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En el campamento de reclutas
Al llegar a aquel paraje pudo comprobar que las chabolas estaban por articular y en vez de hacerlas montar, los dos cabos Primero, Galván y Mejías, les dieron la bienvenida mandándolos bajar por el camino de cabras del acantilado, haciéndoles subir unas piedras de unos 12 o 15 kg cada una, pero ¡a paso ligero, coño! les iban gritando y cuando llegaban arriba, al borde del precipicio, les atizaban con el cinto... La indignación por aquel trato vejatorio e injusto hizo que Eduardo soltara la piedra que llevaba, al tiempo que agarrando el cinto y tirando de él fuertemente consiguió que el cabo 1º perdiera el equilibro y cayera al lado del precipicio suspendido del cinto que seguía aguantando... Entonces (añade Eduardo) lo miró a los ojos y el cabo 1º miró los suyos como preguntándole ¿y ahora, qué? Sencillamente, lo subió hasta dejar al cabo 1º a salvo de caer, recogió la piedra y la puso en el mismo montón que los demás.
Sobre este acantilado se hallaba el Campamento de Reclutas
Tras el incidente de "bienvenida" pasaron a montar las tiendas, repartieron a los reclutas en las diversas chabolas que por amaño del furriel, o porque debía ser así, de los quince de la suya 14 eran catalanes y valencianos: el 15 apellidado Correa, canario y muy buena persona lo tomaron como "protegido" de ellos. Por la noche entro el cabo 1º Galván (el del cinto) en la chabola de Eduardo y lo primero que dijo, paseando la mirada alrededor como los toreros: ¡busco a alguien con mala leche! y encarándose con el narrador (sin duda recordando el incidente del acantilado), le espetó ¡TÚ! Tú vas a ser desde ahora mi secretario. Y en "secretario" se convirtió llevando una libreta registro de todos los reclutas que se equivocaban en teórica, a cambio (al parecer) de no preguntarle nada a él, aunque un día que le preguntó y no supo la respuesta: ¡Quince vueltas al campamento con la novia y los brazos en alto! A la vuelta once y media cayó extenuado y es la vez (confiesa) en que lloró de impotencia, de rabia viril, porque su cuerpo no tenia mas fuerzas. Pero como que se lo había ganado, estima que estuvo bien castigado.
Estando en el campamento recuerda que el día en que se celebró la llegada del nuevo general (Don Marino Trovo Larrasquito), fueron a buscar a todos los que sabían hacer de camareros y se apuntaron tres o cuatro. Les trajeron las chaquetillas para que se las probaran, lavaran y plancharan; eran de tallas normales aunque para la suya fueran pequeñas (sobre todo de mangas) ya que su estatura entonces era 1,96 metros, y (dice entre risas) no se le ocurrió otra cosa que coserse unas mangas postizas confeccionadas con los calzoncillos de reglamento que aun no había estrenado... Confiesa Eduardo que no era un modelo Dior, pero salió del paso, gracias a que por estos mundos había aprendido a coser, lavar, zurcir, almidonar cuellos, pecherines, puños, camisas, etc. etc.
Al día siguiente, temprano, se presentaron en el Casino de Oficiales, morenos, con el pelo reglamentario y más "pegaos", como se dice, que nadie. Al primero que se encuentra Eduardo, una vez instalado en su profesión, es a un legionario montando la mesa principal: lo mira y le pregunta, ¿tú eres camarero? ¡Pero no ves lo que estás haciendo! ¡Una, las flores!, quiero que me las pongas formando los colores de la Bandera frente al sitio de honor, y después un clavel rojo, otro amarillo así, estirados decorando la mesa... Y a continuación: ¡dónde vas con estos cubiertos!, ¿Es que no tenéis "blanco de España"? ¡Hay que fregarlos, que están amarillos! El legionario se excusó diciendo que no tenían, a lo que Tauler, ya en plan de "director de hotel" con latiguillo militar le contesta que no le valía la excusa, pues con el barrillo fino de las macetas de flores los podía limpiar y se lo ¡hizo limpiar! mientras él arreglaba la mesa.
Eduardo y el “gastador” legionario
En ese menesteroso trajín (Eduardo de jefe y el legionario de "pinche") entró el capitán Cuevas (Don Emilio Cuevas Puente) y le pregunta al legionario: CAPITAN, ¿qué tal te van los ayudantes que te he mandado? En ese momento (amigo Jorques) si me pinchan no me encuentran una gota de sangre; quise fundirme. El legionario no llevaba galones ni plaquetas que lo identificara y lo había confundido con un soldado raso, tratándolo de tu a tu, pero con tono de superioridad. Y cuando el capitán legionario contesto: mira, aquí me tienes; este recluta me tiene arrestado fregando cubiertos. El capitán Cuevas le miró con su típica sonrisa mitad cachondeo mitad que te la pego, pero al final del banquete fueron felicitados y este fue su primer contacto con los oficiales y jefes. Por cierto, añade Eduardo, que aquel capitán legionario dejó los cubiertos limpios y brillantes como una patena.
Los reclutas de la Policía iban todos los domingos desde el campamento, a oír misa al acuartelamiento de la Legión, había una especie de prurito para pegar la palmada más fuerte que los legionarios (¡Ay si salía floja!). Ade¬más, continua Eduardo, al ser el más alto tenía la responsabilidad de llevar la formación, pero (reconoce) que le gustaba. Y aunque miraba atentamente nunca más coincidió con el capitán de la Legión al que durante una hora tuvo a sus "ordenes", pero sí que trabó relación con un gastador, músico de profesión, paisano suyo (de Ullastret, un pueblo entre La Bisbal d´Empordá y Torroella de Montgrí), que se llamaba Jordí Bofill que, curiosamente, tras licenciarse se hizo fraile; en Sidi Ifni puso en escena el Pesebre Vivent d´Ullastret. Se hicieron buenos amigos e incluso fue a saludar a sus padres en Ullastret.
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