El barco de la Amargura
Artículos digitales
Escrito por Antonio Tomás Bermejo Rodríguez   
martes, 22 de diciembre de 2015

Fuente: AVILE

Este barco fue botado al agua el 31 de agosto del 1828. La madrina de este acto fue la Infanta Victoria Eugenia estampando una botella del mejor vino que había en aquella época sobre el casco del buque. El primer propietario del buque fue Don Antonio López, primer Marqués de Comillas, fundador en la segunda mitad del siglo XIX de la Compañía Trasatlántica. El barco fue desguazado el 26 de marzo de 1962 en Bilbao. Las causas se debieron a un incendio que terminó con historia de aquel barco tan enorme. Esta reseña anterior la he obtenido en una web de barcos.

Este viaje cuyo relato empieza a continuación duró desde el día 4 de marzo, fecha en la que salimos de casa mi amigo Domingo Bernardo Miranda y yo, hasta el día 16 del mismo mes.

El Marqués de Comillas. Un gran incendio terminó con él en el muelle de Bilbao.
El Marqués de Comillas. Un gran incendio terminó con él en el muelle de Bilbao.

Las bodegas del barco comenzaron a llenarse de quintos el día 5 de marzo, primeramente por un grupo de asturianos y después por uno de gallegos que embarcaron en La Coruña, pasándose desde el 5 hasta el día 16 en el barco sin salir del mismo. Bajaron bordeando la costa de Portugal y en el camino tuvieron una avería que tardaron cuatro días en reparar. Durante la espera, los quintos no lo pasaron nada mal, pues cuando embarcaron lo hicieron acompañados de garrafones de vino y otros de aguardiente, por lo que no quiero decir lo sucio que estaba el piso del barco de vomitonas.

Creo que en aquel barco viajábamos algo más de 2500 personas, así que íbamos como sardinas en banastas. Había una fila de sargentos y cabos primeros desde la entrada del barco que iban diciendonos donde nos teníamos que colocar. EL BARCO DE LA AMARGURA; así era como le llamábamos nosotros, los que viajábamos en él.

Habíamos estado cuatro días con sus noches bajo los graderíos del campo de fútbol Ramón y Carranza, en Cádiz donde todo estaba muy limpio. Cuantos de los que fueron a tiradores se estarían acordando toda la mili de los cuatro días que pasamos allí. Un domingo por la mañana, nos mandaron formar, para trasladarnos a un cuartel de transeúntes que había cerca de donde estábamos instalados. El motivo era el siguiente, que había un partido de fútbol y que teníamos dejar libre el estadio.

Salimos perdiendo con el cambio aquel, ya que nos llevaron a un cuartel muy viejo y destartalado y pasamos un domingo fatal sin salir hasta que por la tarde, a las siete, nos mandan salir y otra vez, de tres en tres con la maleta al hombro, para llevarnos de nuevo bajo las gradas de aquel estadio con el que ya estábamos familiarizados con aquellas instalaciones que se las veía que no llevaban mucho tiempo construidas.

Al llegar allí cogimos una colchoneta de paja de cebada que picaba como si estuviera llenas de pulgas y no era así, es que la paja de la cebada para los que no lo sepan, les diré, que siempre pica así. Todo el mundo estuvo rascándose largamente, ya que no podíamos ducharnos pues las duchas estaban cerradas. Durante los cuatro días que estuvimos en el estadio salíamos a comer a la puerta de éste ya que allí había una explanada muy grande. De los días que pasamos en Cádiz, me estuve acordando durante toda la mili.

Todos, el que más o el que menos, llevábamos unas mil pesetas encima, que daban mucho de sí. Los chorizos que llevábamos en la maleta iban mermando rápidamente y decía un compañero mío de Velliza que había que irse acostumbrándose a comer el rancho, y nosotros le contestábamos que en lo que duraran los chorizos no había problema.

