Fuente: Blog El mirador de Tánger (20minutos.es)
Los 91 kilómetros que separan a Agadir de Tiznit discurren
en línea recta hacia el oeste sobre una gran planicie. Poco a
poco la carretera se aleja de las vegas feraces del río Sus y
se adentra hacia el desierto por un páramo. Tiznit fue fundada
en 1882 por el sultán Mulay el Hasan en el trascurso de una
campaña militar, está rodeada de una muralla de 5
kilómetros y tiene seis puertas principales. Actualmente su
población ronda los 80.000 habitantes. Tiznit bulle siempre en
medio del secarral; la ciudad es lugar de encuentro habitual entre
pastores y los campesinos de esta zona del desierto. Pero, sobre todo, es conocida por las joyas bereberes de plata, que, aseguran, trabajan bien aquí y no suelen ser caras.
Mas, tras la obligada visita al zoco de los joyeros, conviene huir
del calor enseguida —aquí ya arrecia— y acercarse a Aglou Playa,
un fondeadero señalado ya en las cartas navales del siglo XV. En
verano no cabe un alfiler en este pequeño enclave con pinta de
pueblo abandonado, batido por los vientos atlánticos; pero, en
esta época del año, en marzo, apenas se pierden por
aquí algunos jubilados europeos que plantan sus caravanas frente
al mar mientras pasean por la playa solitaria, pescan, o conversan con
los lugareños. Tiene algunos cafetines y un par de
pequeños hoteles que están abiertos todo el año...
aunque nadie haga uso de ellos.
La carretera (recién hecha; hasta hace poco era una pista de tierra) enfila ahora a Sidi Ifni,
60 km más al oeste. Discurre sobre una planicie desértica
que, como un tobogán, baja hasta el lecho de cada río o
torrentera que rompe hacia el acantilado. En estos lugares
siempre hay una cala soleada y, en ellas, casi siempre también,
algunas viajeros europeos con sus caravanas aparcadas que celebran y
gozan del sol invernal como los lagartos. Poco a poco comienza
a haber ya nuevas construcciones diseminadas por la zona; son casas
rurales regentadas por emigrantes retornados o por algún que
otro europeo desencantado de la civilización. Sidi Ifni emerge
de pronto, enfrente, sobre una plataforma rocosa que muere a pie de
playa —una playa magnífica— donde, ahora sí,
los dos camping que hay para caravanas están a rebosar. Hasta
57 de estos artilugios rodantes, modernos, que son como hoteles de
cuatro estrellas, conté ayer mismo allí aparcados.
Sus moradores —pude leer las matrículas— eran
franceses en su mayoría, alemanes, algunos holandeses y
noruegos...
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