Fuente: El Faro de Ceuta
Enmarcado en la grave derrota que los rebeldes rifeños dirigidos por
Abd el-Krim ocasionaron al Ejército Colonial Español en la Guerra del
Rif (1920-1926) y que ha pasado a los anales como el ‘Desastre de
Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921), las denodadas cargas del Regimiento
de Cazadores de Alcántara 14 de Caballería, permitieron contener la
retirada de las tropas castigadas hasta la extenuación.
En
otras palabras: la épica heroicidad de estos soldados, preservaría
indemne el honor de las armas españolas de la desdicha más infernal. Si
había algo que identificaba a esta Gloriosa Unidad colmada de titanes,
era que entre el mando y sus subordinados existía un trato de iguales,
allende a un adiestramiento primoroso. La respetabilidad de los
oficiales a la tropa o recíprocamente, acariciaba la comunión. Luego, no
obraba el aspaviento reverencial al superior, sino la mística del
espíritu de cuerpo.
La heroicidad de Alcántara, otra de las páginas memorables de España.
Obviamente, las campañas materializadas en el continente africano
están fusionadas de manera inexorable a una localidad situada en el
Noroeste de Marruecos: Annual, una fatalidad imprevisible e
incalculable. Insospechada, porque súbitamente, la Comandancia General
de Melilla se desplomó con el abandono desenfrenado de un campamento
tornado en una dispersión que, por doquier, se contagió. Evidentemente,
Annual, no implicó meramente a este territorio, igualmente, turbaría Dar
Quebdani, Midar o Candussi, por mencionar algunas guarniciones, cuyas
milicias hubieron de ausentarse o eran literalmente aniquiladas. Del
mismo modo, Annual, extendió sus garras en Batel, Dar Drius y Tistutin,
como sectores del itinerario del repliegue.
Pero,
sobre todo, Annual se estigmatizó en el Monte Arruit, también conocido
como Al Aaroui, en la provincia de Nador, con tres mil hombres
desamparados y acorralados a su suerte por los mandos militares que se
encontraban en Melilla, a unos 30 kilómetros con sesenta mil hombres a
su disposición.
Tal vez, un despliegue excesivamente avanzado y
precipitado fraguado por el General Manuel Fernández Silvestre
(1871-1921), con unas valoraciones sobradamente confiadas en la
cuantificación de las fuerzas contrarias a las que debía hacer frente,
podría erigirse en la raíz principal del cataclismo. Y, la hecatombe no
podía se otra: según revelan las mismas fuentes, doce mil hombres,
contabilizando la totalidad de los cuerpos y, al menos, casi ocho mil
soldados peninsulares.
“Nos atinamos en los momentos superlativos de la
contienda, en que la valentía, arrojo y coraje se propagan y domina en
los corazones henchidos de amor patrio, como si el Regimiento Alcántara
se transpusiese al lustre del soldado de todos los tiempos”
De
lo expuesto inicialmente, el único Regimiento ordenado era el
Alcántara, quién concurrió en ayuda lo más resueltamente que pudo,
teniendo en cuenta las muchas adversidades geomorfológicas, ofreciendo
lo mejor de sí y atacando a los rifeños con una carga que superó la
línea enemiga, dando la vuelta y acometiendo por la retaguardia. Con
esta acción, logró que la columna permaneciese en orden hasta Dar Drius,
aunque en un estado de descomposición.
Una vez más, las
repetidas cargas pusieron en jaque a los combatientes de Abd el-Krim
(1882-1963), cuyo nombre completo es Muhammad Ibn ‘Abd el-Karim
El-Jattabi y proteger a los 5.000 españoles en retorno. En la última
carga, los caballos estaban tan fatigados y rendidos, que algunos
soldados irrumpieron a pie. Tanto hombres como animales, sucumbieron
honradamente en formación cerrada, tal y como, cinco meses más tarde se
hallarían su cadáveres, tras recuperarse el terreno malogrado.
Con
estos mimbres, a escasos meses de rememorarse el centenario de la
proeza de Alcántara, sería complejo detallar al milímetro lo acontecido y
con precisión los errores sucedidos el 22 de julio de 1921, pero, es
preciso recapitular que el 12 de febrero de 1920, Silvestre, ocupó el
cargo de Comandante General de Melilla.
Así, la primera
autoridad de la plaza española ubicada en el Norte de África, con la
finalidad de poner paz en la región, entre enero y julio ejecutó un
avance hasta Annual, prolongando en exceso la tangente de abastecimiento
y apuntalando al Ejército en una cadena de reductos con puntos
considerablemente estratégicos, pero, en los que escaseaban el agua por
atinarse distantes de las rutas de suministro y de los acuíferos
naturales de la demarcación.
