Fuente: abcdesevilla.es
Era una tarde de junio y de campanas. Anochecía. En la Plaza
Nueva se había celebrado una misa de campaña en
acción de gracias. El batallón expedicionario del
Regimiento de Infantería Soria número 9 y otras tropas de
la guarnición de Sevilla regresaban victoriosas de
África. Aunque sea difícil pensar lo contrario, no era el
siglo XIX, sino los comedios del XX. No se había librado la
batalla de Tetuán, la que desde entonces da nombre a una calle
de Sevilla; los sables de los escuadrones de Caballería no
habían cerrado contra los moros en la heroica carga de Taxdirt.
Era 1958. Soria 9 volvía de la guerra de Ifni. Quiero decir que
Sevilla volvía, una vez más, de la eterna guerra de
África, donde siempre hubo un barranco del Lobo con una fuente
que mana sangre de los españoles que murieron por su patria
allá por tierras del moro, allá por tierra africana, como
una copla de pena y chumbera.
Nos enteramos cuando Soria 9 volvía de Ifni, pero
no cuando había ido. Fue una guerra lejana y secreta, prohibida
por la censura. Apenas supimos que había muerto heroicamente
Francisco Rojas Navarrete, alférez de complemento, el primer
caído de las Milicias Universitarias, que mandaba la 1ª
Sección de la 1ª Compañía del Batallón
Expedicionario de Soria 9. Compañías enteras de
paracaidistas habían sido copadas y aniquiladas sin que
España se enterara. Yo sabía que un batallón de
Soria 9 había partido hacia Ifni porque me lo contó un
dependiente de la sastrería de mi alfayate, Manuel Oliver de los
Reyes, chorreón de Castilleja, soldado voluntario en el
regimiento, cuya compañía se libró por tablas de
ir a África. Aquella tarde de junio en que Soria 9
volvía, Manolo Oliver me contó lo que le comentaron sus
expedicionarios compañeros, terrible africana guerra ignorada:
—Antes de entrar en combate en Tafraux Beni Aix un jefe dijo que prepararan cincuenta camas y veinte ataúdes.
El Sangriento. Junto a los naranjos de la Plaza Nueva,
donde Sevilla daba las gracias a Dios por la vuelta de sus soldados,
supe por qué a Soria 9 desde tiempos de los Tercios de Flandes
le llamaban El Sangriento. La misa había terminado y empezaba el
vespertino desfile de la victoria. Se veía que aquellos
uniformes de los soldados de Soria 9 habían estado en el
desierto de Ifni. El caqui de las guerreras y de las gorras
montañeras se les había vuelto de una color terrosa,
asolanada. Traían toda la calor y todo el polvo del Sahara. Fue
la vez primera que vi unidades militares con un pañuelo de color
anudado al cuello abierto de la guerrera. Pañuelos azules,
amarillos, verdes de las compañías que se habían
batido el cobre contra los moros en un retrasado siglo XIX. Cuando
volvieron de la batalla de Tetuán tuvo que ser como ahora que
Soria 9 desfilaba por la Avenida en orden de batallón, a los
sones de viejas marchas de antes de la guerra,
«Heroína», «Los generales», y los
aplausos también sonaban antiguos, a guerra carlista o a frente
de Peñarroya.
Soria 9, tan sevillano, tan del cuartel del Duque, tan
de Juan Belmonte de soldado de cuota, tan de pistolas amartilladas en
su cuarto de banderas el 18 de julio, tan de sacos terreros cargados
por sus soldados para contener la riada del Tamarguillo en 1961, tan de
batallón de carros en Las Canteras de Alcalá, tan de CIR
de Cerro Muriano, tan de guardia pelada en el cuartel de San Fernando,
tan de banda de ensueño tras un palio, tan de don Pedro
Gámez Laserna poniendo su música cuando «Pasa la
Macarena», cumple ahora 500 años. Las picas que
pintó el sevillano Velázquez al fondo de «La
rendición de Breda» eran las armas de este regimiento tan
nuestro. Las que yo vi volver de África, siempre victoriosas,
una tarde de junio, no sé si de 1958, no sé si del siglo
XIX: «Legionario de la gloria/fue siempre Soria en
campaña,/juramos seguir tu historia/al grito de ¡Viva
España!».
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