Los prisioneros españoles de la ocultada Guerra de Ifni
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
martes, 06 de octubre de 2009

El 5 de Mayo de 1.959, después de dieciocho meses de cautiverio, fueron entregados a representantes del gobierno español cuarenta prisioneros de guerra, entre los que se encontraban tres mujeres y dos niños de corta edad. El acto tuvo lugar en Casablanca, ante el Sultán Mohammed V, que había recibido a los cautivos de manos del cabecilla de nuestros enemigos, un individuo llamado Hammú, antiguo sargento de la Legión Extranjera Francesa, sin duda manejado por el propio Sultán y su hijo, futuro Hassan II.

Este vergonzoso y público escarnio a la nación española le fue narrado por el entonces teniente de la Policía D. Felipe Sotos Fernández, al prestigioso historiador militar, General D. Rafael Casas de la Vega (“La última Guerra de África”, Colección Adalid), y este autor ha conseguido recuperar los testimonio de alguno de aquellos soldados de reemplazo que, junto a sus compañeros, fueron llevados casi a escondidas en autobús a Ceuta y desde ese punto a sus diversos pueblos de su procedencia, con el propósito (conseguido plenamente) de que no se aireara la cobarde conducta de nuestro Gobierno. 

Alfonso Carlos Alsua con el autor
Alfonso Carlos Alsua con el autor

Unas breves conversaciones telefónicas, la identidad de pensamiento sobre lo que había sido el colonialismo en Ifni, la pertenencia al mismo Cuerpo (Policía Indígena), la existencia de varios y entrañables amigos comunes y, el encuentro personal en la ciudad de Valencia, han sido suficientes para que uno de ellos (Alfonso) me autorice a narrar su breve “mili” y largo cautiverio, aunque, me dice, que quiere omitir nombres propios (pese a que algunos no se lo merecen), para no echar leña al fuego de la vergüenza nacional aún no reparada ni reconocida oficialmente. Le dejo que sea él mismo quien narre sus recuerdos:

A ALFONSO CARLOS ALSUA IRURZUN le avisaron en Noviembre de 1956 que hacia Febrero del siguiente año (1957) se tenía que alistar en el cuartel de Pamplona (Navarra) para su reclutamiento (reemplazo del año 1956). Alfonso, en el momento de su reclutamiento, no sabía el “viaje” que la vida le iba a deparar durante aproximadamente dos años, viaje lleno de infortunios y vivencias difíciles de digerir y que, a través de estas líneas, tiene la amabilidad de contarnos y nosotros leer un relato verídico. Dicho escrito está redactado fielmente, contado de sus propios labios, tal y como él lo vivió.

Un año antes de su alistamiento a la Caja de Reclutas número 50 de Pamplona, le habían hecho lo que se llama “la medida” para su posterior reclutamiento. Ingresó en Caja el día 1 de Agosto de 1956, con la clasificación de Soldado. Él estaba trabajando en San Sebastián (Guipúzcoa) en la construcción. Recibió una carta en su casa paterna en Garisoain (Navarra) y su madre le avisó. 

El día que llegó al cuartel de Pamplona, le subieron con otros compañeros a un tren para trasladarles a Cádiz. Pasaron la noche en el trayecto hasta destino. Unas buenas vacaciones, a la vista de lo que le iba a pasar. Estuvieron en dicho cuartel de transeúntes durante 15 días: “Nos dejaban pasear por Cádiz y pasar el tiempo como queríamos”, comenta Alfonso sonriendo sabiendo ahora la dureza de los días posteriores.

Tras esta experiencia, 1.000 reclutas subieron a un barco y estuvieron navegando hasta Fuerteventura (Islas Canarias): “Durante la travesía que duró tres días con sus dos noches, hubo una tormenta y todos estábamos mareados, agarrados a los palos o a la barandilla del barco y vomitando. También recuerdo que todos dormíamos en cubierta. El barco disponía de camarotes, pero estaban destinados a los oficiales”.

