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"Guinea Española", de Gustavo Adolfo Ordoño.
 
 

¿Qué tuvo Ifni que unió tan sólidamente a sus soldados? Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
Escrito por Manuel Jorques Ortiz   
domingo, 13 de mayo de 2018

Fuente: 24Kilates

Un año más nos encontramos dos ex soldados que hicimos la mili en Sidi Ifni (Paco Susarte, en Tiradores, y el que esto escribe en la Policía), esperando el AVE que desde Madrid nos trae hoy sábado a Alicante a otro de los que compartieron el servicio militar en aquel Territorio (otro ex Tirador), Paco Rodríguez, que con sus recién estrados y lúcidos 80 años continua en plena actividad dirigiendo sus múltiples empresas; no obstante, así lo confiesa siempre, estos encuentros son de los mejores momentos que saborea (como nosotros) en nuestras ya dilatadas vidas. En 1961-62 estuvimos juntos, el “camello” (que no era camello sino dromedario) nos unió y la amistad arraigó de tal forma en nuestros corazones que no necesitamos vernos más de un par ocasiones al año y hablar media docena de veces por teléfono para que los “hilos” del afecto se mantengan firmes.

 Los 3 mosqueteros que en realidad eran 4 (Bataller, Jorques, Susarte y Rodríguez)
Los 3 mosqueteros que en realidad eran 4 (Bataller, Jorques, Susarte y Rodríguez)

Esta vez, a los veteranos que esperamos al compañero (asturiano, pero madrileño de adopción) se une una persona (gran persona y gran amigo), excelente escritor militar, autor de la única monografía existente sobre el Grupo de Tiradores de Ifni (publicada en dos extras de la revista Ejército y en un precioso libro editado por Almena), que al conocimiento directo de muchos de los mandos de aquel Cuerpo de Élite del Ejército Español, le gusta añadir (siempre que puede) el contacto con los soldados que hicieron la mili allí, de los que poder obtener testimonios directos del acontecer diario de la tropa, de sus fatigas y penurias en las posiciones de montaña, de los pequeños detalles (la intrahistoria, según sustantivo inventado por Miguel de Unamuno) que se le “escapan” al historiador cuando escribe sus libros. Me refiero a Don Vicente Bataller Alventosa, general de Brigada (en la reserva) que actualmente se halla enfrascado en recoger documentación (escrita u oral, tanto da) para su próximo libro que tal vez sea el definitivo sobre aquella olvidada guerra de Ifni-Sahara.

Vestíbulo de la estación de RENFE en Alicante (Origen de la foto: Internet)
Vestíbulo de la estación de RENFE en Alicante (Origen de la foto: Internet)

El AVE, con precisión británico-prusiana llega a su hora exacta (13:14) y tras los saludos y cariñosos abrazos, a los que enseguida se une Bataller que le es presentado a Paco Rodríguez, el heterogéneo grupito formado por un economista (Paco Rodríguez, quien además ejerce como industrial y mecenas cultural), un médico (Paco Susarte), un abogado (el que esto escribe) y un general del Ejército, unidos por el sacrosanto lazo del patriotismo “mamado” en Ifni (los tres primeros) y en la Academia General Militar (el último) nos dirigimos al anexo aparcamiento de la estación para tomar el coche que allí ha estacionado un rato antes nuestro “soldado-médico” Susarte que nos hará de “chófer” y de guía, pues es él quien ha reservado mesa para comer en la playa de San Juan, en primera línea del mar Mediterráneo que hoy se nos muestra (como casi siempre) esplendoroso de luz y color mientras circulamos por la carretera que lo orilla recorriendo los aproximadamente diez kilómetros que nos separan del lugar de destino desde el punto de partida (la estación de ferrocarril)

Aparcamiento de la estación RENFE en Alicante (foto obtenida de Internet)
Aparcamiento de la estación RENFE en Alicante (foto obtenida de Internet)

El día es espléndido, la compañía y la conversación, también; la mesa reservada situada en un lugar privilegiado del restaurante “La Ponderosa” y el menú mediterráneo, como no podía ser de otra forma: entrantes de boquerones fritos, pulpo a la brasa y chipirones, para finalizar con una monumental paella de mariscos (aquí, el comentario de Paco Rodríguez, gran amante de la paella, de que si viviera en Alicante comería todos los días arroz, alimento que tanto le gusta ¡incluso con leche! según añade jocoso)

