Fuente: todoarmas.es (web no disponible en enero de 2016)
(ver copia archivada en archive.org )
El general Mariano Gómez de Zamalloa, el laureado del Pingarrón, el héroe de la División Azul,
recibió en su despacho de gobernador general de Sidi Ifni, un
telegrama de Madrid con el siguiente texto:
"Representante
bandas armadas asegura a partir 12,00 horas día 30 harán
alto el fuego ese sector. Observe cuidadosamente actitud enemigo,
extremando precaución. Fuego propio totalmente prohibido.
Aviación no debe volar".
Ese día 30 era el del mes de junio de 1958. El telegrama venía a decir que la guerra había terminado.
Pero ¿qué guerra? ¿Existió alguna vez una guerra
en Ifni? Es verdad que murieron casi 200 españoles, y que
más de 500 fueron seriamente heridos, que muchos miles de
soldados de reemplazo lo pasaron muy mal en aquel enclave africano, y
hasta época tan reciente como 1969, pero ¿fue aquello una
guerra?
En el lenguaje oficial de entonces se calificó el asunto como
incidente; los asediados en aquel paraje inhóspito y lejano
solían hablar entre sí de "la guerrita". La censura de
noticias fue tan dura, perfecta y rigurosa que cuatro décadas
más tarde hasta el mismo nombre del escenario se ha borrado casi
por completo de la memoria de la mayoría de españoles. Noobstante,
aquellos acontecimientos deben considerarse como la última
guerra internacional que ha mantenido España. Y su verdadero
resultado, como el verdadero fin de los siglos de colonización
española, saldado con sangre.
No obstante, hay hombres
y mujeres que todavía lamen las heridas entonces sufridas, que
recuerdan a sus muertos, que guardan en sus casas y en sus memorias
objetos o recuerdos de lo que ocurrió en el invierno de 1957 en
Sidi Ifni; y en el Campo, es decir, en los 2.000 kilómetros
cuadrados de montañas estériles plantadas en el pecho
atlántico
de África, casi frente a las islas Canarias, que un grupito de
soldados al mando del coronel Capaz había ocupado el 6 de abril
de 1934.
La
guerra que nunca se declaró y cuyo sello de paz oficial
jamás fue estampado duró unos ocho meses. La noche del 23
de noviembre de 1957 estuvo a punto de ocurrir un desastre parecido al
de Annual de 1921. Estaba todo dispuesto para qué guerrilleros
marroquíes controlados secretamente por el rey Hassán,
entonces príncipe heredero, asesinarán en sus casas a
todos los habitantes de Sidi Ifni y que tomaran todos los fortines del
interior del territorio. La indiscreción de una familiar de un
policía nativo y la fidelidad de éste a su capitán
evitaron la tragedia: le advirtió del ataque previsto.
El
asalto al polvorín y la toma de la ciudad fue un fracaso que se
saldó con un puñado de muertos, pero todos los puestos
del interior quedaron asediados. Son terribles las historias que han
contado los supervivientes que durante unos diez días estuvieron
cercados, hasta que las fuerzas paracaidistas recién creadas y
los legionarios consiguieron liberarlos.
Muchos de estos liberadores murieron en el empeño, como muchos de los asediados.
Pero
la censura fue tan férrea que ni los habitantes de la capital
ifneña llegaron a saber lo que sucedió en las
guarniciones del interior; ni siquiera los mandos militares, a juzgar
por cómo actuaron. Los poquísimos historiadores que se
han acercado a aquellos sucesos se sorprenden de que un gobierno
militarista como el de Franco tuviera a su ejército en tan
patéticas condiciones. Las dolorosas anécdotas son
innumerables. El primer muerto ilustre, el comandante Álvarez
Chas, cayó al mar en un viejo Heinkel 111, con toda su
tripulación, por un error en el momento del aterrizaje. "En el aeródromo existían todas las marcas posibles de whisky, pero faltaban elementos de guía a la navegación", cuenta un testigo.
Resultó
que aquel glorioso ejército carecía de casi todo: los
aviones eran antiguallas de los años treinta; los Junkers que
Alemania había enviado a comienzo de la guerra civil, a falta de
bombas lanzaban bidones de gasolina provistos de un sistema de
explosión artesanal ideado por un teniente; a los soldados se
les entregaban hasta cinco viejos fusiles Máuser, con la
esperanza de que algunos funcionaran cuando tuvieran que dispararlos;
los legionarios calzaban alpargatas para combatir en un terreno
abominable de arena y piedras; cargaban todavía con una manta y
su ración alimenticia se reducía muchas veces a un chusco
y una lata de sardinas; para socorrer a los asediados se les lanzaba el
agua dentro de neumáticos de camión, a falta de
envases mejores, que reventaban al llegar al suelo; para las
comunicaciones, se usaban radios de carga a pedales... Una pobre
defensa llevada a cabo con "vieja chatarra cuidadosamente remendada",
como escribe el general Casas de la Vega.