Permanecerían en esa isla cerca de un mes. Continúa con su narración:

“De la noche a la mañana, un sargento vino con una lista de 90 nombres en la que yo estaba incluido y nos dijeron que íbamos “VOLUNTARIOS” al Grupo de Policía de Ifni no. 1, por pertenecer a dicho reemplazo. Pero la razón verdadera de haber ido a Marruecos fue por la quinta que nos tocó. A la mañana siguiente nos metieron en una corbeta y después de ocho horas de viaje, desembarcamos en la región de Ifni (África Occidental), en plena mar, con el agua hasta el pecho, porque no había puerto. De ahí nos llevaron al cuartel de la Bandera Paracaidista de la ciudad de Sidi-Ifni (Ifni) e hicimos la instrucción durante un mes. Por cierto, me gustaría desde aquí agradecer al Cabo Tuero, asturiano, paracaidista, porque en la instrucción era muy duro y todos le odiábamos por ello, pero nos sirvió de mucho en el combate y en todas las penalidades que íbamos a tener que soportar. Sin embargo de otro instructor llamado Félix, individuo de baja estatura física y moral, no aprendió otra cosas que a recibir golpes: Les hacía agacharse para poder pegarles mejor”. 

En el Campamento de reclutas.
En el Campamento de reclutas.

Continua con su relato del tiempo pasado en el Campamento ubicado dentro del cuartel de los Paracaidistas y con instructores de dicho Cuerpo, con espíritu legionario, a ellos que no eran profesionales, ni tan siquiera voluntarios como les dijeron al encuadrarlos en el Grupo de Policía Indígena: “Nos formaron para la guerra y no para la paz de las guarniciones peninsulares porque en Ifni, sin que trascendiera a la opinión pública española, ya hacía un tiempo en que el conflicto bélico se veía venir. Supimos que existían actos de terrorismo, asesinatos, deserciones de nativos y tantas y tantas cosas de las que éramos ignorantes. Sin esa dura instrucción al estilo legionario no hubiéramos podido resistir lo que se nos avecinaba”. “De los horrores que nos iba a tocar vivir ya tuvimos una buena muestra cuando, estando todavía en el Campamento, un avión cargado de paracaidistas, soldados con los que seguramente nos habríamos cruzado en la cantina, se estrelló poco después de despegar en misión de entrenamiento, muriendo quemados casi todos ellos”.

Alfonso sigue contando que el primer día que llegaron ametrallaron todo el campamento. “El campamento se componía de tiendas de campaña en las que entraban seis personas. Al oír el ataque, los que llegábamos nuevos nos metimos debajo del poyete de piedra de la tienda de campaña, pasando mucho miedo y sin saber lo que nos iba a deparar más adelante nuestro supuesto voluntariado. En este campamento, conocí a un cabo furriel de Estella y al enterarse de que yo era también navarro y que vivía cerca de dónde él vivía, me alimentaba muy bien dándome bocadillos”. 

Estuvieron en el campamento durante un par de meses y después de ese tiempo, una vez jurada bandera, los noventa que llegaron a Sidi-Ifni como policías fueron separados. “A unos cuantos nos destinaron a Tagragra. A nosotros, los policías de Ifni, nos tocaba coger a los moros para hacerlos presos y llevarles a Canarias. Lo malo de todo esto” cuenta Alfonso con una mueca, “es que dichos moros, después de alrededor tres meses, volvían de nuevo mucho más gordos de lo que habían ido. Digo esto porque conocía a algunos y nos venían a saludar y dar la mano tras su vuelta”. 

La misión de estos policías era coger a los moros de la cabila a media noche (se puede definir como una casa en la cual hay un gran grupo de gente dónde la mayor parte de ellos tienen un descendiente común). “Algunos nos abrían la puerta pero otros no, con lo cual teníamos que saltar la tapia y entrábamos a cogerlos. Algunas veces pasábamos miedo por los pequeños tiroteos que se producían. Los atentados empezaron a partir del mes de Mayo de 1957. Los que estábamos en los puestos interiores éramos acosados continuamente.” “Recuerdo un día en que nos llevaron a un cruce de caminos para intentar interceptar a un grupo de paracaidistas que habían desertado. No pasaron por allí y volvieron a su cuartel sin saber muy bien donde habían estado ni cuál era su misión concreta ya que los desertores iban armados”. 

