Fuente: Foro "Melilla: Cuando fuimos soldados - Relatos de la Guerra de Ifni-Sahara 1957/58" (6/11/2016)
Uno de estos prisioneros fue Alfonso Carlos Alsúa.
Veterano de los conflictos armados de Sidi Ifni al final los años 50
combatió contra las cabilas en el Grupo de Policía de Ifni nº1 y fue
capturado y hecho prisionero durante 18 meses.
El 5 de Mayo de
1959, después de dieciocho meses de cautiverio, fueron entregados a
representantes del gobierno español cuarenta prisioneros de guerra,
entre los que se encontraban tres mujeres y dos niños de corta edad. El
acto tuvo lugar en Casablanca, ante el Sultán Mohammed V, que había
recibido a los cautivos de manos del cabecilla de nuestros enemigos, un
individuo llamado Hammú, antiguo sargento de la Legión Extranjera
Francesa, sin duda manejado por el propio Sultán y su hijo, futuro
Hassan II.
"Me avisaron en noviembre de 1956 que hacia febrero
del siguiente año (1957) me tenía que alistar en el cuartel de Pamplona
(Navarra) para mi reclutamiento (reemplazo del año 1956). En el momento
de mi reclutamiento, no sabía el 'viaje' que la vida me iba a deparar
durante aproximadamente dos años. Viaje lleno de infortunios y vivencias
difíciles de digerir y que, a través de estas líneas, tengo a bien
contar un relato verídico".
La guerra ignorada de Ifni.
Este escrito está redactado fielmente, contado con sus propias palabras, tal y como él lo vivió.
"Un año antes de mi alistamiento a la Caja de Reclutas número 50 de
Pamplona, me habían hecho lo que se llama 'la medida' para mi posterior
reclutamiento. Ingresé en Caja el día 1 de agosto de 1956, con la
clasificación de Soldado. Yo estaba trabajando en San Sebastián
(Guipúzcoa) en la construcción. Recibí una carta en mi casa paterna en
Garisoain (Navarra) y mi madre me avisó. El día que llegué al cuartel de
Pamplona, me subieron con otros compañeros a un tren para trasladarnos a
Cádiz".
Pasaron la noche en el trayecto hasta destino. Creo
que, visto lo que les iba a pasar, estuvieron en dicho cuartel de
transeúntes durante 15 días.
"Nos dejaban pasear por Cádiz y pasar el
tiempo como queríamos", comenta Alfonso sonriendo sabiendo ahora la
dureza de los días posteriores. Tras esta experiencia, 1.000 reclutas
subieron a un barco y estuvieron navegando hasta Fuerteventura (Islas
Canarias). Permanecieron en esa isla canaria un mes.
"Durante la
travesía que duró tres días con sus dos noches, hubo una tormenta y
todos estábamos mareados, agarrados a los palos o a la barandilla del
barco y vomitando. También recuerdo que todos dormíamos en cubierta. El
barco disponía de camarotes, pero estaban destinados a los oficiales".
"De la noche a la mañana, un sargento vino con una lista de 90 nombres
en la que yo estaba incluido y nos dijeron que íbamos 'voluntarios' al
Grupo de Policía de Ifni nº. 1, por pertenecer a dicho reemplazo. Pero
la razón verdadera de haber ido a Marruecos fue por la quinta que nos
tocó. A la mañana siguiente nos metieron en una corbeta y después de
ocho horas de viaje, desembarcamos en la región de Ifni (África
Occidental), en plena mar, con el agua hasta el pecho, porque no había
puerto. De ahí nos llevaron al cuartel de la Bandera Paracaidista de la
ciudad de Sidi-Ifni (Ifni) e hicimos la instrucción durante un mes. Por
cierto, me gustaría desde aquí agradecer al Cabo Tuero, asturiano,
paracaidista, porque en la instrucción era muy duro y todos le odiábamos
por ello. Pero luego supimos lo que hizo por nosotros. Su dura
preparación, nos ayudó mucho durante el combate".
Alfonso sigue contando que el primer día que llegaron ametrallaron todo el campamento.
