Fuente: Pirineos en guerra
"Tómate unos vinos conmigo", me invitó; Ortiz de Zárate era un hombre exquisito, especial.
Esta entrevista se publicó extractada el 1 de junio de 2007 en el semanario Presència.
Ferrándiz se alistó en agosto de 1956; tras la instrucción en Alcantarilla y Alcalá de Henares, fue destinado a la 7a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista, al mando del capitán Sánchez Duque y donde coincidió con el teniente Ortiz de Zárate. Participó en febrero de 1958 en la Operación Pegaso, la reocupación temporal de los fuertes de Tabelcut y Erkun, donde tuvo lugar el segundo salto de combate del paracaidismo español, a cargo de la Primera Bandera, la Roger de Flor. Fotografía: Presència.
A difrencia de Josep Maria Contijoch, que aterrizó en Ifni por cortesía del servicio militar, Josep Ferrándiz García (Barcelona, 1935) llegó al territorio a principios de 1957 con la Segunda Bandera Paracaidista, la Roger de Lauria. Se había enrolado en agosto del año anterior, atraído por la aventura y por los vistosos uniformes que vestían los veteranos del cuerpo, y con la idea de esquivar el destino -montaña en Jaca- que le había tocado en el sorteo de quintos. Una repentina enfermedad paterna lo obligó a regresar a casa justo en noviembre de 1957, a pocos días de estallar la revuelta: se ahorró la invasión y las operaciones iniciales. Su compañía, la 7a, formaba el grueso de la desgraciada columna de Ortiz de Zárate y protagonizó el 29 de noviembre la Operación Pañuelo, el primer salto de guerra del paracaidismo español, sobre la posición de Tiliuin: "Me habría tocado, seguro", dice Ferrándiz.
Regresó a Ifni a mediados de diciembre, a tiempo para participar en
febrero de 1958 en la Operación Pegaso, la reocupación temporal de los
fuertes de Tabelcut y Erkun, una maniobra de distracción para evitar que
el Ejército de Liberación trasladara parte de sus efectivos al Sáhara.
Ferrándiz ganó en Ifni una Cruz Roja al mérito militar por evacuar desde
el frente a un camarada herido. El resto de la guerra lo pasó en
misiones de protección de los convoyes que llevaban pertrechos y
provisiones al perímetro defensivo de Sidi Ifni, y estacionado en
Buyarifen, estratégica posición al norte de la capital: "Dormíamos al
raso, y por las noches salíamos a hostigar a los moros", recuerda. "La
invasión fue para nosotros una sorpresa. Había habido incidentes en el
interior, pero en Sidi Ifni las cosas estaban tranquilas. No se nos
permitía entrar en los cafés moros, por precaución, pero sí que
pululábamos por el zoco. Armados, por supuesto, porque de aquella gente
nunca llegué a fiarme. Todo era 'Paisa, yo amigo', 'Paisa, yo he servido
con Franco'... Demasiado amigos, la verdad". Tras la guerra siguió un
período de guarnición: instrucción, saltos, marchas y guardias en los
puntos estratégicos de la capital: aeropuerto, depósito de agua, central
eléctrica... Como se licenció en 1959, todavía tuvo tiempo de desfilar
el 1 de abril de 1958, Día de la Victoria, por el paseo de la
Castellana: "Fue el primer día que vimos un Cetme".
Escuadrón de Junkers 52 dispuestos para el transporte de las tropas paracaidistas en el aeródromos de Sidi Ifni en 1958.
-¿Por qué se enroló en los paracaidistas? ¿Tradición militar, quizás?
-En absoluto. Tenía 21 años y tenía que hacer la mili. Incluso me habían
sorteado. Me había tocado montaña, creo que Jaca. En fin, que un día,
paseando por las Ramblas, me crucé con un soldado que llevaba un
uniforme flamante: todo verde y la boina negra. Me llamó tanto la
atención que lo abordé: "Soy paracaidista en Alcalá de Henares", me
contó. "Si quieres apuntarte, hay un banderín de enganche aquí mismo".
