Entrevista a Miguel Simón Contreras. General de División del Ejército (R)
Escrito por Luis Sánchez-Moliní   
domingo, 22 de noviembre de 2015

Fuente: Diario de Sevilla

"No se puede hacer una guerra con pocas bajas si se quiere ocupar el terreno"

Empezó su carrera como oficial en las trincheras de Ifni y la culminó mandando la brigada española destinada en Bosnia. Es un claro ejemplo de la generación militar que hizo la Transición.

El general Simón Contreras, en el Casino Militar de Sevilla, durante un momento de la entrevista.
El general Simón Contreras, en el Casino Militar de Sevilla, durante un momento de la entrevista.

Miguel Simón Contreras (Cáceres, 1940) se mueve por el Casino Militar de Sevilla como por su segunda casa. Todo el mundo le saluda con afecto y le llama "mi general", a lo que él responde con esa simpatía castiza tan propia de la profesión. Tiene la seguridad y el paso de los que han mandado a muchos hombres en circunstancias difíciles. Su hoja de servicios (currículum, según los civiles) es amplia y refleja una vida militar que le ha llevado a los destinos más variados, desde unidades de primera línea como los Tiradores de Ifni o la Brigada Paracaidista, a otros más 'intelectuales' como la plaza de profesor del Grupo de Estrategia de la Escuela Superior del Ejército. Como general, mandó la Brigada Mecanizada Spabri V, que formaba parte de las Fuerzas de Estabilización de la OTAN en Bosnia-Herzegovina, la que fue la gran escuela práctica del Ejército actual. Diplomado de Estado Mayor, pertenece a esa generación de militares que empezó a unir a sus estudios castrenses otros de carácter universitario. Posee una licenciatura en Educación Física por la Universidad de Madrid y está pendiente de leer próximamente su tesis doctoral en Historia sobre las campañas españolas en el norte de África durante el siglo XX. Una de sus grandes pasiones es viajar por el desierto y, entre otras condecoraciones, tiene tres cruces de Sufrimiento por la Patria.

Usted, como los mariscales de Napoleón, fue soldado antes que general.

Mi padre era suboficial del Ejército y no tenía medios económicos. Cuando terminé el Bachillerato, con 16 años, me fui de soldado al Regimiento de Infantería León 38, en Madrid. Después ascendí a cabo y cabo primero. Recuerdo que en el año 57 hubo unas inundaciones tremendas en Valencia. Allí fuimos a ayudar en camiones de ganado con paja; el Ejército de entonces era muy pobre. Estudié mucho y tuve la suerte -porque para todo en la vida hace falta suerte- de ingresar en la Academia General Militar en el 59. Una vez, un ministro de Defensa dijo que había que conseguir que los soldados llegasen a generales... Eso siempre ha sido posible con un valor fundamental: el trabajo.

Su arma fue la Infantería. Háblenos de ella.

Un ejército puede disponer de mucho fuego de artillería o aéreo, pero al final siempre hay que ocupar el terreno, dominarlo, conquistarlo... Y conservarlo. Eso sólo lo hace la Infantería. En nuestra Doctrina Militar, la Infantería es el arma de las capacidades medias.

¿Qué significa eso?

Que tiene un poco de todo: fuego, como la Artillería; vehículos para el reconocimiento, como la Caballería; determinados niveles para actuar como los ingenieros... Cubre capacidades medias y, en el momento que hace falta más especialización, es cuando entran las armas de Caballería, Ingenieros, etcétera.

Ahora, con el conflicto de Siria, se insiste mucho en que los bombardeos aéreos no servirán de nada si no se pisa el terreno.

Al final tienes que meter Infantería y unidades de tierra armadas en general. Cuando acabó la campaña Tormenta del Desierto, el gran problema fue que, después de neutralizar el Ejército de Sadam, había que controlar y dominar un terreno muy amplio: atender a la población civil, crear infraestructuras... Y siempre hostigados por el enemigo. Eso produce muchas muertes y todos sabemos que, hoy en día, en los países occidentales las bajas se miran con lupa.

¿Se puede hacer una guerra con pocas bajas?

No se puede hacer una guerra con pocas bajas si se quiere ocupar el terreno. Siempre vas a estar hostigado por un enemigo débil que, como un mosquito, te pica y sale corriendo. Eso produce muchos muertos y afecta a la logística y a la moral de la tropa.

Su primer destino fue Ifni, territorio en el que antes de su llegada se había producido una pequeña guerra colonial.

La Campaña de Ifni se produjo entre el 57 y el 58, pero yo llegué después. A mí me cogieron los coletazos. Tenga en cuenta que la presencia española en este lugar duró hasta junio de 1969. Allí conocí a la que luego sería mi mujer; nuestra boda fue la última que se celebró en el Ifni español, en diciembre de 1968. Como consecuencia de la guerra se establecieron unos cordones defensivos para que la ciudad no estuviese al alcance de un posible ataque de artillería; unas posiciones de trincheras en las que yo estaba destinado y donde la vida era durísima.