Vicisitud, que justificaría ser
trascendente en los acontecimientos que, a posteriori, se desencadenaron
y, para más inri, ante un enemigo inconfundible y diferenciado, al que
habrían de enfrentarse las fuerzas expedicionarias españolas.
Los
rifeños eran individuos muy duchos y ejercitados a una subsistencia
parca, únicamente contemplaban una autoridad religiosa y no
esencialmente política en el sultán.
Con anterioridad a que
Abd el-Krim constituyera la República del Rif, la urbe se organizaba en
cabilas. O séase, valga la redundancia, en pequeñas repúblicas
reducidas, moldeadas por abundantes grupos o familias establecidas en
aduares, a modo de tiendas o chozas y que se identificaban por atesorar
un antepasado común.
Mismamente, éstas se administraban por
una institución llamada Yemáa o Asamblea General, que gobernaba la
comunidad y era el órgano en que estribaba la autoridad. Uno de los
numerosos desempeños residía en coordinar las harkas, un concepto que
combinaba los criterios de expedición militar y movilidad, cuya hechura y
envergadura podían contribuir una o varias tribus.
Para
establecer una harka se mandaban representantes a recintos concretos en
los que se aglomeraba la población, como los zocos, donde se proponían
los botines y un adversario fácil de vencer. Pronto, en el consejo se
deliberaban los detalles de la inminente partida. Desde ese instante,
aquellos dispuestos a luchar se concentraban en un paraje de reunión
organizados en idalas.
En estas circunstancias, no resultaba
chocante que los secuaces rifeños, a penas, perseveraran. Sobre lo que
realmente representaba la guerra para ellos, subrayaría al pie de la
letra Berenguer que “no es un trance decisivo, es un acto de la vida en
el que sólo arriesga lo preciso para cumplir con su compromiso de
solidaridad […], lo que explicaba la poca consistencia de su ofensiva
que […] suele evaporarse al contacto de la primera dificultad y que su
capacidad ofensiva sólo se manifiesta en emboscadas”.
Ya
inmerso en la recapitulación de los hechos, alrededor del 20 de julio,
ante la incertidumbre del mando, empezaba un desmoronamiento de gran
alcance en la espaciosa línea de avance y provisión española, convertida
en toda su extensión en frente, donde a más no poder hostigaban los
partidarios de Abd el-Krim.
Lo cierto es, que los
destacamentos quedaron a merced del contrincante, algunos en la custodia
firme de sus cotas y, otros, en los prolegómenos del repliegue; según
sintetizan textualmente los informes oficiales que especifica: “con
prisas, sin conocer plan ni dirección, revueltas las fuerzas,
confundidas, sin jefes”.
Dada la severidad y trascendencia del
entorno que se cernía, el Regimiento de Cazadores de Alcántara 14 de
Caballería parte de Melilla, estando hasta entonces acuartelado bajo las
órdenes del Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera y Sobremonte
(1831-1921); toda vez, que su Coronel Francisco Manella Corrales
(1870-1921), seguía en Annual para salvaguardar y disponer la retirada
de las posiciones, donde perecería.
Posteriormente, Manella,
recibe el mandato de moderar y favorecer el retroceso del grueso de las
tropas hasta la Ciudad de Melilla, a lugares más resguardados en la
costa. La primera avalancha con la que se topa, pretende reprimirla; e
inclusive, se despliega una alambrada y se sitúan las ametralladoras que
el Regimiento disponía. Como confirman precedentes de la época, todo es
infructuoso y se realizan “cargas de Caballería con sable en mano y a
galope”.
La heroicidad de Alcántara, otra de las páginas memorables de España.
Sin quebrantar su minucioso orden en medio del desconcierto, varias
subunidades del Regimiento, emprenden incansablemente los días 21, 22 y
23, respectivamente, el socorro y apoyo de las distintas posiciones y
alientan con sus fuegos e incesantes cargas al sable, no dejando escapar
a las tropas que intentan huir. Sin soslayarse, la evacuación sobre sus
cabalgaduras de heridos desahuciados.
Ya, el 23 de julio, el
Regimiento marcha en auxilio de una escolta de camiones y ambulancias
asaltada en la carretera de El Batel, con heridos de consideración.
Cabría matizar, que los motores de la etapa descrita, no alcanzaban ni a
la sombra, la velocidad de los actuales. Con lo cual, eran asequibles
para las monturas ligeras de las fuerzas de Abd el-Krim, que no hacían
distinciones ni escatimaban en la purga del personal civil o militar, o
los maltrechos o moribundos.
Fuera como fuere, los rifeños se
reconstituían como si saliesen debajo de las piedras, hallando nuevos
seguidores de refresco que comparecían de las cabilas colindantes,
vislumbrándose la proclama de nuestro descalabro.