Así llegamos al 12 de marzo, día que nos tocó salir de Cádiz sin saber dónde íbamos. Veíamos salir a EL BARCO DE LA AMARGURA, tirado por un remolcador, cosa que hacían todos estos barcos tan enormes. Con la cartilla militar en la mano que nos habían entregado en la zona o en la capitanía general de Valladolid, como se llamaba entonces, partimos. En dicha cartilla militar ponía: destino "Intendencia de Sidi-Ifni", y pensamos todos en aquel destartalado barco que el destino sería el que ponía en nuestra cartilla militar.

En el barco también viajaba una docena de legionarios, que vendían rifas para un reloj y también nos vendían unas latas de una cerveza extranjera. Recuerdo que les compre una lata por la que me cobraron 15 pesetas pero con la sed que pasábamos, aquella cerveza fría logró calmarme la sed durante todo el viaje, aparte de que llevábamos una botella cada uno de agua y algún resto del paquete que nos quedaba.

Pasamos la primera tarde muy entretenidos con los legionarios, hasta las 8 de la tarde, hora en la que repartieron la cena. Todos en filas de a tres con disciplina militar pasábamos donde nos daban el rancho aquel que constaba de un cazo de rancho, el pan y una naranja.

A eso de las diez cada uno a su sitio; el que nos habían asignado para dormir. A un compañero y a mí, nos tocó un billete de pasillo que había en el primer piso del barco. Los camarotes ya estaban ocupados. Nos tocó frente a la entrada de un retrete y cada vez que entraba uno nos pisaba y nosotros poníamos el grito en el cielo. Otros compañeros tuvieron peor suerte que nosotros, les tocó en la cubierta de arriba, en la piscina que estaba vacía de agua y que era bastante grande, de unos 5x5 metros. Allí, aunque tapados con una manta, pasaron mucho frío durante las cuatro noches que pasaron en cubierta pues las noches en mar Atlántico son muy frías.

Al día siguiente por la mañana con el plato de aluminio, todos a la fila donde nos daban el desayuno; un cazo de agua teñida de negro a lo que llamaban café, que aunque estaba mal condimentado, sentaba muy bien a nuestro estomago ya que a muchos se nos había revuelto.

Así pasaron las cuatro noches en el barco. Al amanecer el quinto día sentimos que se habían parado los motores del barco y al asomarnos por cubierta se divisaba una pequeña población, toda ella blanqueada. Era Las Palmas de Gran Canaria. Allí se bajaron del barco unos amigos y paisanos míos, Félix Bazán, Celestino Barajas y Jesús Beato, de Velliza. A eso del medio día, el barco se puso de nuevo en marcha sin que nosotros conociéramos nuestro destino. Llegamos dos horas más tarde a Santa Cruz de Tenerife, donde desembarcamos el 16 de marzo. Nos subieron en unos camiones militares hasta un pueblo que se llamaba La Cuesta.

Día 17 del mismo mes por la mañana, a la peluquería, donde nos arreglaron muy bien el pelo, nos llevaron a las duchas y nos entregan la ropa militar, la camiseta y los calzoncillos que eran blancos estaban negros. Nos vestimos con la muda limpia, el mono y un jersey que nos habían dado y las zapatillas blancas y ya no parecíamos nosotros mismos.

El día 18 nos pusieron la vacuna y por la tarde en el cuartel de La Cuesta en unas pilas de cemento que había en la parte de abajo del cuartel, pudimos lavarnos la ropa pues teníamos mucha.

El día 19, día de San José nos formaron con el traje de paseo y nos llevaron a misa al cuartel de automóviles que estaba a nuestra izquierda y pasamos la tarde cosiendo todos los botones de la ropa que nos habían dado.

El día 20, a las 11 de la mañana nos mandaron formar con la maleta en una mano y el saco de petate en la otra y nos ordenaron echarlas a un camión, para después en filas de a tres llevarnos andando hasta el Campamento de Hoya Fría, que estaba a cuatro kilómetros de distancia. Las zapatillas que me dieron, me estaban pequeñas así que llegué con la lengua fuera. Esa misma noche cuando todos dormían se las cambié a otro que dormía dos literas más a la derecha de donde lo hacía yo. No vean que alivio sentí.