"El campamento se componía de tiendas de campaña en las que entraban
seis personas. Al oír el ataque, los que llegábamos nuevos nos metimos
debajo del poyete de piedra de la tienda de campaña, pasando mucho miedo
y sin saber lo que nos iba a deparar más adelante nuestro supuesto
voluntariado. En este campamento, conocí a un cabo furriel de Estella y
al enterarse de que yo era también navarro y que vivía cerca de dónde él
vivía, me alimentaba muy bien dándome bocadillos".
Estuvieron en el
campamento durante un mes y después de ese tiempo, los 90 que llegaron a
Sidi-Ifni fueron separados.
"A unos cuantos nos destinaron a Tagragra. A
nosotros, los Policías de Ifni, nos tocaba coger a los moros para
hacerlos presos y llevarles a Canarias. Lo malo de todo esto", cuenta
Alfonso con una mueca, "es que dichos moros, después de alrededor 3
meses, volvían de nuevo mucho más gordos de lo que habían ido. Digo esto
porque conocía a algunos y nos venían a saludar y dar la mano tras su
vuelta". La misión de estos policías era coger a los moros de la cabila a
media noche (se puede definir como una casa en la cual hay un gran
grupo de gente dónde la mayor parte de ellos tienen un descendiente
común). "Algunos nos abrían la puerta pero otros no, con lo cual
teníamos que saltar la tapia y entrábamos a cogerlos. Algunas veces
pasábamos miedo por los pequeños tiroteos que se producían. Los
atentados empezaron a partir del mes de Mayo de 1957. Los que estábamos
en los puestos interiores éramos acosados continuamente. Así mismo
siguieron hasta aproximadamente el 9 de agosto de 1957, un domingo".
Alfonso cuenta sin ninguna vacilación los acontecimientos pasados en esta fecha:
"Nos
cortaron la línea telefónica con un puesto que teníamos en el interior,
más hacia el desierto. Tuvimos que salir doce personas (dos soldados de
transmisión, dos moros de la policía y ocho policías españoles) para
hacer el arreglo. A las cuatro de la tarde, cuando terminamos de
arreglar la línea telefónica, llamamos al cuartel diciéndoles que los
moros se comportaban de una manera extraña (normalmente los moros se
acercaban y nos hablaban, se reían o simplemente miraban lo que hacíamos
y esa vez no) y que nosotros estábamos ya cansados después de la dureza
del día. Nos contestaron que nos enviaban una camioneta a recogernos.
Una vez hecha la llamada y nada más recorrer 500 metros, nos ametrallan e
hicieron que nos metiéramos en una vaguada. Ahí, estuvimos luchando
durante una hora contra ellos. Por fin, conseguimos escaparnos de ahí
llevando un herido español. Los moros policías desaparecieron.
Repelieron la agresión pero la historia no había terminado ahí".
"Subimos
por el monte Tamucha y dimos la vuelta a la montaña. Cuando bajábamos
cara al cuartel, vimos que subía una camioneta con nuestra policía. Al
verles, y para que supiéramos dónde estábamos y que éramos nosotros sus
compañeros, tiramos ráfagas al aire. La respuesta de los de la camioneta
fue dar la vuelta y largarse al cuartel, dejándonos ahí. Pensaban que
éramos moros que les atacaban. Estuvimos andando hacia el cuartel
durante dos horas, dos horas y algo más o menos, exhaustos y
hambrientos. Al llegar al cuartel, nos enteramos que nuestro capitán
había ido en nuestra búsqueda en una camioneta y al encontrarse con el
tiroteo (el primero del combate), dio media vuelta y se largó al
cuartel. Mandó luego a un teniente a que nos buscase y éste último,
creyendo que también los moros les atacaba al oír nuestra ráfaga de
posición, dio la vuelta con su camioneta y se largó al cuartel. Después
de descansar, al día siguiente, el teniente nos llamó a los que habíamos
vivido la aventura del día anterior uno por uno y nos casi amenaza
diciéndonos que no se supiese nada de lo que había pasado con él y con
el capitán", comenta Alfonso resignado. Ese fue el primer combate que
hubo en la llamada La Guerra Olvidada.
