Sidi Ifni
Artículos digitales
Escrito por Antonio Reyes   
martes, 18 de agosto de 2009

Fuente:  diariodejerez.es

ACOSTUMBRADO a patearme el norte de Marruecos, a conocer sus ciudades y sus gentes, me he quedado sorprendido con Sidi Ifni. A más de mil kilómetros de distancia del Estrecho de Gibraltar, esta pequeña ciudad del Atlántico, paralela a las Islas Canarias, fue el último bastión de la presencia española en territorio marroquí antes de la descolonización del Sahara en 1975. Se acaban de cumplir cuarenta años desde que España cediera a Marruecos este enclave marítimo.

Lo más llamativo, en mi opinión, es que Sidi Ifni, a pesar de la distancia, sigue manteniendo viva en su trazado, en su arquitectura, en su configuración urbana, la presencia española. Me atrevería incluso a decir que es la ciudad en la que más viva permanece la huella española, más, mucho más, que en Larache, en Alcazarquivir, en Tetuán, capital española en el norte de África, o en cualquiera de las ciudades norteñas españolas de la época del Protectorado que pueblan la vasta zona comprendida entre Ceuta y Melilla.

Tal vez hayan sido la lejanía, el hecho de estar en tierra de nadie -sus únicas compañías son el océano y el cercano desierto-, y su población mayoritariamente bereber, las que han preservado a Sidi Ifni del inevitable proceso de marroquinización, consecuencia de su integración en el país vecino, como ha ocurrido en las ciudades norteñas antes citadas. La plaza de España, hoy de Hassán II, conserva el sabor de las fotos antiguas de la etapa colonial española: el trazado de sus jardines, en los que los transparentes separan los parterres, los bancos de mampostería adornados con bellos azulejos sevillanos, los árboles esbeltos y las zonas de sombras cubiertas de enrejados de madera. A su alrededor, el antiguo ayuntamiento con el reloj en su cornisa (parado, pero vivo), la iglesia (hoy convertida en edificio administrativo) con su hermosa arquitectura modernista de integración africanista, la pagaduría con su escudo imperial español, que espera paciente su rehabilitación, el Casino militar, el cine Avenida y otros tantos edificios que nos hacen, con facilidad, retroceder a tiempos pasados. Pasear por sus calles es como hacerlo por Chipiona, o por Conil, o por cualquiera de los pueblos andaluces situados a orillas del mar.

No sé si será la edad o un cierto sentimiento nostálgico, pero lo cierto es que he tenido la sensación de sentirme en Sidi Ifni como en mi propia casa. Las huellas siguen vivas, la cercanía de la población es muy grande y, salvo en el idioma -nuestra secular asignatura pendiente en el Marruecos de pasado español-, es fácil retrotraer la memoria. Por unos instantes, sentados en la antigua Plaza de España o en el salón simple y humilde de una familia bereber, podemos imaginar que viajamos en la máquina del tiempo, que el reloj se ha detenido cuarenta años atrás y, sobre todo, que el diálogo y la comunicación, eso que llaman la Alianza de Civilizaciones, más allá de discursos políticos retóricos de salón y de altas instancias, pueden ser, por qué no, una realidad a la que tenemos que seguir aspirando.

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