Verano de 2008: viaje en moto hasta Sidi Ifni
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
viernes, 20 de marzo de 2009

Esta es la narración, y las fotos, que mi hijo, José Luis Jorques Puig, me hizo de su viaje a Sidi Ifni en agosto de 2008. Descubrí que iba a hacer ese viaje pocas semanas antes de emprenderlo. La culpa era mía por lo mucho que durante toda la vida le he hablado de Ifni. 

 

El viaje

Desde mi más temprana niñez tenía en la mente las historias, las fotos y los recuerdos que mi padre nos relataba de su servicio militar, en un país remoto del África Occidental, llamado Ifni, lleno de moros y de aventuras, con el que fui creciendo. Siempre mantuve en mi interior un deseo confuso de ir algún día hasta aquél lugar, pero las circunstancias de la vida me impidieron llevar a cabo la que siempre estimé como la “mayor aventura” de mi existencia.

La moto debidamente equipada
La moto debidamente equipada
En el pasado año 2.007 me compré una nueva moto (soy aficionado al motociclismo desde siempre y he tenido varias máquinas desde que cumplí los 16 años), y fui madurando la idea, incorporando accesorios que creí serían necesarios si, al final, llevaba a cabo mi propósito. 

En la cena, rodeado de la familia de Alfonso
En la cena, rodeado de la familia de Alfonso
Tras muchas horas en Internet buscando información de aquel territorio, hoy perteneciente al Reino de Marruecos, tuve que romper el secreto en el que había mantenido mis gestiones y preparativos, y a mediados de Julio de 2.008, emprendí el ansiado viaje ¡Por fin iba a cumplir mi sueño! Al amanecer ya estaba en ruta, para culminar la primera etapa del bien meditado viaje: Algeciras, en donde debía, al día siguiente, embarcar en el ferri de Tánger. En ese final de etapa iba a encontrarme con la sorpresa de que me llamaba al móvil un íntimo amigo de mi padre (Alfonso Maruenda), compañero de “mili” en el Grupo de Policía Indígena Ifni nº 1, que me había reservado habitación en un hotel, me guardó la máquina en un garaje y me llevó a cenar con toda su familia.
 

Tanger

Rumbo a Tánger en el barco de bandera marroquí
Rumbo a Tánger en el barco de bandera marroquí

Pese a que me acosté tarde, había que madrugar. El puerto de Algeciras, en esas fechas, está atestado de vehículos que desde la Península se dirigen a Marruecos, y hay muchas diligencias que efectuar (aduanas, pasaportes, etc.), por lo que no se puede ser perezoso. Ducha rápida, recogida del parco equipaje, llenado del depósito de gasolina y con paciencia, en la cola de vehículos, finalmente pude embarcar en un barco de buenas dimensiones, a cuya bodega se accedía directamente desde el puerto. Dejar la moto en un rincón, vigilando que no te falte nada cuando dabas un pequeño paseo por cubierta, curioseando y sacando fotografías, me ocupó el largo tiempo desde el embarque hasta que el buque soltó amarras y salimos a las aguas del Estrecho. Son muy pocas millas las que separan una costa de la otra, pero el “encontronazo” de las aguas del Mediterráneo con las del Atlántico, en aquel punto, en el que según las antiguas leyendas estuvieron enclavadas las “Columnas de Hércules”, tiene su punto de emoción. Además, aunque la distancia es escasa, era consciente de que el choque de culturas que iba a encontrarme iba a serme difícil de asimilar.  

El puerto de Tánger
El puerto de Tánger
Al atracar en el puerto de esa cosmopolita e internacional ciudad de Tánger, se produjo una auténtica estampida de vehículos. Los musulmanes procedentes de diversos países de Europa que, con sus familias, iban a pasar las vacaciones veraniegas a sus pueblos de origen, formaban una aborregada caravana, con pérdida de los hábitos que, sin duda, respetan en los lugares donde trabajan y viven el resto del año. Las bocinas de los coches, los chillidos de la gente, la falta de respeto a semáforos y señales te indican que debes adaptarte a ese tipo de comportamiento para no ser un “extraño”, además de extranjero.

