El soldado-médico
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
miércoles, 06 de enero de 2010

Victoriano Gracia Manzano (soldado-médico)

Victoriano en primer término. El autor entre él y Paco Susarte. Noviembre de 2.009 en la reunión de Veteranos de Ifni celebrada en Alicante.
Victoriano en primer término. El autor entre él y Paco Susarte. Noviembre de 2.009 en la reunión de Veteranos de Ifni celebrada en Alicante.

La conversación, con Victoriano, es una verdadera delicia. A su nivel intelectual y científico hay que unir la humanidad, sencillez y talante amistoso que emana toda su persona. Es aquel amigo de sus amigos en cuyo círculo todos quisiéramos estar integrados.

Como hoy toca “Ifni” y nuestro servicio militar obligatorio en aquel lejano territorio africano, hoy sujeto férreamente con la férula marroquí, hay que dejarlo que vaya deshilando la madeja de la memoria para conocer otra “mili” atípica y otras historias ocultas, en cierto modo complementarias –aunque distintas- de las contadas por su paisano, amigo compañero de reemplazo, el también soldado-médico Paco Susarte, con el que estudió toda la carrera de medicina en Granada y a los que la “suerte” unió en el Grupo de Tiradores Ifni nº Uno, una vez europeizado a partir de la Guerra de 1.957-58.

Tan solo tres años después “amerizaba” el reemplazo de 1.961 en la playa de Sidi-Ifni tras volar sobre las “siete olas” que impiden el tráfico marítimo durante las dos terceras partes del año.

La llegada

Como bien sabes –comenta el amigo Gracia- salimos de Murcia los reclutas con destino a África el 17 de Marzo de 1.961 y nuestro vagón lo engancharon al convoy militar que desde Cataluña iba recogiendo mozos –como nos llamaban- por las diversas localidades en que iba pasando. Así, todos juntos, bajamos por Despeñaperros hasta Málaga en donde tuvimos “confortable” acomodo en las cuadras del Cuartel de Capuchinos. El día 20 embarcamos en aquel histórico buque matrícula de Valencia dedicado al “Poeta Arolas”, fraile levantino más famoso por sus versos más eróticos que por sus obras pías.

Moderno salón de Peluquería.
Moderno salón de Peluquería.

El día 23 de Marzo –San Victoriano- desembarcamos tras una travesía bastante movida aunque para mí, dada mi afición al mar, fue mejor que para los inexpertos compañeros a bastantes de los cuales tuve que asistir en mi calidad de médico. De la playa al “Grupo” sin tiempo para pensar donde estábamos y que íbamos a hacer allí. Yo diría que aturdidos con la caminata, la recepción del atuendo militar, la “miserable” ducha, el ubérrimo corte de pelo, adscripción a las diversas Compañías –a mi me correspondió la 23ª a cuyo mando estaba el teniente D. Restituto Alcázar Valero Ramos, perteneciente al V Tabor-.

Tan solo fui un recluta clásico durante unas pocas horas, concretamente la primera noche de estancia en Ifni, ya que al día siguiente de la llegada –el 24 de Marzo- el teniente alegó que tenía muchos soldados pero que al Capitán Médico le eran necesarios facultativos. Rebajado de todo tipo de servicios pasé directamente al Botiquín “que era lo mío” –añadió, el oficial-.

La Jura de Bandera

Haber pasado el tiempo de Campamento en el Botiquín fue un “chollo” porque me evité las fatigas que sufrieron los compañeros durante la instrucción aunque condicionó luego una serie de situaciones –reflexiona Victoriano-: No hice instrucción en orden cerrado y por lo tanto no aprendí a desfilar o a marchar; no había pegado un tiro; no había hecho vida militar lo que en aquel inmenso cuartel que era Ifni, donde el espíritu militar constituía la salsa donde se movían los oficiales, con el prurito de que compañía de reclutas desfilaba mejor al acabar el periodo de instrucción, y todas esas “cosas” a las que tanta importancia daban aquellos mandos. La reválida había que pasarla el “Día de la Jura” y para esa ocasión no podían esconderse a aquellos que, por una u otra circunstancia, no sabían desfilar.

