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De cómo por unas horas me convierto en el Jefe del Tabor
El asalto a las posiciones defensivas de Ifni, que llevaron a cabo los 2000 integrantes del Ejército de Liberación Nacional marroquí en Octubre de 1957, determinó que el dominio español sobre el territorio se limitara a una franja estrecha de costa alrededor de la capital de apenas 27 Km de longitud y unos 12 o 14 Km de profundidad. Para defender esta capital se estableció una línea defensiva con una serie de posiciones avanzadas que con sus posibilidades de fuegos cruzados impidieran la infiltración del enemigo y su objetivo de conquistar lo que restaba del territorio. Esta zona principal defensiva, con un borde anterior y otro posterior, se dividía en cuatro sectores, defendida cada una por un batallón, con otro de reserva en la capital, y que se distribuían en torno a Buyarifen, El Gurram, Alat Ida Según y Laura Quebira. A nuestra llegada, y después del acuerdo de alto el fuego de Cintra, la situación y estrategia defensiva apenas había variado y las labores de relevo, suministros y mejora de las instalaciones eran las que realizaban las unidades allí destinadas solo alteradas por algún "paqueo" ocasional que daba lugar a la situación de alerta en la zona. La sospecha del centinela de guardia de alguna infiltración enemiga, en la sombra o en el bulto que divisaba desde su puesto, se saldaba, casi siempre, con algún disparo en la noche, seguido de una descarga sucesiva del resto de centinelas que creían ver ya al marroquí invadiendo la posición. A la mañana siguiente se podía comprobar los motivos de la sospecha, y los efectos de los disparos, en el cadáver de un pobre burro que no entendía ni de guerras, ni de fronteras entre los contendientes.
El batallón o Tabor de Regulares, en el que me encontraba, tenía como misión ocupar un sector de esa línea defensiva situándose en una serie de posiciones que tenían como centro la cota en la que se encontraba el Puesto de Mando con el Comandante Urreta y a la que se accedía desde la Huerta Madame, mi residencia, por una pista, que daba una vuelta serpenteando para llegar a la cima, o más directamente, monte arriba, en subida fatigosa, como pude comprobar el día de los Inocentes.
Era un día de fiesta militar, tal vez, pues no lo recuerdo bien, la Inmaculada Concepción patrona de Infantería y de la mayoría de las unidades destacadas en la zona, cuando ocurrieron los hechos y durante una situación de alerta que pudiera haber sido una más, de las muchas que hubo por aquellas fechas, y que no lo fue por darse en un día tan señalado. Situaciones de alerta dictadas por el mando cada vez que el servicio de información militar encontraba datos que hacían temer una rotura del alto el fuego existente.
Con motivo de la fiesta las posiciones se habían quedado en cuadro, con casi todos los oficiales y la mitad de la tropa en la capital celebrando la festividad de la patrona, celebraciones que comenzando con misas y desfiles matutinos acababan en comidas y bebidas, sobre todo en este último apartado, en que las celebraciones no terminaban con el día sino que se extendían a toda la noche y madrugada en el baile del Casino o en cualquier otro sitio, incluso en las propias posiciones donde los que quedaban de guarnición también querían disfrutar de la fiesta.
Y eso estaba ocurriendo cuando a las tres de la mañana me llamó un suboficial desde el Puesto de Mando del Tabor a Huerta Madame comunicándome que por radio se ha recibido una aviso de Alerta Máxima y orden de poner en marcha todas las medidas programadas para hacer frente a la situación. El problema estaba en que era casi imposible establecer la comunicación por teléfono con la capital, donde estaba el Comandante Urreta que podía dar las órdenes, y que el único oficial que se había quedado en el Puesto estaba tan borracho que no podía tomar decisión alguna, decisión que esperaban las otras posiciones dependientes del mando del Tabor.
Como único oficial sobrio existente, ante la imposibilidad de contactar con el mando en Sidi Ifni, y con la ayuda del suboficial que tenía acceso a los planes previstos en esta eventualidad, tuve que dar la orden para reforzar la vigilancia en todas las posiciones, suministrar más balas para cargar los "mosquetones" y todas las demás medidas que estaban escritas. Para hacer mas fácil el cumplimiento de lo ordenado no me quedó más remedio que desplazarme a esas horas monte arriba, hasta la cima, en compañía de algunos soldados para seguir el curso de los acontecimientos, comunicándome a través de la radio, con los oficiales que quedaban en las otras posiciones por si se producía alguna novedad.
Afortunadamente no sucedió nada y nunca un amanecer me pareció tan bonito como aquel día. A primeras horas de la mañana regresaron al Puesto los de la fiesta y como es preceptivo en el Ejército tuve que redactar un extenso parte con todas las incidencias ocurridas, las decisiones adoptadas, sin omitir el dato del estado en que se encontraba el oficial de servicio y que le impidieron realizar su cometido. Ante casos como este, en el medio militar se suele abrir un expediente informativo, se buscan responsabilidades, se toman medidas disciplinarias y siempre se encuentra un culpable, a veces el que menos culpa tiene de esto. Todo ello escribiendo hojas y hojas sobre declaraciones de testigos, artículos de las ordenanzas, informes del mando, etc., etc.
Pues en este caso nada de nada. Ni expediente, ni mención alguna al hecho por parte del Comandante del Tabor, pues todo había ocurrido el día de la Patrona y no íbamos a estropear una celebración como esta por el pequeño exceso en la bebida de un pobre oficial que tuvo que pasar en solitario fiesta tan sonada. Aunque nadie me felicitó por mi actuación, menos mal que no me expedientaron por asumir una jefatura que por mi grado militar no me correspondía. Cosa que si me sucedió años mas tarde en Nicaragua como en su momento relataré.
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