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Carta abierta de un Tirador de Ifni Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
Escrito por Manuel Jorques Ortiz   
sábado, 05 de enero de 2013
Índice del Artículo
Carta abierta de un Tirador de Ifni
El campamento de reclutas
El cañón sin retroceso
A primera línea
Id Nacus
El Cuartel de Tiradores
'Cola Camello'
Epílogo

El cañón sin retroceso

El dichoso cañón procedía del ejército americano, (un desecho de ellos), y como su mismo nombre indica no retrocedía al dispararlo, pues la mitad de la energía de la granada salía en forma de fuego por detrás (unos veinte metros) siendo la otra mitad la que impulsaba a la granada hasta su objetivo. Era arriesgado su disparo tanto por la llama de atrás como por el ruido que producía- uno de mi escuadra quedó sordo de uno de los oídos por falta de precaución-, pero lo más gracioso es que debido a la temperatura que alcanzaba la recámara el cañón podía explotar al cabo de unos cientos de disparos, por ello el arma iba acompañada de una especie de agenda donde se debía de apuntar cada disparo. Mi cañón había estado en California, luego pasó a Corea y de allí a Cádiz y a Ifni, pues bien en la agenda sólo estaban cuantificados los disparos realizados en California y Corea, ya en Cádiz nadie había escrito nada, yo tampoco lo hice a pesar de que disparé un montón de veces. ¡Los españoles somos así!

El cañón sin retroceso.
El cañón sin retroceso.

Y como era un arma un tanto espectacular en los desfiles, pues no me perdí ni uno. Estuviera donde estuviera, si había que desfilar, nos llamaban unos días antes, ensayábamos un poco y… ¡a desfilar!. Yo llevaba el trípode y como desfilábamos al paso de la legión aquello se meneaba tanto que uno de los pies me golpeaba una de las últimas vértebras tan repetitivamente que me hacía hasta sangre…¡delicioso!

Pusieron a mis órdenes a tres soldados, un madrileño muy gracioso, pero que se meaba por las noches… ¡que olor!, otro murciano analfabeto, súper introvertido que apenas le oímos hablar y un andaluz, el que se quedó medio sordo, tratante de ganado en su pueblo y que nunca se gastó una peseta, todo el exiguo sueldo que nos daban cada quincena lo guardaba, al final de la mil no sé el dineral que tenía. 

A los cabos nos instruyeron en el disparo de todas las armas –ametralladora, mortero, cañón sin retroceso, tiro de granadas, mosquetón y arma corta–, como puedes imaginar acabé hasta el gorro de tanto ruido. Me convertí en un antibelicista furibundo.

La “famosa” chinche de cama.
La “famosa” chinche de cama.

De aquellos tres horribles meses de recluta recuerdo también mi lucha contra los parásitos. Yo no había visto en mi vida ningún “bichito” raro así que cuando vi pulgas en mi sábana me sentí verdaderamente mal, pero aún fue peor cuando observé que en el elástico de mis pantalones había docenas de “bichitos”, como es lógico me apresuré a encargarle a un veterano que me subiera del pueblo el insecticida más potente que encontrara –creo que me compró ZZ–. Solucioné de momento el problema y digo de momento porque a lo largo de la mili sostuve una batalla sin cuartel contra todos, sobre todo contra los chinches. Recuerdo que en una de las posiciones por las que pasé había multitud de chinches, tantos había que nos dieron unos polvos blancos para que nos los espolvoreáramos por todo el cuerpo antes de acostarnos, pues bien, realizada dicha instrucción, parecíamos panaderos, pero lo espectacular sucedía al levantarnos, ni Jesucristo tenía peor aspecto: a lo largo de la noche las cinches habían llegado hasta su objetivo sin importarle en absoluto el dichoso polvo –debía estar caducado–, al morder y chupar la sangre, instintivamente te defendías chafando alguno de ellos, por lo cual la sangre de su interior se mezclaba con esa especie de harina que cubría el cuerpo, cuando me vi el pecho me asusté. La mezcla de sangre y harina pegada a tu cuerpo lograba que uno se viera con un aspecto casi terrorífico.

Y así, poco a poco, nos fuimos curtiendo y acostumbrando a una vida que de vida no tenía nada. 

Y así llegó la jura de bandera. Sólo recuerdo que éramos miles, que estuvimos horas a pie firme, que me emocioné al grito de ¡Arriba España! Y que nos dieron comida extra.


 
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