Memorias de un policía de Sidi Ifni (III)
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
miércoles, 22 de abril de 2009

Otras aventuras del policía Josep

Hemos seguido a Josep Carrera en dos facetas distintas. Primero como recluta, aguantando palos y malos tratos de sus superiores, a la vez que una somera instrucción militar y policial y después, como instructor de otros “borregos”, a los que se haría pasar por idénticas pruebas y humillaciones, pues el método de instrucción era el mismo, los suboficiales y oficiales también. Hasta el escenario era idéntico: Aquel insalubre campamento instalado sobre la arena de la playa, que fue clausurado definitivamente. Los próximos quintos (1.961) se tendrían que construir uno nuevo, en terrenos adyacentes al matadero municipal. Así que, veamos que le fue pasando. 

Tras la jura de bandera se convierten en policías

Después de una “solemne” jura de bandera, en la que nadie se entera del contenido del discurso que el gran jefe lanza ampulosamente, ni del significado del juramento que se presta, le dicen a aquel recluta ignorante que ya es todo un policía, le entregan un fusil, munición y cuatro bombas de manos (para algunos servicios) y una pistola del nueve largo junto con una porra de caucho (para otros), y le encomiendan una misión tras otra que solo finalizarán con su licenciamiento y vuelta a casa. 

A nuestro amigo Josep, con otros cuatro compañeros, una vez que los veteranos de la quinta anterior iban siendo relevados, conoció lo que era la guardia de la Cárcel, en la que también fueron prisioneros ya que pasaron veinte días seguidos allí encerrados, con los ocho o diez presos que custodiaban, en aquel edificio de pequeñas dimensiones, donde su trabajo consistía en espiar por la mirilla de las puertas de las celdas los movimientos de los detenidos, y por la noche vigilar desde la terraza que dominaba todo el patio y las celdas. 

Tras ese primer (y largo) servicio de carcelero fue ubicado en la Compañía Local, cuartel sito al lado de Correos y frente a un bar denominado “Sevilla”, en donde le adjudicaron una taquilla para guardar los escasos utensilios personales, y se metió en la primera litera que encontró libre (la de encima). Sin tiempo casi para estirarse penetró en el dormitorio el teniente Zayas pidiendo cuatro voluntarios para ocupar una casa en el barrio moro. Josep no se lo pensó. Atrás quedaban las tierras cultivadas en su pueblo, a las que debería volver inexorablemente, y por delante tenía la posibilidad de emociones y aventuras, así que se presentó voluntario. Cuando se hallaba recogiendo el armamento y efectos que debía llevar consigo, un chico alto a quien no conocía, que dijo haber sido destinado a esa Compañía, preguntó si existía alguna taquilla y cama libre, cediéndole las suyas. Aquel sería el primer encuentro con el que se convertiría en la amistad hacia el “amigo del alma”, ese amigo que solo se pueden dar entre la gente joven que sufre unas mismas penalidades, y que como dice un antiguo versículo sánscrito, “al principio es pequeña, pero en su discurrir se hace fuerte y profunda y una vez ha empezado ya no tiene vuelta atrás, tal como sucede con los ríos y los años”. Con su actitud, Josep, sin saberlo, seguía el secreto desvelado por Buda, al hacernos conocer que “la salud, mental y corporal, está en no lamentarse del pasado, preocuparse por el futuro ni adelantarse a los problemas, sino vivir sabia y seriamente el ahora”, que es lo que estaba haciendo en ese momento. 

