Crónica de mi viaje a Ifni |
Colaboraciones - Antolín Hernández Salguero | ||||||
Escrito por Antolín Hernández Salguero | ||||||
sábado, 19 de septiembre de 2015 | ||||||
PrólogoHola, a todos, mi nombre es Antolín Hernández y vivo en Badalona. Nací en el año 1.959 y no tengo ninguna vinculación con el territorio de Ifni, salvo un tío que hizo la mili en Tiradores. Este tío es un campesino de Extremadura, y cuando yo era niño e iba a pasar allí las vacaciones, me contaba "historias de la mili". Para mí, un crío, todo aquello me sonaba a exótico y aventuras en tierras lejanas. Desde entonces se me quedó grabado el nombre de Sidi Ifni, pero nunca más volví a interesarme por aquella ciudad ni su historia. Hace cuatro años escribí una novela en la que el protagonista es un guardia civil que se convierte en un «elemento incómodo» para sus superiores y deciden trasladarlo a un lugar lejano, entonces se me ocurrió el nombre de Ifni (confieso que ni siquiera sabía dónde estaba). Me interesé por el lugar y lo que leí me cautivó tanto que decidí escribir una novela ambientada en la guerra de Ifni. Con la inestimable ayuda del Rincón de Sidi Ifni, me puse en contacto con Manuel Jorques que, a la vez, me facilitó el teléfono de Ángel Ruíz (cuya historia publicó Jorques aquí y en el magnífico libro "Historias secretas de Ifni. Hablan los soldados". Me quedé cautivado, y aún lo estoy. Ya no pude parar.
Publiqué la novela, "Boualam de Ifni", y aunque confieso que tiene algunos fallos literarios propios de escritor inexperto, me llenó de satisfacción los innumerables mensajes de veteranos que recibí. Mensajes emotivos, llenos de sentimiento e incluso lágrimas. Con eso ya me sentí más que satisfecho. Porque la novela, no sé si lo conseguí, pretende ser un homenaje a todos los soldados de reemplazo que, sin comerlo ni beberlo, se vieron envueltos en unos acontecimientos para los que no estaban mentalizados ni preparados. Desde entonces tenía un viaje pendiente y ahora, por fin, he podido realizarlo, y lo mejor es que lo he hecho con mis dos hijas, a las que les ha encantado. Si no os importa, os voy a relatar una pequeña crónica de mis impresiones. Eso sí, me ha faltado tiempo para verlo todo con tranquilidad. Me han quedado muchas cosas por ver y saborear, pero es una buena excusa para otra visita. Antes que nada, tengo que decir que para documentarme, y mientras escribía la novela, tenía siempre una imagen de Google Maps en mi ordenador, por lo que llegué casi a memorizar el territorio y la ciudad. Martes, día 8Previamente habíamos estado tres días en Marrakech, y llegamos a Sidi Ifni por la noche, por lo que fuimos directamente al hotel a descansar. A la mañana siguiente me levanté temprano, estaba impaciente por pasear por la ciudad. Para ser sinceros, con la primera impresión me sentí decepcionado, quizás por aquello de la imagen mental que me hice previamente. Encontré una ciudad dejada, sin mucha limpieza y algo abandonada, pero en cuanto recordé que estaba en Marruecos y dejé a un lado mi mentalidad europea, empecé a disfrutarlo. Paseé con calma por la antigua Plaza España, por el malecón, por la playa y, ¡por fin!, pude ver in situ el famoso Suerte Loca, lo tenía allí, delante mismo de mis ojos. Me emocioné.
También soy aficionado a la fotografía, pero os aseguro que casi no tenía la necesidad de hacer fotos. Era como estar en un lugar cotidiano, un lugar que ya conocía muy bien, y no solemos fotografiar lo que ya conocemos. Ahora me arrepiento un poco.
Aquella mañana mis hijas y una amiga marroquí, que nos acompañó y facilitó mucho las cosas, querían ir a Legzira, por lo que pasamos el día en la playa. Tengo que decir que es la playa más espectacular y bonita en la que he estado nunca.
Por la tarde cenamos en el Gran Canaria, casi enfrente de Correos, un buen restaurante con una buena carta y mejor cocina. El dueño, no recuerdo el nombre, un chico joven, también es el propietario del camping que las inundaciones de noviembre arrasaron por completo. Ahora está intentado rehacerlo de nuevo. Le deseo suerte. Miércoles, día 9En la ciudad contacté con un nativo (me pidió que no mencionara su nombre) que nació cuando el territorio era provincia española. Era un crío, pero conoce todas las posiciones españolas del perímetro defensivo. Aquella mañana le pedí que me llevara al Gurram, uno de los lugares descritos en mi novela. Se me puso la piel de gallina cuando vi los restos de trincheras y nidos de ametralladoras. Me imaginé a los soldados allí apostados durante las primeras semanas de la guerra, esperando a los rebeldes, pasando frío, calor, hambre, sed. Llenos de mugre y rodeados de chinches, pulgas y ratas. Si yo sentí escalofríos, me imagino lo que debe sentir un veterano al visitar el lugar.