No es sencillo, entre aquel conglomerado de gente, tras los trámites aduaneros, encontrar la salida de la ciudad para tomar la carretera que hacia el sur bordea el litoral atlántico, y tengo que poner de relieve que las personas sencillas con las que me paré para hablar y solicitar orientación, todas me trataron con simpatía y cordialidad, ayudándome a solucionar los pequeños problemas que a un viajero novato, como era yo, se le plantean en esos primeros kilómetros por tierra desconocida.

Realizada una última comprobación del funcionamiento y equipo de la motocicleta, enfilo una concurrida pista, de buen trazado y firme aceptable, por la que se puede circular a una velocidad media alta considerable, pero que vas aminorando o, incluso, parando, para empaparte del paisaje y disfrutar tan dilatadas llanuras.

Agadir

Inmediaciones de Agadir
Inmediaciones de Agadir
Se debe ir muy atento a la circulación, ya que son muchos los vehículos que circulan, muy cargados, aunque con precaución, porque la policía de tráfico dicen que es severa en extremo. Con el sol encima de mi cabeza la moto devora la distancia que me separa de Agadir (mi próxima etapa), ciudad tildada de turística y mundana, que ha resurgido de sus propias ruinas. Como es bien sabido, en el año 1.960, un maremoto la destruyó completamente, resultando muertos gran número de sus habitantes, por lo que parece que al levantarla nuevamente, ha sido con trazos modernos, de signo europeísta, a imagen y semejanza de su no lejana Casablanca.

El respaldo debidamente “tapizado”
El respaldo debidamente “tapizado”
Conforme voy descendiendo por el continente africano, las tierras de cultivo se espacian, y no existen núcleos urbanos de importancia en las inmediaciones. Se intuye que el desierto, aunque lejano, forma parte importante del contexto en el que estoy metido. Me parece que la verdadera aventura está comenzando.

Como no se ven señales de gasolineras próximas, en el primer poste que encuentro después de tragar tantos y tantos kilómetros, procedo a repostar a tope el depósito de la moto y el suplementario que llevo instalado en el costado izquierdo. Es un alivio y una gran tranquilidad ya que, me doy cuenta, que el último atisbo de civilización lo voy a encontrar en Agadir.

 

En camino hacia Ifni

Terreno desértico pero con signos de civilización.

Terreno desértico pero con signos de civilización

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El océano Atlántico y mi "primer" camello
 
Tabelcut y sus antiguas murallas
Tabelcut y sus antiguas murallas
 
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 Mapa de Ifni correspondiente al año 1.958
A partir de este momento es cuando voy a comprobar las bondades de la máquina que conduzco, ya que, efectivamente, se ha terminado la pista bien asfaltada y me adentro en un camino de firme irregular que va empeorando progresivamente. Casi no existe circulación rodada y empiezo a ver, en algunos trechos, nativos cabalgando en borriquillos de un tamaño menor a los que antiguamente se veían en los pueblos españoles.
 
Todo es pobreza y monotonía hacia el interior, salpicada de alguna escuálida palmera y altaneros arganes, de gran tamaño. Ocasionalmente, a mi derecha según desciendo hacia el sur, llego a vislumbrar el azul del océano.

Es tan sobrecogedora, por momentos, la soledad en la que me encuentro, que al otear una nube de polvo en la lejanía, por si se trata de un vehículo, decido acelerar para comprobar de que se trata, alcanzando a un todoterreno destartalado, del que no me despego en varios kilómetros, porque me parece que esa visión es una compañía nada desdeñable. De esta forma sigo, a distancia prudencial, hasta que tiempo después se desvía por otro camino y quedo nuevamente a solas hacia mi destino.

