Cartas de un soldado (II): la instrucción en el campamento |
Colaboraciones - Víctor de Marcos | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||
domingo, 26 de abril de 2009 | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||
En los primeros días de nuestra estancia en el campamento, después de pasar de nuevo por el peluquero esta vez el corte será al “0”, pasaremos el reconocimiento medico pertinente, donde nos pondrán toda serie de vacunas, quien pudiera pensar que hombres como castillos “se decía antiguamente”, caerían como naipes al sentir el pinchazo de una vacuna, “pues ocurrió que yo lo vi”, en los siguientes días, nos repartirán ropa de faena, botas, utensilios para la comida y hasta un mosquetón, también nos realizaran distintos test, donde indicaremos nuestros conocimientos, en cuanto a estudios profesiones y demás minucias, y cosa importante, nuestras preferencias relativas a nuestros posibles destinos.
Yo recuerdo perfectamente lo que puse, ya que la lección la llevé aprendida desde Bilbao, Alfonso Blanco Balciscueta cuñado mío que sirvió en Tiradores 1 en los Años 1960-61 así me lo había indicado.
Estudios: Técnico de Radio
Con el transcurso de los meses, todo se cumpliría pero no adelantemos acontecimientos, ahora estamos en el campamento de instrucción.
En el campamento y durante todo el periodo de
instrucción, mi casa será una tienda de campaña o chabola, “Compañía 7ª
chabola 713”, con capacidad para 15 soldados más el instructor, entre
ellos un compañero de viaje desde Bilbao de apellido Martín, de
profesión zapatero y de apodo “general”, este apoda se lo pusimos desde
nuestra salida del cuartel de Garellano, natural de Orduña al que en el
transcurso de los años he visitado varias veces, la chabola estaba
compuesta por un muro que en forma de banco, estaba en el extremo
redondeado, donde durante el día colocábamos nuestras colchonetas
enrolladas con la manta y la almohada encima, y al lado nuestros
petates, todos los que hemos sido soldados conocemos esta palabra
“petate”, para los que la lean por primera vez, diré que se trata de
una especie de bolsa de lona color caqui alargada, con una sola asa y
unos ojeteros metálicos en su extremo superior, en los que se podía
colocar una cadena con un candado para cerrarla, o simplemente una
cuerda, todo dependía de la confianza que se tendría con los
compañeros, en dicho petate guardábamos todas nuestras pertenencias, en
esta ocasión bastará con una cuerda, en el centro de la chabola, había
un murillo con un mástil de madera, donde en el extremo superior se
sujetaba la lona que tapaba la chabola y dicho murillo servia también
de armero donde dejábamos los mosquetones.
Durante el día la chabola aunque el piso era de tierra, permanecía recogida y limpia, al atardecer preparábamos la chabola para dormir, colocábamos unos banquillos metálicos y encima unas tablas, lo colocábamos todo alrededor del mástil central, por lo que para pasar a las camas, teníamos que saltar por encima de las demás, la cama del instructor se colocaba aparte a la izquierda de la entrada, estas tablas y banquillos nos servían también para utilizarlos como bancos tanto para escribir, para limpiar los mosquetones o simplemente para no estar sentados en el suelo.
Para realizar nuestras necesidades fisiológicas, disponíamos de unas magnificas letrinas a las afueras del campamento saliendo por las cocinas, sobre una pequeña altura, en el camino que conducía a las letrinas, se colocaban los vendedores ambulantes con toda clase de enseres, cartas, papel, bolígrafos y un largo etc. Tenían una manera muy curiosa de vender sellos para las cartas decían “paisa el sello es cambiar dinero” por lo que tenias que comprarle otras cosas para que te vendieran los sellos, pero siempre había algo que se necesitaba, betún para las botas, pasta para los dientes, cepillos de ropa, el cepillo no solo servia para cepillarse la ropa sino también para limpiar los mosquetones, ya que estos deberían de permanecer siempre limpios y brillantes, sobre todo el cerrojo fabricado de un material tan extraño, que se oxidaba hasta con la mirada, en un terreno tan pródigo en arena y tierra era previsible que el polvo entrara hasta en los tornillos de la culata, así que nuestra obligada afición favorita diaria de media tarde, era tratar de impedir que aquel artilugio acabase en mal estado, hasta incluso lo envolvíamos en trapos, para que el rocío de la noche no lo dañara, casi siempre lo conseguíamos, salvo las veces en que al pasar la revista al día siguiente, el sargento opinara lo contrario, entonces tenias doble trabajo, por una parte convencer al mosquetón de que tu mandabas sobre el, y por otro lado convencerte a ti mismo, que por mucho que lo intentaras, aquello estaba bien depende de los ojos que lo mirasen.