Debe tenerse en cuenta la grave irreflexión e imprudente conducta de los Mandos militares que en un par de meses de instrucción, más militar que policial, cubrieron las vacantes que existían en el Grupo de Policía Indígena por las deserciones de los nativos y la falta de alistamientos voluntarios, con lo que eran expuestos a situaciones para la que no estaban preparados ya que ¡eran simples reclutas! Lo natural y lógico es que la falta de personal hubiera sido cubierta por miembros del cuerpo de la Policía Armada o de la Guardia Civil, pero sin duda resultaba más barata la “carne de cañón” de los soldados de reemplazo. 

Alfonso en el sidecar. Conduce el cabo Serapio..
Alfonso en el sidecar. Conduce el cabo Serapio.

Del mismo modo siguieron hasta, aproximadamente, el 9 de Agosto de 1957, que cayó en domingo. Alfonso cuenta, sin ninguna vacilación, los acontecimientos pasados en esa fecha: “Nos cortaron la línea telefónica con un puesto que teníamos en el interior, más hacia el desierto. Tuvimos que salir doce personas (dos soldados de transmisiones, dos moros de la policía y ocho policías europeos) para hacer el arreglo. A las cuatro de la tarde, cuando terminamos de arreglar la línea telefónica, llamamos al cuartel diciéndoles que los moros se comportaban de una manera extraña (normalmente los moros se acercaban y nos hablaban, se reían o simplemente miraban lo que hacíamos y esa vez no) y que nosotros estábamos ya cansados después de la dureza del día. Nos contestaron que nos enviaban una camioneta a recogernos. Una vez hecha la llamada, y nada más recorrer unos quinientos metros, nos ametrallan e hicieron que nos metiéramos en una vaguada. Ahí, estuvimos luchando durante una hora contra ellos. Por fin, conseguimos escaparnos llevando un herido español. Los moros policías desaparecieron”.

Repelieron la agresión pero la historia no había terminado ahí. “Subimos por el monte Tamucha y dimos la vuelta a la montaña. Cuando bajábamos cara al cuartel, vimos que subía una camioneta con nuestra policía. Al verles y para que supieran dónde estábamos y que éramos nosotros, sus compañeros, tiramos ráfagas al aire. La respuesta de los de la camioneta fue dar la vuelta y largarse al cuartel, dejándonos ahí. ¡Pensaban que éramos moros que les atacaban! Estuvimos andando hacia el cuartel durante dos horas, dos horas y algo más o menos, exhaustos y hambrientos. Al llegar al cuartel, nos enteramos que nuestro capitán (se le conocía por Pepe Botella, ya que siempre estaba bebido) había ido en nuestra búsqueda en una camioneta y al encontrarse con el tiroteo (el primero del combate), dio media vuelta y se largó al cuartel. Mandó luego a un teniente a que nos buscase y éste último, creyendo que también los moros les atacaban al oír nuestra ráfaga de posición, dio la vuelta con su camioneta y se largó al cuartel. Después de descansar, al día siguiente, el teniente nos llamó a los que habíamos vivido la aventura del día anterior uno por uno y nos casi amenaza diciéndonos que no se supiese nada de lo que había pasado con él y con el capitán”, comenta Alfonso resignado.

La familia Marrero. Maruchi es la
La familia Marrero. Maruchi es la 'trencitas'.

Ese fue el primer combate que hubo en la llamada La Guerra Olvidada. "Me gustaría hacer hincapié en un mando, el Brigada Gamazo, con el que tuve muy buena relación, ahí, en Tagragra. Era una persona excelente y de muy buen carácter. Se podía entablar conversación con él. Hoy día esta fallecido. Y también destaco al sargento Marrero que con su esposa y cuatro hijos pequeños vivían en el puesto y eran personas buenas y cariñosas (recuerda especialmente a Maruchi, niña de unos 10 años, peinada con dos gruesas trenzas”. 