"Me gustaría hacer
hincapié en un compañero Brigada Gamazo, con el que tuve muy buena
relación, ahí, en Tagragra. Era una persona excelente y de muy buen
carácter. Se podía entablar conversación con él. Hoy en día está
fallecido". Alfonso sigue con su historia: "A los cinco días (hacia el
14 o 15 de agosto de 1957) vinieron dos compañías de Paracaidistas, dos o
tres compañías de Tiradores de Ifni y aviación, y fueron a por los que
nos habían tiroteado. Hubo prisioneros y algún muerto por parte mora.
Por nuestra parte no hubo ninguna baja. A partir de ahí, nuestro trabajo
consistió en buscar a los moros, no como antes, sino bélicamente, con
tiroteos por cualquier motivo. Abastecíamos (de munición y de comida)
también los puestos de Tamucha, Habidur,… Los moros nos odiaban". En una
de esas 'peleas', Alfonso fue herido con un compañero suyo. Cuenta que,
mientras se curaban, desde el cuartel veían los combates que se
producían cerca. A su compañero y a él les trasladaron finalmente al
hospital de Las Palmas. De Tagragra les llevaron al Hospital de
Sidi-Ifni pero al no haber sitio para ellos, les llevaron a las islas
canarias. Alfonso tenía metralla en el cuello y en las piernas. Su
compañero tenía más metralla que él en las piernas. "Estuvimos quince
días en el Hospital, pensando e ilusionándonos cada día que pasábamos
ahí en que nos iban a llevar de vuelta a España, pero todo se truncó al
llevarnos otra vez a Tabelcut".
"Yo creo personalmente que nos
llevaron al Hospital para que descansáramos y así volver con más fuerzas
al combate". Alfonso también cuenta que durante su trayecto en avión al
Hospital canario (un Junkers), andaban con mil ojos ya que viajaban con
los moros presos. Dicha situación hacía que tuviera la metralleta bien
agarrada cerca suyo 'por si las moscas'. A su compañero de Jaén y a
Alfonso les llevaron, tal y como lo relata a Tabelcut y ahí estuvieron
tres semanas como de vacaciones, porque no pasó nada. "La noche antes
de cogernos, hubo una alerta general. Pasamos todos la noche en vela, no
sólo el teniente y el cabo, sino todos. A las 6 de la mañana, la mitad
se fue a dormir, vestidos y con el armamento cerca nuestro por si
atacaban. En la casa estábamos nueve policías, la mujer del cabo primero
de la Guardia Civil y sus dos hijos y varios policías autóctonos. A mí
me tocó velar y fue ahí cuando empezaron los ataques. Estuvimos
defendiendo el puesto hasta las 4 de la tarde y nos arrinconaron en la
terraza de nuestro puesto. Era una terraza de 16 metros cuadrados
aproximadamente. Estando ahí, vimos pasar dos aviones de combate
franceses a gran altura. Dieron varias vueltas alrededor nuestro y se
fueron. Otro día pasó a baja altura un Junkers español. Nosotros tiramos
bombas de mano y nos hizo 'un guiño de alas'. Con esto, nosotros
pensábamos que nos había visto, pero no pasó nada. Teníamos poca comida,
estábamos casi sin munición y lo peor de todo, no teníamos radio con la
que comunicarnos".
"Así estuvimos aproximadamente tres días, del
23 al 26 de noviembre aproximadamente, ellos atacando y nosotros
defendiéndonos en la terraza de la casa. Los moros que pertenecían al
ejército español, se pasaron casi todos al bando de nuestros enemigos
durante ese ataque. El 26 nos apoderamos de nuestro puesto. Tiramos
hacia abajo porque el hambre apremiaba. Me acuerdo que al bajar, un
compañero madrileño y yo nos encontramos una botella de whisky marca 'Caballo Blanco'. Él pegó un trago y me dio la botella a mí que yo no
había bebido nunca whisky, y le pegué otro trago y me supo a agua".
