Fuente: HOY.es
El extremeño formó parte del segundo curso que organizó el Ejército
Eusebio Marceñido Flores, que tiene una medalla de guerra y fue
disparado en Ifni, vive ahora a caballo entre las provincias cacereña y
madrileña
A Eusebio Marceñido Flores (Alcuéscar, 1931) todo el mundo le llama
Viriato, como el líder de los lusitanos que hizo frente a la expansión
de Roma en Hispania y del que muchos dicen que tiene sus raíces en
Extremadura, en municipios como Tornavacas o Guijo de Santa Bárbara. Así
presentaron a Eusebio cuando estaba en el servicio militar obligatorio
ante un entonces Príncipe de España llamado Juan Carlos. Se había ganado
el mote al ser un paracaidista militar al que nunca capturaban en los
ejercicios de guerrillas. Aquel día, el que conoció al que fue Rey de
España durante casi 39 años, llegó tras un día entero 'perdido' por la
provincia de Cuenca. Cuando acabó el ejercicio, llegó hasta el cuartel.
Allí, un joven don Juan Carlos le preguntó: «¿Eres Viriato? Pues
siéntate aquí junto a mí y cuéntame cómo has conseguido escapar», le
dijo.
Viriato, el paracaidista de Alcuéscar (Foto: Lorenzo Cordero)
Verse como «un joven sin porvenir» en su municipio de origen le impulsó a
buscar una vida diferente y no lo pensó dos veces. La 'mili' fue un
motivo para marcharse de Extremadura, una tierra de la que siempre
presume, y la creación de la Escuela Militar de Paracaidismo a finales
de los años cuarenta surgió entonces como una gran oportunidad dirigida a
jóvenes como él. Para Viriato, se convirtió en un sueño y en un reto.
«Había dudas entre la gente, pero yo elegí entre todo o nada. Y pensé:
si me mato, me mato», cuenta. «Y entonces, me puse a estudiar como un
loco para conseguirlo», remata.
Marchó a Barcelona para hacer la 'mili', trasladado desde Badajoz, y
después se instaló en Alcalá de Henares, en la Brigada Paracaidista.
«Siempre llevaba un libro o una libreta encima. Estudiaba hasta quedarme
dormido y de hecho, en una ocasión así me quedé en el botiquín»,
relata. El esfuerzo no fue en vano, ya que se tradujo en diferentes
ascensos en el rango militar hasta que se convirtió en teniente. La suya
ha sido una vida intensa, llena de anécdotas y de adaptación a lo
nuevo. Su experiencia está repleta de nombres, como el instructor don
Tomás, que le ayudó con las clases.
Formó parte del segundo curso de paracaidismo de la brigada. El primer
avión del que saltó fue un modelo Junker de Alemania. «Me he lanzado en
partes de medio mundo y he perdido el conocimiento muchas veces
también», cuenta con una sonrisa. Los saltos formaban parte del
ejercicio militar, pero también se hacían exhibiciones para captar más
soldados para la brigada. Este tipo de prácticas le preparaban para una
posible guerra y sus adversidades.
Viriato, conociendo al entonces príncipe Juan carlos después de un ejercicio de práctica en vuelo.
Campaña de Ifni
Y llegó el momento más complicado con la campaña en Ifni, un
territorio del suroeste de Marruecos que fue provincia española hasta
1969. La batalla había enfrentado a fuerzas españolas con marroquíes,
que pretendían controlar el territorio de Ifni y el Sáhara español. En
dicha campaña le dispararon y allí se ganó por derecho una Medalla de
Guerra. «Me dio de rebote una bala, me acertó en el labio superior y
perdí varios dientes», cuenta, señalando la señal que aún marca su boca.
«En ese momento pensé: que le den por saco, pero aún quedaba mucho por
delante, ya que estuve allí cinco o seis meses. Éramos un grupo de
militares por aquellos desconocidos montes sin comer apenas». Allí
también perdió a compañeros, lo que recuerda con evidente nostalgia. Ha
saltado en multitud de lugares y cuando uno le pregunta, los sitios se
agolpan en su mente: Pau, en Francia; la Casa de Campo, en Madrid; en
Las Palmas... Y también se agolpan las anécdotas. «En Pau nos lanzamos
de noche y caímos en unos álamos tremendos, en la Casa de Campo el
capitán Arroyo se quedó en un árbol y tuvieron que venir los bomberos a
bajarle; y en Las Palmas saltábamos sobre unas dunas», cuenta. «Una vez
perdí el conocimiento en un alambre y hasta las dos horas no me
recuperé. Esto ocurrió en un salto en Valdetorres del Jarama», relata
Viriato.
El militar extremeño, a la dercha, tras el desembarco en ifni.
También vivió este alcuesqueño la sensación de disparar a otra
persona. «La verdad es que fue un accidente, pero el caso es que llegué a
disparar a un chaval en la mano. Me procesaron, pero gracias al general
Carrasco, que me tenía como a su propio hijo, me quitaron el peso de la
causa», narra Eusebio.
Viriato llegó a tener a su cargo el transporte aéreo, por lo que
antes de cada salto, además, tenía que solicitar y preparar los aviones,
disponer del armamento necesario, conocer la previsión meteorológica y
dirigir el lanzamiento, entre otras funciones. «Lo más importante en el
salto es estabilizarse», dice. Asimismo, también dirigió una compañía en
el CIR de Colmenar el Viejo. «Procedía de paracaidismo y llegué a
mandar en una compañía», cuenta.
Se casó en Iznalloz, un municipio granadino situado en la parte
central de la comarca de Los Montes, con Encarnación Ferrón Rodríguez.
«Las 'madrinas de guerra' enviaban cartas para animarnos, y ella se
convirtió en todo para mí», asegura. Tiene dos hijos, ambos ingenieros
técnicos: María del Vall, que vive en Sevilla, y Luis Marcelino, que
reside en Madrid. Enviudó y ahora vive a caballo entre la provincia
cacereña y la madrileña con su mujer, Inés. Es chilena, llegó hace seis
años a España y hace dos contrajo matrimonio con Eusebio Marceñido.
La pareja viaja habitualmente a visitar a sus hijos, a pasear por su
finca de Las Herrerías, a su vivienda de Boadilla del Monte... No paran
quietos e incluso él sigue conduciendo. Hace unos años coincidió en
Guijo de Santa Bárbara con el escritor y político José Antonio
Labordeta, que entonces grababa uno de los capítulos de 'Un país en la
mochila', que se emitieron en televisión. Ambos hablaron de Viriato, el
guerrero lusitano, y de las dudas de su origen, que algunos datan en la
provincia cacereña y otros en zonas portuguesas.
«Salí de la Academia de Paracaidismo con 33 años. Cuando fui
teniente, lo dejé. Entrar fue lo más maravilloso que me ha pasado»,
resume Viriato, el paracaidista de Alcuéscar.
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