En el puesto de Policía de Tagragra, pese a los servicios y tiroteos, se vivía en un ambiente casi familiar debido, en gran parte, al brigada Gamazo y al sargento Marrero, pero, sobre todo a la esposa de este, llamada Teresa, una verdadera madre para todos los soldados allí destinados, además de sus cuatro hijos, Africa, Luis, Manuel y Maruchi, la más simpática y revoltosa de los críos que pululaban por la posición.

Alfonso sigue con su historia: “A los cinco días (hacia el 14 o el 15 de Agosto de 1957) vinieron dos compañías de Paracaidistas, dos o tres compañías de tiradores de Ifni y aviación, y fueron a por los que nos habían tiroteado. Hubo prisioneros y algún muerto por parte mora. Por nuestra parte no hubo ninguna baja. A partir de ahí, nuestro trabajo consistió en buscar a los moros, no como antes, sino bélicamente, con tiroteos por cualquier motivo. Abastecíamos (de munición y de comida) también los puestos de Tamucha, Habidur,... Los moros nos odiaban”. 

El primer reemplazo europeo en la Policía Indígena.
El primer reemplazo europeo en la Policía Indígena.

En una de esas “peleas”, Alfonso fue herido junto a un compañero suyo y cuenta que, mientras les curaban, desde el cuartel veían los combates que se producían cerca. A su compañero y a él les trasladaron finalmente al hospital de Las Palmas, aunque primero de Tagragra les llevaron al Hospital de Sidi-Ifni, pero al no haber sitio para ellos, les llevaron a las Islas Canarias. Alfonso tenía metralla en el cuello y en las piernas. Su compañero tenía más metralla en las piernas que él. Continua explicando: “Estuvimos 15 días en el Hospital pensando e ilusionándonos, cada día que pasábamos allí, en que nos iban a llevar de vuelta a España, pero todo se truncó al facturarnos otra vez a Ifni, esta vez al puesto fronterizo de Tabelcut. Yo creo personalmente que nos llevaron al Hospital para que descansáramos y así volver con más fuerzas al combate”. Alfonso también cuenta que “durante su trayecto en avión al hospital canario (un Junker), andaban con mil ojos ya que viajaban con los moros presos. Dicha situación hacía que tuviera la metralleta bien agarrada cerca suyo “por si las moscas”. 

A su compañero de Jaén y a Alfonso les llevaron, tal y como lo relata, a Tabelcut y ahí estuvieron tres semanas como de vacaciones, porque no pasaba nada importante.

En aquel lugar se hallaba la frontera de Ifni con el Reino de Marruecos y la aduana correspondiente estaba a cargo de un cabo 1º de la Guardia Civil que vivía con su familia en el puesto. La guarnición era de la policía (europeos y musulmanes) y el mando lo ostentaba el teniente D. Felipe Sotos Fernández, y pese a estar a poca distancia de Mirleft, en donde después se supo había un gran contingente de individuos armados del llamado Ejército de Liberación, nuestros servicios de información no funcionaron debidamente.

Las “vacaciones” duraron unos escasos veinte días tras los que se desencadenaron los sucesos que nos pasa a relatar:

“La noche antes de cogernos, hubo una alerta general. Pasamos TODA la noche en vela, no sólo el teniente y el cabo, sino TODOS. A las seis de la mañana, la mitad se fue a dormir, vestidos y con el armamento cerca nuestro por si atacaban. En la casa estábamos nueve policías, la mujer del cabo primero de la Guardia Civil y sus dos hijos y varios policías autóctonos. A mí me tocó velar y fue ahí cuando empezaron los ataques. Estuvimos defendiendo el puesto hasta las cuatro de la tarde, de habitación en habitación y, finalmente, nos arrinconaron en la terraza de nuestro puesto. Era una terraza de dieciséis metros cuadrados aproximadamente".

Pese a los peligros, había alegría juvenil.
Pese a los peligros, había alegría juvenil.