Jurando la Bandera de España.
Jurando la Bandera de España.

Se formó una Compañía que denominaron “El Pelotón de los Torpes” en la que fui incluido, cuyo mando recayó en un teniente de la 13ª Compañía, del III Tabor, apellidado Recio, que no sé porque causa había sido relevado de mandar la de reclutas que había estado formando durante todo el Campamento.

Recordarás –me dice- que juramos la Bandera el domingo 14 de Mayo de 1.961, en la gran explanada asfaltada del campo de aviación, y el “Pelotón de los Torpes” hizo lo que pudo dada la nula instrucción que sus componentes teníamos. Aquel día que tenía haber sido de gozosa alegría al convertirnos en soldados de España me condujo a vivir uno de los más desagradables sucesos de mi vida de soldado, si es que la forma de vida y de ser tratados que soportábamos, no era un continuo atentado a la dignidad de cualquier persona.

Cuando al acabar la jura individualmente, regresábamos a la formación, los dos soldados que iban delante de mi, ni conseguían llevar el paso, ni llevar el mosquetón en “suspendan”, por lo que el teniente Recio -¡qué debía estar de una “lechecica de hazte pa ya y no te menees”!- comenzó a golpearles en la espalda con la empuñadura del sable hasta que uno de ellos, dando un grito, se desplomó; y aunque no podía moverse le intentó –el teniente- seguir golpeandolo en el suelo por lo que dejé el mosquetón, me interpuse y le insistí en que llamara a una ambulancia porque, como médico, creía necesario evacuarlo al Hospital.

Victoriano Gracia, de uniforme.
Victoriano Gracia, de uniforme.

Al día siguiente –lunes, 15 de Mayo- fui a visitar al herido. Un soldado-médico llamado José Miguel García, a quien todos conocíamos por “El Maraceno”, destinado en el Hospital, me dijo que en las radiografías que le habían hecho se confirmó la fractura de una vértebra dorsal, lo que le supuso, al recluta, varios meses de inmovilización.

Cuando leí tu libro de Memorias –me dice- vi enseguida que este es el suceso al que haces referencia en la página 85 y no era un “macutazo” sino un hecho real que, como he dicho, tuve la suerte de presenciar porque sin mi rol de médico posiblemente hubiera sido peor todavía.

El Capitán Médico de Tiradores, Don Arturo Molina, me preguntó que había ocurrido porque estaba dispuesto a dar parte del teniente según me dijo, aunque no tengo noticias de que aquel propósito prosperara.

Las Posiciones defensivas

Botiquín y puesto de mando en el Buyarifen.
Botiquín y puesto de mando en el Buyarifen.

Nada más jurar bandera a los cuatro soldados médicos que habíamos llegado con la quinta nos fueron dando destinos de acorde con nuestra profesión –aunque sin soltar el fusil-, rotando por las diversas posiciones defensivas entre las que hay que destacar la del monte Buyarifen que es en la que pasé más tiempo seguido aunque me ganó Paco Susarte que me parece tiene el record. Él –en sus memorias- lo tilda de “remanso de paz”, aunque para mí no lo fue tanto, ya que tuve que enfrentarme a dos sucesos durante mis estancias en tal puesto.

El dos de Julio de 1.961 subí por primera vez al Buyarifen con el convoy de abastecimiento y la orden de relevar a Paco Susarte que llevaba unos días allí. Permanecí hasta el día treinta.

En la “barra” de la cantina del Buyarifen.
En la “barra” de la cantina del Buyarifen.

