Guerra de Ifni. Falla la memoria (histórica) |
Escrito por Juan Francisco Alonso | ||||||
sábado, 17 de noviembre de 2007 | ||||||
Fuente: ABC.es El periodista José Martín suele contar la anécdota al final de una comida, con el café humeante sobre la mesa. El runrún de la tertulia le traslada entonces a Sidi Ifni, un 23 de noviembre de 1957, cuando un soldado entró en el despacho de su padre, el comandante Gastón Martín Trapero, y le espetó: «Sin novedad, han matado al centinela». Ifni no había sido un territorio en el que pasaran grandes cosas, así que los disparos de aquella madrugada, el muerto que anunciaba el asistente, nada tenían que ver precisamente con la ausencia de novedades. Jos Martín vivió algún verano en aquel desierto «pedregoso y ondulado», cuando iba a pasar las vacaciones con su padre. «Recuerdo unos barracones en forma de bóveda, pensados para los militares, y alrededor, el pueblo, un territorio bastante extraño al que se llegaba desde Canarias en un Fokker sin asientos. Allí el tiempo pasaba muy lentamente, las cosas eran más baratas y vendían los cigarrillos mentolados Kool que fumaba mi madre». El coronel retirado Fernando Moreno Pardo llegó a Ifni como teniente recién salido de la Academia en abril de 1956, un poco antes de que empezaran a enredarse las cosas. «En los colegios, en el hospital, en los comercios. la vida era agradable y la integración de españoles y autóctonos, completa -recuerda-. Y, sin embargo, en 1957 empezó a deteriorarse el ambiente, se barruntaba que iba a pasar algo». Alrededor cambiaba el mundo, en efecto. Marruecos se había independizado de Francia en marzo de 1956, y entre bambalinas se hablaba de desacuerdos entre las fuerzas de Mohamed V y las del Ejército de Liberación, entre el poder oficial y los nacionalistas de Istiqlal, que intrigaban en Sidi Ifni y en el Sahara. «Se fueron infiltrando y afeando la situación», asegura Moreno Pardo, que ha intervenido en un cliclo de conferencias sobre aquellos días en la Facultad de Geografía e Historia de Sevilla. Han pasado cincuenta años, también en el reloj de arena, lento y perezoso, del desierto. Muchos de los que allí vivían tienen hoy que cerrar los ojos para recuperar aquel aroma de oasis perdido en ningua parte, el viento, el puerto pesquero, las noches en el casino. Ifni le fue concedido a España en el Tratado de Paz y Amistad entre España y Marruecos firmado en Tetuán en 1860, pero nuestra presencia fue igual a cero hasta 1934, cuando el coronel Osvaldo Capaz Montes tomó posesión de la zona. En los años siguientes se fue formando una guarnición que, en 1957, antes del ataque de los rebeldes, rondaba los tres mil efectivos (2.700, según Moreno Pardo), y que, a continuación, con los refuerzos enviados, llegó tal vez a los 7.000. Los españoles sabían que iba a ocurrir precisamente aquella noche. Un soldado de origen local avisó del ataque que se preparaba al capitán Francisco Rosaleny. «...El 21 de noviembre de 1957 por la tarde se presentó en mi casa, ya que estaba de jefe de día, el cabo "Banderín" de la Cía., comunicándome que me preparara porque tenía conocimiento de un inminente ataque desde fuera y que iban a acabar con los mandos españoles», contó en alguna ocasión. A Fernando Moreno Pardo le avisaron a las diez de la noche del día 22. «Me enviaron a una sección de ametralladoras en la zona norte, para cerrar unas vaguadas. Pero no era una guerra al uso. Se enfrentaba una organización tradicional como la nuestra con unas partidas que desaparecían antes de que las viéramos. No sabíamos de dónde venían los tiros. Los oíamos, íbamos hacia ese lugar y encontrábamos unos casquillos, nada más, el desierto del desierto». Petróleo, rusos, americanos... La sorpresa no lo fue, y las tropas españolas detuvieron el golpe, aunque probablemente ni siquiera sabían de dónde venía. Incluso hoy «el caso Ifni» es un pantano lleno de niebla, «una guerra tramposa», según el escritor Gastón Segura Valero, autor de «Ifni, la guerra que silenció Franco». En su opinión, «el objetivo de los rebeldes era lograr la independencia de Mauritania, formar el "gran Marruecos" y quedarse con los pozos de petróleo de Argelia y con las minas mauritanas. Atacaron Tinduf y varias guarniciones francesas, pero fracasaron. Por esa razón se volvieron contra nosotros. Seguramente no querían que los soldados, muchos de ellos de fortuna, regresaran a casa con las manos vacías». Segura Valero afirma que la sombra de Estados Unidos planeaba sobre aquel escenario. «A pesar de que el general Barroso, ministro del Ejército, dijo en su discurso de Navidad de 1957 que la revuelta estaba animada por la Unión Soviética, lo cierto es que los legionarios descubrieron en una de sus incursiones un almacén de leche en polvo estadounidense». ¿Qué pasó realmente? Francesco Correale, historiador italiano, lleva un año dándole vueltas a esa pregunta, como parte de una investigación de la Universidad de Tours. Correale opina que los años 1956-1958 son cruciales en las relaciones entre