Al día siguiente después de desayunar nos mandaron formar y nos pusieron a marcar el paso durante 20 días sin el mosquetón. A los 20 días, piden voluntarios para hacer el cursillo de conductores. Salimos 12 y otros 17 para cabos. Esta vez nos mandaron subir al camión con todo el equipaje y nos llevaron a La Cuesta Allí empezó lo bueno. Nos llevaba el cabo voluntario Óscar al cuartel de al lado y si por la mañana hacíamos teórica, por la tarde prácticas o viceversa. Recorrimos varios pueblos como La Victoria, Acentejo, La Laguna, La Orotaba, Los Cristianos, en fin que recorrimos la isla de Norte a Sur. De los 12 que hacíamos el curso, aprobamos 10, y de los 17 que estaban para cabos salieron 15.

Teníamos un brigada y un sargento canarios que eran buenísimos con nosotros por lo que conservé un buen recuerdo de ellos toda la mili. El treinta de mayo juramos bandera en Santa Cruz de Tenerife. El capitán de la compañía pronuncio estas palabras que más o menos decían así: -"Soldados españoles juráis a Dios y prometéis a España ser obedientes a vuestros jefes y derramar por la patria hasta la última gota de vuestra sangre", y nosotros contestábamos: -"Si juramos" a lo que replicaba el capitán: -"si así lo hicieres que el Cielo os lo premie, y sino que os lo demande". A continuación cantamos el himno de Intendencia, desfilando en filas de tres, que reza así:

"Dichoso yo que piso el noble santuario
en que las PALMAS brillan bañadas por el SOL,
que irradia sus destellos sobre el escapulario
rojo y gualda que un día juré como español.

  Sellando una muralla de torres de granito,
de mi PATRONA SANTA la cuna puedo ver;
y es eco santo de ésta, sin duda alguna, el grito
que trázame imperioso la ruta del deber.

  Tres santos ideales, cual faros de mi vida,
alumbran mi camino con mágico fulgor.

  Esta parte es recitada

  ¡Soldados! entre nosotros
no hay sitio para el que olvida
que incluso la propia vida
por la Patria se ha de dar;
y si alguno lo olvidara...
¡que no ciña espada al cinto!
¡¡ni vuelva el noble recinto
de la Intendencia a pisar!!

  Dichoso yo que, joven, con ilusiones riego
las PALMAS que florecen doradas por el SOL,
por ese Sol tan puro que enciende con su fuego
la sangre del valiente Ejército español. 

¡Viva España! 

Fue un acto que quedó grabado para siempre en mi corazón.

Día 17 de junio. Ese día nos entregaron el mosquetón a los que habíamos hecho el curso de conductores. A mí me toco uno bastante nuevo, era el 2ku-140, que solo disparé cuando fuimos a el ejercicio de tiro, estando ya en Sidi-ifni.

Día 18 de junio. Después de desayunar nos subieron a los camiones con el mosquetón al hombro, la maleta en la mano derecha y la bolsa de petate en la izquierda, y nos llevaron al muelle de Santa Cruz, donde nos estaba esperando el trasbordador "Virgen de África", flamante por su blancura y su limpieza. A mí para no fallar me tocó un viaje en el pasillo de la cubierta. A la una de la tarde zarpaba el barco lleno de militares. Cuando se hizo de noche veíamos las luces de una gran ciudad, que eran las luces de Lanzarote y a las seis de la mañana notamos que se habían parado los motores, nos asomamos a la barandilla del barco y vimos que estaba a un kilómetro y medio de la playa y que no había muelle. Esto sucedió el día 19 de julio 

Cuando se hizo de día vimos aproximarse al barco unos vehículos, jamás vistos antes por nosotros. Éstos eran parecidos a las tanquetas, que hay ahora en el ejército. Se les llamaba anfibios, que lo mismo andaban por la arena de la playa que se adentraban por el agua del mar. 

Sobre el desembarco ya escribí en un artículo que se titula: DESEMBARCO EN IFNI, donde continúa esta leyenda. 

Saludos para todos los que pisaron por Sidi-Ifni y el Sáhara. 

Felices Pascuas y año nuevo 2016 

A.Tomás Bermejo Rodríguez

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