Se refería al gobierno militar, que está al final de las Ramblas. Y para
allí me fui, sin pensármelo dos veces. Y en agosto de 1956 estaba en
Alcalá. Tenía 21 años.
-¿Cómo se había ganado la vida hasta entonces?
-En un taller de marroquinería donde fabricábamos bolsos y maletas de
cuero. La instrucción la impartían en Alcantarilla, Murcia, donde se
encontraba la escuela de paracaidistas, que había abierto en 1954;
nosotros casi estrenamos las instalaciones. El artífice fue el
comandante Pallás Sierra, que procedía de la Legión -como la mayoría de
los primeros paracaidistas.
-¿En qué consistía la instrucción?
-El ejercicio básico consistía en saltar desde la torreta, que era lo
que su nombre indica, una torre metálica desde la que tenías que
lanzarte como si llevaras puesto el paracaídas. Te dejaba sin
respiración y las primeras veces impresionaba de verdad. Sólo cuando
dominabas este ejercicio te permitían saltar desde el aire. Superado el
cursillo te daban el roquisqui, el emblema de la bandera, unas alas con
el paracaídas desplegado en el cuerpo central. Todavía lo llevamos en la
americana.
-¿Había muchos catalanes, en los paracaidistas?
-Muchos. Y la mayoría éramos civiles, aunque claro, también había muchos
legionarios: Ortiz de Zárate, que era mi teniente; el capitán Sánchez
Duque, el también teniente Calvo Goñi...
-¿Cuántos años permaneció en el ejército?
-Tres: me licencié en agosto de 1959. Llegué a Barcelona y claro, no me
apetecía reincorporarme a mi antiguo oficio, así que a través de un
conocido de mi padre que trabajaba en el Banco de Bilbao ingrese en el
banco, donde me quedé hasta la jubilación.
-¿Cómo y cuándo llegó a Ifni?
-Yo pertenecía a la 7a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista, la
Roger de Lauria. Al mando estaban el capitán Sánchez Duque y el
comandante Pallás Sierra. Llegamos al territorio meses antes de que
estallase la guerra; debió ser hacia enero de 1957. Así que cuando la
cosa se puso fea ya éramos unos veteranos. Habíamos estado de
guarnición en gran parte de los fortines de interior. Al capitán lo
apreciábamos, a pesar de que venía de la Legión y había estado en la
División Azul. Era un tipo de una pieza, como Dios manda: duro y
estricto, pero un padre para nosotros.
-¿Cuál era la rutina diaria prebélica?
-Instrucción y saltos. Recuerdo una marcha a pie casi hasta la frontera
con Mauritania, y un salto sobre Tiliuin. Con el calor que hacía nos
habíamos terminado el agua de la cantimploras mucho antes de llegar e
íbamos cayendo como moscas. El capitán mandó venir a los camiones desde
Sidi Ifni para recoger a los que no podían continuar. Y la bautizó como
la marcha de los hombre lechuga.
-La invasión del 23 de noviembre, ¿dónde lo sorprendió?
-Dio la casualidad de que pocos días antes el teniente García Andrés, el Bigotes,
me hizo llamar: resultó que habían recibido un telegrama desde
Barcelona, y que mi padre estaba muy enfermo. El caso es que me dieron
permiso para ir, 45 días, aunque la cosa se estaba poniendo fea y se
veía venir que habría jaleo. Tuve que espavilar para encontrar vuelo: le
expliqué el caso a un capitán que estaba a punto de despegar con su
Heinkel hacia las Palmas, y me hizo un hueco... ¡en el depósito de las
bombas! Y me puso una condición: que llevara conmigo mi paracaídas.
-Así que se perdió la guerra, como Cómodo cuando llega a Germania...
-Una vez en Barcelona vi que mi padre estaba grave, pero como no se
podía hacer nada me volví al cabo de unos días: de Barcelona a Sevilla,
de Sevilla a Málaga y de Málaga a las Palmas. Ya había empezado el
follón y allí es donde me enteré de que habían caído el teniente Ortiz
de Zárate y el cabo primero Civera Comeche, compañeros míos. Si no
hubiera ido a Barcelona hubiera estado en esa misma acción, porque fue
mi compañía a la que ordenaron socorrer a los sitiados de Tiliuin.