La guarnición era la 3ª Compañía del I Tabor en la que estaba destinado un cabo 1ª, chaval de Jaén, que además de estar “asirocao” –como denominábamos a los flojos de mollera- era un empedernido lector de novelas del Oeste. El otro personaje del suceso fue el soldado que hacía funciones de cantinero, de origen aragonés, muy simpático y servicial, que hasta nos “fiaba” y no ponía objeciones a tomar una copa con el soldado de turno. Ambos parecía que se llevaban bien hasta que un día, el 29 de Julio de 1.961, sobre la hora de la siesta, sonó un tiro en la zona de la cocina-cantina que estaba entre los dos subelementos que conformaban la posición, e inmediatamente me avisaron. Cuando llegué encontré al cantinero tendido, sangrando, con orificio de entrada en la zona abdominal y salida por zona lumbo-renal e inconsciente. Le dije al teniente que solicitara un convoy urgente para evacuarle y yo con los escasos medios que tenía a mano, intente hacer un taponamiento y reanimarle -¡creo recordar que con Coramina!- para ver si recuperaba la conciencia y nos daba algún dato. Solo recuerdo que dijo: “Ha sido Pedro”.

Subió a la posición a recoger el herido una ambulancia y Paco Susarte como médico. Lo dirigía el mismísimo Coronel Enríquez, Jefe del Grupo de Tiradores, que con su propensión a utilizar la fusta que siempre llevaba consigo, comenzó a golpear al autor del disparo a la vez que le profería insultos y otras expresiones como “desgraciado, vas a ser la ruina de mi Carrera”.

Poco se tardó en evacuar al herido retornando el convoy a nuestro acuartelamiento. Susarte ya tiene explicado que el pobre cantinero murió en el camino por lo que directamente lo llevaron al depósito de cadáveres.

Agudizando el ingenio

En el Botiquín. “Catalina” presidía el reconocimiento médico.
En el Botiquín. “Catalina” presidía el reconocimiento médico.

Quiero relatarte –me dice- la ocurrencia que tuvimos el valenciano Eduardo Rovira –también médico- y yo, en las largas horas de estancia en el Botiquín del Grupo, mientras Paco estaba en el Buyarifen y Antonio Soler en “Mohamed ben Daud”. Maquinábamos horas enteras las posibilidades de obtener algún permiso que nos permitiera viajar a nuestras casas para ver a la familia y novias, aunque ese torticero deseo lo disfrazamos con un repentino interés de “no perder el tiempo”. El teniente médico Benedicto nos dio la solución: se habían convocado unas oposiciones a médicos de la Armada que tendrían lugar en Madrid, hacia finales de Octubre, y estábamos todavía a tiempo de enviar nuestras instancias, lo que hicimos obviando algunos requisitos, pensando que tal vez nos rechazarían.

Pero no fue así. Nos admitieron y fuimos advertidos de que debíamos continuar en nuestros destinos hasta que llegara la orden para marchar a los exámenes en la Península. Fuimos realizando las rotaciones correspondientes y el 15 de Octubre se nos hizo saber que el 22 saldríamos para España ya que el 30 estábamos citados para iniciar el primer ejercicio de la oposición.

De oposiciones en Madrid

Edificio del Ministerio de Marina (hoy en día Cuartel General de la Armada), Madrid.
Edificio del Ministerio de Marina (hoy en día Cuartel General de la Armada), Madrid.

Así que con el uniforme de Tirador, chilaba y tarbuch incluidos, el 22 de Octubre de 1.961 tomábamos un avión de Iberia que nos llevó a Las Palmas y desde allí directamente a Madrid, donde al siguiente día -23- acudimos al Ministerio de Marina para ser provistos de las pertinentes acreditaciones a la convocatoria. Lo exótico de nuestra vestimenta, las insignias y faja azul –reglamentaria- y cierto aire de ¿chulería? hizo que a nuestro paso por aquellas dependencias más de un marinero, despistado, nos saludara con toda seriedad.

Con la documentación en regla para poder viajar sin contratiempos y con seis días por delante, Eduardo se fue a Valencia y yo a Murcia en donde pude pasar unas entrañables fechas con la familia que –ya lo he dicho antes- era el objetivo secreto del viaje.