¿Esa artillería era marroquí?

Oficialmente no era marroquí, sino de bandas irregulares, pero lo cierto es que el apoyo de Marruecos era absoluto, como luego pasó con el Sahara.

¿Cómo era la vida allí?

Muy dura. Me pasé tres años en trincheras con los Tiradores de Ifni, viviendo bajo tierra, con una limitación de agua tremenda; había sólo para hacer la comida y beber. Tampoco había luz y nos iluminábamos con velas. Los chinches y las pulgas nos comían, pero no por falta de higiene: es normal cuando se vive bajo tierra. Pese a esto, fue una escuela maravillosa desde el punto de vista militar, sobre todo para un joven oficial.

También estuvo en el Sahara.

Sí. Cuando la cuestión del Sahara empezó a complicarse, la Brigada Paracaidista, en la que yo estaba destinado, comenzó a mandar a Las Palmas de Gran Canaria una bandera cada dos años, de la cual una compañía se iba al Sahara ocho meses. Después he vuelto mucho al Sahara, pero ya como viajero.

Precisamente quería preguntarle sobre ese asunto, porque usted es un gran apasionado del desierto, por el que ha realizado varios viajes. ¿De dónde viene esta pasión?

Durante una época formé parte de una tertulia que la formaban unos geólogos que eran verdaderos viajeros y especialistas en el desierto. Eran personas muy cultas que me facilitaron mucha literatura sobre estos espacios. Entonces conocí la historia apasionante del Bacha Yaudar, un español renegado de la época de Felipe II que llegó a crear un imperio en la curva del Níger con un ejército de renegados y moriscos españoles. Atravesó el desierto entero -murieron las dos terceras partes de sus soldados-, conquistó Gao y Tombuctú y fundó un imperio que duró hasta la llegada de los franceses en el siglo XIX. Empezamos a viajar a la zona y, a la tercera vez, conseguimos llegar a Tombuctú.

Es decir, que es usted un aventurero.

La persona que ha dormido una noche en el desierto viendo ese cielo tan negro lleno de estrellas y en el silencio absoluto, no lo olvida fácilmente. Es algo que te conquista.

Pero también es peligroso.

Cualquier pequeño asunto es un problema: un dolor de muela, una avería del coche... Haces 300 kilómetros para ir a un pueblo donde te han dicho que venden gasolina y, cuando llegas, te dicen que hace cinco meses que no pasa la cisterna a llenar el depósito. Se necesita una gran iniciativa y una gran preparación física y mental.

Recientemente, un alto mando del Ejército me aseguró que, tarde o temprano, tendríamos que incrementar nuestra presencia en Malí y el Sahel dentro de la lucha contra el yihadismo. Las últimas noticias apuntan a que tenía razón.

Aquella zona tiene recursos importantes para la economía occidental y, además, hay gobiernos y pueblos afines a nosotros que tenemos que proteger de los yihadistas. Por mi experiencia, le puedo decir que, desde hace cuatro años, es muy difícil viajar por ese desierto. Uno se juega la vida continuamente. Es una zona muy difícil de controlar y lo que allí estamos haciendo es preparar a las tropas del Gobierno para que puedan dominar la zona útil, donde están los recursos económicos y demográficos. Ahora, el resto, el desierto y las minas de sal... es imposible.

¿Y tenemos un ejército preparado para eso?

España tiene una estructura de defensa extraordinaria y, sobre todo, tiene capacidad y mentalidad en las escuelas para generar mandos para afrontar misiones concretas. Nuestra estructura de oficiales y suboficiales es francamente buena, gente que está dejando el pabellón español muy alto en las colaboraciones con otros ejércitos.

¿Y hay voluntad política?

Eso ya se me escapa. Como decía Churchill, los países no tienen amigos, sino intereses. Cualquier intervención tiene que ser en interés propio, porque son muy caras tanto en vidas como en recursos. Es al Gobierno de la nación al que le corresponde definir qué es lo que interesa a España en cada momento.

¿Qué opina del Estado Islámico?

Me gustaría saber qué hay detrás del yihadismo. ¿Quién lo promueve? ¿Cómo es posible que el Estado Islámico tenga baterías antiaéreas de alta tecnología para las que hacen falta unos oficiales con muchísima formación? ¿Quién paga esos equipos y sus repuestos? ¿Quién mueve todo ese conjunto de entidades y capacidades? ¿Quién compra el petróleo del EI? Lo que está pasando es un asunto complejo, pero en el fondo siempre son intereses, luchas económicas y de influencia.