Como todo en la vida tiene un final, también este polvoriento camino que tomé en Agadir, parece que va a concluir, pues empiezo a cruzarme con más asiduidad con alguna gente que saludan amablemente al motorista. Parece que algún poblado estaba cerca y, efectivamente, pude entrar en el que fue, durante la colonización española, el pueblo fronterizo de Tabelcut. Aquí, en aquellos lejanos tiempos, existió una aduana fronteriza con el Protectorado francés, por el que bajo la vigilancia de la Guardia Civil transitaban las personas y mercancías, y por el orden público velaba la Policía Indígena de la que años después mi padre (a pesar de ser europeo) formaría parte. Por mis lecturas se que en esta población, cuando la guerra desencadenada por Marruecos en Noviembre del año 1.997, hubo muertos, heridos y prisioneros, policías españoles que estuvieron cautivos durante dieciocho meses.

Tengo en mi poder un viejo plano del que fue territorio español (que consulto) según el cual la distancia que me separa hasta la que se le llamó “la Ciudad de las Flores” es de tan solo 33 kilómetros, pero puedo dar fe de que es trozo más infame de la ya de por si pésima carretera. Afortunadamente discurre paralela al mar y me permite desviar la vista, de vez en cuando, hacia mi derecha para extasiarme en la contemplación de una masa de agua, muy azul, en la que se reflejan los rayos del sol que, a estas horas, es intenso. Al parar con objeto de contemplar con mayor detenimiento tan bonito espectáculo, tras desembarazarme del casco, los pulmones se me llenan de un aire salino que reconforta.

Tampoco está demasiado transitado este tramo de vía en el que solo he visto otra motocicleta parecida a la misma, cuyo conductor, sin parar, me ha saludado con gesto amable e interrogante, por si necesitaba ayuda, sin duda.

 

¡Una suerte loca!

Estoy haciendo la misma ruta que una parte de los guerrilleros armados que manejaba Marruecos para arrojarnos al mar de este territorio con bandera española (según algunos libros de historia, tras “pasar a cuchillo” a los militares), y en los arrabales de la población veo el pequeño morabito levantado junto al río (totalmente seco) llamado Ifni, así como, adyacente, el cementerio musulmán y, no muy lejos, una zona con algún arbolado que, sin duda, debe ser aquel coqueto parque zoológico que ya aparece documentado en 1.951, donde limpia y ordenadamente se podían contemplar ejemplares de la fauna autóctona (gacelas, cabras, un avestruz, etc.) y que, como es bien sabido, cuando el 30 de Junio de 1.969, las tropas del Ejército Real Marroquí ocuparon este lugar, se dieron un gran festín gastronómico en el que sacrificaron y se comieron a todos los animales. 

La moto aparcada frente al “Suerte Loca”
La moto aparcada frente al “Suerte Loca”

Ya rodando por las calles que tienen un firme irregular, poco cuidado, voy observando la vetustez de las viviendas, de planta baja y un piso (no hay edificios altos), en contraste con los edificios oficiales como el ayuntamiento y el palacio del gobernador, que parece han sido recientemente rehabilitados (después me enteraré que se hicieron obras con motivo de la visita de Mohamed VI). Como mi destino es el antiguo y famoso hotel “Suerte Loca”, a cuyo propietario actual mi padre me ha recomendado, voy bajando desde la planicie en que se encuentra subido el pueblo a lomos de un soberbio acantilado, por un intricado camino rodeado de casas y gente que me observa hasta darme casi de bruces con el hotel.

Con diversas ampliaciones y reformas, este establecimiento hotelero fue el primero que se levantó en los primeros tiempos de la ocupación del territorio por el Coronel Capaz el 6 de Abril de 1.934. Un emprendedor canario apellidado Gran, que tenía un pequeño negocio de transportes por el protectorado francés, fue invitado a montar algún tipo de albergue que sirviera de hospedaje para los oficiales del ejército que iban siendo destinados a esta colonia, y parece ser que (según cuenta su hija Roberta Gran) al llegar a aquel mísero poblado llamado entonces por los nativos como Armezong, cuando se le dio la posibilidad de elegir el terreno que quisiera para levantar su posada, se prendó de la parcela que con unas vistas preciosas al mar, le hacían soñar con un futuro estable y próspero, para su numerosa familia, y exclamó: ¡Hemos tenido una suerte loca!. De ahí el nombre.