Todo un veterano policía
Todo un veterano policía
La pequeña tropa de cuatro policías al mando del teniente Zayas se dirigió a la casa situada en el barrio musulmán, en donde se instaló, relevando a otros cuatro compañeros, que a su vez debían haber suplido a otros muchos, y así lo denotaba la suciedad de las mantas y los jergones en que deberían dormir, lo que no era demasiado importante tras la cantidad de pulgas, chinches y demás insectos que habían soportado en el Campamento. A la hora de la comida uno de ellos se desplazaba a buscar el “rancho” y el pan de todos, y por la noche el servicio consistía en estar durante dos horas en la terraza de la casa vigilando la callejuela (oscura como boca de lobo) que tenían frente a ellos. Y así día tras día, monótonamente, sin ninguna novedad digna de mencionarse, hasta que una noche Josep creyó percibir un par de bultos que avanzaban cautelosos por el tenebroso callejón por lo que (¡buena descarga de adrenalina!) lanzó el ¡Alto quien vive! tan fuerte como pudo, y al no obtener respuesta montó el mosquetón (ya se sabe que al meter una bala en recamara se produce un chasquido metálico muy amedrentador) y al pedir por segunda vez el santo y seña salieron de la penumbra el teniente Zayas y el sargento Rubio (éste con su característico y soez vocabulario) que solicitaron la novedad y, sin duda, inspeccionaban si los centinelas estaban alerta. Todo un mes (treinta largos días) duró aquel disparatado servicio, hasta ser relevados por policías de la 1ª Compañía desplegada en la zona más extrema del poblado. Y de vuelta a su Compañía (la Local), dispuesto a cualquier otro servicio que se le encomendara. 

Realmente aquella “casa” en la que iba a vivir durante todo un año, le era totalmente desconocida ya que, como hemos dicho, apenas tuvo unos minutos para tomar posesión de una literal y una taquilla cuando se le ocurrió ofrecerse como voluntario para una soñada aventura, que no fue otra cosa que la continuación del enclaustramiento que había iniciado en la Cárcel, por lo que su primera tarea consistió en buscarse acomodo y en ese momento volvió a encontrarse con aquel chico alto a quien había hecho cesión de aquellos espacios. Se trataba de Juan Tarancón Borja, de Villamalea (Albacete), del que ya tendremos ocasión de hablar, quien al pedirle permiso para dejar algunas cosas en la taquilla, le contestó como lo hacen los amigos de verdad: Esa es tu taquilla y aquella tu litera, recupéralas y yo soy quien tengo que espabilarme. Allí comenzó la amistad a la que hemos hecho referencia, con un lazo que tan solo la muerte puede romper. 

Y que decir del bueno de Genaro Carrillo que durante ese mes de la ausencia de Josep había recibido una carta de su familia y no tenía quien la leyera y contestara. Una vez mas tenemos que detenernos en aquel estado franquista de los años cincuenta del pasado siglo, pleno de oropeles, jerarcas, discursos y desfiles, entrada en las iglesias bajo palio, pero falto de oportunidades para los más necesitados, que a los niños de ocho o diez años los lanzaba al trabajo manual, en los campos, donde eran explotados despiadadamente y los condenaba para siempre el acceso a la cultura. 

“Interrogando” a una musulmana
“Interrogando” a una musulmana
La precedente disgregación no nos aparta de la narración del servicio diario de los policías en aquel escondido territorio africano, lleno de amenazas y peligros, en el que solo un año antes (1.958) había conocido los horrores de la guerra, los muertos, heridos, mutilados y prisioneros españoles. Sin solución de continuidad se pasaba del armamento clásico del fusilero-granadero (mosquetón, noventa cartuchos y cuatro bombas de mano) al policía urbano, con pistola y porra al cinto, ropa limpia, bien lustradas las botas, polainas y correaje, pelo al “uno”, y tras la preceptiva revista, junto con el compañero que aleatoriamente pueda tocarte (mejor si es ya veterano en tales lides, para quien solo tiene la experiencia de vigilante estático) se dedican a patrullar las calles cuatro horas de día y otras por la noche que, cosa extraña, pese a estar todavía en verano, eran frías y húmedas. 