el pueblo saharaui y España para entender lo que pasa ahora. «España mantenía una actitud ambigua, en la que no quería irse del Sahara y de Ifni, pero tampoco llegar a una guerra con Marruecos. Las autoridades sabían que Istiqlal tenía una oficina no demasiado clandestina en la zona, pero pensaban que podían salir del asunto sin muertos. La posición española era débil desde el punto de vista militar, y en los barracones se rumoreaba probablemente sin fundamento que el príncipe heredero marroquí, Hassan II, estaba detrás de los rebeldes. En Marruecos había tensiones entre los nacionalistas y Mohamed V, entre las tropas reales y las del Ejército de Liberación. En España no sabían muy bien qué hacer. Todo era verdadero, pero no era verdadero». Demasiada sutileza para un territorio tan pequeño, 1.700 kilómetros cuadrados, en el que «las patronas de Artillería y de Infantería se celebraban por todo lo alto, como los bailes de fin de año y los de disfraces en Reyes, o el festival del soldado, que recaudaba dinero para hacer casas para los nativos». La memoria la pone María Isabel Muñoz, nacida en Madrid, pero residente durante 17 años en el Sahara, en Tantán o en Ifni, junto a su padre, Luis Muñoz Cebrián, un militar de pocas palabras pero de larga trayectoria. Una vida en imágenes María Isabel lleva años en busca de financiación y apoyo para hacer un documental sobre Sidi Ifni. Tiene el mejor archivo de imágenes de la ciudad, muchos metros de película en Súper 8 e incontables fotografías, pero de cuando en cuando le asalta la impresión de que esa esquina de nuestro pasado, «esta locura mía», no le importa a nadie. «En Sidi Ifni llevábamos la vida más ingenua que se pueda imaginar, con puestas de largo, con no muchas cosas, pero sí muy aprovechadas. Yo no he querido volver, pero me han dicho que la vida termina en Agadir, que todo está dejado de la mano de Dios. Nuestro sueño es ayudar, poner allí un pequeño museo con fotos y objetos». Se habla mucho del olvido de Ifni, de la «guerra oculta», la «que no existió». Hay quien, como Gastón Segura, menciona la dificultad de vender a la opinión pública española que EE.UU. y Marruecos («la tradicional amistad que siempre ha unido a nuestras dos naciones.», se leía en los periódicos de la época) pudieran estar detrás del conflicto; quien alude a la censura para limitar el alcance de la última guerra colonial española; quien opina, como el coronel retirado Moreno Pardo, que en absoluto se minimizó la guerra («¡si hasta fue Carmen Sevilla.!», exclama), y quien, como José María Barranco, vocal de la Asociación Amigos de Ifni (www.ifni.es), habla de las pésimas condiciones en las que se encontraban nuestros soldados. «Utilizaban alpargatas de suelo de cáñamo en un terreno pedregoso. Les duraban horas», dice, a título de ejemplo. El padre y el abuelo de Barranco fueron militares, el primero capitán y luego comandante de Tiradores, el segundo teniente practicante. José Antonio Peña, profesor de Geología de la Universidad de Castilla-La Mancha tampoco cree que se ocultara la guerra. «Salía en todos los periódicos, los empresarios catalanes enviaban cava y los de Alicante turrón. Otra cosa es que se manipulara, o que Kissinger creyera más fiable a Marruecos que a España, o que Marruecos estuviera detrás. Peña, sin embargo, asegura que «a los que allí vivimos no nos interesa la guerra ("los jaleos", decíamos entonces) sino la añorada paz de nuestra infancia y juventud. Recordamos a nuestros maestros, a los amigos de ambas religiones, a los comerciantes, artesanos y funcionarios... Y sólo anecdóticamente a las escasas fuerzas armadas que convivieron con la población con pocos incidentes. La invasión fue un mal sueño con peor despertar...». Durante medio siglo, este profesor no volvió a Sidi Ifni porque no quería que «una mala realidad le destruyera un bonito sueño». Lo hizo en el verano de 2006. «Los locales y los españoles siempre hemos tenido nostalgia unos de otros. Siguen hablando español, cuando no hay policías, y siguen reclamando que el Instituto Cervantes recupere el edificio que allí tiene, para no olvidar su idioma». Pasó aquel verano de 1957, «de un fervor tal que exprimió hasta las últimas reservas de agua del Sahara» (Segura Valero), y luego la guerra, la resistencia de los españoles, que estiraron su presencia en Ifni hasta 1969. Pero, para decenas de españoles y de habitantes del desierto, no ha pasado la nostalgia. «Creo que nunca he sufrido traición mayor para mis sueños y mi fe que aquel año de 1969, cuando Franco entregó al rey de Marruecos el territorio de Sidi Ifni, el pedazo que aún quedaba como posesión española tras la guerra de 1958. Tal vez fuese una traición para los que creían en un proyecto colonial, pero ése no era mi caso. Yo conocía a las gentes de Ifni y sabía que muchos de ellos no deseaban ser marroquíes y que anhelaban un país independiente», decía uno de los personajes de Javier Reverte en «El médico de Ifni».
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