Al presentarme al actual propietario del local, Ahmed Essaidi, ya estaba apercibido de mi llegada por una llamada telefónica de mi padre, por lo que a la proverbial hospitalidad del pueblo aitbaamaran se unía un plus por el conocimiento de mi progenitor, del lugar, y el regalo que le llevaba en forma de un libro de las memorias de la mili que había publicado un año antes. Tanto Ahmed como sus hermanos y una hermana que atendía al público en la barra, hablaban un perfecto español, y se quitaban de las manos el libro, unos a otros, para leer las aventuras de aquel joven español que estuvo encuadrado en el ejército ocupante, precisamente en las fuerzas de policía, cuyo cometido era el orden público en la ciudad, por lo que durante un año y medio había recorrido sus calles y conocido a la población musulmana. No le quedaban habitaciones libres y me envió, para dormir al antiguo edificio de Marina (hoy hotel) para dormir, pero todas las comidas y ratos libres las haría y pasaría en el “Suerte Loca” ya que Ahmed se convirtió en mi “tutor” y “protector”.

El puzzle de los recuerdos

La “civilización” en forma de coches y terrazas de bar
La “civilización” en forma de coches y terrazas de bar

Con los apuntes que llevaba de lugares y sitios por los que había transitado mi padre y preguntando a los lugareños, todos amables y serviciales, pude ir recomponiendo el puzle de los recuerdos. La antigua plaza de España, ahora se llamaba de Hassan II, y mantenía una fisonomía muy parecida a las fotografías de 1.961 guardadas en nuestro álbum familiar. Incluso se hallaba erguido el monolito que había sostenido el busto del coronel Capaz, cuya estatua había desaparecido.

Allí estaban el palacio del gobernador general y el ayuntamiento, con su bella arquitectura colonial, con los colores azules y blancos, en armonía con el paisaje de aires marineros que se respiraban por doquier, así como el que fue el Hotel España, propiedad de la alicantina familia Pagán (D. Remigio y su esposa, por todos conocida como “madame”), aunque le había sido cambiado de nombre y eran otros sus titulares, y de esa amplia plaza salían diversas calles espaciosas, que conservaban, marchito, el antiguo señorío colonial de mediados del siglo XX.

El ayuntamiento de Sidi Ifni
El ayuntamiento

Por mucha imaginación que uno tenga, es muy difícil retrotraerse a la época colonial española, cuando estas calles y lugares eran transitados por las tropas de la guarnición y era la bandera roja y gualda la que ondeaba en los edificios oficiales.

Mi primera meta en este recorrido callejero es el cuartel de policía (la compañía Mixta) en la que estuvo mi padre. Se, por las fotografías que recuerdo, que está situado junto al antiguo faro costero, al que se llega por una calle que partiendo de la plaza de España, junto al palacio del gobernador, va paralela al mar y al que fue antiguo aeropuerto (hoy desaparecido). Esa calle era conocida como la de “La Radio”, por haber estado allí situada la emisora de Sidi Ifni. No me resulta difícil orientarme y llego en pocos minutos hasta el edificio del cuartel. La calle parece distinta de las fotos que conservo y es que, actualmente, están las aceras bordeadas de palmeras. En ese instante cojo el teléfono, marco el número de mi padre y puedo decirle: Papá, en estos momentos estoy a la puerta de entrada de tu antiguo cuartel. 