"Estando allí, vimos pasar dos aviones de combate franceses, a gran altura. Dieron varias vueltas alrededor nuestro y se fueron. Otro día pasó a baja elevación un Junker español. Nosotros tiramos bombas de mano y nos hizo 'un guiño de alas'. Con esto, nosotros pensábamos que nos había visto, pero no pasó nada. Teníamos poca comida, estábamos casi sin munición y lo peor de todo, no teníamos radio con la que comunicarnos. Así estuvimos aproximadamente tres días, del 23 al 26 de Noviembre aproximadamente, ellos atacando y nosotros defendiéndonos en la terraza de la casa".

"Los moros que pertenecían al ejército español se pasaron casi todos a nuestros enemigos durante ese ataque. El 26 nos apoderamos de nuestro puesto. Tiramos hacia abajo porque el hambre apremiaba. Me acuerdo que al bajar, un compañero madrileño y yo nos encontramos una botella de whisky marca "Caballo Blanco". El pegó un trago y me dio la botella a mí que yo no había bebido nunca whisky, y le pegue otro trago y me supo a agua. Al no haber mucho ruido de tiroteos, pensamos que los moros se habían acobardado y nos habían cedido nuestro terreno. Nos dejaron toda la noche “respirar” tranquilos. A la mañana siguiente, el 27 de Noviembre, empezaron a bombardearnos con morteros. A media mañana apareció un moro rebelde perteneciente al llamado Ejército de Liberación con una camioneta y una bandera blanca del puesto marroquí. Nunca supe lo que pasó, solo que el teniente nos dijo que nos entregaba al ejército marroquí, él incluido".

"Nos dejaron salir del puesto de combate con nuestro armamento y la bandera española y nos llevaron hasta Mirleb, debidamente custodiados. Íbamos: El teniente Sotos, el cabo 1º de la G. Civil Juan Rubio Martos, con su esposa y dos niños pequeños, el cabo 1º de policía Ángel Heras Martín, el cabo 2º Manuel Castillo y los policías de 2ª (además del narrador) José González Nicolás, Gerardo León Vicario y José González Sedano, así como el soldado de Transmisiones Jesús Muñoz Muñoz. Los policías nativos, como ha dicho, habían desertado o incluso unido a los atacantes. Al llegar a Mirleb, el ejército marroquí nos desarmó. Pudimos comprobar que el armamento de los moros era casi todo español, mejor que el nuestro. A mi parecer no había bandas rebeldes marroquíes, sino el ejército de Mohamed V disfrazado de guerrilleros. A continuación nos dieron de cenar y a media noche nos sacaron de uno en uno, atándonos seguidamente las manos detrás del cuerpo y llevándonos a un autobús. En el autobús nos ataron al asiento con una cuerda por el cuello, otra por la cintura y otra en los pies, todo esto con las manos atadas atrás, claro. Así nos tuvieron una noche entera en el autobús, yendo por las montañas. Nos llevaron a un puesto y estuvimos seis meses. Metieron al cabo primero y a su mujer en una habitación, al teniente aparte y nosotros en un agujero dónde no nos dejaron ver la luz del sol en durante seis meses. Diariamente los golpeaban brutalmente, sobre todo a los procedentes de la policía”.

Alfonso con el ceño fruncido, sigue contando lo peor de su experiencia que viene a continuación: “Lo pasamos muy, muy mal. Dormíamos en el suelo (tierra). Sufrimos durante seis meses malos tratos, vejaciones y torturas cada día. Una de las torturas era ponernos al sol de puntillas, la cabeza hacia atrás hasta que caías al suelo y ahí nos pegaban; nos ponían la metralleta en la sien y oíamos como echaba hacia atrás el cerrojo del arma (al final les pedíamos que nos matasen ya que no podíamos más); estábamos muchas veces con el agua a ras de los tobillos,... Las patadas y los tortazos eran cosa común diariamente. No comíamos, salvo un nabo al medio día y nos daban agua sucia que decían era café. Al tener mucha hambre, no nos importaba lo que nos dieran, nosotros lo comíamos y lo bebíamos. Nos quitaban pelos del pubis y nos los metían en la boca. Estábamos llenos de piojos. Voy a omitir muchos más datos dado su dureza. Fue cruel, muy cruel. No podéis imaginar cuánto, pero al teniente cree que no lo tocaron, ya que lo tenían en algún lugar con privilegios". Lo que sí le asombró en ese momento a Alfonso era que le quitaron todo lo que llevaba encima salvo un crucifijo, el cual todavía conserva. Sin duda por la reverencia que sienten hacia toda manifestación religiosa, incluida la cristiana. Su mujer, Manuela Barrera, la llevó puesta el día que se casaron, el 6 de Junio de 1963.