Volvamos al Sahara. Ahora se han cumplido los 40 años de la Marcha Verde, proceso que culminó con la entrega de la ex colonia a Marruecos, lo cual generó una gran frustración en el Ejército.

Sí, fue muy frustrante para nosotros. Éramos conscientes de que el Sahara no era marroquí ni por historia ni por población. Marruecos nunca había bajado al sur de la cuenca del río Draa. Pero, como todo, hay que analizarlo en su momento político. Franco se estaba muriendo y el futuro de España generaba muchas incertidumbres; el Pacto de Varsovia, a través de Argelia, quería una salida al Atlántico por el Sahara y la única manera de impedirlo era que Marruecos controlase ese territorio... Francia y EEUU tenían muy clara su apuesta.

Hemos llegado a la Transición, un proceso histórico que generó muchas tensiones dentro del Ejército, que había sido uno de los pilares del franquismo.

Al morir Franco, el Ejército era una piña. Las nuevas generaciones éramos conscientes de que las cosas debían cambiar, sin que eso supusiese nuestro rechazo en términos generales al régimen de Franco. Gracias a eso, el Ejército facilitó el nacimiento de la democracia. Cierto es que existió la UMD, pero era una auténtica minoría. En las academias militares jamás nos hablaron de política. Sólo del servicio a España.

¿Dónde estaba usted el 23-F?

De comandante en el entonces incipiente Ministerio de Defensa, en la Oficina de Información y Relaciones Públicas, que básicamente era el gabinete del ministro Alberto Oliart. Lo viví de pleno.

¿Algo que pueda contar?

Sólo le diré que aquella noche pasaron por nuestro despacho, que estaba en la calle Prim, muchos, muchísimos civiles. Aquello tenía un volumen muy distinto a lo que luego se ha dicho.

¿Y qué pensó?

Sentí más la incertidumbre que el día que murió Franco.

Hoy en día, las Fuerzas Armadas salen en las encuestas como una de las instituciones mejor valoradas por los ciudadanos.

Cierto. Hubo sectores interesados en hacer creer que el Ejército era el coco.

Como general mandó la Brigada Mecanizada Spabri V en Bosnia-Herzegovina. Cuéntenos algún momento complicado.

Durante las elecciones de la república Srpska tuvimos que tomar dos repetidores que estaban ocupados por soldados serbios. Gracias a Dios, fueron golpes de mano incruentos, porque los sorprendimos durmiendo. También fue complicado cuando elementos musulmanes atacaron instalaciones industriales controladas por croatas y tuvimos que interponernos. Otra misión delicada fue cuando liberamos el corredor de Stola del control de los contrabandistas de armas.

Allí, los españoles dejamos buen recuerdo.

Sí, demostramos la capacidad que tenemos los españoles de eliminar problemas gracias a nuestra humanidad. Muchas reuniones complicadas que teníamos con líderes croatas o serbios se arreglaban previamente con una botella de Rioja. No se puede imaginar la importancia diplomática que tiene una tortilla de patatas y una botella de vino. Al segundo trozo de tortilla y la segunda copa de vino, muchas dificultades han desaparecido y se habla de lo que hay que hablar. Un día se presentaron unos militares norteamericanos y nos pidieron que le diésemos nuestro reglamento de relaciones humanas, algo que, evidentemente, no teníamos. Bosnia tuvo una enorme importancia para el Ejército español, porque fue una gran escuela logística y de procedimientos. Nos enseñó qué es lo que había que hacer y cómo había que hacerlo.

La orden de retirada de Iraq que dio Zapatero, ¿dolió mucho en el Ejército?

El Ejército está a las órdenes del Gobierno y de las instituciones. Lo que tiene que hacer es cumplir órdenes que se le den. Ahora bien, no le negaré que aquello fue un golpe duro para el Ejército. De allí salimos mal y tropas de países aliados llegaron a cacarearnos. El general Muñoz, que fue el que mandó la operación muy bien -tenga en cuenta que las retiradas son muy difíciles de dirigir-, dijo que lo más duro fue lo que tuvo que observar en los aliados de otras naciones. La disciplina es la disciplina. Si el Gobierno te da una orden la cumples y se acabó.

Llegamos a Afganistán, una guerra encubierta que se ha intentado silenciar por parte de los políticos.

En Afganistán hay dos guerras: la que se desarrolla en la parte este, que la llevan solamente los americanos; y Libertad Duradera, que es en la que colaboramos todos los países y que consiste en la reconstrucción del país y en la colaboración con la sociedad civil. Pero claro, todo esto se hace en un medio muy hostil y para el soldadito que está allí recibiendo tiros por todos lados aquello es la guerra... Es una guerra total. Ya se han concedido bastante cruces rojas, que es la que se da cuando hay situaciones reales de combate.

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