Cuartel de la “Mixta”. A la izquierda la oficina en que estuvo mi padre
Cuartel de la “Mixta”. A la izquierda la oficina en que estuvo mi padre 
image030.jpg Lateral del cuartel. Las ventanas eran de los dormitorios. 
El acantilado. Encima está el cuartel y el antiguo faro El acantilado. Encima está el cuartel y el antiguo faro 

Oigo su voz entrecortada por la emoción e intuyo la “envidia” que siente. Me da muchos detalles del lugar e intento tomar fotografías de ese edificio en el que pasó un largo año de su vida. El perímetro es de gran extensión, rectangular, en el que se albergan edificaciones, pero todo está cerrado, sin casi resquicios por donde asomar la cámara. Está todo abandonado y causa una pésima impresión, sobre todo si se piensa que en otros tiempos aquel lugar debía ser punto de bullicio y tránsito, pues en sus talleres se reparaban los vehículos del Gobierno General, las numerosas cocheras albergaban los jeep, los camiones y motocicletas utilizados por la Policía. Incluso, en su patio central, se hacían los exámenes para obtener el carnet de conducir. 

Son muchas las cosas que tengo que ver en el poco tiempo que pasaré en Sidi Ifni, por lo que me pongo en marcha para visitar, no solo la parte comercial (como el Zoco), sino las calles más alejadas, por donde todavía deambulan nativos con chilaba y tocados de turbantes, y las mujeres, vestidas de negro, tapan sus rostros, aunque la impresión que obtengo de los habitantes del lugar, es el promedio de jóvenes, muy numeroso, vestido a la moda occidental, desocupados, que en grupos abirragados parece que hablan de sus cosas, gesticulan, se ríen, vamos, que lo pasan bien. Si reflexiono llego a la conclusión de que el día no es festivo, el horario es laboral o lectivo, y que aquella juventud más que ociosa parece que está desocupada por la falta de trabajo y perspectivas. Tendré ocasión de comentarlo con Ahmed, pues he visto que está abierto a la conversación sobre cualquier tema, ya que no se ha escondido al sacar a colación la revuelta allí ocurrida, hace un par de semanas, que la prensa, en España, había publicado. Efectivamente hubo golpes, carreras y detenciones. Todavía algunos jóvenes están presos por esos incidentes.  

Comer en el restaurante del “Suerte Loca”, resulta barato y la calidad de los alimentos excelente, sobre todo los pescados y mariscos que abundan en estas aguas. Se ha construido un pequeño puerto pesquero en donde los nativos desembarcan sus capturas que son inmediatamente trasladadas en camiones frigoríficos a la turística Agadir. Aquí queda lo necesario para el consumo diario ya que parece que no existen cámaras en la ciudad. 

Son muchas las cosas que tengo que ver en el poco tiempo que pasaré en Sidi Ifni, por lo que me pongo en marcha para visitar, no solo la parte comercial (como el Zoco), sino las calles más alejadas, por donde todavía deambulan nativos con chilaba y tocados de turbantes, y las mujeres, vestidas de negro, tapan sus rostros, aunque la impresión que obtengo de los habitantes del lugar, es el promedio de jóvenes, muy numeroso, vestido a la moda occidental, desocupados, que en grupos abirragados parece que hablan de sus cosas, gesticulan, se ríen, vamos, que lo pasan bien. Si reflexiono llego a la conclusión de que el día no es festivo, el horario es laboral o lectivo, y que aquella juventud más que ociosa parece que está desocupada por la falta de trabajo y perspectivas. Tendré ocasión de comentarlo con Ahmed, pues he visto que está abierto a la conversación sobre cualquier tema, ya que no se ha escondido al sacar a colación la revuelta allí ocurrida, hace un par de semanas, que la prensa, en España, había publicado. Efectivamente hubo golpes, carreras y detenciones. Todavía algunos jóvenes están presos por esos incidentes.  