En el Botiquín “estudiando” los temas de la oposición.
En el Botiquín “estudiando” los temas de la oposición.

Los seis días transcurrieron rápidamente y el día 30 nos presentamos ante el Tribunal de oposiciones que presidía un Coronel-Médico, quien no me quitaba el ojo de encima, seguramente por la vestimenta tan peculiar que llevaba, aunque no me dijo ni una palabra. Resultó que ese primer ejercicio consistía en un psicotécnico y al finalizarlo, nuestra primera decepción: No era eliminatorio, por lo que no podíamos volver a Ifni ya que nos citaron para el segundo ejercicio, a realizar en el siguiente día.

Como no habíamos estudiado el temario y aunque por tener la Carrera recién terminada tal vez pudiéramos contestar alguna cosa, decidimos dejar en blanco el examen que era escrito y lo entregamos al Tribunal que nos citó para el día 7 de Noviembre con el fin de sernos comunicado el resultado.

Ni que decir tiene que otra vez nos fuimos a nuestras casas para volver el día 10, calculando que para esa fecha nos tocaría “leer” a nosotros. El cálculo fue erróneo ya que en el momento de nuestra llegada estaban llevándose a cabo los exámenes orales. Nosotros tan solo deseábamos un certificado acreditativo de habernos examinado y el suspenso correspondiente para poderlo presentar en nuestra Unidad.

Eduardo y yo tuvimos que enfrentarnos con el Presidente del Tribunal al que –ingenuamente- tratábamos de impresionar con el uniforme de Tiradores, con las insignias y con la cantinela de que habíamos venido desde Sidi Ifni para los exámenes. Nos echó una bronca y cuando se cansó de tomarnos el pelo le dijo al Capitán-Secretario que nos hiciera el certificado que tanto deseábamos y “Suerte Mulana”, como se decía en el Territorio. Como a la “papela” le puso fecha 14 de Noviembre aún pudimos volver a nuestros hogares para la postrera despedida familiar.

De regreso en Ifni

Desde el barco a la posición de la “Huerta Madame”.
Desde el barco a la posición de la “Huerta Madame”.

Con el certificado del suspenso en el bolsillo y el feliz final de nuestra “travesura” castrense el día 14 solicitamos billete militar en el tren, para Cádiz, para embarcar con destino a Las Palmas –con lo que se alargaba el peculiar permiso de estudios- y en la Ciudad de la Luz nos presentamos –el día 20- en la Delegación de Tiradores que era tanto como la reincorporación al Grupo. Como hasta el día 28 no había barco para Ifni nos pasamos una semana de turismo por la Isla. Llegada la fecha final de la escapatoria, al ver la barcaza destinada para el trayecto y el aspecto del océano nos entraron serios temores que, por desgracia, se confirmaron. El trayecto es corto pero el estado de la mar nos impidió desembarcar hasta el día 3 de Diciembre: Fueron cinco días en alta mar, en la cubierta del buque, encima de balas de paja y forraje y ¡amarrados al mástil” por las noches, si querías dormir sin caerte al agua. De comida poca y mala. Gracias a algunos calamares que íbamos pescando y que nos freía el cocinero.

A la puerta de la cantina. Enero de 1.962.
A la puerta de la cantina. Enero de 1.962.

Había finalizado el estupendo viaje y volvía a enfrentarme con la cruda realidad. Tras unos días de “aclimatación” en el Grupo, el día 18 de Diciembre a Eduardo lo enviaron al Buyarifen mientras que a mí me destinaron al puesto de mando de la llamada “Huerta Madame” –ni había huerta ni nada que se le pareciera- situada en la cota 2’54 para relevar al teniente médico Benedicto y allí permanecí hasta el 25 de Enero de 1.962 –fiestas navideñas incluidas-. Lo pasé francamente bien, sin sobresaltos, ya que al estar aquella posición compuesta de varios subelementos –cota 2’54, cota 2’69, “Mohamed ben Daud” y la propia “Huerta Madame”- me puse de acuerdo con los sanitarios que estaban destinados en cada uno de ellos y de vez en cuando me llamaban para ver a algún enfermo. Con esa excusa le pedía al comandante del Tabor su jeep y pasábamos por la Huerta en cuya balsa nos bañábamos –fue un invierno especialmente caluroso-.