Después de la emboscada pudieron refugiarse en el fuerte, y fue allí
donde Sánchez Duque dirigió el primer salto de combate del paracaidismo
español. Me perdí las dos acciones, pero no la guerra: como no consumí
todos los días de permiso, llegué a tiempo de ver a Carmen Sevilla y a
Gila.
Grupo de paracaidistas, tripulación del Ju-52 y personal de tierra, en el aeródromo de Sidi Ifni momentos antes de embarcar para realizar un salto.
-¿En qué operaciones participó?
-Sobre todo, convoys para llevar pertrechos y alimentos a los que
combatían en primera línea. En uno de ellos estalló una mina justo
después de pasar mi camión. Dieron al que iba detrás de nosotros, y
resultaron heridos un teniente y un soldado. También tomamos parte en el
salto sobre Erkun, el segungo de la guerra y de la historia de los
paracaidistas, en la Operación Pegaso.
-Recuerde esa acción.
-Lo pasamos realmente mal. Los que estuvimos en el fregado fuimos la 6a
Bandera de la Legión, un tabor de Tiradores y las dos banderas
paracaidistas. Se trataba de limpiar los reductos que quedaban. La
Primera Bandera tenía que saltar, y los otros avanzar por tierra. La
Legión sufrió bastantes bajas. Iba al lado del capitán Sánchez Duque, y
en un momento dado cayó herido un compañero que no era de mi compañía;
debía ser de la 6a o de la 8a. El caso es que como no había ningún
sanitario ni ningún mulo, el capitán me ordenó evacuar a aquel hombre.
Yo solo. Tenía la sensación de que en cualquier momento aparecería un
tío y nos dejaría secos de un tiro, pero no, tuvimos suerte y pudimos
llegar a nuestras líneas. Una vez en Sidi Ifni, en el cuartel, cuando me
quité el traje de faena tenía toda la espalda del mono empapada de
sangre de aquel pobre tipo. Ya de vuelta a la Península, el capitán hizo
una gestión y me concedieron la Cruz Roja al Mérito Militar. Debió de
ser de las últimas, porque la Roja sólo se da en tiempos de guerra; en
tiempos de paz es blanca.
-¿Hicieron prisioneros?
-Creo que sí, porque conservo fotografías del estado mayor en que se ve
un grupo de hombres con chilaba, aunque al encargarme del herido perdí
contacto con la compañía. Se los trataba correctamente, pero también le
diré que en los primeros días, cuando empezó el sarao y se decretó el
toque de queda, pobre del que pillábamos por la calle: se arriesgaba no
diré que a un tiro, pero si a un buen palo.
-¿Y después de Erkun?
Portada del libro de Alfredo Bosque Coma 'Guerra de Ifni: las banderas paracaidistas'.
-Lo gordo ya se había terminado. Lo de después fueron simples
escaramuzas. Estuvimos una semana por la parte de Buyarifen, durmiendo
al raso, sin tiendas de campaña ni nada; por la noches hostigábamos al
enemigo. Existe una fotografía donde se nos ve hechos unos zorros, más
sucios que la tiña, después de una semana sin agua: sirvió de portada
para Guerra de Ifni: las banderas paracaidistas, el libro de Alfredo Bosque Coma. Luego, rutina: vigilancia del aeropuerto, del depósito de agua y de la central eléctrica.
-Para los que estaban en Ifni antes del 23 de noviembre, la guerra, ¿se veía venir?
-La verdad es que los meses anteriores hubo mucha calma. Si que tuvimos
el incidente de Igurramen: el 16 de agosto la 6a, la 7a y la 10a
compañía salimos de marcha hacia Mesti, y al llegar a cierta colina
desde lo alto nos atacaron con fuego de ametralladora. Fueron los
primeros tiros en Ifni, que yo sepa; no sé si en Cabo Juby ya habían tenido
algún encontronazo. En las calles de Sidi Ifni se respiraba una calma
por lo menos aparente; no entrábamos en los cafetines porque no lo
teníamos permitido, pero sí en el zoco. Aunque no iban armados, no nos
acabábamos de fiar. Lo cierto es que se te acercaban y todo era: "Yo,
amigo, yo he servido con Franco, yo no sé qué..." Todos eran muy amigos.