No todas las jornadas eran iguales. Cuanto el teniente Zayas tenía turno era normal que se dedicaran al registro de viviendas de moros, buscando cómplices y simpatizantes del ejército de liberación marroquí, que no había sido derrotado ni, mucho menos, desarticulado durante la pasada guerra. El teniente se presentaba en la Compañía, por la tarde, y de entre los libres de servicio a aquella hora pedía cinco o seis voluntarios, a las que Josep, por aquello de vivir lo más intensamente posible el presente, siempre se apuntaba. La verdad es que era emocionante el trayecto en el jeep, con las armas en las manos, así como el salto atlético y el paso ligero para bloquear la casa que, como todas, tenía salida trasera, en donde cazaban a los que huían como si de ratones se tratara. La entrada (un auténtico allanamiento de morada) no era civilizada ni jurídica. Nada de mandamientos judiciales. Los gritos, amenazas y empujones llenaban de temor a las mujeres y niños que se encontraban dentro, que se apretujaban en cualquier rincón. Mientras, el teniente Zayas, con aquel gesto duro y autoritario que no le abandonaba nunca, iba habitación por habitación registrando el pobre mobiliario, recogiendo cualquier papel o libro que encontraba, escritos en árabe para, sin duda, su traducción posterior. También se recogían telas que por sus colores pudieran servir para confeccionar una bandera rebelde. Cuando el titular de la vivienda registrada tenía un punto de venta en el Zoco, otra patrulla de policía se había dirigido a éste para coordinar la búsqueda. Para los pobres policías rasos, lo frustrante era no saber nunca el resultado de todo aquel jaleo. 

La paranoia (o el miedo) de los mandos de la Policía llevaba a situaciones tan absurdas como las de detener a los niños que en la calle o en la playa se hallaban jugando con cometas, llevándolos a presencia del teniente de guardia para ser interrogados, a la vez que se confiscaban las cometas por la sospecha de que con las mismas se transmitían mensajes secretos al enemigo. El resultado de tan insólito caso fue la desaparición de los niños con tan pacíficos juguetes.

CONTINUARÁ…  

Comentarios
Buscar
¡Sólo los usuarios registrados pueden escribir comentarios!
Temporalmente se han desactivado los comentarios anónimos por estar sufriendo un ataque de SPAM masivo (mensajes plublicitarios no deseados). En cuanto sea posible se activará esta función nuevamente.
No obstante, si desea dejar un comentario sin estar registrado, por favor, use el formulario de contacto disponible, indique el artículo al que desea hacer el comentario, el nombre o apodo que desea usar y el texto del mismo.
Nosotros nos encargaremos de publicarlo por usted.
Disculpen las molestias
pablo  - Contactar con antiguos compañeros   |08-11-2013 01:04:15
Hola Agapito,

Gracias por visitar El Rincón de Sidi Ifni y por tu participación con este comentario.

Permíteme que te recomiende que visites además un par de sitios en los que podrás dejar mensajes para intentar localizar a tus viejos compañeros de mili.

Pincha en los enlaces que te pongo a continuación, te llevarán a los Libros de Visitas de estas páginas, en los que podrás escribir un mensaje:

Asociación de Veteranos de Ifni del Levante Español (AVILE) (http://www.avile.es)

Asociación Amigos de Ifni (http://www.amigosdeifni.org)

Espero que tengas suerte en tu búsqueda.

Un cordial saludo.

Pablo Vázquez
Anónimo   |07-11-2013 17:21:04
Hola me llamo Agapito Espino yo también estuve en sidi ifni en los años 1963/64 estuve en la policía pero cuando terminamos el campamento me destinaron a la guardia del gobierno y pertenecia a la primera compañía, que por cierto nuestra quinta fue la que termino la piscina. También me acuerdo de mis compañeros con los que hacíamos las guardias me acuerdo de casi todos los nombres a continuación nombrare Raul, Rosendo, Pedro, Coromina,, Rafael, Antonio, Osorio, Pescada y yo Agapito. Me gustaría que alguno me contestara si conecta con esta pajina.

3.26 Copyright (C) 2008 Compojoom.com / Copyright (C) 2007 Alain Georgette / Copyright (C) 2006 Frantisek Hliva. All rights reserved."