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La Búsqueda de la torre
En 1764 un comerciante norteamericano, George Glas, fundó una factoría pesquera en la ensenada de Mar Pequeña, aunque no hizo mención de restos de edificaciones en la zona. La ocupación fue efímera, pues Glas fue detenido por las autoridades españolas acusado de defraudar a la hacienda pública.
En un tratado firmado con el sultán de Marruecos en 1860, se concedía a España el territorio suficiente, “junto a Santa Cruz la Pequeña”, para establecer un enclave pesquero. Sin embargo, por aquellos años no estaba claro dónde estaba la Mar Pequeña. En 1877, el capitán de navío Fernández Duro viajó al continente y decidió –no sabemos si con premeditación o con negligencia–, que la Mar Pequeña se encontraba en Ifni. Este dictamen fue contestado por varios estudiosos, que lo ubicaban también erróneamente en las desembocaduras de los ríos Shebika y Sus. Desde el punto de vista político interesaba más Ifni y este territorio fue convertido en el tratado con Francia de 1912 en la “nueva” Mar Pequeña.
Sin embargo, estos vaivenes políticos no hicieron referencia alguna a la existencia de una torre medieval en aquella zona.
El primero que dio noticia de la torre, identificándola como la de Diego de Herrera, fue el notario de Lanzarote Antonio María Manrique en 1878, a raíz de un viaje de exploración de la zona. Cuatro años después, el piloto Víctor Arana ratificó la existencia de restos en el lugar señalado por Manrique. Estas noticias tuvieron un eco local escaso que pasó desapercibido fuera del Archipiélago.
La torre siguió ignorada hasta que tres investigadores franceses dieron noticia de ella en sendas publicaciones, Cenivel (1935), Pascon (1963) y Monod (1976), aunque no tuvieran la completa certeza de que se trataba de la edificación levantada por Fajardo en 1496. El propio Rumeu de Armas no lo tuvo claro en un principio, ya que en 1956 se decantaba como el lugar de la fortaleza la desembocadura del río Shebika. Tras el estudio de Monod, cambió de opinión y dio la razón al francés.
Las primeras fotografías publicadas de los restos de la torre aparecen en la monografía de Monod de 1976. Hubo que esperar veinte años para que algún investigador canario se acercara hasta Mar Pequeña. En 1996, un grupo de geólogos y biólogos, encabezado por Francisco García–Talavera, llegaron al lugar de la torre, se la encontraron en ruinas y en un islote cerca de la costa, que quedaba aislado del continente en las pleamares. De este viaje hubo constancia en la prensa de aquellos años, aunque no se publicó ninguna memoria descriptiva de lo descubierto. Desde entonces hasta hoy día, sólo hemos encontrado una referencia de Vázquez Blanco en un número de Revista de Arqueología de 2010, en el que llamaba la atención sobre el peligro que corrían los restos de ser cubiertos por las arenas del desierto. Efectivamente, algunos viajeros que pasaron por allí en 2010 y 2011 no pudieron encontrar rastro de edificio alguno, completamente tragado por el desierto. La torre se había perdido de nuevo.
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