Página 1 de 7 A modo de preámbulo
Antes de entrar en el tema especifico enunciado en el título del presente trabajo, queremos poner de relieve la carencia de relatos escritos y/o publicados por soldados de reemplazo obligatorio que, durante la segunda mitad del siglo XIX fueron llevados a las Colonias de Cuba, Puerto Rico, Isla de La Española (la actual República Dominicana-Haití), Islas Marianas, Islas Marianas y las Islas Filipinas. Tiene una lógica explicación: Aquellos jóvenes eran pobres y analfabetos; si todo iba bien y no caían reenganches por algún castigo, se pasaban seis o siete años en aquellos remotos e inhóspitos parajes y los que volvían lo hacían con poca salud y ante la indiferencia de sus paisanos.
Perdidas aquellas Colonias ultramarinas, los empeños imperiales de las clases dominantes (capitalistas y el clan militar en el que se sustentaban) llevaron al ejército español al norte y oeste de África, en donde los soldados tuvieron el honor de morir por la Patria, los militares de carrera, muertos o vivos, se cargaron de medallas, prebendas y honores, y los capitalistas engordaron sus cuentas bancarias. Los soldados sobrevivientes, con sus tres años de servicio, se convirtieron en “cadáveres verticales” que volvieron a tirar de los arados en sus pueblos de procedencia y no supieron dejar constancia de los horrores que habían vivido en aquel maldito Marruecos.
En el año 1.921, cuando se produce el Desastre de
Annual, con el hundimiento de la Comandancia Militar e Melilla y el vil
asesinato de más de diez mil soldados españoles, muchos de ellos
degollados y horriblemente mutilados, obligó al Gobierno de la Nación a
enviar refuerzos desde la Península, los famosos Batallones
Expedicionarios en los que iban encuadrados aquellos soldados llamados
“cuotas” (procedentes de las clases pudientes y muchos de ellos con
estudios universitarios) que escribieron y dieron a conocer que era
aquello de la “guerra con el moro”. De esta forma Ernesto Giménez
Caballero, profesor de español en una universidad alemana, escribió
contando sus experiencias en un libro titulado “Cartas Marruecas de un
soldado”, por el que fue encarcelado; Ramón J. Sender, el aragonés
universal, nos dejó un emotivo relato en su “Imán”, cuya lectura
recomiendo; José-Díaz Fernández, con su novela de la guerra marroquí “El
Blocao”, ofrece su testimonio personal de lo que eran aquellos pequeños
“fuertes”, asediados por el enemigo; en el II Tomo de su trilogía “La
forja de un rebelde”, que titula “La Llama”, el madrileño Arturo Barea,
que en sus tres años de mili ascendió de soldado a sargento explica, sin
pelos en la lengua, la cloaca de corrupciones en que se habían
convertido Ceuta y Tetuán, donde todos medraban a costa de los infelices
soldados cuyo único derecho era el de morir por la Patria.
Después
de esos años veinte del pasado siglo (la guerra en aquellos territorios
africanos finalizó en 1.928) hubo un pequeño lapsus de tranquilidad que
se quebró con la incivil contienda entre españoles -1.936-39- y casi
sin tiempo de recuperación Franco y las circunstancias políticas
enviaron varios miles de soldados a Rusia, aquella casi olvidada
División Azul. De esas contiendas han quedado bastantes relatos escritos
por soldados (Dionisio Ridruejo, Tomás Salvador, Ricardo Fernández de
la Reguera, etc.), pero de la última guerra colonial en África
(Ifni-Sahara 1.957-58) ningún soldado ha publicado un libro con ese
tema. Y aunque en esos años seguro que había una gran cantidad de
jóvenes con las facultades literarias para ello, lo cierto es que la
férrea censura que el tándem Franco-Carrero habían impuesto sobre esos
temas debieron hacer abortar cualquier intento, por tibio que fuera. Y
no ha sido hasta los inicios del siglo XXI, cuando algunos soldados se
han lanzado a publicar sus libros de memorias, que son lo que a
continuación voy a reseñar.
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