Fuente: La Opinión de Tenerife
Un manto de leyenda ha cubierto a lo largo de
los años la misteriosa infraestructura, levantada a finales del siglo
XV en la costa de Berbería, en el actual Marruecos.
Mariano Gambín.
El mito se alimenta con los años por la dificultad que ha entrañado su localización. A lo largo del siglo XIX varias expediciones salieron en su búsqueda y se discutió mucho sobre el lugar donde debió estar levantada. Tanto es así, que un error geográfico sobre su emplazamiento hizo que España se asentase en Ifni. Los restos de una edificación que podía ser la torre fueron localizados por unos y no fueron hallados por otros.
Todo comenzó a finales del siglo XV, en
1496, un par de años después del tratado de Tordesillas, acuerdo entre
Castilla y Portugal por el que se repartían áreas de influencia en
África, Asia y el recién descubierto continente americano.
En dicho
tratado se introdujo la cláusula de que el territorio entre la ciudad de
Messa -unos kilómetros al sur de la actual Agadir- y el cabo Bojador
-rica zona pesquera-, caería en la esfera de influencia de Castilla.
Para tomar posesión efectiva de la zona se pensó en levantar una
fortaleza que atestiguara el poder de Castilla en el territorio. Para
ello, se comisionó al tercer gobernador de la isla de Gran Canaria,
Alonso Fajardo, a tal fin.
Siguiendo
órdenes de los Reyes, Fajardo comenzó a trabar contacto con los jefes
tribales beréberes de la zona para facilitar el asentamiento castellano
en la costa. Fruto de estas conversaciones, se concertaron paces con las
tribus locales sedentarias que permitieron la posibilidad de edificar
una fortaleza. De la construcción de la torre de Santa Cruz de la Mar
Pequeña han sobrevivido un grupo numeroso de documentos que atestiguan
el esfuerzo humano y económico desplegado por los castellanos de Gran
Canaria en el levantamiento de la torre.
Por esos documentos de la
época sabemos que los Reyes Católicos ordenaron levantar la torre de
Santa Cruz de la Mar Pequeña el 29 de marzo de 1496, mandato que comenzó
a organizarse una vez que la carta real llegó a Gran Canaria. Con el
apoyo de la Hacienda Real se aprestaron cinco navíos -naos y carabelas,
las mismas embarcaciones que usó Colón para llegar a América-en los que
se trasladaron a África hombres, materiales y provisiones. Embarcaron en
ellos tres maestros mayores de obras, siete albañiles, dos herreros,
siete carpinteros y tres aserradores. Completaban el grupo de
especialistas tres pescadores y una lavandera, María, la única mujer en
la expedición. Acompañaron a estos trabajadores -algunos de los cuales
eran indígenas canarios- treinta soldados y unos cuantos vecinos de Gran
Canaria que se apuntaron como colaboradores militares. Se gastaron,
para la edificación de la torre, importantes sumas en la compra de
hierro, madera y cal, se adquirió para los navíos pez y estopa y para el
mantenimiento de los pobladores, redes y tres barcas de pesca.
Partieron
los navíos de Las Palmas el 28 de agosto de 1496, arribando a la Mar
Pequeña, en la costa africana, justo enfrente de Fuerteventura, dos días
después. El desembarco se hizo sin problemas y los hombres se pusieron a
trabajar en "una ysleta". En apenas dos meses, en noviembre, la
estructura principal de la torre estaba terminada. Volvieron los
constructores a Gran Canaria y quedó en la torre una guarnición fija de
diecisiete hombres que velaban por la seguridad de las transacciones
comerciales. De nuevo, en marzo de 1497, Fajardo se trasladó de Gran
Canaria a la torre africana, donde procedió a trabajos de mantenimiento
de la misma.
La torre sirvió como factoría de comercio al estilo
portugués, iniciándose fructíferos intercambios con las tribus asentadas
en la zona. Sin embargo, Fajardo observó que los esfuerzos comerciales
de las autoridades reales podrían verse abocados al fracaso si
continuaban las cabalgadas (ataques de los castellanos contra las tribus
nómadas enemigas en busca de botín en forma de ganado y esclavos) por
lo que solicitó a los monarcas la declaración de zona exenta de entradas
al territorio adyacente a la torre. Los monarcas asintieron a la
petición, emitiéndose las correspondientes cartas de seguro por las que
amparaban a quienes acudieran a comerciar en la torre, tanto castellanos
como indígenas bereberes.
Como vemos, la presencia de Castilla y
Canarias en la costa africana vecina es muy antigua, más de quinientos
años. En el próximo artículo les contaré las vicisitudes por las que
pasó esta extraordinaria torre en los primeros años del siglo XVI.
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