política interna. Recuérdense los
episodios de la Semana Trágica barcelonesa, el Desastre de Annual y el
origen de la Dictadura de Primo de Rivera, la participación de tropas
moras en la represión de los insurrectos de 1934 y en el bando de los
sublevados durante la guerra civil, el conflicto armado que concluyó con
la «retrocesión» de Ifni, la pérdida nulamente gloriosa del Sáhara,
cuyo fantasma no cesa de atormentar nuestra acomodaticia (pero torpe)
conciencia, el desalojo del islote de Perejil o el reciente bloqueo de
la frontera con Melilla.
Por lo que atañe a la cuestión del Sáhara, nuevamente de actualidad
estos días a causa de un incidente resuelto según tiene España por
costumbre (es decir, mediante el apaciguamiento servil de Marruecos en
el ámbito de la diplomacia secreta que prefiere el reino alauí), llama
la atención que un régimen militar como el franquista se dejara
arrebatar tan fácilmente un territorio de semejante extensión ante la
mera bufonada de la «Marcha Verde» organizada por Hassan II. Cierto es
que el general Franco entraba a la sazón en su enfermedad postrera, pero
el Gobierno español se hallaba presidido por un halcón del pelaje de
Carlos Arias Navarro. Este episodio revela, pues, no una carencia de
liderazgo, sino la vaciedad misma del franquismo, su carácter de anómala
excrecencia tumoral en el cuerpo del occidente europeo, su deficiente
representatividad en el interior y su completa soledad internacional.
Respecto a esta última circunstancia, cabe incluso sospechar que fueron
los norteamericanos (Henry Kissinger, concretamente) los que incitaron y
apoyaron la acción depredatoria del monarca marroquí. Con éste se
entrevistó el zalamero ministro José Solís Ruiz, aquel que se jactaba
sin rubor de decirle a Hassan II: «Majestad, de cordobés a cordobés...».
Según relata el historiador Ferrán Gallego, Solís se dejó imponer «de
forma vergonzosa» las condiciones de abandono del Sáhara y los tiempos
de la operación, lo que permitió el avance de la «Marcha Verde» sin
resistencia española y la eliminación del peligro que más temía
Marruecos: una posible alianza entre España y Argelia para defender el
territorio. Así, incumpliendo los mandatos de las Naciones Unidas,
nuestro país abandonó a su suerte a los saharauis (véase «El mito de la
transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia:
1973-1977», Crítica, Barcelona, 2008, págs. 204-206). Teniendo en
cuenta, no obstante, además de lo anterior, la escasa preparación y
dotación del Ejército (mantenido bajo mínimos por el Caudillo, receloso
de cualquier poder) y la poca confianza de los mandos superiores en sus
oficiales (la revolución de los claveles portuguesa se hallaba muy
próxima), ¿pudo haberse hecho otra cosa? Bueno, la pregunta ya sólo
importa a efectos del honor nacional, lo que desde luego no es poco, si
bien resulta más interesante extraer de aquellos hechos algunas
lecciones provechosas.
Según la perspectiva de los intereses estadounidenses, Marruecos
es mucho más importante que España: he aquí la primera lección. Si en
1975 se trataba, mediante el espléndido regalo del Sáhara, de cimentar
una sólida relación americano-marroquí en perjuicio no sólo de España,
sino también, por motivos distintos, de Francia y Argelia, no parece que
la situación haya variado hoy gran cosa. Desde aquella fecha, sin duda,
las relaciones económicas hispano-marroquíes se han ampliado, dentro
del marco de la Unión Europea, considerablemente: tenemos importantes
inversiones en Marruecos y aproximadamente un millón de súbditos de
Mohamed VI viven entre nosotros como inmigrantes. Es bueno que las
relaciones crezcan y se diversifiquen, comprendiendo igualmente las de
índole cultural. Ahora bien (y ésta es la segunda lección), que no se
nos olvide que, ante cualquier contencioso con Marruecos que requiera
una solución militar, estaremos fundamentalmente solos. ¿Puede
imaginarse un escenario tal? Así lo creo, habida cuenta del opaco e
inseguro sistema político marroquí y de las pulsiones nacionalistas que
el rey cabe que excite para sublimar conflictos internos.
La pérdida del Sáhara hace 35 años supone, por la forma en que
se produjo, una herida en nuestra memoria histórica y una quiebra
difícilmente reparable de la confianza en nuestro vecino del Sur
(tercera lección). Sin embargo, el Sáhara ha sido una pieza cinegética
que Marruecos no acaba de engullir y digerir; y francamente: no creo que
debamos ayudarle en dicho proceso. Tampoco hemos de sentirnos en deuda
con los saharauis más allá de los aspectos de ayuda humanitaria.
Atengámonos, pues, a las resoluciones de la ONU y dejemos que el tiempo
siga haciendo su lenta y persistente obra de desgaste político y
económico sobre las espaldas de los marroquíes (cuarta lección).
El bloqueo de la frontera melillense producido durante algunos
días de los meses de julio y agosto constituye también un motivo de
preocupada reflexión y nos proporciona una última lección sobre las
difíciles relaciones con Marruecos. Aparentemente el conflicto surgió
desde la «sociedad civil» (?) de la zona aledaña contra determinadas
actuaciones de la policía española que controla el acceso a la ciudad
autónoma. Los medios de comunicación, sin embargo, pusieron de relieve
el desconcierto del Gobierno de Rodríguez Zapatero, que ignoraba los
verdaderos motivos del inopinado descontento marroquí. Esos mismos
medios barajaron la posibilidad de que todo fuera una medida de presión
relacionada con la vieja cuestión del referéndum de autodeterminación
del Sáhara, respecto de la cual, y ante el punto muerto existente, hemos
recibido una petición de ayuda por parte de la ONU. El caso es que ante
la perplejidad gubernamental el Rey don Juan Carlos mantuvo una
conversación telefónica con Mohamed VI, lo que fue muy aireado y
celebrado por Marruecos como una victoria psicológica, estableciéndose
seguidamente un calendario de peregrinaciones a Rabat: el Director
General de la Policía y de la Guardia Civil (18 de agosto), el Ministro
del Interior (23 de agosto) y en breve el propio Rey de España. El señor
Rubalcaba, tras entrevistarse con su homólogo marroquí, es recibido en
audiencia por el rey Mohamed VI en su residencia de Casablanca (la única
foto difundida de la entrevista muestra al Ministro escuchando
obsequiosamente a Su Majestad) y convoca luego una rueda de prensa sin
preguntas, dando por superados todos los incidentes. Finalmente, el
PSOE, con el apoyo de IU, ERC y CiU, impide el debate del conflicto en
sede parlamentaria. Se invocan razones de «responsabilidad», «prudencia»
y «lealtad» a la vista de los importantes intereses de todo orden que
vinculan a ambos países (véase el «Diario de Sesiones del Congreso» del
propio 23 de agosto).
Hay aquí, una vez más, un error de base en el que incurren
nuestros dirigentes políticos. Precisamente porque Marruecos es un
capítulo esencial de nuestra política exterior, de ningún modo puede
escapar al control de las Cortes. Utilizar exclusivamente los mecanismos
de la diplomacia secreta sólo puede beneficiar a un régimen tan
escasamente democrático -y por ello de conducta imprevisible- como el
marroquí. ¿Cuándo aprenderemos, además, la lección de que en un sistema
parlamentario la responsabilidad consiste justamente en la disposición a
responder ante los representantes del pueblo?
RAMÓN PUNSET
CATEDRÁTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO
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