Los
episodios sobrehumanos no concluyeron esta jornada, porque existían
unidades apartadas del Regimiento Alcántara que escudaban los sitios del
Monte Arruit y el zoco de T´Zelata, que no dieron por perdidas hasta el
9 de agosto, cuando murieron casi en su conjunto, exhaustos, sin agua y
municiones, la amplia mayoría blindados en compañía de los cadáveres de
sus caballos.
Adelantándome a lo que sobrevendría, la
incursión estaba llamada a ser infernal, haciendo ostensible una de las
efemérides más memorables: “Había que cargar otra vez y faltaban
caballos que caían agotados”.
A falta de los animales,
redundaba el brío de aquellos soldados espoleados por su jefe que los
avivaba con el mejor de los ejemplos. Los caballos postrados y hasta los
topes de espumarajos con sangre, no podían trotar, aquellos escuadrones
de Alcántara no renunciaban en su ahínco, siendo la admiración y el
espanto del contendiente.
Primo de Rivera que había regresado
de Melilla con el Regimiento, no tardó en recibir las directrices del
General Felipe Navarro y Ceballos-Escalera (1862-936) que tenía que
arropar a los flancos y la retaguardia de la retirada.
Reestableciendo
lo que le quedaba, previno una última carga constituida por los
soldados que permanecían en pie, como herreros, subalternos, médicos,
etc., todos comparecieron inquebrantables y expeditivos a obedecer la
misión requerida.
Éste, antes de encauzar la carga, se dirigió
a sus hombres en estos términos: “La situación, como ustedes verán, es
crítica. Ha llegado el momento de sacrificarse por la patria, cumpliendo
la sagradísima misión de nuestra Arma. Que cada uno ocupe su puesto y
cumpla con su deber”. Horas después, el destino le haría perder el brazo
tras ser amputado y más adelante, moriría en Melilla.
El
fuego que hacen los rifeños es abrumador y los primeros caballos caen
con sus jinetes. Algunos animales alcanzados por las balas, bajan
rodando por la falda de la montaña, dificultando la subida a los demás.
Los primeros jinetes asoman a la pequeña meseta y pasan entre los
rifeños descargando los sables sobre ellos.
Directo a los
sucesos, el espectro de lo que se está produciendo es terrorífico: la
planicie y prominencias más elevadas están repletas de rifeños que
disparan impetuosamente. Tras agruparse en unas ruinas próximas a unas
casas conocidas como Buharraid y resguardarse en unos muros
improvisados, el Regimiento Alcántara cruza al galope y abaten los
sables una y otra vez. Algunos de los contendientes huyen despavoridos
presos del atrevimiento, hasta que son atrapados por los españoles que
les sablean.
Inmediatamente, los soldados se amplían en un
radio de unos diez caballos y nuevamente se encaminan a la amalgama de
rifeños. Es perceptible que los caballos están jadeantes y sus galopadas
son más pausadas que las preliminares. En menos de un suspiro, las
tropas rifeñas les brinda con un fuego atronador.
“Si
había algo que identificaba a esta Gloriosa Unidad colmada de titanes,
era que entre el mando y sus subordinados existía un trato de iguales,
allende a un adiestramiento primoroso. La respetabilidad de los
oficiales a la tropa o recíprocamente, acariciaba la comunión. Luego, no
obraba el aspaviento reverencial al superior, sino la mística del
espíritu de cuerpo”
Los
jinetes de la primera línea van cayendo uno a uno, pero la unidad
persiste en su movimiento inalterable: se vuelcan sobre el contrario que
se aúpa de sus escondrijos y se desplaza a los lados para no verse
sorprendido por la letalidad de los sables. Al ganar los aledaños del
rival, la alineación de los jinetes se divide hasta volcarse sobre los
mismos, acarreando una enorme brecha de sangre. Algunos españoles sin
monturas asaltan al grupo de moros, fulminando sus fusiles o
enfilándolos.
Entretanto, cuerpo a cuerpo, se desenvuelve un torbellino de refriegas.
Los
guerreros de Abd el-Krim han consumido sus cartuchos y ahora están en
manos de ser asestados por los sables. Posiblemente, nos atinamos en los
momentos superlativos de la contienda, en que la valentía, arrojo y
coraje se propagan y domina en los corazones henchidos de amor patrio,
como si el Regimiento Alcántara se transpusiese al lustre del soldado de
todos los tiempos.
Las declaraciones de los que padecieron la
embestida dan fe y, al mismo tiempo, lo desenmascara: en unos segundos,
los insurrectos atónitos y puestos en pie, in situ observan el
parsimonioso progreso del Regimiento. Estupefactos, se niegan a creer
que ese puñado de hombres honrados que tantísimas bajas les había
ocasionado en las cargas anteriores, todavía se sostuviese con aliento
suficiente y, una vez más, les volviesen a acometer.