El mar frente al que vamos a comer (foto Playa de San Juan, origen Internet)
El mar frente al que vamos a comer (foto Playa de San Juan, origen Internet)

Pese a la “sentencia” de los pastores de que “oveja que bala no come bocado”, los comensales de este sábado alicantino no pararon de comentar recuerdos y vivencias ante el atento oído y la atónita mirada del general Bataller: Susarte (entre risas) nos recuerda su tal vez mayor apuro en toda la mili, cuando de médico en el botiquín que acompañaba a un Tabor en los ejercicios de tiro (con ametralladoras), el coronel del Grupo (Enríquez) metiendo las narices más allá de lo prudente, recibió una herida en una ceja (que se la partió) al saltar un casquillo y se lo llevaron al “puesto de socorro” del que era máximo responsable, pese a ser solo soldado. Como no tenía medios materiales solo le pudo limpiar la ceja y la cara de sangre con una gasa mojada con el agua de su cantimplora; al no poderle poner puntos o grapas (por carecer de ellas) se limitó a unir los bordes del corte apretando hasta que dejó de sangrar la herida, le puso una gasa impregnada en “vaselina” (para que los pelos de la ceja no se le pegaran) y lo evacuó con instrucciones de que al día siguiente acudiera al botiquín del Grupo o al Hospital… Su asombro todavía perdura recordando que el coronel le mandó, por conducto del capitán médico, expresión de su agradecimiento por el “buen tratamiento médico” que le había dispensado. Claro que si nos cuenta sus vivencias en la posición del monte Buyarife en la que pasó ocho meses, aún estaríamos allí.

Paco Rodríguez y Paco Susarte frente a los aperitivos (foto del autor)
Paco Rodríguez y Paco Susarte frente a los aperitivos (foto del autor)

Los mismos, frente a la paella.
Los mismos, frente a la paella.

Oír los avatares soldadescos por los que pasó Paco Rodríguez es, forzosamente, motivo de admiración y risa. Desde su rocambolesca historia de la forma y modo en que le anularon la prorroga qué disfrutaba por estudios (la carrera de Económicas) y su envío por las buenas a Ifni (Tiradores) fuera del cupo de su quinta, a las instrucciones que por carta enviaba a su tierra para que no “muriera” la incipiente industria montada meses antes (escribía con una máquina portátil que le prestaba un sargento), pasando por la noche en que dormía tranquilamente en una cueva de la montaña (que horadaban los soldados para tener refugio nocturno) en que notó como una bota militar se posaba en su cara y al abrir los ojos vio al capitán de su compañía “empapado” de ginebra (la bebida que más le gustaba) con un par de soldados guitarristas que iniciaron una juerga de bebida y cante que duró toda la noche, para concluir los tres últimos meses de mili en que le encargaron de la contabilidad de todo el Grupo con la incorporación de los reclutas.No obstante, ambos admiten con vehemencia que fue un honor servir allí a España, que si volvieran a tener 20 años se irían de cabeza a Sidi Ifni y que, dado el panorama político que ahora se respira en España, no desdeña que nos reenganchen (palabro incomprensible para los jóvenes de hoy) y nos pongan otra vez el uniforme.

El autor y el general Bataller ante la misma paella antes de ser atacada (foto propia)
El autor y el general Bataller ante la misma paella antes de ser atacada (foto propia)