En la cocina de la Huerta Madame. Enero de 1963.
En la cocina de la Huerta Madame. Enero de 1963.

No recuerdo especialmente como pasamos las navidades y el año nuevo en la posición, pero que fueron muy distendidas dan fe las diversas fotografías que nos hicimos.

Centralita “digital” de teléfonos.
Centralita “digital” de teléfonos.

Tuve tiempo durante aquellos cuarenta días en la posición para familiarizarme ampliamente con el aspecto estrictamente militar, orillando muchas veces –por la ausencia de enfermos- mi destino de soldado-médico.

De esta forma pude conocer el entresijo de la cocina, del armamento y de las trincheras que ya había “catado” durante mi estancia en el Buyarifen, antes del viaje a la Península, así como del buen ambiente que en esta posición reinaba, con una tropa estupenda y unos mandos flexibles en cuanto a uniformidad se refería.


También pude ver, una vez más, la pobreza de nuestro Ejército. En el aspecto de las comunicaciones era tan rudimentario y tercermundista que al comparar nuestros teléfonos con los que salían en las películas americanas, era para ruborizarse.

Pelando patatas en la cocina de la “Huerta Madame”.
Pelando patatas en la cocina de la “Huerta Madame”.

Relevado de esta posición –“Huerta Madame”- en la que vi finalizar el año 1.961 e iniciar 1.962, durante unos días estuve en el Botiquín del Grupo hasta que el 11 de Febrero me enviaron nuevamente al Buyarifen en donde permanecería hasta el 5 de Abril. Era la segunda vez en que iba a esta posición aislada, enclavada dentro del territorio de Ifni usurpado por Marruecos tras la guerra del 57-58 y tuve la mala suerte de coincidir –entre otros- varias semanas con el teniente Verde -¡hay nombres que jamás se olvidan!- al mando de la posición.

Motín en el Monte Buyarifen

Buyarifen: con un mortero del 81.
Buyarifen: con un mortero del 81.

Seguramente los sucesos que voy a referir no constarán en sitio alguno pero, como los presencié, los tengo que relatar para que no queden ocultos.

Quien haya leído las memorias de su mili escritas por mi paisano y amigo Paco Susarte –también soldado médico- tendrá una amplia idea de lo que era el “elemento defensivo” enclavado en el monte Buyarifen, ocupado por una compañía del Grupo de Tiradores –se relevaba mensualmente- formada por soldados de reemplazo, que vivían en condiciones infrahumanas, dentro de unas oquedades de las trincheras en cuyas paredes estaban clavadas unas barras de hierro entrelazadas con alambre –del que se arrancaban los pinchos- a modo de somier sobre el que se colocaba la colchoneta de paja, oquedades que los soldados se veían obligados a ir ampliando a base de pico para tener mayor espacio para los ocho a diez soldados que compartían la “habitación”, desde la que se accedía directamente a una cámara semicircular orientada hacia zona enemiga –“la cámara de fuego”, se llamaba- porque en ella estaba el armamento y también se emplazaban las ametralladoras. Eran como una especie de bunker.

Todas las circunstancias descritas –en cuanto al alojamiento- eran agravadas por la escasez de agua, una regular alimentación y gran cantidad de parásitos –chinches y pulgas-, moscas, ratas e incluso serpientes y escorpiones. Todo ello unidos al trabajo diurno –pico y pala- y las guardias nocturnas de gran responsabilidad por hallarnos en terreno batido por el enemigo, con una situación de pseudo paz desde Junio de 1958, tenía que ser asumido por los mandos allí destacados para ser flexibles con la conducta de los soldados, mientras no se quebrantara la disciplina.

