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Aywaja: retrato de una de las figuras más conocidas del antiguo enclave español Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Mohamed Ali Elhairech
Escrito por Mohamed Ali Elhairech   
viernes, 20 de octubre de 2017

La familia de Aywaja es del Rif, él nació en Ifni.
Recorrió todos los lugares de Marruecos pero se quedó atado a "su ciudad natal"

Aywaja en su trabajo en los jardines.
Aywaja en su trabajo en los jardines.

Cuando se pasa por el jardín contiguo a la escuela llamada Halima Essaâdiya, fuera del área administrativa de la ciudad de Sidi Ifni, a cuatro pasos de la antigua tesorería −"La Pagaduría"−, se le puede ver desplazarse a duras penas de un extremo a otro de este pequeño espacio verde, donde los árboles, que no logro nombrar, están junto a una gran variedad de flores, para regar los arriates, podar las ramas, o vaciar el contenido de los cubos de la basura en grandes sacos de plástico esperando el paso del volquete de los basureros, antes de hacer una pequeña pausa (bien merecida), es la hora de fumar un 'guinze'. Tiene 52 años y está hecho polvo;  la idea según la cual «la felicidad llega a los 50 años», es sencillamente un disparate para él. Lhussein es su verdadero nombre, pero todo el mundo en Ifni, por lo menos para una cierta generación, a la cual pertenezco no sin una pizca de orgullo mezclado con una especie de profunda amargura, lo llama Aywaja ("el deformado"), al ser cojo.

Cita en el café Trayef

La cita con Aywaja está fijada en casa de Trayef, encargado del bar más antiguo (el más famoso también) del ex-enclave español (donde se preparan deliciosas tapas, a menudo a base de sardinas fritas), que se encuentra enfrente del cine Avenida −cerrado desde hace tiempo, y recientemente reabierto para albergar actividades artísticas y culturales, como por ejemplo, un coloquio sobre la historia de la región, que se celebrará el próximo mayo, según información de un miembro de una asociación−. De estatura media, delgado, de cabello rizado y negro, vestido con un chandal negro descolorido, avanza lentamente hacia mí, habiendo reparado en mi sitio. Me encuentra en la terraza del café un poco antes del crepúsculo. Alrededor de dos café crema (que valen a 5 dh la taza, como gentileza por parte del propietario con los clientes), la entrevista comienza y a nuestro buen hombre, cuyo cráneo, sin sombra de un encanecimiento, está ya un poco desguarnecido por delante, poco a poco comienza a entregar el pequeño secreto (de polichinela) que posee.

Un empleo sostenible estacionalmente

«Sólo soy un empleado temporal» me dice, reprimiendo sus lágrimas en un último gesto de valentía. «Me peleo cada día con los responsables de la municipalidad para que sea un puesto permanente, pero sin resultado en el límite palpable», se lamenta. Después de haber pegado una bocanada larga y profunda de su cigarrillo Marquesa, Aywaja añade en un tono lleno de disgusto: «Dejé muy pronto los bancos de la escuela, a la edad de 7 u 8 años. Exploré todo el Sur en busca de un trabajo, pero cada vez vuelvo al redil con las manos vacías. No hay fábricas aquí; es difícil encontrar un empleo» habla atropelladamente. Antes de concluir dice: «Como muchas familias, la mía vino aquí de otra parte, del Rif, en tiempos de los españoles, y echó aquí el ancla "ad vitam aeternam" (para siempre)».

Ywaja vió a la luz en Ifni. A pesar de que arrastró sus polainas por las cuatro esquinas del país, sin embargo, permanece eternamente atado a esta ciudad misteriosamente bella y de manera extraña ingrata con los suyos: «Nací aquí y me quedaré aquí hasta el último suspiro de mi vida» (de su perra de vida, se entiende).

 


Traducido del francés.

 

La famille de Aywaja est du Rif. Lui, est né à Ifni.
Il a roulé sa bosse partout au Maroc mais est resté attaché à «sa ville natale».

Quand vous passez par le jardin mitoyen de l’école du nom de Halima Essaâdiya, en marge du quartier administratif de la ville d’Ifni, à quatre pas de l’ancienne trésorerie, vous le voyez se déplacer péniblement d’un bout à l’autre de ce petit espace de verdure, où des arbres, que je n’arrive pas à nommer, côtoient une variété de fleurs, pour arroser des plates-bandes, élaguer des branches, ou encore vider le contenu des poubelles dans de grands sacs de plastique en attendant le passage de la benne des éboueurs, avant de prendre une petite pause (bien méritée), le temps de fumer une guinze. Il a 52 ans et des poussières; or, l’idée selon laquelle « le bonheur, c’est à 50 ans » est tout simplement un non-sens pour lui. Lhussein de son vrai prénom, mais tout le monde à Ifni, du moins pour une certaine génération, à laquelle j’appartiens non sans un brin de fierté mêlée à une sorte de profonde amertume, l’appelle Aywaja (le déformé), étant boiteux.

Rendez-vous au café Trayef

Le rendez-vous avec Aywaja est fixé chez Trayef, tenancier du bistrot le plus ancien (le plus fameux aussi) de l’ex enclave espagnole (où l’on prépare de délicieuses tapas, souvent à base de sardines frites), qui se trouve en face du cinéma Avenida (fermé depuis longtemps, et récemment réaménagé pour abriter des activités artistique et culturelle, dont par exemple un colloque sur l’histoire de la région, qui aura lieu le mois de mai prochain, selon les dires d’un activiste associatif). De taille moyenne, fluet, d’un brun qui frise le noir, les cheveux frisés, habillé d’un survêtement noir délavé, il avance lentement vers moi, ayant repéré ma place. Il me rejoint à la terrasse du café un peu avant le crépuscule. Autour de deux café crèmes (qu’on paye 5 dh la tasse, en signe de solidarité de la part du propriétaire avec les clients), l’entretien commence et notre bonhomme, dont le crâne, sans l’ombre d’un grisonnement, est déjà un peu dégarni à l’avant, se met peu à peu à livrer le petit secret (de polichinelle) qu’il possède.

Un emploi durablement saisonnier

«Je ne suis qu’un employé saisonnier» me dit-il, en réprimant ses larmes dans un ultime geste de bravoure. «Je me bats chaque jour avec les responsables de la municipalité pour que ce soit un poste permanent, mais sans résultat à la limite palpable», se lamente-t-il. Après avoir tiré une longue et profonde bouffée de sa cigarette Marquise, Aywaja ajoute d’un ton plein de dépit: « J’ai très tôt quitté les bancs de l’école, à l’âge de 7 ou 8 ans. J’ai écumé tout le Sud à la recherche d’un boulot, mais à chaque fois je reviens au bercail bredouille. Il n’ y a pas d’usines ici; c’est difficile d’y trouver un emploi.» Avant de conclure: «Comme beaucoup de familles, la mienne est venue ici d’ailleurs, du Rif, le temps des Espagnols, et y a jeté l’ancre ad vitam aeternam».

Aywaja a vu le jour à Ifni. Même s’il a traîné ses guêtres aux quatre coins du pays, il reste, néanmoins, éternellement attaché à cette ville mystérieusement belle et étrangement ingrate envers les siens: « J’y suis né et j’y resterai jusqu’au dernier souffle de ma vie (de sa chienne de vie, s’entend)».

M.A Elhairech  

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