Era una aventura 'jugar' a ser Policía.
Era una aventura 'jugar' a ser Policía.

Roberto Alcañiz de Arana, segundo del faro de Cabo Bojador, que también fue hecho prisionero y soportó con Alfonso y los demás secuestrados civiles dieciocho meses de cautiverio, corrobora punto por punto el relato del policía Alsua en las memorias escritas por E. Narbón y publicadas por Bitacora y destaca: “En cierta ocasión, después de vendarnos los ojos, incluidas las mujeres, nos reunieron en una habitación, donde hablaban en español moruno y nos amenazaban con matarnos. Oíamos el ruido de las gumías desnudas, cuando uno de nosotros cayó al suelo desmayado. Le golpearon y le echaron agua para que despertase, al tiempo que se mofaban de su desgracia. Ninguno esperaba salir vivo de aquel infierno y cuando, perdida toda esperanza, llegó el día de la liberación, no podíamos creer que por fin había terminado la pesadilla”.

Triste, muy triste, es la historia de estos prisioneros que durante su largo cautiverio en Marruecos, lleno de vejaciones, amenazas y malos tratos. Los constantes traslados y la incomunicación y su desesperanza al ver pasar los meses sin que el gobierno español, aquél a quien servían cuando fueron apresados, usara de su fuerza (militar o política) para liberarlos.

Tras ese periodo de tiempo (continua Alsua), les movieron de sitio y todo cambió. “No comíamos apenas pero algo más que antes. Podíamos salir a un patio al sol. Nos pusieron colchonetas para dormir. Los malos tratos cesaron”, dice con alivio Alfonso. Allí se encontraron con más prisioneros. En total eran cuarenta, niños incluidos. Alfonso conoció en ese lugar a un prisionero francés, Ignacio Cacciaguerra de Córcega, con el cual intimó bastante. “Recuerdo que era la época en que nos dejaban salir al patio a barrer, también solíamos lavar su ropa y en premio nos daban un pedazo de pan,... Estábamos con jóvenes moros los cuales no habían combatido y todo era más armonioso que los seis últimos meses pasados (solían reírse de nosotros pero en plan broma y pegarnos patadas en el culo cuando no les dábamos la razón en algún dialogo). Todo esto era leve, como las típicas bromas que se hacen entre amigos. Lo que no podíamos hacer era hablar ni entretenernos con nadie mientras trabajábamos. Yo oí un ruido en una puerta, un “tic-tic-tic-tic” y, sin que el moro me viese, traté de contactar con la supuesta persona que hacía aquel ruido. Me di cuenta de que era francés. Nuestros encuentros fueron así de sencillos hasta que un día le “liberaron” y le encerraron en una habitación aparte, pero que estaba en el mismo patio que el nuestro. Salía con nosotros a tomar el sol. Cierto día desapareció. Luego supimos que fue él el que dio la voz de alarma diciendo que había prisioneros españoles en la prisión que estuvo él”.

Alfonso comenta sobre lo sucedido: “Creo que fue eso que hizo que las autoridades españolas de la época reaccionaran. Nos liberaron, por fin. Si Mohamed V no hubiera pensado en hacer ese viaje además de estar presionado por las circunstancias francesas, no sé lo que hubiera pasado con nosotros. Fue una guerra tan oculta por la censura, que hasta se dudó de que hubiera existido”.