Pescado fresco
Pescado fresco
Joven aficionado del Valencia
Joven aficionado del Valencia

Comer en el restaurante del “Suerte Loca”, resulta barato y la calidad de los alimentos excelente, sobre todo los pescados y mariscos que abundan en estas aguas. Se ha construido un pequeño puerto pesquero en donde los nativos desembarcan sus capturas que son inmediatamente trasladadas en camiones frigoríficos a la turística Agadir. Aquí queda lo necesario para el consumo diario ya que parece que no existen cámaras en la ciudad.

 

 

De paseo 

Ahmed Eissadi escanciando té moruno
Ahmed Eissadi escanciando té moruno

Existen otros “turistas” con los que me cruzo, incluso puedo departir con un compatriota que también ha venido en moto (una potente scooter) y que tiene el propósito de continuar hacia el sur, para llegar a El Aaiún. Las famosas “siete olas” atraen en esta época del año a los aficionados al surf, y puedo ver en la playa a jóvenes europeos con sus tablas practicando su deporte favorito. Hay un buen camping en la misma playa, en el que puedo observar diversas caravanas. Y, a cualquier hora, aquí, es obligatorio tomar el té moruno, con los rituales ancestrales que Ahmed me enseña.

Al atardecer, la gente acude a las terrazas con barandillas de piedra (por cierto, en mal estado de conservación) para admirar una vez más el espectáculo único de la puesta de sol en el océano, con un derroche de colores y sensaciones tan distintos a los que estoy acostumbrado, dada mi condición de mediterráneo. Observo, con curiosidad, y me ratifico en mis anteriores impresiones, que solo las mujeres y los hombres de cierta edad mantienen la vestimenta clásica del pueblo aitbaamaran. La juventud masculina (numerosa y ruidosa) viste vaqueros y camisetas (mayoritariamente), mientras que el calzado parece que es uniforme: zapatillas deportivas. Además, su “aire” es muy occidental. Estimo que podrían pasar desapercibidos e integrados en sociedades como la española, ya que su comportamiento, en público, no difiere del que tienen los chicos de su edad en cualquier pueblo de España.

Al atardecer la gente acude a ver la puesta de solimage041.jpg
Al atardecer la gente acude a ver la puesta de sol

En el hotel, la hermana de Ahmed, que viste a la europea, es una abierta conversadora, que domina perfectamente nuestro idioma, y que debido a su trato constante con turistas de varias nacionalidades, entre los españoles no son los más numerosos, por cierto, se desenvuelve airosamente entre el público que en estas fechas llena su restaurante, y no tiene inconveniente en sentarse con los extranjeros, como hace una noche en que cena conmigo y con una surfista holandesa que ha caído por aquí. Precisamente en esos momentos Ahmed está hablando por teléfono con mi padre y me pasa el aparato, pudiéndole explicar mis últimas andanzas por la ciudad, con el decepcionante hallazgo de que el flamante aeropuerto que dejaron mis compatriotas al marcharse de Ifni, se ha convertido en terreno yermo, del que ha desaparecido hasta el asfalto.  

Este erial fue antaño la pista del aeropuerto de Sidi IfniSe mantiene en pie el edificio de la “Terminal”
Este erial fue antaño la pista del aeropuerto de Sidi Ifni. Se mantiene en pie el edificio de la "Terminal"
Antiguo edificio de Correos Las ruinas del edificio de “Pagaduría”Antiguo edificio deCorreos. Las Ruinas del edificio de la "Pagaduría"

Es deplorable comprobar cómo la obra civilizadora de España en este lugar se hunde, siendo su deterioro visible desde cualquier rincón que el visitante recorre. De aquellos edificios públicos de arquitectura colonial, que se entregaron en perfectas condiciones, solo mantienen un aspecto decoroso el ayuntamiento y el palacio del gobernador, posiblemente por haber sido rehabilitados recientemente con motivo de la visita de Mohammed VI. Los demás inspiran pena y tristeza.