Los soldados comiendo en el suelo a pleno sol.
Los soldados comiendo en el suelo a pleno sol.

Pues bien, el teniente Verde tenía su particular psicología para tratar a sus soldaditos. Les prohibía fumar durante el trabajo con el pico y la pala, o en el transporte de los materiales para las obras que se realizaban. Cuando le parecía que alguno se “escaqueaba” lo castiga a seguir picando pero con un saco de piedras atado a la espalda. Aquello iba calentando el ambiente y entre el siroco –que soplaba frecuentemente-, la sed y la mala comida, no puedo decir si de forma espontanea o porque alguien lo alentó, lo cierto es que la cola para recibir el rancho al mediodía se rompió y se inició un motín.

Tímidamente se empezaron a oír voces increpando a los cabos 1ª y sargentos que tenían que repartir el racho, que fueron subiendo de tono, llegando a zarandear a los mandos a la vez que se pedía a gritos que saliera el teniente de su chabola de mando, golpeando las marmitas con las cucharas, con gran estruendo.

Buyarifen. Tras la alambrada y el campo de minas.
Buyarifen. Tras la alambrada y el campo de minas.

El teniente Verde salió empuñando su pistola. La tensión y el peligro que su actitud creaba no sé hasta que punto hubiera llegado si uno de los sargentos, el sanitario y yo no nos hubiéramos interpuesto entre el oficial y la tropa, consiguiendo que guardase el arma y rogándole la adopción de una actitud dialogante, pues en otro caso la situación podía degenerar en un gran motín, porque la gente ¡estaba muy harta!.

Me parece que el teniente se asustó y nosotros pasamos un miedo espantoso. Pero nuestros ruegos fueron “mano de santo” porque no solo desaparecieron los castigos, sino que se comenzó a comer mejor y no hubo partes ni represalias, por lo menos mientras aquella compañía estuvo en el Buyarifen.

Tengo muy grabado –dice Victoriano- aquel día ya que tras la cena, comenzamos a beber en la cantina y cogí una cogorza de anís, tal, que me cogieron saliendo de la posición por la puerta del subelemento en dirección al “Pelotón de la Muerte”. Desde entonces no lo he vuelto a probar, ni siquiera con el café.{mospagebreak title=El convoy}

El convoy

Bajada del “convoy” desde el Buyarifen.
Bajada del “convoy” desde el Buyarifen.

Cuando éramos relevados de la montaña quedábamos por tiempo indeterminado adscritos al Botiquín del Grupo de Tiradores, y cuando llegó la nueva quinta, íbamos al Campamento, pero no de forma fija, sino alternándonos.

Una de las obligaciones que teníamos los médicos cuando bajábamos de la montaña era la de ir con la ambulancia acompañados por el conductor y un sanitario, bien al campo de tiro o bien formando parte del convoy que se montaba los jueves y domingos para abastecimiento de Buyarifen.

En uno de esos convoyes –continua relatando Victoriano- en los que acompañaba a la compañía que se desplegaba entre la carretera que subía a la posición del Buyarifen y la playa. Concretamente aquel día era una unidad de máquinas la que protegía al convoy extendida por la parte alta y montañosa. En el comienzo de la subida existía una especie de caseta en cuyo interior había un aljibe seco y ahí era donde tenía ordenado quedarme con la ambulancia, hasta que terminado el convoy recibía la orden de retirarme que debía darme el oficial al mando.

Había comenzado el convoy de suministros temprano, como de costumbre, pero lo que no sabías nunca era cuando podía finalizar la misión ya que dependía de la dificultad hallada, algo imprevisible y aleatoria. Por lo tanto los componentes de la ambulancia, si no eran requeridos nuestros servicios médicos, nos entreteníamos jugando a las cartas, paseando por los alrededores, sentados, etc., a la espera de recibir el aviso de retirarnos.