Según el boletín Nacional de las bajas, le dieron como desaparecido/muerto el 21/06/58 en una lista publicada en el Anexo al Escrito número 1342.

"Por fin, el día 6 de mayo de 1959 fuimos entregados al embajador español en Marruecos en presencia de Mohamed V, rey de Marruecos en ese momento, y su hijo Hassan II, ambos desaparecidos actualmente".

Carta a los padres de A. Carlos dando cuenta de su desaparición.
Carta a los padres de Alfonso Carlos dando cuenta de su desaparición.

Su último periplo militar fue el destino, a efectos de movilización, al Regimiento de Infantería Cazadores de Montaña número 7 de guarnición en Pamplona.

La afrentosa entrega de prisioneros.
La afrentosa entrega de prisioneros.

Alfonso continúa: "En toda esta historia se podrían haber incluido nombres, pero muchas veces es mejor dejar en el anonimato ciertos sucesos. Sólo quería contar esta experiencia al haber leído varios artículos sobre este tema los cuales, algunos, están muy lejos de la realidad”, dice Alfonso. “Para terminar, me gustaría contar algunas anécdotas".

"Estando yo en prisión hubo una Reunión de Caritas en Pamplona dónde acudió un alto jefe militar. Mi hermana, que también estaba presente en esa reunión, preguntó al militar por los presos españoles. Este negó rotundamente que en Marruecos hubiese presos españoles. Más adelante y ante la evidencia, el militar se retractó y reconoció que habían pequeños incidentes pero no pasaba nada. Yo, personalmente, me pregunto ¿una guerra que costó a España 1.000 bajas entre muertos y heridos, no fue NADA?. Que vengan a mí y que me lo cuenten".

"Cuando estábamos en el desierto y para no pasar frío durante la noche (pasaba de 40 ó 50 grados a -1 ó -2 por la noche) nos metíamos en la arena para calentarnos con el calor acumulado durante el día. Se veían a las hienas a lo lejos y a los alacranes. Para mi sorpresa, he visto a muy poca gente ser picada por estos 'bichos'". 

La humillación de Marruecos a los prisioneros.
La humillación de Marruecos a los prisioneros.

"En los días señalados, los moros dejaban comida sobre la tumba de sus muertos. Lo que hacíamos nosotros, cuando se iban, era robársela porque pasábamos bastante hambre".

"También diré que en esa época que estaba en Ifni y antes de estar prisionero, nos lo pasábamos muy bien en la cantina del cuartel, como cualquier joven… ¡imaginaros! Sobre todo antes de salir al combate. Ganábamos 750 pts. al mes, mucho para estar en la guerra y antes de salir al combate (salíamos a las 12h de la noche), nos lo gastábamos todo en la cantina del cuartel en bebidas".

"Tengo un recuerdo para un compañero que murió heroicamente en Tamucha (Ifni). Se llamaba Salvador Álvarez Moreno, de Falces, Navarra. Su familia se enteró de su muerte a mi vuelta a casa. Su padre vino a visitarme al pueblo de Garisoain, dónde vivía y preguntar por su hijo. Simplemente había sido dado por desaparecido en combate".

Es el final de la narración de uno de los últimos prisioneros de guerra que nos hizo Marruecos en aquella ignorada guerra de Ifni, que el gobierno del General Franco escamoteó a los españoles. La cobardía de los políticos contrasta con la gallarda conducta de los soldados de reemplazo que supieron luchar, morir o sufrir cautiverio a cambio de la vergonzante indiferencia de un Régimen claudicante, asido a la poltrona del poder. Al amigo Alsua le costó reintegrarse a la vida civil que le arrebataron hacía más de dos años.

Tuvo que emigrar a Francia, para trabajar, donde conoció a la que es su esposa (Manoli). Cuando tres años después volvió a España fue interceptado en la aduana de Irún por no haber pasado las revistas militares anuales y multadas con cuatrocientas pesetas... ¡País! 

 

El matrimonio Alsua.
El matrimonio Alsua.
Alsua, al final de su narración.
Alsua, al final de su narración.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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