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Ifni, 1957-1958. Hijos de Jódar en la última guerra de España Imprimir E-Mail
Dr. Miguel Yanes Puga
Escrito por Miguel Yanes Puga   
sábado, 04 de julio de 2015
Índice del Artículo
Ifni, 1957-1958. Hijos de Jódar en la última guerra de España
Desfiladero de Despeñaperros. Atardecer del 9 de diciembre de 1957.
Océano Atlántico, frente a las costas de Essaouira. 29 de junio de 1958.
Teniente Graciano Yanes Arocha
Teniente Aurelio Alarcón Cortés
Soldado Alejo Godoy Serrano
Referencias citadas
Agradecimientos

Desfiladero de Despeñaperros.
Atardecer del 9 de diciembre de 1957.  

Un tren entra cansinamente en Andalucía. A bordo otra mujer acuna en brazos a su niño más pequeño, con únicamente cuatro meses de edad. El calor de la madre hace un rato que había aplacado su llanto y el bebé se duerme. Los otros dos están tranquilos, sentados enfrente y apretujados el uno contra el otro. Ella entonces, solo entonces, cierra también sus ojos. Está horrorosamente cansada. Lleva dos días viajando, primero en vuelo desde Sidi Ifni hasta Madrid, en un avión de carga sin escalas, después el desconcierto en Madrid, la pensión de mal dormir a última hora y a otro día el tren. Todo sin parar y a cuestas con los tres chiquillos, más sola que la una. Y con su marido constantemente en la cabeza.

La mujer se llama Gloria y no ve el momento de llegar a la estación de Baeza, de abrazar a su hermano y dejarse coger los bultos. Ya queda poco para pisar la cancela de su casa en Jódar, se dice a si misma.

Atrás quedaba Sidi Ifni, como una pesadilla inacabada. Nunca había tenido tanta certeza de no querer regresar jamás a un lugar. Atrás quedaba la angustia más grande que hubiera sentido nunca. Pero ella sabe que aún está firmemente atada a aquel territorio, que la pesadilla continúa. Allí ha dejado a su marido, militar en una guerra, y al menos mientras él siga allí, seguirán resonando en su cabeza los disparos, las detonaciones de los morteros y el ruido de los aviones. Ella lo sabe, y lo admite, pero eso no impide que un nuevo escalofrío recorra su médula, de arriba abajo como un latigazo, y que sienta ganas de llorar. En estos últimos días ella ha aprendido a tragarse sus lágrimas; aprieta los párpados y aguanta, escondida de sus niños en el asiento de enfrente.

Edificio de la Delegación de Hacienda, en la antigua Plaza de España, hoy de Hassan II. Estado actual (octubre de 2013).
Edificio de la Delegación de Hacienda, en la antigua Plaza de España, hoy de Hassan II. Estado actual (octubre de 2013).

El caso es que no había hecho más que pisar Ifni. Fue un mes antes del ataque y nada más llegar allí ya se dio cuenta de que aquello no era precisamente un lugar donde pasear niños al sol y conversar distendidamente con las esposas de otros oficiales. No, desde luego. La policía y los paracaidistas patrullaban las calles en grupos de tres hombres. Las azoteas de muchas casas sostenían también policías armados con fusiles y en las de los edificios principales había ametralladoras atendidas por varios soldados. Además, la única casa que le pudieron encontrar estaba en el barrio moro, rodeada de cientos de casas moras. Y le pusieron una sirvienta indígena, que le daba más miedo que ayuda. La casa estaba cerca del polvorín de la ciudad, en cuya protección servía su marido, teniente en el pequeño Grupo de Artillería con plaza en Sidi Ifni(8). Él le decía siempre que había muchos musulmanes leales a España, que no se preocupara, que la mayoría de la gente en Sidi Ifni quería a España y vivía de ella. Sería así, pero cuando estalló finalmente la guerra, un soldado europeo de la sección del teniente Alarcón venía todas las tardes a casa y allí quedaba hasta el día siguiente, armado, velando el sueño de la familia. El sueño de los niños más bien, porque el suyo lo perdió la primera noche, con los disparos iniciales junto al polvorín. Luego a ella le dieron unas nociones acerca del funcionamiento de las bombas de mano y le dejaron dos en casa, por si había necesidad de utilizarlas. A Gloria le dejaron las granadas y le quitaron el sueño.

Pero allí estaba la paisana Filo. Ella llevaba años viviendo en el centro de la ciudad. En un edificio con guarnición y junto al Palacio del General. Un día le ofreció venirse a su casa y desde entonces hasta su marcha de Ifni, Gloria y sus hijos pasaron las noches allí, junto a la otra mujer y los otros niños de Jódar. No fue mucho, una semana, hasta que por fin se le encontró hueco en un avión y Gloria pudo dejar atrás lo que nunca debió haber comenzado.  

El coronel Capaz había tomado posesión efectiva de aquellas tierras en 1934, durante la segunda república española(9). Un pequeño territorio, de una superficie similar a la de la vecina isla de Fuerteventura, que fue cedido por el Sultán de Marruecos en virtud de derechos más o menos históricos, pero en cualquier caso reconocidos en 1860 por el tratado de Tetuán, el cual a su vez había puesto fin a una anterior guerra de España en África(10).

Capaz llegó a Ifni tan solo veintitrés años antes que la mujer del tren, pero eso a ella no le importa, y menos en estos momentos. Está agotada, triste, y entre sus cerrados párpados se acaba escapando una lágrima. Sin abrirlos, inclina la cabeza y se arquea lo necesario para poder enjugarla con el hombro izquierdo, sin separar sus manos del bebé que guardan. Solo entonces abre los ojos y observa a los dos mayorcitos, también durmiendo. Los cierra de nuevo y ve a su marido, con uniforme de campaña, serio, sudoroso, armado… Aquel joven oficial que pronto, muy pronto, caería herido en la línea de fuego de su batería(8).


 
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