Aquel día observé que bajaba el convoy pero como el oficial no nos dijo nada pensé que no habría terminado o que tenían que volver a subir. Como la orden que se me había dado era permanecer en ese punto hasta que el oficial al mando de la operación no me diera otra distinta, continuamos varias horas al acecho de instrucciones. Sobre las tres de la tarde fui con el sanitario a “explorar el terreno” –no se olvide que estábamos dentro de la zona ocupada por Marruecos- comprobando con estupor que no quedaba ni rastro de la compañía a la que nos había adscrito. La inquietud se agravó al apercibirnos de que una avioneta, a baja altura, nos sobrevolaba ¡vete a saber con que intenciones! A la vez que se empezaron a oír voces desde la parte alta de la montaña gritando ¡Médico, retiraos!

Cuando a la carrera tomamos el camino de vuelta nos topamos con dos vehículos tipo “comando” repletos de soldados de Tiradores armados hasta los dientes que iban en nuestra busca y “rescate”, quienes nos escoltaron hasta el Campamento.

Si allá aislados lo habíamos pasado mal, peor fue el panorama que me iban pintado según entrábamos en el Campamento. El oficial de guardia me espetó: Médico ¡qué ha pasado? ¡Buena la has armado! Pitando para el “Grupo” que te tienes que presentar al Coronel –nuestro buen “amigo” y tranquilo, Enríquez-.

La verdad es que hasta que estuve ante él y le saludé con el: ¡A la orden de usía, mi Coronel!, lo pasé muy mal y temiendo lo peor. No recuerdo si me dejó terminar el saludo. Lo que sí vi con claridad era la fusta en su mano y en medio del griterío que me montó creí entender que por mi culpa se había montado un “follón” grande con los moros. Al mismo tiempo me preguntaba porque no me había retirado con el resto de la fuerza.

A la puerta del “Grupo” de Tiradores.
A la puerta del “Grupo” de Tiradores.

He de reconocer –dice el Dr. Gracia- que en la delicada situación en que me hallaba acerté a salir de ella muy airosamente, al encontrar la respuesta idónea para la ocasión: ¡Porque nadie me ordenó retirarme y yo continuaba cumpliendo con la orden de permanecer en el puesto que tenía asignado!

El Coronel Enríquez continuaba insistiendo en que tenía que haber visto a los soldados de la compañía que iban desplegando por la parte baja y el teniente tenía –forzosamente- que haberme dado la orden de retirarme, a lo que yo, una y otra vez, le contestaba de que no había visto al teniente ni a soldado alguno en la zona próxima al puesto de la ambulancia y que no había recibido la orden concreta de mi superior para retirarme.

Me despidió con un “muy bien, veo que ha cumplido con su deber. ¡Puede usted retirarse! Todavía alcancé a oírle gritando y ordenando: ¡Que venga el teniente!... Hace una reflexión en voz baja, el amigo Victoriano, y remontándose al pasado: ¡Qué “jodios” eran! Se les ganaba solamente siendo tan militar como ellos. De eso –continua diciendo- sabe un rato largo Paco Susarte con su especial contienda con el capitán Quesada.

Un "regalo" de última hora

Le damos un vistazo a la libreta de ahorro que abrió en el Banco Exterior de España, oficina de Sidi Ifni, de la que se deduce que tuvo una desahogada economía durante la mili. Me hace observar Victoriano la relación de los reintegros con fechas previas a la Jura, las subidas y bajadas a la montaña, la venida a la Península para las “oposiciones” -5.000 pesetas- en Octubre de 1.961, y la preparación de la licencia que para él significó una prolongación de las “putadas” hasta entonces recibidas.

Dice el Dr. Gracia: muy alegremente habíamos vivido Eduardo y yo con el viaje a la Península, que ya he narrado, pero no contábamos con que las circunstancias habían cambiado con la llegada del Teniente General D. Ramón Gotarrodona Prats al mando de la Capitanía General de Canarias.

