Amigo José María:

desde esta tierra africana
donde al sol, por la mañana,
lo oculta una tagut fría,
enterado de tu muerte
unos versos yo quería,
con toda la pena mía,
desde Sidi Ifni, ofrecerte.

Son como un rezo sentido
cargado de desconsuelo
que por ti, yo elevo al Cielo
donde seguro has subido.

Y allí, en tan buen lugar,
de eterna paz rodeado,
evocando tu pasado,
sé que los vas a escuchar.

Pues llevan el dulce encanto
de la palma y del argán
de esta tierra Ait Ba Amrán
a la que tú amabas tanto...

Tanto, que, al atardecer,
cuando el Sol sin fuerza brilla,
triste está la Barandilla
por no volverte ya a ver.

Y hasta las mismas Siete Olas,
al batir sobre la arena
dejan adarces de pena
al saber que están más solas.

Y la calle Seis de Abril,
la calle más principal,
llora por aquel chaval
que en ella jugó infantil.

Y en la montaña, el chacal,
ha vuelto tristón su aullido
sonando como un quejido
en el seco pedregal.

Que luego, al amanecer,
el fresco rocío moja
cual lágrimas de congoja
de esa afligida mujer
que, sin llegarlo a entender,
en una callada guerra,
por defender esta tierra,
a su hijo llegó a perder.

Y como a Franco, en su día,
tu padre rindiera Honores...
Mandando los Tiradores
de su antigua Compañía,
a ti, al llegar al Cielo,
apreciando tus valores,
también te ha rendido Honores
con marcialidad y celo.

¿Y qué más puedo decir...?
Si hasta el alma tengo rota
y de ella nada me brota
recordando tu morir...

Sólo insistir con dolor,
que, llorando tu partida,
queda, por ti dolorida,
el alma de un Tirador...