 

 

Mis impresiones

Detalle del “amasando” argán
Detalle del “amasando” argánNativas trabajando el argán
Nativas trabajando el argán

Se habla animadamente en el interior del hotel “Suerte Loca” entre varios parroquianos, casi todos nativos que se explican francamente bien en español, sobre las excelencias del aceite de argán, tanto para su utilización en los guisos culinarios como en los afeites que las mujeres de aquí han utilizado tradicionalmente para realzar su belleza física. Esos escasos árboles que he podido vislumbrar en mi viaje hasta aquí, dan un fruto que se está convirtiendo en “oro líquido”, tras su exportación a diversos lugares del mundo. El elemento femenino, muy emprendedor, se ha concentrado en diversas cooperativas y, artesanalmente, se dedican a la fabricación del aceite comestible y del cosmético. 

Nunca te cansas de mirar el océano.
Nunca te cansas de mirar el océano

Recorro con la motocicleta varios lugares de los alrededores de la ciudad y te llevas una pésima impresión sobre las posibilidades económicas de la comarca. La agricultura es casi inexistente, el comercio escaso, prácticamente circunscrito al que los españoles llamaron “Zoco Nuevo”, en la zona que fue europea, el turismo es también ralo, no porque la belleza y bravura de sus playas no sean atrayentes, sino por la falta de infraestructuras. No existe puerto y el aeropuerto que antaño unía la localidad con Canarias y la Península Ibérica ha desaparecido, quedando como mudo testimonio el edificio de la terminal, y las carreteras no merecen tal nombre, pues son tan malas que hay que tener muchas ganas de aventuras para meterse por ellas. Sobre la pesca ya he dejado referencia: la riqueza de estas aguas no es explotada industrialmente, ya que todo el pescado se envía a Agadir, para el envasado de conservas. Aquí se queda lo necesario para el consumo diario. 

 

El regreso

50 años después las calles ostentan nombres españoles
50 años después las calles ostentan nombres españoles
Una calle “Sevilla” como en tantas ciudades españolasUna calle "Sevilla" como en tantas ciudades españolas

Va pasando el tiempo y queda poco (o mucho, tal vez) por ver de esta población cuyo nombre aprendí desde niño. “Patrullo” por sus calles como hace casi cincuenta años debió hacerlo mi padre, aunque él iba armado con un fusil y llevaba en los bolsillos cuatro bombas de mano. Quiero imaginarme como debían ser aquellas horas nocturnas, silenciosas y húmedas, en las que los policías españoles, encuadrados en la que fue Policía Indígena, europeizada a partir de la independencia de Marruecos, en 1.956, discurrían por las callejuelas del pueblo antiguo, que supongo tan intransitables como ahora, desprovistas de alumbrado público. A pesar de estar pisando el mismo suelo, me parece que todo es tan distinto que me resulta imposible enmarcarme en los recuerdos paternos. No tengo dudas de que este no es su Sidi Ifni, pese a que muchas de esas calles todavía ostentan los rótulos de antaño. 

Interior del hotel “Suerte Loca”
Interior del hotel “Suerte Loca”

Algo especial tiene este rincón africano que, cuando estoy preparando el equipaje y la moto, me llama a repetir el viaje en otra ocasión, de forma más sosegada, tras sedimentar todo lo visto, oído y olido (el olfato es importante en estas latitudes). Ahmed ha sido un anfitrión cercano, cordial, casi familiar, que cuando una noche no ha podido darme alojamiento en su hotel (por reservas anteriores) y me ha enviado a otro de inferior calidad (el hotel des Ait Baamarane) me ha acompañado y tutelado, aunque una vez dentro, sin ningún europeo y con la TV musulmana, a todo volumen, he tenido algo de intranquilidad. 