De este personaje –continua diciendo Victoriano- ya refiere algunas peculiaridades Susarte en sus Memorias que tú amplias –en las tuyas- con muy jugosos datos sobre su condición sexual y de cómo se las gastaba, en sus “manías persecutorias”, en especial con los médicos.

Una hoja de su libreta de ahorro en el Exterior de Sidi Ifni.
Una hoja de su libreta de ahorro en el Exterior de Sidi Ifni.

Pues bien, el día uno de Julio se anunció en el Grupo que nuestra quinta la licenciaban, el cuatro se hizo una fiesta de despedida al soldado veterano y se dijo que el día seis empezarían a salir las expediciones para devolvernos a nuestras casas.

Me fui a la oficina del Banco Exterior para saldar la cuenta -1.500 pesetas-. La alegría no podía ser mayor, pero… Sí, había un pero. Nos llamaron de la oficina del Mayor a mi compañero de “correrías opositoras” y a mí para notificarnos que había llegado orden de la Capitanía General posponiendo nuestro licenciamiento con nuestra quinta porque teníamos que recuperar el tiempo que estuvimos fuera de Ifni con motivo de los “exámenes”. ¡Ahí es nada la putada!

 

Alborozo de los soldados el día del licenciamiento.
Alborozo de los soldados el día del licenciamiento.

Tuvimos que ver a nuestros amigos y compañeros de las Cajas de Murcia y Valencia como embarcaban en el “Romeo”, tras varias intentonas –el océano estaba muy embravecido- y nos quedamos en Sidi Ifni, como parias, ya que nuestros destinos habían sido ocupados por los reclutas que ya soldados nos reemplazaban. Y en ese estado vegetativo permanecimos cerca de un mes, el periodo de tiempo más largo, más inútil y más pesado de todo el servicio militar.

Por fin "La Licencia"

Aeropuerto de Sidi Ifni.
Aeropuerto de Sidi Ifni.

Como todo tiene un final, por fin el día ocho de Agosto de 1.962 salimos de Ifni a Las Palmas en avión militar tipo Junker, del año “catapum”, al que se le conocía como la “estafeta”, que nos dio un buen susto al despegar ya que como la pista era corta y finalizaba en un precipicio sobre el mar, al terminar el rodaje la impresión que recibías era de que “aquello” se había parado y que nos íbamos a caer al agua en aquel descenso tan brusco antes de remontar el vuelo.

Al día siguiente, en vuelo de Aviaco, salimos de Las Palmas con rumbo a Madrid, donde después de año y medio de amistad y camaradería –que ha perdurado con el paso de los años- nos despedíamos Eduardo y yo el día diez de Agosto.

En el aeropuerto de Sidi Ifni antes de embarcar en la “estafeta”.
En el aeropuerto de Sidi Ifni antes de embarcar en la “estafeta”.
En Las Palmas ante el Aviaco que nos llevó a Madrid.
En Las Palmas ante el Aviaco que nos llevó a Madrid.

Echando la vista hacia atrás –añade Victoriano- me doy cuenta de que aquel día cerraba una etapa de mi vida, irrepetible que, al rememorarla durante esta charla contigo, me vienen a la memoria el recuerdo de los compañeros a los que ya no les pones nombre; dolor por el tiempo perdido; alguna vez congoja cercana a las lágrimas pero nunca tristeza, y a veces, nostalgia de no haber podido cumplir un deseo: hacer allí escala en alguno de los viajes que durante estos años hice a Canarias.

Claro que ¡todavía estamos a tiempo! de llevar a cabo una visita a aquella tierra africana que marcó nuestras vidas, sin lugar a dudas. Una prueba evidente es esta agradable conversación con un recuperado amigo y compañero al que me –nos- une el símbolo del camello y la palabra IFNI.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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