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¡Una suerte loca!
Estoy haciendo la misma ruta que una parte de los
guerrilleros armados que manejaba Marruecos para arrojarnos al mar de
este territorio con bandera española (según algunos libros de historia,
tras “pasar a cuchillo” a los militares), y en los arrabales de la
población veo el pequeño morabito levantado junto al río (totalmente
seco) llamado Ifni, así como, adyacente, el cementerio musulmán y, no
muy lejos, una zona con algún arbolado que, sin duda, debe ser aquel
coqueto parque zoológico que ya aparece documentado en 1.951, donde
limpia y ordenadamente se podían contemplar ejemplares de la fauna
autóctona (gacelas, cabras, un avestruz, etc.) y que, como es bien
sabido, cuando el 30 de Junio de 1.969, las tropas del Ejército Real
Marroquí ocuparon este lugar, se dieron un gran festín gastronómico en
el que sacrificaron y se comieron a todos los animales.
La moto aparcada frente al “Suerte Loca”
Ya rodando por las calles que tienen un firme irregular, poco
cuidado, voy observando la vetustez de las viviendas, de planta baja y
un piso (no hay edificios altos), en contraste con los edificios
oficiales como el ayuntamiento y el palacio del gobernador, que parece
han sido recientemente rehabilitados (después me enteraré que se
hicieron obras con motivo de la visita de Mohamed VI). Como mi destino
es el antiguo y famoso hotel “Suerte Loca”, a cuyo propietario actual
mi padre me ha recomendado, voy bajando desde la planicie en que se
encuentra subido el pueblo a lomos de un soberbio acantilado, por un
intricado camino rodeado de casas y gente que me observa hasta darme
casi de bruces con el hotel.
Con diversas ampliaciones y reformas, este establecimiento hotelero
fue el primero que se levantó en los primeros tiempos de la ocupación
del territorio por el Coronel Capaz el 6 de Abril de 1.934. Un
emprendedor canario apellidado Gran, que tenía un pequeño negocio de
transportes por el protectorado francés, fue invitado a montar algún
tipo de albergue que sirviera de hospedaje para los oficiales del
ejército que iban siendo destinados a esta colonia, y parece ser que
(según cuenta su hija Roberta Gran) al llegar a aquel mísero poblado
llamado entonces por los nativos como Armezong, cuando se le dio la
posibilidad de elegir el terreno que quisiera para levantar su posada,
se prendó de la parcela que con unas vistas preciosas al mar, le hacían
soñar con un futuro estable y próspero, para su numerosa familia, y
exclamó: ¡Hemos tenido una suerte loca!. De ahí el nombre.
Al presentarme al actual propietario del local, Ahmed Essaidi, ya
estaba apercibido de mi llegada por una llamada telefónica de mi padre,
por lo que a la proverbial hospitalidad del pueblo aitbaamaran se unía
un plus por el conocimiento de mi progenitor, del lugar, y el regalo
que le llevaba en forma de un libro de las memorias de la mili que
había publicado un año antes. Tanto Ahmed como sus hermanos y una
hermana que atendía al público en la barra, hablaban un perfecto
español, y se quitaban de las manos el libro, unos a otros, para leer
las aventuras de aquel joven español que estuvo encuadrado en el
ejército ocupante, precisamente en las fuerzas de policía, cuyo
cometido era el orden público en la ciudad, por lo que durante un año y
medio había recorrido sus calles y conocido a la población musulmana.
No le quedaban habitaciones libres y me envió, para dormir al antiguo
edificio de Marina (hoy hotel) para dormir, pero todas las comidas y
ratos libres las haría y pasaría en el “Suerte Loca” ya que Ahmed se
convirtió en mi “tutor” y “protector”.
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