"Al
no haber mucho ruido de tiroteos, pensamos que los moros se habían
acobardado y nos habían cedido nuestro terreno. Nos dejaron toda la
noche 'respirar' tranquilos. A la mañana siguiente, el 27 de noviembre,
empezaron a bombardearnos con morteros. A media mañana apareció un moro
rebelde perteneciente al llamado Ejército de Liberación con una
camioneta y una bandera blanca del puesto marroquí. Nunca supe lo que
pasó, solo que el teniente nos dijo que nos entregaba al ejército
marroquí, él incluido. Nos dejaron salir del puesto de combate con
nuestro armamento y la bandera española y nos llevaron hasta Mirleft.
Allí, el ejército marroquí nos desarmó. Pudimos comprobar que el
armamento de los moros era casi todo español, mejor que el nuestro. A mi
parecer, no había bandas rebeldes marroquíes, sino el ejército de
Mohamed V disfrazado de guerrilleros".
"A continuación nos
dieron de cenar y a media noche nos sacaron de uno en uno, atándonos
seguidamente las manos detrás del cuerpo y llevándonos a un autobús. En
el autobús nos ataron al asiento con una cuerda por el cuello, otra por
la cintura y otra en los pies, todo esto con las manos atadas atrás. Así
nos tuvieron una noche entera en el autobús, yendo por las montañas.
Nos llevaron a un puesto y estuvimos seis meses. Metieron al cabo
primero y a su mujer en una habitación, al teniente aparte y nosotros en
un agujero dónde no nos dejaron ver la luz del sol en durante seis
meses". Alfonso con el ceño fruncido, sigue contando lo peor de su
experiencia que viene a continuación. "Lo pasamos muy, muy mal.
Dormíamos en el suelo (tierra). Sufrimos durante 6 meses malos tratos,
vejaciones y torturas cada día. Una de las torturas era ponernos al sol
de puntillas, la cabeza hacia atrás hasta que caías al suelo y ahí nos
pegaban; nos ponían la metralleta en la sien y oíamos como echaba hacia
atrás el cerrojo del arma (al final les pedíamos que nos matasen ya que
no podíamos más); estábamos muchas veces con el agua a ras de los
tobillos,… Las patadas y los tortazos eran cosa común diariamente. No
comíamos, salvo un nabo al medido día y nos daban agua sucia que decían
era café. Al tener mucha hambre, no nos importaba lo que nos dieran,
nosotros lo comíamos y lo bebíamos. Nos quitaban pelos del pubis y nos
los metían en la boca. Estábamos llenos de piojos. Voy a omitir muchos
más datos dado su dureza. Fue cruel, muy cruel. No podéis imaginar
cuánto". Lo que sí le asombró en ese momento a Alfonso era que le
quitaron todo lo que llevaba encima salvo un crucifijo, el cual todavía
conserva. Su mujer, Manuela Barrera, lo llevó puesto el día que se
casaron, el 6 de Junio de 1963. Tras ese periodo de tiempo, les movieron
de sitio y todo cambió. "No comíamos apenas pero algo más que antes.
Podíamos salir a un patio al sol. Nos pusieron colchonetas para dormir.
Los malos tratos cesaron", dice con alivio Alfonso. Allí se encontraron
con más prisioneros. En total eran 40, niños incluidos. Alfonso conoció
en ese lugar a un prisionero francés, Ignacio Cacciaguerra de Córcega,
con el cual intimó bastante.
"Recuerdo que era la época en que
nos dejaban salir al patio a barrer, también solíamos lavar su ropa y en
premio nos daban un pedazo de pan,… Estábamos con jóvenes moros los
cuales no habían combatido y todo era más armonioso que los seis últimos
meses pasados (solían reírse de nosotros pero en plan broma y pegarnos
patadas en el culo cuando no les dábamos la razón en algún dialogo).
Todo esto era leve, como las típicas bromas que se hacen entre amigos.
