Asedio a Melilla
Artículos digitales
Escrito por Agustín Remesal   
domingo, 15 de agosto de 2010

Fuente:  nortecastilla.es

Marruecos, el régimen alauí, tiene un plan bien preciso de expansión territorial desde el día de su independencia, hace medio siglo

Han puesto cerco a Melilla y en la plaza escasean el pescado, las verduras y las frutas. En el Fuerte de Cabrerizas, los legionarios del Tercio Gran Capitán no están en alerta a pesar de que en Beni Enzar, al otro lado de la frontera cercana, los piquetes del Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla cortan el paso a los convoyes con suministros; se cierra la aduana al parecer por orden superior, porque los policías marroquíes miran para otra parte con la misma pasividad y distracción interesada que practican cuando en el puerto de Tánger se cuelan de noche en los bajos de camiones y autobuses los clandestinos que llegarán a Algeciras en los ferris a la mañana siguiente.

Las huestes de Tarik cruzaron el estrecho hace exactamente trece siglos. No es preciso empujar tan atrás la historia para iluminar la crónica de una difícil relación entre vecinos que viene de lejos. Las guerras coloniales, la cesión del Sahara occidental en el verano de 1976, la invasión del islote de Perejil en julio de 2002… Los pretextos marroquíes para el ejercer el acoso se encadenan desde los tiempos escasamente gloriosos de la Marcha Verde, humillante retirada del ejército español. El año pasado, el guión marroquí, bien urdido desde las sombras del alto poder, propagó el rumor de que, con su ancestral perfidia, los ocupantes españoles estaban tramando la construcción de una poderosa base naval de su armada en Ceuta, a tiro de cañón del nuevo puerto militar marroquí de Ksar Sghir, que estará operativo dentro de dos años. 

Llegó otro verano y esta vez también el Ramadán, así que el reloj de ese revuelo intermitente en la frontera marcó la hora de otra acción. El muñidor secreto de esa táctica sutil ha echado esta vez la imaginación al vuelo y alega una razón inédita para el acoso: una asociación de ciudadanos marroquíes ponen cerco a Melilla para matar de hambre a los ocupantes de la ciudad vistiendo el disfraz de luchadores contra el racismo y defensores de sus compatriotas que, según dicen ellos, sufren vejaciones en los pasos fronterizos. El espectáculo está servido: el invasor violenta al nativo, compra mercancías a precio de tercer mundo, explota a la mano de obra local y utiliza a débiles mujeres policías para hacer el trabajo sucio. Afirma la Policía española, sin embargo, que el origen de los incidentes en la aduana de Beni Enzar fue la provocación de un sainete bien ensayado, con algunos elementos vergonzosos en la trama por su tinte machista: los aguerridos luchadores antirracistas provocaron a una mujer policía cuyo retrato, junto a los de otras ocho, se muestra en el cartel oficial de la protesta rodeados de huellas sangrientas.

Hay tantas razones para mantener una buena relación entre Marruecos y España que cuesta trabajo suponer astucia programada y malas artes en el calendario de estos desencuentros periódicos: colaboración en el sector pesquero, lucha antiterrorista, pateras, emigrantes, paso hacia Europa de productos marroquíes por España, empresas e inversiones españolas en Marruecos... La reivindicación marroquí de las plazas españolas de Ceuta y Melilla es perfectamente legítima, pero no es de recibo el desafío reiterado y el deshonesto ardid rayano en el chantaje para cobrar cuanto antes, como una presa que ya se huele, el primer trofeo previo a su anexión: la soberanía compartida de las dos plazas en litigio. En esa querella política falla sin embargo la base principal en la que se sustenta una relación bilateral de igualdad: el Gobierno marroquí se rige también en este caso por los baremos de la crispación permanente y sus desafíos actúan con la ventaja e impunidad política de un régimen autoritario.

En cruzadas mucho más gloriosas la amalgama de racismo y anticolonialismo para levantar la bandera de la libertad ha funcionado siempre bien. No es este el caso. Es sorprendente la burda combinación de ideales con que opera el llamado Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla, además de sus acciones impunes programadas con precisión castrense: tras el armisticio de este fin de semana, el lunes no pasarán alimentos y se cortará el tránsito a Melilla de los convoyes con materiales de construcción; el martes se cerrará el paso fronterizo de Melilla a las mujeres de servicio doméstico; el miércoles… Si se mantiene el cerco, el Gobierno marroquí ya no podrá disimular su aquiescencia. Ese Comité que lidera la cruzada dice actuar a favor de los derechos de los emigrantes y en nombre de los ciudadanos de la región septentrional de Marruecos, la ex colonia española cuya autonomía sigue siendo una causa pendiente y la aspiración ahogada de muchos rifeños.

Marruecos, el régimen de la monarquía alauí, tiene un plan bien preciso de expansión territorial desde el día de su independencia, hace medio siglo: Franco encubrió la guerra de Sidi Ifni, España entregó a Marruecos el control del Sahara, maduran Ceuta y Melilla y se mide la distancia hasta el meridiano de Canarias. Tampoco esta vez la tensión, con beneficios bien calculados para la política interior marroquí, desembocará a un cataclismo; pero el proyecto diseñado en Rabat ha demostrado su eficacia, al punto de que la memoria comienza a perder su poder de resistencia y cabe preguntarnos ya si alguna vez existió Sidi Ifni. Me lo advirtió el pasado verano mi buen amigo Alí Raisuni, mientras rememorábamos en Cheff Chauen el centenario de la expulsión de los moriscos: si hacemos del pasado un arma arrojadiza, nuestras ambiciones estremecerán las aguas del mar.

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