Permitidme que os hable un poco de mi guía: Como ya os he dicho, nació cuando Ifni era la provincia nº 51 de España. Tenía su partida de nacimiento y toda su documentación española. Se consideraba un español más. Me contó emocionado que aún recuerda a sus amigos de la infancia, españoles todos, y que aún hoy, al salir a la calle, "a veces espera encontrarse con ellos". También me emocionó a mí. Recordaba ver películas de estreno en el cine Avenida. Me enseñó el Twist y el café Madrid. Me indicó lo que había sido el cuartel de la "Mixta" y de la Policía Local, las casas de los oficiales y suboficiales, los edificios emblemáticos de aquella época. Cuando recorríamos las posiciones españolas no dejaba de repetir: "Pobres soldados, pobres soldados". Jamás podrá perdonarles a las autoridades que "los españoles se fueran y los entregasen a Marruecos". Se siente abandonado a su suerte. Eso es algo que España, por desgracia, siempre ha hecho muy bien: dejar a los suyos en la estacada.
Por la tarde estuvimos paseando tranquilamente por la ciudad, saboreándola. Entramos en una tienda de saharauis que nos ofrecieron té y les compramos algunos recuerdos y regalos para amigos y familia. Evidentemente, con el consiguiente regateo, todo un arte. Era un placer ver a Hala, nuestra amiga marroquí, "discutir" con los saharauis, con mucha educación y respeto, pero manteniéndose firme. Luego seguimos con el paseo y les enseñé y expliqué cosas a mis hijas y a Hala, que desconocían la historia de Ifni y lo que allí ocurrió. Como ya he dicho, nunca he estado allí, ni viví la época española, pero me resultaba todo muy familiar. El pasado español de Ifni se respira por todos lados. Incluso, al oírnos hablar en castellano, se nos acercó un hombre mayor hablándonos en un español perfecto. Iba escuchando un transistor donde cantaba Ana Belén. Se le notaba que le hacía ilusión hablar con nosotros, hasta quería invitarnos a ir a su casa a enseñarme fotos. Por desgracia, tuve que rechazar el ofrecimiento. Jueves, día 10Por la mañana fuimos de nuevo a la playa, era el "peaje" que tenía que pagar por ir con mis hijas y Hala, lo que a mí no me importaba en absoluto. En aquellas playas se respira una paz inmensa, nada que ver con las masificadas playas del mediterráneo español. Me iba bien para relajarme (los días en Marrakech fueron agobiantes). Además, fuimos en transporte público, lo que ya de por sí fue toda una experiencia.
Por la tarde subimos todos al Buyarifen. Quizás lo que tenía más ganas de ver. El camino, en muy mal estado por la falta de tránsito y las lluvias, lo hicimos en un "motocarro". Me parecía imposible que aquel vehículo pudiera subir aquella ladera cargado con seis personas. La lástima fue que la niebla nos impidió ver en toda su magnitud el paisaje. Sin embargo, al recorrer aquellas antiguas posiciones, me sentí satisfecho, tanto que apenas hice fotos: estaba más pendiente de ver que de dejar constancia gráfica. He leído y oído mucho sobre ese monte, y tenía ganas de recorrerlo (Desde aquí, quiero enviar un saludo a Ángel Ruiz, el hombre que cuando le llamé para decirle que estuve en el Buyarifen no pudo evitar llorar de emoción).
Todavía hay restos de alambradas, de latas en conserva, de suelas de alpargatas o botas. Restos que dejan constancia del paso de ciento de jóvenes que se vieron obligados a convivir en aquella montaña. Como es lógico, cada uno tendrá su recuerdo particular, y los que no pasamos por aquello no podemos saber realmente las condiciones en las que vivían, pero viendo el entorno, su acceso y lo poco que aún se conserva, podemos hacernos una idea. No pude visitar mucho más. Al día siguiente nos íbamos y teníamos que preparar las cosas. EpílogoHa sido un viaje corto, en el que me han quedado muchas cosas por ver, pero espero poder repetirlo pronto con más tiempo. Me he venido con un recuerdo agradable, positivo. Quizás la vida allí no es fácil, y no es lo mismo visitarla que vivir, pero me ha gustado su tranquilidad y sosiego, su amabilidad, pero, sobre todo, ese aire colonial que aún conserva. Decadente, eso sí, pero con encanto. No sé si Santa Cruz de la Mar Pequeña estaba realmente en la desembocadura del río Ifni, pero, sin duda, aquel fue un buen lugar para levantar una ciudad. Era una ciudad de militares y para los militares, y para muchos solo es un recuerdo amargo. Yo no puedo juzgar, solo leer y oír lo que dicen los veteranos, pero me vine con la sensación de que quién ha estado en Ifni siempre quiere volver. Algunos para recordar los buenos momentos; otros, los menos buenos, eso depende de cada uno. Yo solo puedo decir que lo que vi forma parte de nuestra historia, esa historia que la mayoría desconoce porque se la ocultaron, porque los gobernantes y militares se avergonzaron de ella, pero que les costó la vida a muchos jóvenes españoles que no se merecen ser olvidados. Se lo expliqué a mis hijas y a su amiga marroquí; he dejado constancia en una novela, que quizás tenga continuación. Creo que he puesto mi granito de arena para tratar de no olvidar. Gracias a todos. Antolín Hernández. Fotos del viaje
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