Demasiado, incluso. Nunca me gustaron.
-Pero la invasión, ¿se veía venir? ¿O los cogió desprevenidos?
-A mí de dejó de piedra. Nunca me lo había imaginado. Y por lo que parece hubo un chivatazo, que si no, nos cogen en pelotas.
-¿Se quedó en Ifni, tras la guerra?
-En abril de 1958 fuimos a Madrid para el desfile de la Victoria. Nos
dieron una semana de permiso y a la vuelta al cuartel, en Alcalá, el
teniente coronel Crespo del Castillo nos comunicó que algunos de
nosotros se quedarían en la Península y otros volverían a Las Palmas. A
mí me toco Las Palmas. Me quedé en las Reoyas hasta que me licencié, en
1959.
-¿Por qué se licenció?
-Había visto suficientes desgracias.
-¿Qué opinión le merece el equipo con el que combatió el ejército
español en Ifni? Se dice que hubo soldados que calzaban alpargatas de
esparto.
-Quizás en la Legión. Nosotros, seguro que no, porque usábamos las botas
de salto reglamentarias; la de paseo era una bota de lona, con suela de
goma, muy práctica. Nada de alpargatas.
-Pero, ¿vio usted a legionarios con alpargatas?
-No lo recuerdo; quizás en el Sáhara.
-¿Y las armas? ¿Usaban todavía el Máuser?
-El Máuser no era mal rifle, el arma personal de calibre 7,92 milímetros...
Pero era un Máuser. La ametralladora era una buena arma, y del subfusil,
creo que era el Z45, lo que fallaba era el culatín; luego estaban las
granadas de mano, que eran de baquelita. El problema es que los
americanos sostenían que como aquella era una guerra colonial no
podíamos utilizar su armamento, mucho más moderno. Lo único de origen
yanqui que usábamos era el casco.
-¿Llegó a ver desplegado el Cetme?
-Nos lo repartieron en el desfile de la Victoria, pero no llegamos a disparar jamás un tiro.
-La sensación que tenían, ¿era que estaban bien entrenados y bien pertrechados?
-Creo que sí. Y tanto los mandos como los soldados estuvieron a la
altura. Por lo menos, los paracaidistas. Porque yo he visto a
legionarios desertar.
-¿Echó de menos algún tipo de armamento?
-Los Heinkel nos fueron de mucha utilidad, pero creo que fue el último
día en Erkun, precisamente, que nos bombardearon... ¡a nosotros!
Conservo una espoleta que me quedé como recuerdo. Y luego estaba el
Canarias, que pegaba unos zambombazos tremendos y tenías el resquemor de
que le hubieran dado las coordenadas erróneas y el pepinazo cayera sobre
nosotros.
-¿Cuántos saltos realizó?
-Diecinueve.
-¿Algún recuerdo especial de Ortiz de Zárate?
Entrada del Cuartel de la Bandera Paracaidista en Sidi Ifni.
-La 7a compañía de la Segunda Bandera, que era la nuestra, fue de las
que más sufrió, aunque todos los paracaidistas tuvimos bajas. Él era un
hombre espléndido, que venía de familia de militares. Recuerdo una
guardia, yo estaba en la puerta del cuartel y oigo que me llaman:
"Ferrándiz, ven un momento". Era Ortiz de Zárate. Entro y me encuentro
en la mesa dos botellas de Rioja y dos vasos. "Tómate unos vinos
conmigo", me invitó. Un hombre exquisito, diferente.
-Desde que regreso del permiso para ir a ver a su padre enfermo, ¿volvió a la Península en alguna otra ocasión?
-Los permisos se acabaron con la guerra. Estábamos en Ifni como quien dice arrestados.
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