A todas aquellas
desdichas se añadió un tiempo tan malo, con lluvias y mar
agitado, que el enclave estuvo casi un mes sin poder recibir ayuda de
Canarias. Muchos civiles tuvieron que formar parte de somatenes para
vigilar la ciudad por la noche en el llamado “Batallón de
la Gabardina”, al lado de un puñado de periodistas del
régimen que fueron enviados para cambiar la realidad por
crónicas literarias. Las bandas marroquíes dominaron en
seguida todo el territorio y consiguieron incluso golpes notorios, como
la aniquilación de toda una bandera de la legión, con 97
bajas (42 muertos), en Edchera el 13 de enero de 1958. Franco, mientras
tanto, disculpaba a su "hermano" el sultán Mohamed V, que
había logrado la independencia de Marruecos un año antes,
y hablaba como siempre de las asechanzas del comunismo internacional.
Pero las Bandas atacantes, unos 5.000 hombres perfectamente organizados
y pertrechados en formaciones guerrilleras, eran gente enmascarada
del ejército marroquí y muchos de sus oficiales
habían estudiado en la Academia de Zaragoza.
Los
habitantes de Sidi Ifni recuerdan con lágrimas aquella terrible
Navidad de 1957, encerrados en la hermosa ciudad colonial. Ni la fugaz
presencia de Carmen Sevilla, de Gila y otros actores y cantantes pudo
aliviar sus penas. Tampoco los miles de paquetes -turrón,
naranjas, botellas...- que se enviaron desde la península a los
combatientes y asediados, recogidos por un programa de La Voz de
Madrid. Lo poco que no se perdió en el camino, se
repartió en el mes de marzo, polvoriento o podrido. De la
colonia sólo quedó en poder de los españoles la
ciudad, con un círculo de seguridad de 5 km de perímetro
defendido por alambradas y trincheras.
Así se mantuvo
durante 11 años más, quizás los más
prósperos, en los que Ifni, con sus 50.000 habitantes
figuró con la ridícula categoría de provincia
española número 51. En las Cortes franquistas
aparecían baamaranis de Ifni ataviados con vistosos uniformes, a
cobrar la paga y a preparar las últimas traiciones. La
mañana del 31 de julio de 1969, se arrió la bandera de
España del mástil de la plaza. Hassan II había
ganado. Los militares y la mayor parte de la población civil
española volvieron a casa.
Unos meses antes ya se
habían embarcado los restos de los caídos, y hasta las
cruces que presidían sus tumbas en aquel cementerio que durante
la guerra se iba agrandando de noche, sin que los civiles de Sidi Ifni
supieran por qué. Algunos oficiales lloraron, y también
mucha gente de Ait Ba Amrán. La autoridad obligó a todos
los civiles a salir de allí, a todos. Pagaron cien mil pesetas a
cada uno para que rehiciesen su vida en otra parte.
Los
saharauis enrolados en las tropas hispanas fueron despedidos. Hoy,
algunos de ellos, apenas un centenar, todavía espera con
ansiedad al oficial español del maletín negro que, a
principios de cada mes, viaja desde Las Palmas para pagarles la
mísera pensión -unos 30 euros- por «los servicios
rendidos a la patria». El pago se realiza en el antiguo palacio
del gobernador, casi en ruinas, la única propiedad que el
Gobierno español mantiene allí. Este edificio, un hotel
llamado La Suerte Loca, los llamativos buzones de la antigua Casa de
Correos, la iglesia despojada de cualquier símbolo cristiano,
los nombres de algunas calles y poco más, es todo lo que queda
del paso de los españoles por allí.
De
tarde en tarde aparece un nostálgico español que
luchó en las banderas paracaidistas o de la Legión, o que
padeció un servicio militar muy largo y muy duro en las
trincheras del monte Bulaalám. Aquí ocurrió esto,
allá ocurrió lo otro, dirá a sus hijos... O
tropieza en la calle con antiguos compañeros de escuela, como le
ocurrió hace dos meses al
explorador Kitín
Muñoz, nacido allí. Los tenientes de la guerra son hoy
generales y no quieren hablar del asunto. Porque hubo demasiadas
historias tristes: sangre, corrupción, derrota... aunque
también muchos destellos de gloria.
Abajo, Sifi-Ifni en 1959:
Abajo, varias inatanáneas de soldados en el cuartel de Tagrapa:
Abajo Alfonso Carlos A. Irurzun, y un compañero sevillano, en un campamento paracaidista de Sidi-Ifni:
Foto inferior, torre de control, aueropuerto Sidi-Ifni:
Foto inferior, plenos combates en la zona:
Foto inferior, se comenta por si misma:
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