Lo que no podíamos hacer era hablar ni entretenernos con nadie mientras
trabajábamos. Yo oí un ruido en una puerta, un “tic-tic-tic-tic” y, sin
que el moro me viese, traté de contactar con la supuesta persona que
hacía aquel ruido. Me dí cuenta de que era francés. Nuestros encuentros
fueron así de sencillos hasta que un día le 'liberaron' y le encerraron
en una habitación aparte, pero que estaba en el mismo patio que el
nuestro".
"Salía con nosotros a tomar el sol. Cierto día
desapareció. Luego supimos que fue él el que dio la voz de alarma
diciendo que había prisioneros españoles en la prisión que estuvo él".
Alfonso comenta sobre lo sucedido: "Creo que fue eso que hizo que las
autoridades españolas de la época reaccionaran. Nos liberaron, por fin.
Si Mohamed V no hubiera pensado en hacer ese viaje además de estar
presionado por las circunstancias francesas, no sé lo que hubiera pasado
con nosotros".
"Fue una guerra tan oculta por la censura, que
hasta se dudó de que hubiera existido". Según el boletín Nacional de las
bajas, le dieron como desaparecido/muerto, el 21/06/58 en una lista
publicada en el Anexo al Escrito número 1342. "Por fin, el día 6 de
mayo de 1959 fuimos entregados al embajador español en Marruecos en
presencia de Mohamed V, rey de Marruecos en ese momento, y su hijo
Hassan II, ambos desaparecidos actualmente".
Notificación de la 'Desaparición' de Alfonso Alsua.
Comunicación al padre de Alfonso.
Fue finalmente
destinado a efecto de movilización al Regimiento de Infantería Cazadores
de Montaña número 7 de guarnición en Pamplona. Alfonso continúa:
"En toda esta historia se podrían haber incluido nombres, pero muchas
veces es mejor dejar en anonimato ciertos sucesos. Sólo quería contar
esta experiencia al haber leído varios artículos sobre este tema los
cuales algunos estás muy lejos de la realidad", dice Alfonso.
"Para
terminar, me gustaría contar algunas anécdotas. Estando yo en prisión
hubo una Reunión de Cáritas en Pamplona dónde acudió un alto jefe
militar. Mi hermana, que también estaba presente en esa reunión,
preguntó al militar por los presos españoles. Este negó rotundamente que
en Marruecos hubiese presos españoles. Más adelante y ante la
evidencia, el militar se retractó y reconoció que habían ocurrido
pequeños incidentes pero no pasaba nada. Yo, personalmente, me pregunto
¿una guerra que costó a España 1.000 bajas entre muertos y heridos, no
fue nada?. Que vengan a mí y que me lo cuenten. Cuando estábamos en el
desierto y para no pasar frío durante la noche (pasaba de 40 ó 50
grados a -1 ó -2 por la noche) nos metíamos en la arena para calentarnos
con el calor acumulado durante el día. Se veía a las hienas a lo lejos y
a los alacranes. Para mi sorpresa, he visto a muy poca gente ser picada
por estos 'bichos'".
"En los días señalados, los moros dejaban
comida sobre la tumba de sus muertos. Lo que hacíamos nosotros, cuando
se iban, era robársela porque pasábamos bastante hambre. También diré
que en esa época que estaba en el Sahara y antes de estar prisionero,
nos lo pasábamos muy bien en la cantina del cuartel, como cualquier
joven… ¡imaginaros! Sobre todo antes de salir al combate. Ganábamos 750
pesetas al mes, mucho para estar en la guerra y antes de salir al combate
(salíamos a las 12h de la noche), nos lo gastábamos todo en la cantina
del cuartel en bebidas. Tengo un recuerdo para un compañero que murió
heroicamente en Tamucha (Ifni). Se llamaba Salvador Álvarez Moreno, de
Falces, Navarra. Su familia se enteró de su muerte a mi vuelta a casa.
Su padre vino a visitarme al pueblo de Garisoain, dónde vivía a
preguntar por su hijo. Simplemente había sido dado por desaparecido en
combate".
Alfonso Carlos Alsúa
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