Puestos a contar cosas de aquella mili no pude remediar explicar mi primer servicio como policía (antes de ser pasado al destino en el que pasé todo un año), poco después de la Jura de Bandera que se celebró el 14 de mayo de 1961, tras la que nos convertimos en soldados y dejamos de ser reclutas “pelusos”. Me enviaron desde el campamento en el que todavía viviríamos hasta el 19 de julio, al cuartel-comisaría de la compañía Local, concretamente al contingente de guardia en el que nos mezclamos veteranos y recién incorporados. El teniente me llamó (o designó con un gesto) para que acompañara a una mujer musulmana y me trajera detenido a su marido que ella me señalaría quien era y donde estaba. Así que, con mi impoluto uniforme, correaje, defensa de caucho y pistola del nueve largo enfundada me fui tras la mujer que por su paso ágil y decidido parecía ser joven, aunque la ropa y cara tapada que llevaba me impedía corroborarlo. Nos metimos por las callejas del barrio moro, llegamos a una vivienda cuya puerta abrió la señora, pasamos lo que sin duda era una cuadra con un asno, un par de cabras y tal vez algún otro animal, y sobrepasado ese inesperado “hall de entrada” desembocamos en una estancia débilmente iluminada en la que cuatro individuos, sentados en el suelo, estaban ensimismamos en un juego parecido al que conocemos con el nombre de “damas”. La mujer me hizo un gesto señalando a uno de los moros, que precisamente me daba la espalda, como a quien debía detener… Me acerqué y con buenas, aunque enérgicas palabras, le conminé a que se pusiera de pie y me acompañara. Me miró y continuó con su juego, como aquel que oye llover y no hace ni puñetero caso… ¡Qué hago, Dios mío! Soy un chico de 21 años, con dos meses de instrucción para convertirme en policía. Obviamente no puedo regresar al Cuartel y decirle al teniente que el moro no me ha hecho caso, que no ha querido venir conmigo… Así que, pensado y puesto en práctica simultáneamente… Saco la defensa de caucho y la doy un tremendo porrazo (con todas mis fuerzas, que entonces eran muchas) en la espalda del individuo que cae de lado, se empieza a enderezar (los otros tres se pusieron de pié como si un resorte les hubiera hecho saltar) y a grandes voces, sin dar síntoma de nerviosismo (pese a que estaba “acojonado”) le dije que echara a andar y que si alguien hacía el tonto y me obligaban a sacar el arma reglamentaria era capaz de matarlos a todos (yo solo empuñaba la porra). Nunca he vuelto a pasar tanto miedo como aquel día (eran cuatro contra uno). Mi conclusión: la Policía europeizada se había ganado el prestigio que otorga la energía y la valentía, que no necesita ser brutal ni represiva para imponer el concepto de autoridad tendente al mantenimiento del orden público. Fue, en definitiva, ese “prestigio” quien me hizo salir con bien de aquella aventura y no mi personal actuación.

Les contaba también una “graciosa” anécdota acaecida cuando en compañía de otro compañero (se hacían patrullas por parejas durante las noches, para que se cumpliera el “toque de queda”) íbamos por el barrio musulmán de regreso de nuestras cuatro horas de marcha al Cuartel. Ya había amanecido y eran las seis, hora en que finalizaba nuestro servicio, cuando al pasar frente a una casa situada casi en descampado, oímos salir de la misma unos gritos tremendos, sollozos, lamentaciones, seguramente algún que otro “taco” no entendible para nosotros por el idioma. La primera reacción es “pasar de largo” y no darse por enterado. No obstante, el sentido de responsabilidad que nuestros mandos nos habían imbuido, la reflexión de que si había ocurrido algo “gordo” en nuestro distrito y lo habíamos pasado por alto podía implicar que se nos “cayera el pelo” (literalmente) además de otras sanciones, nos hizo detenernos, empujar la puerta de entrada y penetrar en un amplio patio. Al fondo del mismo se hallaba un moro de alguna edad que era quien chillaba. Nosotros, mosquetón en ristre, montado pero con el seguro puesto, indagamos que es lo que pasaba. El hombre, en un español bastante aceptable nos dio cuenta de su desgracia: le había nacido muerto un ternero, lo que para él era una gran ruina… Y así estábamos perorando cuando el buen musulmán se puso a chillar otra vez. Mi compañero había dejado abierta la puerta del corral, cuando entramos, y un borrico que estaba suelto en el patio se coló y se fue hacia las callejas o el descampado. Seguro que aquel individuo nos dedicó todos los insultos de que era capaz. Alfonso y yo nos pusimos el mosquetón en bandolera y salimos con el viejo a detener al asno. Seguro que formábamos un trío maratoniano de lo más extravagante.

Y de vuelta a la estación de RENFE, donde el AVE para Madrid sale a las 18:10, que mañana domingo Paco Rodríguez tiene que ir a Asturias para atender sus negocios (no he visto persona con más energía; parece que la palabra “descanso” no está en su diccionario) y los demás hacemos lo que dicen en el teatro: “mutis por el foro”, tras los últimos abrazos y promesas de amistad eterna, para hacer bueno aquello de que “cada mochuelo a su olivo”.

Mi última introversión, tras esas apretadas y apasionantes horas:

¡¡¡A LOS QUE ESPAÑA UNIÓ EN IFNI CON LAZOS DE AMISTAD, SOLO LA MUERTE PODRÁ SEPARARLOS!!!

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