A la hora de las comidas, en formación, marchábamos hasta la cocina, un dato curioso, había cierto cabo 1º muy joven el nos dijo que tenia 19 años hijo de un Coronel, estaba haciendo la mili voluntario para pasar a la academia de Oficiales, no recuerdo su nombre, bueno a lo que iba, cuando le tocaba de semana, tenia la manía de llevarnos a la carrera hasta las cocinas, entre que nosotros todavía éramos novatos y el, que nos daba órdenes confusas, montábamos unos numeritos que los de las demás compañías, que estaban formadas, se reían de nosotros, bueno pues el cabo 1º se metía, entre las filas de los que se estaban riendo, y se liaba a guantazos con ellos y les decía “de mi compañía solo me río yo”, una vez concentrados todos en las cocinas, de unas grandes perolas, nos repartían la comida en las marmitas que portábamos en filas de a tres, uno cogía el primer plato, otro el segundo y el tercero el postre, después en el comedor, o sea el suelo del campo, comíamos los tres juntos, como el agua estaba muy escasa, las marmitas una vez terminado el ágape, las limpiábamos con pan. Cuando nos tocaba limpieza de cocina las perolas las teníamos que limpiar con trapos y arena y como eran tan grandes las limpiábamos entre dos o tres compañeros.La instrucción la realizábamos en un campo de tierra, pegado a las chabolas y se conoce que para no tenernos ociosos mucho tiempo, ese campo lo limpiábamos muy a menudo, es decir, nos colocábamos toda la compañía en una línea y a recoger piedras, que íbamos depositando en montículos, donde otros compañeros las recogían con palas depositándolas en cestos de goma, si teníamos suerte ese día tocaba ducha, estas estaban en unos pasillos largos al aire, donde cabíamos una compañía entera, y cuando estábamos cada uno situado debajo de la ducha, habrían el grifo, la ducha completa con un intermedio para jabonarnos duraba no mas de cinco minutos, y tres días a la semana, claro que todo esto lo hacíamos a la carrera, por lo que cuando llegábamos a la chabola para vestirnos, ya estábamos tan sudorosos como antes de ducharnos, sobra decir que a las duchas solo íbamos cubiertos con la toalla enrollada por la cintura y el jabón en la mano. Al poco tiempo de estar en el campamento, nos reunieron a todos los reclutas y unos legionarios grandotes y magníficamente vestidos, nos ensalzaron lo bien que se estaba en la legión, buena paga, bien vestir y lo magníficamente que nos sentiríamos sirviendo en un magnifico cuerpo, por lo que nos ofrecieron pasar nuestro tiempo de mili en la legión, varios compañeros aceptaron y al día siguiente marcharon al campamento de la legión. Creo que fue a las dos semanas de nuestra estancia en el campamento, cuando por primera vez, nos dejaron salir a un barrio que estaba pegado al campamento, claro está que para la consiguiente salida, hubo que pasar revista con la ropa mas nueva que teníamos y bien limpia, que para eso entraba dentro de nuestras labores domesticas el lavado de nuestra ropa.
En dicho barrio y en un pequeño local llamado pomposamente “bar” nos preparaban unos huevos con patatas fritas que estaban riquísimos, supongo sería por la diferencia con el rancho que nos daban en el campamento, si no recuerdo mal este suculento menú costaba 25 pesetas, y también unas tortillas de patatas que nos las metíamos en bocadillos, en el transcurso del tiempo que estuvimos en el campamento lo visitamos varias veces, siempre que disponíamos de “pelas”.
En los últimos días de Junio me llamaron para comunicarme, que como había puesto en el test que quería ser cabo, iba a comenzar el curso, las clases nos las daban en horas de asueto por las tardes, y la verdad que se nos amontonaba el trabajo, ya que la instrucción la realizábamos por la mañana, luego clases de teórica de armamento y a ultima hora por la tarde, el curso para cabos, aunque también teníamos tiempo para pasear a la luz de la luna.
Por esas fechas también comenzamos ha realizar ejercicios de tiro, colocaron unas dianas a 25 metros y nosotros tumbados en el suelo con los mosquetones, nos dieron 5 balas y a tirar, mas adelante pasaron a 50 metros y por último a 100 metros, no lo recuerdo exactamente como fue la odisea del tiro, pero creo que fui bastante malo en el tiro a 100 metros, la primera vez no di ni una, por lo que tuve que repetir, hasta que acerté, algunos de mis compañeros, se llevaron unos guantazos por levantarse sin terminar la munición, también nos enseñaron a tirar granadas, la verdad que el material estaba en pésimas condiciones, con las cintas de las granadas enganchadas en la carcasa metálica oxidada y no explotaban.
Una de las sorpresas que me llevé fue el día que realizamos una marcha todo el campamento, pasamos de estar en un terreno árido y sin una brizna de hierba, a un terreno lleno de colorido, como era la huerta de las Palmeras, y nos llegamos hasta la zona de los pozos, donde se cultivaban toda clase de hortalizas tomates, pimientos etc. Entrado ya el mes de Julio, comenzamos a realizar los entrenamientos para la jura de bandera, por lo que realizábamos la instrucción en el campo que estaba delante de Tiradores 1. El día de la jura de bandera fue trepidante, ya muy temprano todos uniformados en la explanada de Tiradores 1, con un sol que se cocían las moscas, el 7 de Agosto de 1966 besé la bandera de la patria, una vez terminado el acto oficial, nos lo pasamos de miedo nos dieron rancho especial en el mismo comedor de siempre es decir: “el suelo” del campo, nos dieron café y las copas corrieron de nuestra cuenta, así como los puros, nos sacamos fotos de todos los de la chabola juntos terminamos un poco chispas y hasta al instructor lo subimos a hombros.
Una vez pasada la jura de bandera ya la instrucción se relajó mucho, prácticamente todos estábamos a la espera de que nos comunicaran nuestros destinos, y seguíamos con el curso para cabos. Por fin a mediados del mes llegaron nuestros destinos y pude leer en el tablón de anuncios.
Victor Marcos González (siempre se comían el “de” de mi apellido) Por fin dejábamos de ser reclutas (o eso creíamos) y la última semana de Agosto bajábamos a Sidi Ifni y me incorporaba a mi destino.
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