Rampa de subida a la ciudad desde la playa
Rampa de subida a la ciudad desde la playa
En el puerto de Tánger, preparado para el embarque
En el puerto de Tánger, preparado para el embarque
Transbordador con destino a AlgecirasTransbordador con destino a Algeciras

El camino de regreso hasta Alicante, por la misma ruta que el de ida, lo conozco a la perfección. Tengo casi doscientos kilómetros hasta Agadir, que ahora voy a rebasar sin pararme, excepto para reponer gasolina y tal vez algo de agua y comida, ya que quiero hacer una sola jornada hasta Tánger, y tal vez reparar alguna tuerca de los accesorios que se han aflojado debido al infame firme de las calzadas, que ahora se incrementará. 

Amanece luminoso el día siete de Agosto cuando cargado el equipaje arranco la motocicleta.

Y desde esta forma, tras una breve parada en Algeciras para despedirme de la familia Maruenda, que con tanto cariño me ha tratado, doy por finalizada esta breve narración de un viaje maravilloso, que escribo a poco de llegar a Alicante, desde donde me embarco con mi pareja en otro viaje totalmente distinto por lo diferente. Una semana repartida entre Finlandia y Estonia. 

 

 

 

 

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Pablo Curbelo Viñoly  - Del viaje en moto a Ifni   |13-08-2011 17:19:03
Me ha gustado la narración de su viaje en moto a Sidi Ifni; aunque he notado la falta se muchos detalles de la población, como, por ejemplo, la iglesia, que ahora creo que ha sido convertida en juzgados; de la calle Seis de Abril, la antigua calle comercial por excelencia, etc. Ah, además ha cometido una errata, queizá por descuido: la guerra de Ifni no comenzó en el año 1997, fue en 1957.
Yo estuve destinado en el Grupo de Tiradores de Ifni desde 1960 a 1966, y todo lo relacionado con aquel territorio, otrora provincia española, me trae viejos recuerdos. Un saludo
Rosa Huertas  - felicitación   |09-10-2010 11:59:55
Hola José Luis:
He leído con emoción tu periplo motero después de leer las aventuras de tu padre en IFni. Mi padre también estuvo allí, entonces era teniente de infantería, y casi nunca nos habló de esta guerra. Ahora está bastante enfermo y en los últimos meses, en los que ha estado muy grave, no paraba de hablar de ello. De hecho lo estoy fomentando porque, por una parte me parece increíble y apasionate lo que cuenta, y por otra porque parece que eso le anima dentro de su tremendo desánimo. Le imprimiré las peripecias de tu padre para que las lea. Creo que me están entrando ganas de hacer un viaje parecido al tuyo, pero sin moto, para empaparme de ses terreno pedregoso tan unido a los recuerdops de nuestros padres.
Un saludo:
ROSA HUERTAS
vicente hernandez  - Opinion sobre el artículo   |12-04-2009 16:17:05
Jose Luis,
Ante todo mi más sincera enhorabuena porque has hecho una de las cosas más bonitas que puede hacer un hijo por su padre. Cuando yo era joven también el mío me contaba cosas de la guerra y mencionaba pueblos y enclaves donde la pasó pero, a diferencia de tí, yo no tuve ocasión de visitar todos aquéllos lugares que mencionaba. No tuve oportunidad porque me lo quitaron cuando yo todavía era demasiado joven para entender lo que aquéllo significaba. Tu, en cambio, has tenido la oportunidad y la has aprovechado. Además imagino que te lo habrás pasado genial. Repito: Enhorabuena, pero esta vez para tu padre por poder disfrutar de un hijo como tú.
También quiero decirte que escribes bien, tienes soltura y vocabulario, y eres capaz de transmitir sentimientos y describir tanto paisajes como situaciones. ¿Has probado a contar algo más alguna vez?. Recuerdo que tu abuela escribía y tu padre también lo hace ahora, así que ¿por qué no lo intentas?
Un abrazo de
Vicente
Jose Agustin Rife Fernandez-Ra  - Ifni en moto   |10-04-2009 19:59:27
Que aventura mas apasionante, .....y en solitario en un territorio casi misterioso y colgado del tiempo. Enhorabuena por el relato y por la pagina web

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