En un
abrir y cerrar de ojos, el enemigo cautivo del arrebato le envió lo que
le quedaba de balas. Indudablemente, muchos se desmoronan malheridos o
muertos, pero la caballería no cesaba en el ardor y se perpetuaba en su
paso agónico. Algunos jinetes caminaban escoltados por sus caballos que
sujeto a las riendas, parecía como si juntos admitiesen la común
consagración. A unos 200 metros para afrontar el repecho, Primo de
Rivera manda hacer fuego, lo que compromete a los moros a cobijarse. Los
180 hombres que aún quedan con vida, acceden a la superficie y se
entabla una terrible lucha.
Finalmente, los rifeños dejan las
casas Buharraid y barricadas para recular a la determinación y bravura
de los soldados de Caballería. La llanura ha quedado atestada de cuerpos
enemigos; los sables han imputado sus reglas de juego con un destrozo
aterrador.
Los trechos transcurridos desvelarían que el
Regimiento Alcántara ocasionó más de mil bajas, principalmente, en los
integrantes vinculados a la harka de Beniurriagel de Abd el-Krim, Beni
Ulichec y Beni Tuzin.
Los sables de la Caballería trajeron
consigo gran cantidad de decesos y cuantiosas lesiones y mutilaciones,
que, análogamente, dadas las realidades sanitarias de la obstinación
rifeña, causarían en los meses sucesivos importantes muertes por la
insalvable gangrena. Pero, también, este aspecto irremediablemente hay
que referirlo al bando español, hasta el punto, que de los 32 jefes y
oficiales participantes valerosamente, fenecieron 28 y 523 de la clase
de tropa de los 685 en filas, estimándose en datos proporcionales,
superior al 80% de la Unidad.
El lastre de la guerra se
eternizó cuatro años más. Con el arranque del año 1925, Abd el-Krim
hostigó a los franceses y desafió a unas fuerzas terciadas por más de
20.000 efectivos, desbaratándoles y dando origen a más de 3.000 caídos
en la Batalla de Uarga (13-IV-1925/20-VII-1925), lo que se denominó el
Annual francés.
Ese mismo lapso, el Desembarco de Alhucemas
(8-IX-1925) materializado por el Ejército y la Armada de España y la
ofensiva combinada franco-española, hizo capitular al jefe rifeño.
Nuestro país, reconquistó poco más o menos, el territorio extraviado en
unos meses y alcanzó el éxito irrevocable. Ni mucho menos, habría que
considerar este triunfo embarnizado en el resentimiento y desagravio,
porque el porte que siempre nos ha caracterizado es el del temperamento
de un pueblo generoso y galante en la victoria, e insigne y digno en la
derrota. Que no se omita, que durante más de treinta años al otro lado
del Estrecho, aportamos la paz y prosperidad.
Sucintamente,
antes de los lances relatados, al acceder al trono Su Majestad el Rey
Don Alfonso XII (1857-1885), se reestructura el Ejército, quedando como
Regimiento de Cazadores de Alcántara 14 de Caballería; permutando en las
ciudades en Reus, Lérida y Barcelona, desde donde navegó a Cuba en 1895
y contribuyó en diversas acciones de guerra (1895-1898).
Con
la llegada de la nueva centuria, el Alcántara es destinado a Valencia,
continuando hasta el 8 de septiembre de 1911, fecha en que se determinó
su cambio a Melilla. Distarían diez años, para que se viese envuelto
esforzadamente en lo que aquí se ha retratado.
Consecuentemente,
en medio de la calamidad del campo de batalla, se asentarían una de las
más extraordinarias hojas de bizarría y abnegación personal. Por ello,
en 2012, el Consejo de Ministros acordó otorgar al Regimiento la Gran
Cruz Laureada de San Fernando, por su papel conjugado en el Desastre de
Annual, donde sus escuadrones ostensiblemente se cubrieron de gloria.
Siendo
el 1 de octubre de ese mismo año, cuando S.M. el Rey Don Juan Carlos I
de Borbón (1938-82 años) le impuso dicha recompensa en el Palacio Real
de Madrid, con la salvedad, que es el único Regimiento del Ejército
Español que a nivel colectivo lo ostenta.
Quiénes mejor pueden
cerrar las líneas de este pasaje son SS.MM. los Reyes Don Alfonso XIII y
Doña Victoria Eugenia, que en la Sala de Estandarte del Regimiento de
Caballería Alcántara 10 de Melilla, se conservan dos fotografías
dedicadas con las siguientes dedicatorias:
De Don Alfonso
XIII: “A vosotros heroicos cazadores de Alcántara, que supisteis enseñar
como se muere por la patria y cuál es el deber de todo español”. Y de
Doña Victoria Eugenia: “Al Regimiento de Alcántara N.º 14 que tan bonita
página de gloria ha escrito en la historia de la Caballería Española”.
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